martes, 29 de enero de 2013

De la Psicología a la Espiritualidad, parte 17




La irradiación del Sí-mismo:
El amor incondicional, la sabiduría,
La misión y la curación

Los arquetipo son complejos que vivimos,
que aparecen como un destino en nuestra vida personal.
Carl Jung

Existe un inmenso reservorio inconsciente  constituido de imágenes y símbolos comunes a toda la humanidad, un inconsciente colectivo, habitado de temas simbólicos presentes, con algunas variaciones, en todos los humanos. Jung llamó a estos temas “arquetipos”, o también “imágenes primordiales” e “ideas principales”.
Se ha descrito el Sí-mismo como el “arquetipo magno”, la “imagen de lo divino” en el alma. El Sí-mismo se encuentra idealmente en el centro de la organización de los arquetipos y coordina sus acciones. No tiene influencia directa sobre la persona, sino que actúa y se concretiza por mediación de cuatro arquetipos: el arquetipo del “buen Padre” y de la “buena Madre”, que aseguran el amor incondicional a uno mismo; el “Sabio”, que da sentido a la vida entera; el “Guía interior”, que ayuda a descubrir la misión personal; y, finalmente, el “Sanador interior”, que resuelve todos los conflictos psíquicos de los que provienen las enfermedades.

El amor incondicional a uno mismo y a los demás:
Ser amado y amar

Dejémonos llorar el sueño más viejo del mundo,
dejémosle reír, dejémosle que nos haga temblar,
dejémonos quemar en él los dedos,
dejémonos danzar y sentar en nuestras rodillas
al sueño más viejo: ser amado.
Sin motivo. Sin merecerlo. Porque sí
Christiane Singer

El amor a uno mismo depende de la convicción de sentirse amable y amado de manera incondicional. Éste es el sentimiento religioso por excelencia. La sensación de ser amado de forma totalmente gratuita es afín a la experiencia-cumbre.
Es el amor a sí mismo lo que da de modo constante la certeza de ser amable y amado. El Sí-mismo es nuestra instancia amorosa secreta al servicio de nuestro ego.
Para activarse, el amor a Sí-mismo necesita de meditaciones humanas. El arquetipo del Sí-mismo es una energía que espera encontrar experiencias de amor. Si un niño es criado en un clima carente de amor, el amor del Sí-mismo, aunque este presente, permanecerá inhibido e inoperante. Se desarrollará entonces en el niño un superyó tiránico que le someterá a un régimen de obligaciones y le llevará al desaliento y la desesperanza.
Si el niño es objeto de muestras de amor y valoración, aprenderá a recibirlas e  integrarlas. Gracias a esas experiencias de amor incondicional, el propio Sí-mismo adoptará la forma de “buen padre” o “buena madre”, o ambas a la vez, fuente inagotable de amor a uno mismo.

Cuando se deja al Sí-mismo ejercer su influjo amoroso, suscita un sentimiento radical de amor a uno mismo, a la vez que proporciona la sensación de ser reconocido y estimado por lo que se es en lo más profundo de uno mismo. La persona se siente entonces amada sin motivo, pese a maldades, defectos, fracasos y transgresiones.
Aunque en algunos momentos se experimente un sentimiento legítimo de culpabilidad por faltas o errores, el sentimiento de haber sido aceptado y perdonado de una vez por todas se revela más fuerte y proporciona la seguridad de ya no estar expuesto a perder esa fuente de amor infinito. Después de haber descubierto el amor del Sí-mismo, estaremos en condiciones de vivir del amor del perdón.

El proceso de perdón, que exige una superación en el amor, es a la vez una empresa humana y un don divino. Como el de duelo, requiere la participación del ego y del Sí-mismo; la del ego para curar la herida, y la del Sí-mismo para amar con una generosidad sobrehumana.

Los dos grandes momentos del perdón

Sanar la autoestima
En primer lugar, haz la paz contigo mismo,
entonces podrás aportar la paz a los demás.
Thomas de Kempis

Es esencial que en el proceso de perdón se emprenda la curación de la autoestima en forma de auto-respeto; de lo contrario, el perdón es una realidad ilusoria e imposible.
Es importante reconocer que la autoestima y el auto-respeto han sido dañados. Ahora bien, hay quien, so pretexto de perdonar, tiende a negar su herida y a reprimirla de diversas formas: excusando al ofensor, sintiéndose culpable por haberlo provocado, intentando olvidar, deseando mostrarse magnánimo, etc.
Así se traiciona de nuevo al negarse a reconocer su emotividad herida. En suma, se niega a afrontar la humillación y el daño a su autoestima y su dignidad.

Hay una etapa de importancia capital: el perdón a uno mismo. Una de las consecuencias desastrosas de la ofensa es la autoidentificación con el ofensor. Debido a un curioso fenómeno, la víctima se “contamina” de los gestos ofensivos, hasta el punto de querer repetirlos, o bien en los demás, y en particular en el ofensor, vengándose, o bien en sí misma, en una suerte de autocastigo.
Antes de pensar en perdonar al ofensor, el ofendido debe reestablecer su armonía, rota por la ofensa. Para ello debe apelar a una instancia superior a la del ego, que está atrapado a la vez en el papel de ofensor y de víctima. El Sí-mismo es el que puede sacar al ego de ese trance y recrear su unidad a fin de prepararle para tener la experiencia del don divino de sentirse perdonado.

Tener la experiencia del amor incondicional

Una pregunta muy actual es si el perdón humano es posible sin la ayuda de Dios. Sí, responden ciertos psicólogos humanistas reduciendo el perdón a una mera técnica terapéutica. Esta postura desvía el perdón del fin que le es propio: la superación en el amor a los ofensores. Lo que permite realizar un gesto tan generoso es el sentimiento profundo de ser amado y perdonado incondicionalmente por el Sí-mismo.
El “perdonador” goza de la “gracia” del Sí-mismo, que confiere un amor superior a cualquier amor humano. Esto es lo que le permite perdonar a la vez. De hecho, su perdón no es sino eco del perdón del Sí-mismo. La fuerza del perdón recibido del Sí-mismo le hace capaz de perdonar a su vez.

La adquisición de la sabiduría

Para poder responder la pregunta sobre el sentido de la vida, hay que hacer referencia al arquetipo del Sabio.
La gente reacciona ante el vacío interior de diversas maneras, y está a merced de los “mercaderes de felicidad”. Unos se distraen con el consumo excesivo, el juego, las drogas, las proezas sexuales, etc. Otros buscan el sentido de su vida en sectas y gurús. Algunos insatisfechos declaran absurda la vida y piensan en el suicidio.
El antídoto a este vacío del alma es la voluntad de sentido, que significa una constante pasión por vivir.

Para dar sentido a la vida, se debe aprender: 1) a descubrir la propia misión, es decir, la aportación personal y original a la comunidad; 2) a experimentar valores, como el amor, la creatividad, la comunión con la naturaleza…..3) a encontrar una razón de ser al propio sufrimiento.

El sentido del sufrimiento
En ciertos momentos la vida parece desprovista de sentido, como en los periodos de gran aflicción, de pérdida substancial  o de graves heridas. Entonces se encuentra uno perdido, por eso es importante hallar un oído atento, dispuesto a escuchar el reguero de emociones. Después, y sólo después, de que la persona esta segura de este apoyo afectivo, el interlocutor podrá apelar a la sabiduría del Sí-mismo de la víctima, lo que hará haciéndole las siguientes preguntas e invitándole a dejar fluir las respuestas de la sabiduría del Sí-mismo:
¿Has aprendido algo del sufrimiento, el duelo o la ofensa sufrida?
¿Qué nuevos recursos vitales has descubierto en ti?
¿Qué limitaciones o debilidades has descubierto en ti y como has logrado salir de ellas?
¿Te has vuelto más humano y compasivo con los demás?
¿Qué nuevo grado de madurez has alcanzado?
¿En que te ha iniciado esta prueba?
¿Qué nuevas razones para vivir te has dado?
¿Hasta que punto ha revelado tu herida el fondo de tu alma?
¿De que manera vas a proseguir el curso de tu vida?
https://www.dropbox.com/s/r38wxy4gjcw5p4v/Autoestima%2017.mp3
Música y audio en:


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