jueves, 19 de septiembre de 2013

Pedagogía del Oprimido, parte 13

Capítulo 4 (continúa)

Existen algunos puntos fundamentales que es necesario analizar en las afirmaciones de quienes piensan de este modo.

Por principio, niegan el carácter pedagógico de la revolución entendida como acción cultural, paso previo para transformarse en “revolución cultural“. Por otro lado, confunden el sentido pedagógico de la revolución -o la acción cultural- con la nueva educación que debe ser instaurada conjuntamente con el acceso al poder.
Sería realmente una ingenuidad esperar de las élites opresoras una educación de carácter liberador. La revolución tiene un carácter pedagógico y el acceso al poder es sólo un momento, por más decisivo que sea.

En una visión dinámica de la revolución, ésta no tiene un antes y un después absolutos, cuyo punto de división está dado por el acceso al poder. Generándose en condiciones objetivas, lo que busca es la superación de la situación opresora, conjuntamente con la instauración de una sociedad de hombres en proceso de permanente liberación.

Por otra parte, si no es posible dialogar con las masas populares antes del acceso al poder, dado que a ellas les falta la experiencia del diálogo, tampoco les será posible acceder al poder ya que les falta, igualmente, la experiencia del poder. Esto nos parece tan obvio como decir que un hombre no aprende a nadar en una biblioteca, sino en el agua.

El diálogo como encuentro de los hombres para la “pronunciación” del mundo es una condición fundamental para su verdadera humanización.
Por eso el camino de la revolución es el de la apertura hacia las masas populares, y no el del encerramiento frente a ellas.

Sobre estas consideraciones generales, iniciemos ahora un análisis a propósito de las teorías de la acción antidialógica y dialógica. La primera, opresora; la segunda, revolucionario-liberadora.

Conquista

El antidialógico, dominador por excelencia, pretende, en sus relaciones con el contrario, conquistarlo, cada vez más, a través de múltiples formas. Desde las más burdas hasta las más sutiles. Desde las más represivas hasta las más cursis, cual es el caso del paternalismo.

Todo acto de conquista implica un sujeto que conquista y un objeto que es conquistado. Quien conquista imprime su forma al conquistado, quien al introyectarla se transforma en un ser ambiguo. Un ser que, como ya hemos señalado, “aloja” en sí al otro.
Y por otro lado, la acción dialógica es indispensable para la superación revolucionaria de la situación concreta de opresión.

Los opresores se esfuerzan por impedir a los hombres el desarrollo de su condición de ”admiradores" del mundo. Dado que no pueden conseguirlo en su totalidad, se impone la necesidad de mitificar el mundo.
De ahí que los opresores desarrollen una serie de recursos mediante los cuales proponen a la “admiración” de las masas conquistadas y oprimidas un mundo falso. Un mundo de engaños que, alienándolas más aún, las mantenga en un estado de pasividad frente a él.

El mito, por ejemplo, de que el orden opresor es un orden de libertad. De que todos son libres para trabajar donde quieran. Si no les agrada el patrón, pueden dejarlo y buscar otro empleo. El mito de que este “orden” respeta los “derechos humanos” y que, por lo tanto, es digno de todo aprecio. El mito de que todos pueden llegar a ser empresarios siempre que no sean perezosos. El mito del derecho de todos a la educación. El mito de su caridad, de su generosidad, cuando lo que hacen, en cuanto clase, es un mero asistencialismo, que se desdobla en el mito de la falsa ayuda. El mito de que la rebelión del pueblo es un pecado en contra Dios. El mito de la propiedad privada como fundamento del desarrollo de la persona humana, en tanto se considere personas humanas sólo a los opresores. El mito de la dinamicidad de los opresores y el de la pereza y falta de honradez de los oprimidos. El mito de la inferioridad “ontológica” de éstos y el de la superioridad de aquéllos.

Todos estos mitos y muchos otros, y cuya introyección a las masas oprimidas es un elemento básico para lograr su conquista, les son entregados a través de una propaganda bien organizada, o por lemas, cuyos vehículos son siempre denominados “medios de comunicación de masas”, entendiendo por comunicación el depósito de este contenido enajenante en ellas.

Las élites dominadoras de la vieja Roma ya hablaban de la necesidad de dar a las masas “pan y circo” para conquistarlas, “tranquilizarlas”, con la intención explícita de asegurar la paz.
Si bien los contenidos y los métodos de la conquista varían históricamente, lo que no cambia, en tanto existe la élite dominadora, es este anhelo necrófilo por oprimir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario