martes, 11 de junio de 2013

La Espiritualidad del Cuerpo, parte 8

Capitulo 10
La Tranquilidad de espíritu

En el nivel físico, el conflicto entre el yo y el cuerpo ocasiona una pérdida de armonía. El mismo conflicto resta tranquilidad de espíritu al individuo. Sin tranquilidad de espíritu, la plenitud de ser, que se manifiesta psicológicamente en una actitud de amabilidad, resulta imposible.
La mayoría de los problemas tienen origen en un conflicto entre el sentimiento y el pensamiento, entre lo que uno quiere hacer y lo que uno cree que debe hacer. Si tuviéramos fe en nuestros sentimientos y los obedeciéramos, como hacen los animales, tendíamos tranquilidad de espíritu.
Creyendo que sabe y pensando que tiene razón, el hombre se vuelve contra la naturaleza. Es una batalla que no puede ganar, pero tiene miedo de perder.
Debemos entender que la tranquilidad de espíritu proviene de la armonía dentro del yo y con la naturaleza.

Si no nos apaciguamos, no podemos acumular las reservas de energía que necesitamos para enfrentar las exigencias de la vida moderna. Y para apaciguarnos, debemos habitar plenamente nuestro cuerpo.
Un principio básico de la Bioenergía es que un individuo pierde contacto con cualquier parte del cuerpo que sostenga una tensión muscular. Cuanto más rígido está el cuerpo, menos sensaciones tiene el individuo y más se asemeja su cuerpo a una máquina. Al mismo tiempo, el cerebro se vuelve más activo y el individuo comienza a basar su sentido del yo en los procesos mentales. Hay muy poca vida en una persona así, y no mucha espiritualidad.

Los antiguos chinos eran muy conscientes de la necesidad de armonía entre posiciones antitéticas y fuerzas opuestas. Hoy en día, podríamos lograr esa armonía integrando las filosofías oriental y occidental. La vía occidental a la tranquilidad de espíritu se hace a través del proceso conocido como análisis o terapia. La vía oriental, a través de la meditación.

Es un error creer que los conflictos emocionales profundos se pueden resolver a través del mero razonamiento consciente. Las actitudes y conductas neuróticas se han incorporado en gran medida al cuerpo por medio de tensiones musculares crónicas sobre las cuales la mente no tiene ningún control. Estas tensiones deben ser eliminadas primero para lograr una verdadera solución al conflicto.
La Bioenergética ofrece una ruta más directa al inconsciente. Por vía de leer el lenguaje del cuerpo, se pueden determinar los conflictos de la personalidad, en las zonas de rigidez y tensión crónicas.
Trabajando con el cuerpo, se pueden percibir estas tensiones y a ponerse en contacto directo con el subconsciente.

Los sentimientos suprimidos son en general demasiado atemorizadores como para experimentarlos sin el apoyo y la comprensión de un terapeuta.
La experiencia terapéutica puede compararse con el relato que hace Dante en la Divina Comedia. Cuando el poeta se encuentra perdido en el bosque frente a tres animales feroces, apela a Beatriz, su protectora en el cielo. Como el camino al hogar pasa a través del infierno y el purgatorio, Beatriz le envía al poeta romano Virgilio para que lo guíe. Al atravesar el infierno Dante ve los castigos impuestos a los pecadores. El recorrido es peligroso porque un paso en falso lo dejaría atascado en alguno de los abismos del infierno. Sólo gracias a la guía de Virgilio puede Dante pasar a salvo a través del infierno y el purgatorio. El paciente en terapia atraviesa una experiencia similar en el camino hacia el autoconocimiento y la salud. Su propio infierno privado consiste en los sentimientos dolorosos que suprime para poder sobrevivir: desesperación, pánico, furia, humillación. Las tensiones musculares crónicas que acompañan a estos sentimientos no pueden aflojarse del todo hasta que los sentimientos son atraídos a la conciencia y expresados. Ese proceso requiere la ayuda de un terapeuta que hubiera enfrentado su infierno, que conociera sus peligros y atravesara su propia salida.

En su gran mayoría, las personas de hoy están suspendidas entre el cielo y el infierno, atisbando al uno o al otro ocasionalmente. Podemos experimentar momentos de júbilo, pero con demasiada frecuencia sentimos que podríamos caer en un abismo. La única salida a esta situación es hacer lo que hizo Dante. Explorando el infierno personal, descendiendo a las profundidades del propio ser con la luz de la conciencia, se elimina el infierno, que sólo puede existir en la obscuridad. De manera similar, cuando los sentimientos suprimidos son atraídos a la conciencia y aceptados, ya no pueden seguir atormentándonos.

Concebimos el infierno como un lugar en lo más hondo de las entrañas de la tierra. Nuestro infierno personal se sitúa en lo más hondo de las entrañas del cuerpo, en la cavidad pélvica que aprisiona la sexualidad. Aquí se encuentran las raíces de nuestra verdadera espiritualidad. Aquí, en la matriz, es donde empieza la vida y donde experimentamos por primera vez la gloria del paraíso. Cuando venimos al mundo, somos expulsados del paraíso. Podemos recuperar esa sensación de gloria cuando, en la seguridad de los brazos de nuestra madre, nos prendemos de su pecho. También la podemos tener cuando, en la seguridad del amor de nuestro compañero, nos unimos a él en un abrazo sexual. Hay otras ocasiones en las que experimentamos el júbilo de la plenitud, pero eso depende de que estemos en contacto con la parte más profunda de nosotros mismos. Reconocemos ese contacto cuando notamos esa onda de excitación fluir a través del cuerpo a la base pélvica y a través de las piernas hasta el suelo.

Las religiones orientales reconocen la importancia de que el individuo salga de su cabeza y descienda a las profundidades de su ser. La técnica usada es la meditación. El aquietar los ruidos parásitos de la mente nos permite escuchar los sonidos del alma.
La clave de la meditación consiste en respirar profundamente, lo que ayuda al individuo a relajarse.

Yo aplico un tipo de meditación que resulta muy útil. Mientras camino, centro la atención en el cuerpo para sentir cada uno de sus movimientos. Cuando puedo dejar que me lleven las piernas, siento una unión con el cuerpo, el suelo y el entorno. La respiración se hace espontáneamente más profunda, llegando a la pelvis. La mente deja de formar palabras a medida que persigue las sensaciones del cuerpo. La misma técnica es útil en los ejercicios bioenergéticos. El principio consiste en sentir el cuerpo y los ejercicios están diseñados para conseguirlo. Es un principio que se puede aplicar a todas las actividades.

Uno vive plenamente el presente cuando habita plenamente el cuerpo. Cuendo el estado de conciencia se extiende tan profundamente dentro del cuerpo uno siente la pulsión de la vida. Así es como funcionan los animales. Un gato tendido al sol que mira por la ventana es el cuadro perfecto de un organismo en paz consigo mismo y con el mundo. Nosotros, los seres humanos, experimentamos ese estado cuando nuestro presente incluye el pasado y determina el futuro, y la tradición sirve de eslabón conector.

En el centro mismo de cada uno de nosotros hay un alma animal en armonía con la naturaleza, con el mundo y con el universo. Si nos separamos de ella, nuestra mente sigue funcionando lógicamente, pero nuestros pensamientos tienen poco valor humano. Como escribió Saul Bellow: “En la más grande de las confusiones sigue habiendo un canal abierto al alma. Puede ser difícil de encontrar… pero el canal está siempre allí, y nos compete a nosotros mantenerlo siempre abierto, tener acceso a la parte más profunda de nosotros mismos… a esa parte que es consciente de un estado superior de conciencia”.

Ese canal no existe en la mente. Existe, en cambio, en el cuerpo, y es el canal a través del cual pasan las ondas de excitación a la pelvis. Luego, por ser pendular, la onda fluye hacia arriba tanto como antes corría hacia abajo. Un estado superior de conciencia se conecta con una conciencia más profunda. Un árbol puede tender al cielo sólo en la medida en que sus raíces se hunden en la tierra.

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