martes, 14 de junio de 2016

El Gozo, parte 1


EL GOZO
La entrega al cuerpo y a los sentimientos
Lowen, A. ed. Era Naciente, Argentina. 1994.(Resumen)

Hace 48 anos que atendí por primera vez a una persona en terapia. Acababa de terminar mi análisis con Wilhelm Reich; la obra de este ultimo empezaba a conocerse y como consecuencia aumento la demanda por el tipo de terapia que el hacía. Esa persona quiso atenderse conmigo, a pesar de que yo no era medico, porque en ese momento éramos pocos los formados en esta clase de terapia. Por ser un novato en la materia, le cobre apenas dos dólares la hora, honorario que aun entonces era muy bajo; pero al recordar esa primera experiencia me pregunto si lo que yo hacia valía incluso esa pequeña suma. Ignoraba la profundidad y gravedad de las perturbaciones que afectan a tantos individuos en nuestra cultura: la depresión, la angustia, la ansiedad, la falta de amor y de alegría de vivir. Hoy, después de haber trabajado con seres humanos durante casi medio siglo y de haber escrito once libros, creo haber comprendido el problema humano y estar en condiciones de formular los principios de un enfoque terapéutico eficaz, que he llamado “análisis bioenergético”.

Permítaseme adelantar que no es una cura rápida ni sencilla, aunque si es eficaz; pero su eficacia depende de la experiencia y la comprensión que el terapeuta tenga de sí mismo. Dado que los problemas con que lucha la gente se han estructurado en su personalidad a lo largo de muchos anos, es poco realista esperar una cura rápida o sencilla. Rara vez se producen auténticos milagros, pero de vez en cuando sucede uno, y es el milagro de la creación de una nueva vida. A ese milagro está dedicado este libro.

El principio que sustenta el análisis bioenergético es la identidad funcional y la antitesis que existe entre la mente y el cuerpo, o entre los procesos psicológicos y físicos. Derivan del hecho de que una persona es un ser unitario y lo que acontece en la mente debe acontecer también en el cuerpo. Así, si un individuo esta deprimido, desesperado, si se siente impotente y fracasado, su cuerpo manifestara una actitud deprimida semejante, la que se hará evidente en una menor formación de impulsos, y una disminución de la movilidad general y una respiración constreñida. Todas las funciones corporales estarán deprimidas, incluido el metabolismo, con lo cual la generación de energía será menor.

Por supuesto, la mente puede influir en el cuerpo, del mismo modo que éste afecta lo que pasa en la mente. En algunos casos es posible mejorar el funcionamiento corporal modificando la actitud mental; pero cualquier cambio así provocado será solo temporario si no se produce a la vez una alteración significativa en los procesos corporales subyacentes. Por otro lado, el mejoramiento directo de funciones corporales como la respiración, la locomoción, los sentimientos y la autoexpresión tiene efectos inmediatos y duraderos en la actitud mental. En ultimo análisis, si el proceso terapéutico pretende alcanzar su objetivo, que es liberar al individuo de las limitaciones de su pasado y las inhibiciones de su presente, debe provocar, como cambio fundamental, un incremento de su energía.

La finalidad de la terapia consiste en ayudar al sujeto a recobrar toda la potencialidad de su ser. Los individuos que acuden a una terapia lo hacen porque se sienten muy mermados en su capacidad de vivir y de experimentar plenamente la vida a raíz de los traumas que sufrieron en su niñez. Esta es la perturbación fundamental de su personalidad, la que esta en la base de los síntomas que ellos presentan. Si el síntoma revela como ha sido invalidado el individuo por su crianza, lo que hay en la base es la perdida de una parte de su propio ser, de su self o si-mismo. Todo paciente padece alguna limitación en su mismidad: una menor conciencia de sí, una expresión restringida de sí, un reducido dominio de sí. Estas funciones básicas son los pilares del templo del self. Si están debilitadas, la consecuente inseguridad de la personalidad mina todos los esfuerzos del sujeto por encontrar la paz y el gozo que brindan a la vida sus mayores satisfacciones y su sentido mas hondo. Lograrlos es la ambiciosa meta de cualquier empeño terapéutico, y, como ya dije, no es sencillo; pero sin una clara comprensión de esta meta, uno puede perderse en la maraña de conflictos y ambivalencias que confunden y frustran la mayoría de los esfuerzos terapéuticos. Para muchísimos seres de nuestra cultura, la vida se ha convertido en una lucha por sobrevivir, y la alegría en una experiencia poco habitual.


1. 
Gozo

La mayoría de mis pacientes, después de trabajar conmigo durante una sesión, se van sintiéndose bien, y algunos sienten gozo o alegría. Por lo general, estos sentimientos agradables no duran mucho. Son el resultado de la experiencia que tuvieron en la sesión, de haberse liberado de alguna tensión que los limitaba, de sentirse mas vivos y comprenderse mas profundamente a si mismos; pero no duran porque lograron ese avance con mi ayuda, y luego, cuando están solos, no son capaces de mantener ese grado de apertura y de libertad. Ahora bien: cada irrupción de sentimiento, cada liberación de tensión, es un paso hacia la recuperación del self,  por mas que uno no pueda conservar plenamente lo logrado. Otro motivo es que a medida que el individuo profundiza física y psíquicamente en su búsqueda, se encuentra con recuerdos y sentimientos mas atemorizantes, que proceden de un periodo anterior de su niñez y que han sido mas intensamente suprimidos en aras de la supervivencia. Pero al profundizar en el self se cobra coraje para abordar esos temores y traumas de un modo mas maduro, o sea, sin negación ni supresión.

En algún lugar profundo dentro de nosotros esta el niño libre e inocente que sabia que el don de la vida era el don de la alegría.
Los niños pequeños suelen estar abiertos a los sentimientos de gozo. Saltan de alegría, literalmente hablando. También lo hacen los animales, que corren y retozan juguetones en un gozoso abandono a la vida. Es muy raro ver a una persona mayor o madura sentir y actuar de esa manera. Quizás lo mas cercano a ello sea el baile; de ahí que sea la actividad mas natural en las celebraciones alegres. Pero los niños no necesitan una ocasión especial para estar contentos. Con tal de que los dejen en libertad cuando están junto a otros niños, pronto surge en ellos la actividad gozosa.

Es común que los niños experimenten alegría cuando reciben un regalo muy anhelado por ellos, que los hace saltar y lanzar exclamaciones de jubilo. Los adultos se contienen más en su expresión de los sentimientos, y esto limita la intensidad de sus sentimientos positivos. Además, están abrumados por sus ocupaciones y responsabilidades y asediados por sus culpas, todo lo cual aminora su entusiasmo a punto tal que pocas veces sienten alegría.
Yo la he sentido en circunstancias muy corrientes. Hace un tiempo, mientras caminaba por el campo, sentí que mi espíritu se elevaba. Era un camino bien conocido por mi, sin ninguna particularidad, pero a cada paso que daba, cada vez que mi pie pisaba la tierra, sentía una corriente circulándome por el cuerpo que parecía volverme cinco centímetros mas alto. Algo se soltó dentro de mi y me sentí lleno de jubilo. Desde entonces, quedaron huellas de ese sentimiento en mi, y aunque hubo en mi vida episodios dolorosos y perturbadores, la mayor parte del tiempo tengo ese sentimiento positivo en el cuerpo. Lo atribuyo a la terapia que inicie en 1942 y al trabajo permanente que he hecho sobre mí mismo a lo largo de los anos. Dicha terapia me permitió tomar contacto con ese niño que había dentro de mi, ese niño que conocía la alegría pese a haber atravesado una infancia básicamente infeliz; y me permitió integrar en mi vida adulta las cualidades de la niñez que tornan posible la alegría.

Suponiendo que la niñez sea sana y normal, ella se caracteriza por dos cualidades generadoras de alegría: la libertad y la inocencia. La importancia de la libertad para el sentimiento de alegría no necesita de mayores explicaciones. Es difícil imaginar  que alguien la sienta si sus movimientos se ven limitados por alguna fuerza externa. Cuando yo era pequeño, el peor castigo que mi madre podía infligirme era obligarme a permanecer en casa cuando los otros chicos jugaban fuera. Unas de las razones de que yo (al igual que tantos otros chicos) estuviera ansioso por crecer era que así podría ganar mi libertad.

En la madurez, me libere del control de mis padres; y dentro de esta cultura, tener libertad significaba poseer el derecho de buscar la propia felicidad o dicha. Lamentablemente, la libertad externa no basta. También hay que lograr la libertad interna, o sea, la libertad para expresar abiertamente los propios sentimientos. Yo no la tenia, como no la tienen muchos de los miembros de nuestra cultura.
Nuestra conducta y nuestras expresiones están bajo el control de un superego, que tiene catalogado “lo que se debe” y “lo que no se debe” hacer, y el poder para castigarnos si transgredimos sus mandamientos. El superego es la internalización del padre o madre “dictatoriales”. Sin embargo, funciona por debajo del nivel de la conciencia, de modo que no nos damos cuenta de que las limitaciones que impone a nuestros sentimientos y acciones no son obra de nuestra libre voluntad.

El hecho de destronar al superego y de restaurar la libertad de expresión del individuo no implica convertir a éste en un ser incivilizado; mas bien es la condición para ser un miembro responsable de la sociedad, una persona auténticamente moral. Solo un individuo libre puede respetar los derechos y las libertades de los demás.

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