lunes, 30 de septiembre de 2013

Pedagogía del Oprimido, parte 17

Colaboración

En la teoría de la acción dialógica los sujetos se encuentran, para la transformación del mundo, en colaboración. No existe un sujeto que domina por la conquista y un objeto dominado. En lugar de esto, hay sujetos que se encuentran para la pronunciación del mundo, para su transformación.

El liderazgo no es propietario de las masas populares, a pesar de que a él se le reconoce  un papel fundamental, indispensable.
La colaboración, como característica de la acción dialógica, la cual sólo se da entre sujetos, sólo puede realizarse en la comunicación.
El diálogo, que es siempre comunicación, sostiene la colaboración.
En la teoría de la acción dialógica, no hay lugar para la conquista de las masas para los ideales revolucionarios, sino para su adhesión.

El diálogo no impone, no manipula, no domestica, no esloganiza.
No significa que no conduzca a nada, el dialógico tiene una conciencia clara de lo que quiere. De los objetivos por los cuales se comprometió. Tiene un compromiso con la libertad. No puede pretender conquistarlas.

Por el contrario de lo que ocurre con la conquista, que mitifica la realidad para mantener la dominación, en la teoría dialógica, los sujetos se vuelcan sobre la realidad de la que dependen, que, problematizada, los desafía.
La teoría dialógica exige el descubrimiento del mundo, que es su desmitificación.

El descubrimiento del mundo y de sí mismos, en la praxis auténtica, hace posible su adhesión a las masas populares.

La confianza de las masas en el liderazgo, implica la confianza que éstas tengan en ellas.

Por esto, la confianza en las masas populares oprimidas no puede ser una confianza ingenua.
El liderazgo debe confiar en las potencialidades de las masas a las cuales no puede tratar como objetos de su acción. Debe confiar en que ellas son capaces de empeñarse en la búsqueda de su liberación y desconfiar siempre de la ambigüedad de los hombres oprimidos. No desconfiar de ellos en tanto hombres, sino desconfiar del opresor “alojado” en ellos.

Es que la confianza, aunque base del diálogo, no es un a priori  de éste, sino una resultante del encuentro en que los hombres se transforman en sujetos de la denuncia del mundo para su transformación.

De ahí que, mientras los oprimidos sean el opresor que “tienen” dentro más que ellos mismos, su miedo natural a la libertad puede llevarlos a la denuncia, no de la realidad opresora, sino del liderazgo  revolucionario.

La humildad y la capacidad de amar, es lo que hace posible la “comunión” con el pueblo. Y esta comunión, indudablemente dialógica, se hace colaboración.

Lo que exige la teoría de la acción dialógica es que, cualquiera que sea el momento de la acción revolucionaria, ésta no puede prescindir de la comunión con las masas populares.

La revolución es biófila, es creadora de vida, aunque para crearla sea necesario imposibilitar las vidas que prohíben la vida.
No existe la vida sin muerte, así como no existe la muerte sin vida. Pero existe también una “muerte en vida“. Y la “muerte en vida es, exactamente, la vida a la cual se le prohíbe ser”.

Lo que defiende la teoría dialógica, es que la denuncia del “régimen de  injusticia y que engendra miseria” sea hecha con sus víctimas a fin de buscar la liberación de los hombres, en colaboración con ellos.

Unir para la liberación

Si en la teoría de la acción antidialógica se impone, necesariamente, el que los dominadores provoquen la división de los oprimidos, en la teoría dialógica, por el contrario, el liderazgo se obliga incansablemente a desarrollar un esfuerzo de unión de los oprimidos entre sí y de éstos con él para lograr la liberación.

Si a la élite dominante le es fácil la praxis opresora, no es lo mismo lo que se verifica en el liderazgo revolucionario al intentar la praxis liberadora.
Mientras la primera cuenta con los instrumentos del poder, los segundos se encuentran bajo la fuerza de este poder.

La primera se organiza a sí misma libremente, y, aun cuando tenga divisiones accidentales y momentáneas, se unifica rápidamente ante cualquier amenaza a sus intereses fundamentales. La segunda, que no existe sin las masas populares, en la medida en que es una contradicción antagónica de la primera, tiene, en esta condición, el primer  problema a su propia organización.

La situación concreta de opresión, al dializar el yo del oprimido, al hacerlo ambiguo, emocionalmente inestable, temeroso de la libertad, facilita la acción divisora del  dominador en la misma proporción en que dificulta la acción unificadora indispensable para la práctica liberadora.

La unión de los oprimidos es un quehacer que se da en el dominio de lo humano y no en el de las cosas. A fin de que se unan entre sí, es necesario que corten el cordón umbilical de carácter mágico o mítico, a través del cual se encuentran ligados al mundo de la opresión.

Las formas de acción cultural tienen el objetivo de aclarar a los oprimidos la situación concreta en que se encuentran, que media entre ellos y los opresores.
Estas formas de acción se oponen a los discursos verbalistas inoperantes tanto como al activismo mecanicista, pueden oponerse también a la acción divisora de las élites dominadoras y dirigir su atención en dirección a la unidad de los oprimidos.

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