martes, 28 de junio de 2016

El Gozo, parte 4

Cap. 1 (continuación)

El viaje de autodescubrimiento que es el proceso terapéutico no puede hacerse solo. Como Dante en La Divina Comedia, el viajero se siente perdido y confundido. Dante, en su angustia, llamó en su ayuda a su protectora, Beatriz, que estaba en el Cielo; y ella le envió a Virgilio, el poeta latino, para que fuera su guía y lo condujera de vuelta al hogar a través del Infierno que somete al viajero a tantos azares. Si Virgilio podía ayudar a Dante a atravesar esta zona aterradora, es porque el mismo la había cruzado ya. Con su auxilio, Dante logro pasar el Infierno y el Purgatorio para al fin entrar en el Paraíso. En el proceso terapéutico, el guía es una persona que ha hecho un viaje similar de autodescubrimiento de su propio infierno. En una terapia analítica, el guía debe haberse sometido antes a un análisis cabal, que lo haya llevado a su autorrealización.

Para el paciente en terapia, el infierno es el inconsciente reprimido, el submundo donde están enterrados los terrores del pasado: la desesperanza, el tormento, las manías. Si el paciente desciende a ese mundo tenebroso, experimentara los dolores propios del pasado enterrado; revivirá los conflictos que no pudo antes manejar y descubrirá en sí mismo una fortaleza con la que había soñado, pero de la que no se suponía capaz.
Cuando el paciente comprueba que sus terrores eran los temores de su infancia, y que como adulto está en condiciones de hacerles frente, hace suya esa fortaleza. El Infierno solo existe en las tinieblas de la noche y de la muerte; a la luz del día, vale decir, con plena conciencia, no se ven monstruos reales. Las madrastras malvadas resultan ser las madres enojadas que aterraban al niño. Los sentimientos supuestamente vergonzantes, peligrosos e inaceptables son reacciones naturales frente a situaciones anormales. Lentamente el paciente vuelve a adueñarse de su cuerpo, y de su self.

He señalado en otro lugar que el inconsciente es la parte del cuerpo que uno no siente. La conciencia es como la punta del iceberg que se proyecta por encima de la superficie del mar, pero también incluye la parte subyacente a la superficie, la que no puede verse. Hay grandes zonas de nuestro cuerpo que no podemos sentir.
En personas con problemas o conflictos emocionales, ciertas zonas que normalmente están dentro del alcance de la conciencia no son percibidas a raíz de que fueron inmovilizadas por la tensión crónica. La inmovilización bloquea impulsos amenazadores pero también anestesia ese sector del cuerpo, provocando una perdida de esa parte del self. Dichas zonas, pues, representan conflictos emocionales reprimidos en el subconsciente; por ejemplo, la mayoría de las personas no percibe la tensión de sus mandíbulas, ni se da cuenta de que deriva de la supresión de los impulsos a morder o llorar. Estos conflictos son los representantes de lo inconsciente reprimido, el submundo en que han sido sepultados los sentimientos que el ego o mente consciente creen peligrosos, vergonzantes o inaceptables.
Al igual que las almas en el infierno, tales sentimientos muertos para la mente consciente, siguen viviendo en el submundo de los tormentos. Ocasionalmente el tormento alcanza la conciencia, pero dado que es un peligro para la supervivencia, vuelve a ser enterrado. Vivir en la superficie, de acuerdo con los términos del ego, es una manera narcisista de vida que resulta vacía y en general conduce a la depresión. Vivir en las honduras del propio ser puede ser penoso y aterrador al principio; pero también gratificante y gozoso si tenemos el coraje de atravesar el Infierno que nos lleva al Paraíso.
Los sentimientos profundos, enterrados, son los que pertenecen al niño que fuimos, el niño inocente y libre que conoció la alegría hasta que su espíritu fue quebrantado cuando se lo hizo avergonzar y sentir culpa por sus impulsos naturales. Ese niño continua viviendo en nuestro corazón y en nuestras entrañas, pero hemos perdido contacto con él, o sea, con la parte mas profunda nuestra. Para encontrarnos, para hallar al niño sepultado, debemos entrar en esas zonas oscuras de nuestro ser, en las tinieblas de lo inconsciente. Debemos hacer frente a los temores y peligros que implica ese descenso, y para ello precisamos la ayuda de un guía- terapeuta que ya haya terminado su viaje en su propio proceso de autodescubrimiento.

Estas ideas guardan un paralelismo con el pensamiento mitológico, en el cual se equipara al diafragma con la superficie de la Tierra. La parte del cuerpo que está por encima del diafragma se encuentra a la luz del día, la que está por debajo (el vientre), yace en la oscuridad de la noche e inconsciente. La mente consciente tiene cierto control sobre los procesos de la parte superior del cuerpo, pero escaso o nulo sobre los de la mitad inferior, que incluyen las funciones sexuales, excretorias y de la reproducción. Este sector del cuerpo esta íntimamente conectado con la naturaleza animal del hombre, en tanto que las funciones de la mitad superior están mas sujetas a influencias culturales. La forma mas simple de describir esta diferencia consiste en decir que comemos como seres humanos, pero defecamos como animales. Quizá porque la parte inferior esta más asociada a nuestra índole animal, sus funciones (sobre todo la sexualidad y la locomoción) pueden brindar experiencias muy gratificantes, jubilosas y hasta de éxtasis.

martes, 21 de junio de 2016

El Gozo, parte 3

Cap. 1 (continuación)

Dado que constituyen la vida del cuerpo, cuando se juzga buenos o malos a los sentimientos, se está juzgando a los individuos, no sus acciones.
Esto es lo que a menudo hacen los padres, cuando le dicen al niño que es bueno o malo por albergar determinados sentimientos. Se aplica en especial a los sentimientos sexuales, pero también a muchos otros. Los padres suelen hacerlo para avergonzar al niño por sentirse atemorizado, lo que lo obliga a negar su temor y a mostrarse valiente. Pero no sentir temor no implica que uno sea corajudo... lo único que significa es que uno no siente. Ningún animal salvaje distingue el bien del mal, siente vergüenza o culpa. Ningún animal en la naturaleza tiene un superego o es consciente de sí mismo. Está libre de toda coerción interna derivada del temor.
El sentimiento es la percepción de un movimiento interior; Si no hay movimiento, no hay sentimiento. Así, si uno deja caer inmóvil el brazo durante varios minutos, pierde la sensación del brazo; decimos que está “como muerto”. El mismo principio es valido para todos los demás sentimientos. La ira, por ejemplo, es el sentimiento correspondiente a un estallido de energía corporal que activa los músculos capaces de ejecutar la acción airada. Ese estallido es un impulso, que al ser percibido por la mente consciente crea un sentimiento. No obstante, la percepción es un fenómeno de superficie, lo cuál significa que el impulso solo origina el sentimiento cuando alcanza la superficie del cuerpo, incluyendo el sistema muscular involuntario.  Muchos pulsos del cuerpo no generan sentimientos a raíz de que permanecen confinados en el interior. No sentimos de ordinario el latido del corazón pues no alcanza la superficie. Si se hiciera muy intenso, su efecto se sentiría en ésta y seriamos conscientes de nuestro corazón.

Cuando un impulso llega a un músculo, este se predispone a actuar. Si es un músculo voluntario, la acción queda bajo, el  control del ego y puede ser limitada o modificada por la mente consciente. El bloqueo de la acción genera un estado de tensión en el músculo, que se carga energéticamente para actuar, pero no
lo hace debido al mandato de restricción que le envía la mente. Esta tensión es consciente, o sea que puede liberarse ya sea retrayendo el impulso o dándole otra forma de descarga (p. ej., pegar un puñetazo sobre la mesa en vez de pegárselo a otra persona en la cara). Sin embargo, en la medida en que el agravio
o la afrenta que provoco la ira continúe como elemento irritante perturbador, el impulso colérico no se retirará. Esto es lo que ocurre en las peleas entre padres e hijos, ya que estos últimos no pueden huir y librarse de la hostilidad de aquellos, y en la mayoría de los casos no tienen otra forma de descargar el impulso sin provocar mas ira y hostilidad aun en el progenitor. En estas circunstancias, la tensión se torna crónica y dolorosa. Solo se logra alivio anestesiando la zona, inmovilizándola a fin de que pierda todo sentimiento.

Los individuos que suprimieron la ira contra sus padres como consecuencia del temor muestran una marcada tensión en los músculos de la parte superior de la espalda, que en muchos casos se eleva y forma una curva, creando una figura parecida a la de un perro o gato cuando se disponen a atacar. Pero el sujeto no está en contacto con su actitud corporal ni con la ira potencial que subyace: esta ira está congelada y el individuo, anestesiado. Puede estallar la furia ante la menor provocación sin percibir que lo que esta ventilando es una ira suprimida mucho tiempo atrás. Lamentablemente, esta reacción airada no libera la tensión, pues es una explosión más que una verdadera expresión de la ira subyacente.

Estas tensiones musculares crónicas se presentan en todo el cuerpo como signo de impulsos bloqueados y de sentimientos perdidos. Cada tensión impone un limite a la capacidad del individuo para expresarse. La mayoría de los miembros de nuestra cultura padece considerables tensiones crónicas en su musculatura (en el cuello, el pecho, la parte inferior de la espalda y las piernas, por nombrar solo algunas zonas), que los mantienen atados, restringiendo la gracia de sus movimientos y anulando su capacidad para expresarse libre y plenamente.

La tensión muscular crónica es el lado físico de la culpa, pues indica el mandato que ha promulgado el ego contra ciertos sentimientos y acciones. Algunos sujetos que padecen estas tensiones crónicas sienten, de hecho, culpa, pero la mayoría no se da cuenta o no sabe porque la siente. En un sentido especifico, la culpa corresponde a carecer del derecho de ser libre, de hacer lo que uno quiere. En un sentido general, es la sensación de no estar uno a sus anchas en su cuerpo, de no “sentirse bien”. Cuando uno no se siente cómodo con su propio self‘ la idea subyacente es: “Debo haber hecho algo malo o equivocado”.
Por ejemplo, si uno miente, se siente mal o culpable porque ha traicionado a su verdadero self, a sus sentimientos auténticos. Es natural sentir culpa por la mentira. Hay gente, empero, a la que eso no le pasa, y es porque en realidad no sienten: han suprimido el sentimiento. Por otro lado, uno no puede sentir culpa si esta “bien”, contento o alegre. Los dos estados — sentirse bien = sentir alegría; sentirse mal = sentirse culpable — son mutuamente excluyentes.
En la mayoría de los casos un fruto prohibido provoca sentimientos mezclados. Sabe bien — una de las razones por las que se lo ha prohibido: como es obvio, no es necesario ningún
mandato contra un objeto o actividad indeseable o desagradable — pero como lo ha vedado el superego, o sea, la parte de la mente consciente que incorpora los mandatos parentales, no podemos entregarnos al placer que nos produce. Esto da origen a un “gusto amargo”, que pasa a ser el núcleo de nuestros sentimientos de culpa. Por supuesto, la sexualidad es el fruto prohibido de nuestra cultura y casi todos los seres civilizados padecen, en alguna medida, de culpa o de vergüenza en torno de sus sentimientos y fantasías sexuales. En los individuos narcisistas hay una negación y disociación de los sentimientos, con la consecuencia de que no sienten culpa ni vergüenza, pero tampoco amor. Estos sujetos parecen desinhibidos y libres en su comportamiento sexual, pero su libertad es externa, no interna; es una libertad en la acción pero no en los sentimientos. Sus actos sexuales constituyen una “actuación” mas que una entrega al amor. Para ellos el sexo es un acto, no una experiencia gozosa. Sin la libertad interna de sentir profundamente y de expresar con plenitud esos sentimientos, no puede haber gozo.

La libertad interior se manifiesta en el donaire del cuerpo, su suavidad y vivacidad. Corresponde a la libertad respecto de la culpa, la vergüenza y la autoconciencia. Como ya dije, es una característica del ser que todos los animales salvajes poseen, algo que está ausente en la mayoría de los seres civilizados. Es la expresión física de la inocencia, de una manera de actuar espontánea, sin engaños, fiel al propio ser.

Lamentablemente, una vez que se pierde la inocencia, no puede recuperarse. Al adquirir el conocimiento de lo correcto y lo incorrecto, al saber sobre la sexualidad, ¿estaremos condenados a ser pecadores? ¿Tendremos que vivir en la falsedad, la manipulación y el autoengaño?
Todas las religiones predican la salvación y nos dicen que no estamos condenados al infierno, ni siquiera al purgatorio, aunque en esta vida muchas personas viven en ese plano. La salvación exige la entrega a Dios, el abandono del egotismo, el compromiso con una vida moral. Pero es mas fácil decirlo que hacerlo. Hemos perdido contacto con Dios porque hemos perdido contacto con el Dios que está dentro nuestro: el espíritu remolineante que anima nuestro ser, el centro pulsante del self interno que aviva y da sentido a nuestra vida. El objetivo de la terapia es conectamos con el Dios interior, y este Dios reside en el self natural, en el cuerpo que ha sido, creado a imagen y semejanza de Dios. El self natural esta enterrado dentro de éste bajo muchas capas de tensión, que representan los mandatos del superego y los sentimientos suprimidos. Para alcanzarlo, el paciente debe hacer un viaje retrospectivo en el tiempo hasta sus primeros años. Es un viaje penoso, pues despierta recuerdos atemorizantes y evoca sentimientos dolorosos; pero al levantar la represión y anular la supresión del sentimiento, poco a poco cobrara vida plena el cuerpo que Dios creo.

viernes, 17 de junio de 2016

El gozo, parte 2


Cap 1. (continuación)

El relato bíblico de Adán y Eva nos cuenta como la primera pareja humana perdió su alegría al perder su inocencia. Antes de comer el fruto prohibido del árbol del conocimiento, vivían en un estado de bienaventuranza en el Jardín del Edén, el Paraíso original, como animales, en medio de los demás animales que se regían por los instintos naturales de sus cuerpos. Una vez que comieron la manzana prohibida, aprendieron a diferenciar el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto. Sus ojos se abrieron y vieron que ellos estaban desnudos. Se cubrieron el cuerpo porque tuvieron vergüenza y se ocultaron de Dios porque sintieron culpa. Ningún otro animal salvaje sabe diferenciar el bien del mal, o siente vergüenza o culpa. Ningún otro animal es capaz de juzgar sus propios sentimientos, pensamientos y acciones. Ningún otro animal se enjuicia a si mismo. Ninguno puede concebir que algo sea “correcto” o “incorrecto”. Ninguno tiene un superego o es consciente de si — salvo el perro que vive en relación dependiente dentro del hogar de su dueño, mas o menos como les sucede a los niños —. Adiestramos a nuestros perros a fin de que observen ciertas pautas de conducta que consideramos buenas o correctas, y los castigamos o humillamos si nos desobedecen.

Al perro que no cumple las ordenes se lo tilda de “malo”, y la mayoría de los perros aprenden a conducirse para complacer a sus amos. Enseñarle a un perro o a un niño a conducirse en un medio civilizado es imprescindible para la vida social, y tanto el perro como el niño trataran naturalmente de amoldarse a lo que se espera de ellos, siempre y cuando que con ello no violen la integridad de sus respectivos organismos. Pero con mucha frecuencia se viola dicha integridad llevándolo al animal o al niño a resistirse, lo cual genera una lucha de poder que ninguno de ellos esta en condiciones de ganar. Se someten a la violación, y en la practica esto quiebra su espíritu. Es dable observar esta quiebra en un perro acobardado que pone su rabo entre las patas ante el amo, pero también es posible verlo en un niño cuyos ojos se tornan opacos, su cuerpo se vuelve rígido y adopta modales sumisos. Estos niños, al crecer, se transforman en adultos neuróticos que quizá sepan como vencer en una contienda, pero no saben como alcanzar el gozo.

Las personas que acuden a la terapia, por mas que tengan éxito en su carrera profesional, son individuos de espíritu quebrantado a punto tal que la alegría se ha vuelto para ellos un sentimiento extraño. El síntoma que presentan no es mas que la torpe manifestación de su congoja. Algunos han sido tan quebrados que terminan conduciéndose en forma disfuncional, en tanto que otros se convierten en marginales sociales. En este libro conoceremos algunas historias de este tipo que nos resultaran conmovedoras; pero seria un autoengaño suponer que uno es sano porque no va a ninguna terapia o cree que no la necesita. Yo inicie mi terapia con Reich ilusionado de que todo en mi andaba bien, pero no me llevo mucho tiempo darme cuenta de que estaba aterrado, me sentía inseguro y con el cuerpo tensionado. En un libro anterior, Bioenergética, narre algunas de mis experiencias en esa terapia, que si por un lado me sacudieron al mostrarme mi grado de neurosis, por el otro me indicaron el camino para recobrar mi integridad y me dieron valor para seguirlo.
Ese camino era la entrega al cuerpo, y lo que debía entregar era la identificación que tenia con mi ego, en favor de una identificación con mi cuerpo y sus sentimientos. En el plano del ego, me autoconsideraba un individuo inteligente, brillante y superior. Suponía que era capaz de grandes realizaciones, aunque ignoraba de cuáles. Quería ser famoso. Me movía una ambición poco común, que me había sido inculcada por mi madre compensando la falta de ambición de mi padre, aunque por suerte tuve de éste suficiente apoyo como para impedir que mi madre me dominase. La entrega al cuerpo implicaba renunciar a mi ego agrandado, que disimulaba y compensaba sentimientos subyacentes de inferioridad, vergüenza y culpa.

La entrega al cuerpo significa la entrega a la sexualidad, que, según yo mismo intuía, era la raíz de mis mas profundos  temores al rechazo y la humillación. No obstante, lo que me impulso a ver a Reich y hacer terapia con él fue el atractivo que tenían para mi el goce y el éxtasis del sexo.
En un plano consciente yo no sentía culpa por mi sexualidad. Como adulto moderno y culto, la aceptaba y la consideraba natural y positiva. Sin embargo, en lo corporal me sentía impulsado por un deseo que no tenia una verdadera satisfacción. Era un sujeto típicamente narcisista que aparentaba libertad sexual en su conducta, pero una libertad que era externa, no interna; la libertad para actuar, no para sentir.
Aunque habría negado que tuviese cualquier sentimiento de culpa respecto de la sexualidad, no podía entregarme plenamente a ninguna mujer ni permitir que la excitación me desbordase en el acto sexual. Al igual que la mayoría de los miembros de nuestra cultura, tenia la pelvis bloqueada por tensiones musculares crónicas y era imposible para mi moverme con libertad y espontaneidad en el clímax del coito. Al aflojar esas tensiones en mi terapia con Reich, cuando mi pelvis pudo moverse libre y espontáneamente, en armonía con mi respiración, sentí un jubilo semejante al que debe experimentar un recluso cuando lo dejan en libertad.

La tensión muscular crónica en distintos lugares del cuerpo constituye la prisión que impide la libre expresión del espíritu del individuo. Esas tensiones se radican en la mandíbula, el cuello, los hombros, el pecho, la parte superior e inferior de la espalda y las piernas. Crean inhibición a los impulsos, que el sujeto no se atreve a expresar por temor al castigo verbal o físico. La amenaza de rechazo o el retiro del amor de un progenitor le hace sentir a un niño pequeño que corre riesgo de muerte, y a menudo provoca mas temor que el castigo físico. El niño que vive temeroso esta tenso, contraído y ansioso. Es un estado que genera dolor, y para no sentir ese dolor ni ese temor, el niño se adormece a si mismo. Dicha anestesia corporal elimina el dolor y el temor porque de hecho los impulsos “peligrosos” son aprisionados. Parecería que con ello se asegura la supervivencia, pero el proceso se convierte en una modalidad de vida para el sujeto. El placer queda subordinado a la supervivencia, y el ego, que originariamente estaba al servicio del cuerpo en su deseo de placer, ahora lo controla en bien de la seguridad. Se genera una división entre el ego y el cuerpo, estructurada en una banda de tensión en la base del cráneo, que interrumpe la conexión energética entre la cabeza y el cuerpo, entre el pensamiento y el sentimiento.

Una de las funciones del ego, como representante del instinto de autoconservación, es la de resguardar la supervivencia. Lo logra gracias a su capacidad para coordinar las respuestas del cuerpo a la realidad externa, con su control de la musculatura voluntaria. En este papel toma el mando de todas las funciones corporales que podrían obstaculizar la supervivencia. Por mas que el peligro haya pasado y el niño atemorizado sea ahora un adulto independiente, el ego no puede permitirse aceptar la nueva realidad y entregar el control. Se ha transformado en un superego que debe preservar el control por miedo a que, en caso de abandonar dicha posición, se produzca una anarquía.

Conocí muchos pacientes que, aun siendo adultos independientes, seguían temiéndoles a sus padres, sin poder hablarles con sinceridad; cuando estaban con ellos, se acobardaban como perritos atemorizados. Si como consecuencia de la terapia cobraban coraje para hablarles francamente, se sorprendían al comprobar que esa persona que les había parecido tan amedrentadora no era el monstruo que temían.
Muy pocas personas, casi nadie, son capaces de relajar conscientemente sus mandíbulas contraídas, los tensos músculos de su cuello, su espalda contracturada o sus piernas rígidas. En la mayoría de los casos ni siquiera se dan cuenta de la tensión o del control inconsciente que esta representa.

Muchos sienten la tensión por el dolor que les causa, pero ni se imaginan que la tensión y el dolor son resultado de su manera de obrar o de autocontenerse. Algunos hasta consideran que su rigidez es una señal de fortaleza, una prueba de que son capaces de hacer frente a la adversidad, de que no se quebrantaran o cederán ante el estrés, de que pueden tolerar el malestar y hasta la angustia.
Creo que Estados Unidos se ha transformado en una nación tan aterrada por la enfermedad y la muerte, que sus habitantes ya no pueden vivir como seres libres.
Este temor es la causa fundamental de nuestra desdicha y descontento, pero la mayoría de la gente no se da cuenta de lo aterrada que esta. Sin embargo, todo músculo crónicamente tenso es un músculo aterrado, de lo contrario, no detendría tan tenazmente el flujo del sentimiento y de la vida. Es además un músculo enojado, ya que el enojo es la reacción natural frente a la contención forzada y a la privación de la libertad. Y tiene tristeza, por la perdida de un estado potencial de excitación placentera que haría correr la sangre, vibrar al cuerpo y fluir las ondas. Ese estado de vivacidad es la base física de la experiencia de alegría, como lo saben muchos religiosos.

La alegría es una experiencia religiosa. En la religión se la asocia con la entrega a Dios y la aceptación de Su gracia. En el corazón mismo de las creencias bíblicas esta el mandato: “Te alegraras ante el Señor, tu Dios”. Este es el consejo que le da Moisés a los hijos de Israel tras librarlos de su cautiverio en Egipto (Deuteronomio,.. .). La palabra hebrea para “alegria” es “gool”, cuyo significado primario es la de dar vueltas bajo la influencia de una emoción intensa. El Salmista utiliza esta palabra para describir a Dios como un ser que gira en los remolinos del deleite sublime.
En el Nuevo Testamento (Juan, 15: 11), Jesús les dice a los discípulos que les ha transmitido sus enseñanzas “para que mi gozo este en vosotros y vuestro gozo sea colmado”. El cristianismo enseña que ser uno con Dios, el Padre, es experimentar el gozo.

Otra concepción de la alegría nos la da Schiller en su “Oda a la alegría”, donde la describe como formada por las llamas celestiales y dotada del poder de extraer la flor del capullo, el sol del cielo, y de “hacer rodar las esferas por el éter infinito”.
Estas imágenes sugieren que el Dios del cielo puede identificarse con las fuerzas cósmicas que crean a los astros y los hacen girar sobre su eje. De ellos, el mas importante para la vida sobre la Tierra es el Sol; sus rayos fecundan la tierra para que la vida crezca y se desarrolle. Es la llama celestial, la esfera que rueda. Al brillar, ilumina y calienta la Tierra, poniendo en marcha así la danza de la vida. A muchos seres vivientes los llena de jubilo encontrarse al despertar con un día soleado y rutilante.

Rabrindranath Tagore, el sabio y poeta hindú, se refiere asimismo a la alegría en términos de los procesos naturales. “Lo que en definitiva empuja al hombre no es la compulsión sino la alegría, y la alegría está en todas partes. Está en la verde hierba que cubre la tierra, en la azul serenidad del cielo, en la incansable exuberancia de la primavera, en la callada abstinencia del invierno, en la carne viva que anima nuestra estructura corporal, en el equilibrio perfecto de la figura humana             — noble y erecta —  al vivir, en el ejercicio de todas nuestras facultades”. Y agrega:“Solo ha alcanzado la verdad ultima quien sabe que el mundo entero es una creación de la alegría”.

Pero cabria preguntarse: ¿y que pasa con la tristeza? Todos sabemos que hay tristeza en la vida. Esta tristeza nos toca con la perdida de algún ser querido, o de nuestras capacidades por un accidente o enfermedad, o con la desesperanza. Así como no existe el día sin la noche ni la vida sin la muerte, no puede existir la alegría sin la tristeza. En la vida puede haber tanto dolor como placer, pero aceptaremos el dolor en tanto y en cuanto no nos atrape. Aceptaremos la perdida si sabemos que no estamos condenados a una aflicción eterna. Aceptamos la noche porque sabemos que el día se abrirá paso luego, y así también aceptamos la tristeza si sabemos que luego surgirá la alegría. Lo que ocurre es que la alegría solo puede surgir si nuestro espíritu es libre. Por desgracia, muchas personas ya han sido espiritualmente quebrantadas, y hasta que no sanen, no será posible para ellas la alegría.

Todo niño nace en un estado de inocencia y libertad que le permite experimentar la alegría. Podría decirse que este es el estado natural del niño, como lo es de todas las crías de animales.
El castigo que yo mas temía era ser encerrado cuando los otros chicos salían a jugar. Luego, al empezar la escuela, a los seis anos, perdí gran parte de mi libertad y mi alegría. La vida se volvió seria y se me acumulaban las exigencias. De vez en cuando, cuándo jugaba a la pelota con mis amigos, volvía a experimentar el entusiasmo en el cuerpo y a sentirme otra vez contento. Pero esa encantadora despreocupación de la infancia que alguna vez tuve desapareció para siempre, junto con mi inocencia.

De adulto, conocí la alegría en algunas ocasiones. Una fue cuando me enamore. La excitación que me invadió me saco del mundo cotidiano de los esfuerzos y luchas, y me llevo a un estado de beatitud, el mismo que debo haber conocido de bebé cuando mi madre me acunaba. Pero el gozo que tengo que haber sentido junto a mi madre se torno tristeza cuando me destetó, a los nueve meses, y la congoja producida por esa perdida no me abandonó nunca. En mi adultez, el dolor de esa experiencia, así como otras decepciones y temores, me condicionaron para que no me entregase plenamente al amor. Así pues, nunca disfrute plenamente esa alegría que el amor promete cuando uno se entrega a él; solo la probé

martes, 14 de junio de 2016

El Gozo, parte 1


EL GOZO
La entrega al cuerpo y a los sentimientos
Lowen, A. ed. Era Naciente, Argentina. 1994.(Resumen)

Hace 48 anos que atendí por primera vez a una persona en terapia. Acababa de terminar mi análisis con Wilhelm Reich; la obra de este ultimo empezaba a conocerse y como consecuencia aumento la demanda por el tipo de terapia que el hacía. Esa persona quiso atenderse conmigo, a pesar de que yo no era medico, porque en ese momento éramos pocos los formados en esta clase de terapia. Por ser un novato en la materia, le cobre apenas dos dólares la hora, honorario que aun entonces era muy bajo; pero al recordar esa primera experiencia me pregunto si lo que yo hacia valía incluso esa pequeña suma. Ignoraba la profundidad y gravedad de las perturbaciones que afectan a tantos individuos en nuestra cultura: la depresión, la angustia, la ansiedad, la falta de amor y de alegría de vivir. Hoy, después de haber trabajado con seres humanos durante casi medio siglo y de haber escrito once libros, creo haber comprendido el problema humano y estar en condiciones de formular los principios de un enfoque terapéutico eficaz, que he llamado “análisis bioenergético”.

Permítaseme adelantar que no es una cura rápida ni sencilla, aunque si es eficaz; pero su eficacia depende de la experiencia y la comprensión que el terapeuta tenga de sí mismo. Dado que los problemas con que lucha la gente se han estructurado en su personalidad a lo largo de muchos anos, es poco realista esperar una cura rápida o sencilla. Rara vez se producen auténticos milagros, pero de vez en cuando sucede uno, y es el milagro de la creación de una nueva vida. A ese milagro está dedicado este libro.

El principio que sustenta el análisis bioenergético es la identidad funcional y la antitesis que existe entre la mente y el cuerpo, o entre los procesos psicológicos y físicos. Derivan del hecho de que una persona es un ser unitario y lo que acontece en la mente debe acontecer también en el cuerpo. Así, si un individuo esta deprimido, desesperado, si se siente impotente y fracasado, su cuerpo manifestara una actitud deprimida semejante, la que se hará evidente en una menor formación de impulsos, y una disminución de la movilidad general y una respiración constreñida. Todas las funciones corporales estarán deprimidas, incluido el metabolismo, con lo cual la generación de energía será menor.

Por supuesto, la mente puede influir en el cuerpo, del mismo modo que éste afecta lo que pasa en la mente. En algunos casos es posible mejorar el funcionamiento corporal modificando la actitud mental; pero cualquier cambio así provocado será solo temporario si no se produce a la vez una alteración significativa en los procesos corporales subyacentes. Por otro lado, el mejoramiento directo de funciones corporales como la respiración, la locomoción, los sentimientos y la autoexpresión tiene efectos inmediatos y duraderos en la actitud mental. En ultimo análisis, si el proceso terapéutico pretende alcanzar su objetivo, que es liberar al individuo de las limitaciones de su pasado y las inhibiciones de su presente, debe provocar, como cambio fundamental, un incremento de su energía.

La finalidad de la terapia consiste en ayudar al sujeto a recobrar toda la potencialidad de su ser. Los individuos que acuden a una terapia lo hacen porque se sienten muy mermados en su capacidad de vivir y de experimentar plenamente la vida a raíz de los traumas que sufrieron en su niñez. Esta es la perturbación fundamental de su personalidad, la que esta en la base de los síntomas que ellos presentan. Si el síntoma revela como ha sido invalidado el individuo por su crianza, lo que hay en la base es la perdida de una parte de su propio ser, de su self o si-mismo. Todo paciente padece alguna limitación en su mismidad: una menor conciencia de sí, una expresión restringida de sí, un reducido dominio de sí. Estas funciones básicas son los pilares del templo del self. Si están debilitadas, la consecuente inseguridad de la personalidad mina todos los esfuerzos del sujeto por encontrar la paz y el gozo que brindan a la vida sus mayores satisfacciones y su sentido mas hondo. Lograrlos es la ambiciosa meta de cualquier empeño terapéutico, y, como ya dije, no es sencillo; pero sin una clara comprensión de esta meta, uno puede perderse en la maraña de conflictos y ambivalencias que confunden y frustran la mayoría de los esfuerzos terapéuticos. Para muchísimos seres de nuestra cultura, la vida se ha convertido en una lucha por sobrevivir, y la alegría en una experiencia poco habitual.


1. 
Gozo

La mayoría de mis pacientes, después de trabajar conmigo durante una sesión, se van sintiéndose bien, y algunos sienten gozo o alegría. Por lo general, estos sentimientos agradables no duran mucho. Son el resultado de la experiencia que tuvieron en la sesión, de haberse liberado de alguna tensión que los limitaba, de sentirse mas vivos y comprenderse mas profundamente a si mismos; pero no duran porque lograron ese avance con mi ayuda, y luego, cuando están solos, no son capaces de mantener ese grado de apertura y de libertad. Ahora bien: cada irrupción de sentimiento, cada liberación de tensión, es un paso hacia la recuperación del self,  por mas que uno no pueda conservar plenamente lo logrado. Otro motivo es que a medida que el individuo profundiza física y psíquicamente en su búsqueda, se encuentra con recuerdos y sentimientos mas atemorizantes, que proceden de un periodo anterior de su niñez y que han sido mas intensamente suprimidos en aras de la supervivencia. Pero al profundizar en el self se cobra coraje para abordar esos temores y traumas de un modo mas maduro, o sea, sin negación ni supresión.

En algún lugar profundo dentro de nosotros esta el niño libre e inocente que sabia que el don de la vida era el don de la alegría.
Los niños pequeños suelen estar abiertos a los sentimientos de gozo. Saltan de alegría, literalmente hablando. También lo hacen los animales, que corren y retozan juguetones en un gozoso abandono a la vida. Es muy raro ver a una persona mayor o madura sentir y actuar de esa manera. Quizás lo mas cercano a ello sea el baile; de ahí que sea la actividad mas natural en las celebraciones alegres. Pero los niños no necesitan una ocasión especial para estar contentos. Con tal de que los dejen en libertad cuando están junto a otros niños, pronto surge en ellos la actividad gozosa.

Es común que los niños experimenten alegría cuando reciben un regalo muy anhelado por ellos, que los hace saltar y lanzar exclamaciones de jubilo. Los adultos se contienen más en su expresión de los sentimientos, y esto limita la intensidad de sus sentimientos positivos. Además, están abrumados por sus ocupaciones y responsabilidades y asediados por sus culpas, todo lo cual aminora su entusiasmo a punto tal que pocas veces sienten alegría.
Yo la he sentido en circunstancias muy corrientes. Hace un tiempo, mientras caminaba por el campo, sentí que mi espíritu se elevaba. Era un camino bien conocido por mi, sin ninguna particularidad, pero a cada paso que daba, cada vez que mi pie pisaba la tierra, sentía una corriente circulándome por el cuerpo que parecía volverme cinco centímetros mas alto. Algo se soltó dentro de mi y me sentí lleno de jubilo. Desde entonces, quedaron huellas de ese sentimiento en mi, y aunque hubo en mi vida episodios dolorosos y perturbadores, la mayor parte del tiempo tengo ese sentimiento positivo en el cuerpo. Lo atribuyo a la terapia que inicie en 1942 y al trabajo permanente que he hecho sobre mí mismo a lo largo de los anos. Dicha terapia me permitió tomar contacto con ese niño que había dentro de mi, ese niño que conocía la alegría pese a haber atravesado una infancia básicamente infeliz; y me permitió integrar en mi vida adulta las cualidades de la niñez que tornan posible la alegría.

Suponiendo que la niñez sea sana y normal, ella se caracteriza por dos cualidades generadoras de alegría: la libertad y la inocencia. La importancia de la libertad para el sentimiento de alegría no necesita de mayores explicaciones. Es difícil imaginar  que alguien la sienta si sus movimientos se ven limitados por alguna fuerza externa. Cuando yo era pequeño, el peor castigo que mi madre podía infligirme era obligarme a permanecer en casa cuando los otros chicos jugaban fuera. Unas de las razones de que yo (al igual que tantos otros chicos) estuviera ansioso por crecer era que así podría ganar mi libertad.

En la madurez, me libere del control de mis padres; y dentro de esta cultura, tener libertad significaba poseer el derecho de buscar la propia felicidad o dicha. Lamentablemente, la libertad externa no basta. También hay que lograr la libertad interna, o sea, la libertad para expresar abiertamente los propios sentimientos. Yo no la tenia, como no la tienen muchos de los miembros de nuestra cultura.
Nuestra conducta y nuestras expresiones están bajo el control de un superego, que tiene catalogado “lo que se debe” y “lo que no se debe” hacer, y el poder para castigarnos si transgredimos sus mandamientos. El superego es la internalización del padre o madre “dictatoriales”. Sin embargo, funciona por debajo del nivel de la conciencia, de modo que no nos damos cuenta de que las limitaciones que impone a nuestros sentimientos y acciones no son obra de nuestra libre voluntad.

El hecho de destronar al superego y de restaurar la libertad de expresión del individuo no implica convertir a éste en un ser incivilizado; mas bien es la condición para ser un miembro responsable de la sociedad, una persona auténticamente moral. Solo un individuo libre puede respetar los derechos y las libertades de los demás.