jueves, 13 de junio de 2013

La Espiritualidad del Cuerpo, parte 9

Capitulo 11
El amor y la fe

La aseveración de que “no sólo de pan vive el hombre” implica que una persona necesita tener fe, además de pan, para sobrevivir. Mientras que el pan basta por sí solo para sustentar el cuerpo, el animal humano necesita otro sustento para su espíritu. Ese alimento espiritual es el amor, que consiste en una profunda y sentida conexión con otra u otras personas, con otra criatura, con la naturaleza o con Dios. Yo no creo que los seres humanos sean los únicos que tienen esa necesidad. El espíritu de un animal languidece si se le aísla del contacto con la vida. Se puede caracterizar la conexión de un animal con su medio, incluidas las criaturas que en él se encuentran, como una relación de amor en el mismo nivel que el amor que puede sentir una persona por su hogar o su tierra.

¿Los animales tienen fe? La respuesta se contesta según hablemos de la fe como un sistema de creencias o como una actitud corporal. La distinción es muy importante pues es posible que un individuo proclame su fe y sin embargo actúe de modo que desmienta esa aseveración.
Si el amor es una sensación corporal y la fe una actitud corporal, podemos decir que un animal es capaz de sentir amor y tener fe.
Esa era la condición del hombre en los primeros días de su existencia, antes de adquirir conciencia de sí mismo. Entonces, su fe con la naturaleza y la vida estaba biológicamente determinada por el pleno y libre flujo de la excitación del cuerpo.

En vez de tener fe, los occidentales hemos depositado nuestra confianza en la ciencia, que representa el poder de la mente humana para superar todas las dificultades que nos rodean. La ilusión de superioridad frente a la naturaleza destruye la conexión que da su significado a la vida, la excitación y su alegría. Esa ilusión niega la naturaleza espiritual del hombre. Necesitamos establecer un equilibrio y una armonía apropiados entre las fuerzas antagónicas de la personalidad, entre la mente racional y el cuerpo animal, entre la aspiración a volar y la necesidad de arraigarnos a la realidad de la dependencia de la tierra, de la que extraemos alimento y sustento.

En Oriente, por amor de sus creencias animistas, la gente mantiene la fe en el poder curativo del cuerpo. En muchos casos comprobados, la fe ha convertido un diagnóstico fatal en una cura aparentemente milagrosa. Esto no se debe a la acción de fuerzas misteriosas del exterior. La fe opera desde dentro, aunque se puede invocar a través de la experiencia del amor. Cuando alguien establece una conexión con lo universal, su energía se eleva al punto de inundar su cuerpo, y se irradia en un estado de gozosa excitación. Y como esa excitación o energía es la fuente de la vida, puede superar los efectos destructivos de la enfermedad. La fe debe definirse, por lo tanto, como el estado de una actitud abierta y el resultado de la excitación que fluye libremente por el cuerpo.

Por desgracia, muchas personas se encuentran parcialmente cerradas a la vida y al amor debido a las traiciones que sufrieron en su infancia, y que las obligaron a contraer el cuerpo, reduciendo su energía y debilitando su fe. Estas personas adquirieron tensiones musculares crónicas que pueden compararse con una armadura. Pero es su defensa misma la que perjudica su salud y lo torna vulnerable a la enfermedad.
Si la apertura es una actitud vital positiva, cerrarse en algún grado es una actitud negativa. Estos rasgos negativos se mantienen en la edad adulta a través del temor de dejarse llevar, de entregar el cuerpo o renunciar a tenerlo todo bajo control.

Como el hombre nunca puede por entero someter a la naturaleza, está en constante lucha con ella. Esta lucha, que se refleja en la lucha entre el yo y el cuerpo, priva al hombre de la tranquilidad de espíritu que necesita para experimentar el gozo que ofrece la vida. Sólo los niños pequeños y los animales salvajes conocen ese gozo, que Dostoievsky describió como el regalo de Dios. Esta lucha es más intensa entre los individuos neuróticos que en los sanos. A menudo asume el disfraz de una lucha por el poder, por el éxito, por la autoestima o por el amor.

El individuo no encontrará seguridad en ningún proceso de pensamiento disociado de sus raíces, que se arraigan en las sensaciones del cuerpo.
Muchos individuos han enfrentado la muerte sin temor porque ser francos consigo mismos era más importante que vivir con una mentira. Ser franco con uno mismo significa conocer y aceptar todos los sentimientos que uno tiene.

El narcisista no confía en sus sentimientos, no puede aceptarse a sí mismo, porque siente que lo que es no está a la altura de lo que se espera que sea. Incapaces de confiar en nosotros mismos, no podemos confiar en los demás. Carentes de confianza o fe en nosotros mismos, somos incapaces de confiar en la naturaleza.

La persona que tiene fe no crea presiones explosivas que deban suprimirse por ser potencialmente destructivas; en consecuencia, no tiene ningún temor a perder el control. Al tener fe en la vida, esta persona puede permitir el libre flujo de sus impulsos naturales, a los que sólo modificará para asegurarse de que su expresión sea apropiada. Y entonces el hecho de perder el control, como ocurre en el orgasmo sexual, como ocurre en las danzas sufíes y en la práctica del zen, conduce al gozo y la plenitud: al sentido de la espiritualidad del cuerpo.



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