martes, 28 de junio de 2016

El Gozo, parte 4

Cap. 1 (continuación)

El viaje de autodescubrimiento que es el proceso terapéutico no puede hacerse solo. Como Dante en La Divina Comedia, el viajero se siente perdido y confundido. Dante, en su angustia, llamó en su ayuda a su protectora, Beatriz, que estaba en el Cielo; y ella le envió a Virgilio, el poeta latino, para que fuera su guía y lo condujera de vuelta al hogar a través del Infierno que somete al viajero a tantos azares. Si Virgilio podía ayudar a Dante a atravesar esta zona aterradora, es porque el mismo la había cruzado ya. Con su auxilio, Dante logro pasar el Infierno y el Purgatorio para al fin entrar en el Paraíso. En el proceso terapéutico, el guía es una persona que ha hecho un viaje similar de autodescubrimiento de su propio infierno. En una terapia analítica, el guía debe haberse sometido antes a un análisis cabal, que lo haya llevado a su autorrealización.

Para el paciente en terapia, el infierno es el inconsciente reprimido, el submundo donde están enterrados los terrores del pasado: la desesperanza, el tormento, las manías. Si el paciente desciende a ese mundo tenebroso, experimentara los dolores propios del pasado enterrado; revivirá los conflictos que no pudo antes manejar y descubrirá en sí mismo una fortaleza con la que había soñado, pero de la que no se suponía capaz.
Cuando el paciente comprueba que sus terrores eran los temores de su infancia, y que como adulto está en condiciones de hacerles frente, hace suya esa fortaleza. El Infierno solo existe en las tinieblas de la noche y de la muerte; a la luz del día, vale decir, con plena conciencia, no se ven monstruos reales. Las madrastras malvadas resultan ser las madres enojadas que aterraban al niño. Los sentimientos supuestamente vergonzantes, peligrosos e inaceptables son reacciones naturales frente a situaciones anormales. Lentamente el paciente vuelve a adueñarse de su cuerpo, y de su self.

He señalado en otro lugar que el inconsciente es la parte del cuerpo que uno no siente. La conciencia es como la punta del iceberg que se proyecta por encima de la superficie del mar, pero también incluye la parte subyacente a la superficie, la que no puede verse. Hay grandes zonas de nuestro cuerpo que no podemos sentir.
En personas con problemas o conflictos emocionales, ciertas zonas que normalmente están dentro del alcance de la conciencia no son percibidas a raíz de que fueron inmovilizadas por la tensión crónica. La inmovilización bloquea impulsos amenazadores pero también anestesia ese sector del cuerpo, provocando una perdida de esa parte del self. Dichas zonas, pues, representan conflictos emocionales reprimidos en el subconsciente; por ejemplo, la mayoría de las personas no percibe la tensión de sus mandíbulas, ni se da cuenta de que deriva de la supresión de los impulsos a morder o llorar. Estos conflictos son los representantes de lo inconsciente reprimido, el submundo en que han sido sepultados los sentimientos que el ego o mente consciente creen peligrosos, vergonzantes o inaceptables.
Al igual que las almas en el infierno, tales sentimientos muertos para la mente consciente, siguen viviendo en el submundo de los tormentos. Ocasionalmente el tormento alcanza la conciencia, pero dado que es un peligro para la supervivencia, vuelve a ser enterrado. Vivir en la superficie, de acuerdo con los términos del ego, es una manera narcisista de vida que resulta vacía y en general conduce a la depresión. Vivir en las honduras del propio ser puede ser penoso y aterrador al principio; pero también gratificante y gozoso si tenemos el coraje de atravesar el Infierno que nos lleva al Paraíso.
Los sentimientos profundos, enterrados, son los que pertenecen al niño que fuimos, el niño inocente y libre que conoció la alegría hasta que su espíritu fue quebrantado cuando se lo hizo avergonzar y sentir culpa por sus impulsos naturales. Ese niño continua viviendo en nuestro corazón y en nuestras entrañas, pero hemos perdido contacto con él, o sea, con la parte mas profunda nuestra. Para encontrarnos, para hallar al niño sepultado, debemos entrar en esas zonas oscuras de nuestro ser, en las tinieblas de lo inconsciente. Debemos hacer frente a los temores y peligros que implica ese descenso, y para ello precisamos la ayuda de un guía- terapeuta que ya haya terminado su viaje en su propio proceso de autodescubrimiento.

Estas ideas guardan un paralelismo con el pensamiento mitológico, en el cual se equipara al diafragma con la superficie de la Tierra. La parte del cuerpo que está por encima del diafragma se encuentra a la luz del día, la que está por debajo (el vientre), yace en la oscuridad de la noche e inconsciente. La mente consciente tiene cierto control sobre los procesos de la parte superior del cuerpo, pero escaso o nulo sobre los de la mitad inferior, que incluyen las funciones sexuales, excretorias y de la reproducción. Este sector del cuerpo esta íntimamente conectado con la naturaleza animal del hombre, en tanto que las funciones de la mitad superior están mas sujetas a influencias culturales. La forma mas simple de describir esta diferencia consiste en decir que comemos como seres humanos, pero defecamos como animales. Quizá porque la parte inferior esta más asociada a nuestra índole animal, sus funciones (sobre todo la sexualidad y la locomoción) pueden brindar experiencias muy gratificantes, jubilosas y hasta de éxtasis.

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