martes, 21 de junio de 2016

El Gozo, parte 3

Cap. 1 (continuación)

Dado que constituyen la vida del cuerpo, cuando se juzga buenos o malos a los sentimientos, se está juzgando a los individuos, no sus acciones.
Esto es lo que a menudo hacen los padres, cuando le dicen al niño que es bueno o malo por albergar determinados sentimientos. Se aplica en especial a los sentimientos sexuales, pero también a muchos otros. Los padres suelen hacerlo para avergonzar al niño por sentirse atemorizado, lo que lo obliga a negar su temor y a mostrarse valiente. Pero no sentir temor no implica que uno sea corajudo... lo único que significa es que uno no siente. Ningún animal salvaje distingue el bien del mal, siente vergüenza o culpa. Ningún animal en la naturaleza tiene un superego o es consciente de sí mismo. Está libre de toda coerción interna derivada del temor.
El sentimiento es la percepción de un movimiento interior; Si no hay movimiento, no hay sentimiento. Así, si uno deja caer inmóvil el brazo durante varios minutos, pierde la sensación del brazo; decimos que está “como muerto”. El mismo principio es valido para todos los demás sentimientos. La ira, por ejemplo, es el sentimiento correspondiente a un estallido de energía corporal que activa los músculos capaces de ejecutar la acción airada. Ese estallido es un impulso, que al ser percibido por la mente consciente crea un sentimiento. No obstante, la percepción es un fenómeno de superficie, lo cuál significa que el impulso solo origina el sentimiento cuando alcanza la superficie del cuerpo, incluyendo el sistema muscular involuntario.  Muchos pulsos del cuerpo no generan sentimientos a raíz de que permanecen confinados en el interior. No sentimos de ordinario el latido del corazón pues no alcanza la superficie. Si se hiciera muy intenso, su efecto se sentiría en ésta y seriamos conscientes de nuestro corazón.

Cuando un impulso llega a un músculo, este se predispone a actuar. Si es un músculo voluntario, la acción queda bajo, el  control del ego y puede ser limitada o modificada por la mente consciente. El bloqueo de la acción genera un estado de tensión en el músculo, que se carga energéticamente para actuar, pero no
lo hace debido al mandato de restricción que le envía la mente. Esta tensión es consciente, o sea que puede liberarse ya sea retrayendo el impulso o dándole otra forma de descarga (p. ej., pegar un puñetazo sobre la mesa en vez de pegárselo a otra persona en la cara). Sin embargo, en la medida en que el agravio
o la afrenta que provoco la ira continúe como elemento irritante perturbador, el impulso colérico no se retirará. Esto es lo que ocurre en las peleas entre padres e hijos, ya que estos últimos no pueden huir y librarse de la hostilidad de aquellos, y en la mayoría de los casos no tienen otra forma de descargar el impulso sin provocar mas ira y hostilidad aun en el progenitor. En estas circunstancias, la tensión se torna crónica y dolorosa. Solo se logra alivio anestesiando la zona, inmovilizándola a fin de que pierda todo sentimiento.

Los individuos que suprimieron la ira contra sus padres como consecuencia del temor muestran una marcada tensión en los músculos de la parte superior de la espalda, que en muchos casos se eleva y forma una curva, creando una figura parecida a la de un perro o gato cuando se disponen a atacar. Pero el sujeto no está en contacto con su actitud corporal ni con la ira potencial que subyace: esta ira está congelada y el individuo, anestesiado. Puede estallar la furia ante la menor provocación sin percibir que lo que esta ventilando es una ira suprimida mucho tiempo atrás. Lamentablemente, esta reacción airada no libera la tensión, pues es una explosión más que una verdadera expresión de la ira subyacente.

Estas tensiones musculares crónicas se presentan en todo el cuerpo como signo de impulsos bloqueados y de sentimientos perdidos. Cada tensión impone un limite a la capacidad del individuo para expresarse. La mayoría de los miembros de nuestra cultura padece considerables tensiones crónicas en su musculatura (en el cuello, el pecho, la parte inferior de la espalda y las piernas, por nombrar solo algunas zonas), que los mantienen atados, restringiendo la gracia de sus movimientos y anulando su capacidad para expresarse libre y plenamente.

La tensión muscular crónica es el lado físico de la culpa, pues indica el mandato que ha promulgado el ego contra ciertos sentimientos y acciones. Algunos sujetos que padecen estas tensiones crónicas sienten, de hecho, culpa, pero la mayoría no se da cuenta o no sabe porque la siente. En un sentido especifico, la culpa corresponde a carecer del derecho de ser libre, de hacer lo que uno quiere. En un sentido general, es la sensación de no estar uno a sus anchas en su cuerpo, de no “sentirse bien”. Cuando uno no se siente cómodo con su propio self‘ la idea subyacente es: “Debo haber hecho algo malo o equivocado”.
Por ejemplo, si uno miente, se siente mal o culpable porque ha traicionado a su verdadero self, a sus sentimientos auténticos. Es natural sentir culpa por la mentira. Hay gente, empero, a la que eso no le pasa, y es porque en realidad no sienten: han suprimido el sentimiento. Por otro lado, uno no puede sentir culpa si esta “bien”, contento o alegre. Los dos estados — sentirse bien = sentir alegría; sentirse mal = sentirse culpable — son mutuamente excluyentes.
En la mayoría de los casos un fruto prohibido provoca sentimientos mezclados. Sabe bien — una de las razones por las que se lo ha prohibido: como es obvio, no es necesario ningún
mandato contra un objeto o actividad indeseable o desagradable — pero como lo ha vedado el superego, o sea, la parte de la mente consciente que incorpora los mandatos parentales, no podemos entregarnos al placer que nos produce. Esto da origen a un “gusto amargo”, que pasa a ser el núcleo de nuestros sentimientos de culpa. Por supuesto, la sexualidad es el fruto prohibido de nuestra cultura y casi todos los seres civilizados padecen, en alguna medida, de culpa o de vergüenza en torno de sus sentimientos y fantasías sexuales. En los individuos narcisistas hay una negación y disociación de los sentimientos, con la consecuencia de que no sienten culpa ni vergüenza, pero tampoco amor. Estos sujetos parecen desinhibidos y libres en su comportamiento sexual, pero su libertad es externa, no interna; es una libertad en la acción pero no en los sentimientos. Sus actos sexuales constituyen una “actuación” mas que una entrega al amor. Para ellos el sexo es un acto, no una experiencia gozosa. Sin la libertad interna de sentir profundamente y de expresar con plenitud esos sentimientos, no puede haber gozo.

La libertad interior se manifiesta en el donaire del cuerpo, su suavidad y vivacidad. Corresponde a la libertad respecto de la culpa, la vergüenza y la autoconciencia. Como ya dije, es una característica del ser que todos los animales salvajes poseen, algo que está ausente en la mayoría de los seres civilizados. Es la expresión física de la inocencia, de una manera de actuar espontánea, sin engaños, fiel al propio ser.

Lamentablemente, una vez que se pierde la inocencia, no puede recuperarse. Al adquirir el conocimiento de lo correcto y lo incorrecto, al saber sobre la sexualidad, ¿estaremos condenados a ser pecadores? ¿Tendremos que vivir en la falsedad, la manipulación y el autoengaño?
Todas las religiones predican la salvación y nos dicen que no estamos condenados al infierno, ni siquiera al purgatorio, aunque en esta vida muchas personas viven en ese plano. La salvación exige la entrega a Dios, el abandono del egotismo, el compromiso con una vida moral. Pero es mas fácil decirlo que hacerlo. Hemos perdido contacto con Dios porque hemos perdido contacto con el Dios que está dentro nuestro: el espíritu remolineante que anima nuestro ser, el centro pulsante del self interno que aviva y da sentido a nuestra vida. El objetivo de la terapia es conectamos con el Dios interior, y este Dios reside en el self natural, en el cuerpo que ha sido, creado a imagen y semejanza de Dios. El self natural esta enterrado dentro de éste bajo muchas capas de tensión, que representan los mandatos del superego y los sentimientos suprimidos. Para alcanzarlo, el paciente debe hacer un viaje retrospectivo en el tiempo hasta sus primeros años. Es un viaje penoso, pues despierta recuerdos atemorizantes y evoca sentimientos dolorosos; pero al levantar la represión y anular la supresión del sentimiento, poco a poco cobrara vida plena el cuerpo que Dios creo.

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