martes, 26 de marzo de 2019

Una epidemia de Depresión


Una epidemia de depresión     

La depresión será una epidemia en las próximas décadas. Hay una incidencia creciente de reacciones depresivas entre los jóvenes, cuando antes era “considerada como una enfermedad emocional de la madurez y tercera edad”,como resultado de la acumulación de pérdidas y decepciones. Se relaciona este fenómeno con el colapso de la ética protestante, con su énfasis en la propiedad, la productividad y el poder y con la ausencia de una filosofía de valores que atraiga a los jóvenes. Se cree también que las aspiraciones de los jóvenes son excesivas, quieren demasiado, y la consiguiente decepción al ver los resultados abona el terreno donde florece la depresión.
Pero la decepción de no lograr algo no es la condición que predispone a la depresión, aunque puede ser la causa desencadenante. Una persona con fe puede tolerar la decepción; el individuo sin fe es vulnerable.

La familia y el hogar eran valores equivalentes en generaciones pasadas. El hogar familiar ha representado siempre la seguridad, la estabilidad, y cierta sensación de pertenencia. Era un refugio contra las presiones del mundo y un lugar de abrigo. Un lugar donde la corriente de la vida fluía relativamente calma y suave.
El conceder una importancia excesiva a la individualidad, especialmente a los aspectos relacionados con el ego, es el factor responsable de la incapacidad de la familia moderna para dar a los niños la estabilidad y seguridad que necesitan.

De los factores que han influido en la destrucción de la familia, el más importante es el coche, cuyo efecto es difícil de valorar en su justa medida. El automóvil rompió la antigua familia y los grupos comunitarios y promovió la familia nuclear: dos padres con sus hijos, sin abuelos ni familiares. La familia nuclear es una unidad aislada, no sólo en el espacio sino también en el tiempo. Vive exclusivamente en términos de su propia existencia.
La enorme inversión de energía y de tiempo en los aspectos materiales de la vida doméstica dejan a menudo poco tiempo y energía para los aspectos más humanos. Hay tanto que comprar y tanto que trabajar para amueblar una casa moderna, que el hogar pierde su carácter de retiro y se torna, en cambio, parte del mundo exterior.

El carácter de retiro se ve aminorado también por la intromisión del mundo a través de la radio y la televisión. Ambos constituyen una estimulación de las funciones del ego y obligan al individuo a enfrentarse mentalmente con el estrés y los conflictos que le transmiten. El hogar moderno raramente es un lugar para una vida tranquila y feliz. 

La satisfacción del hacer, es la salsa que acompaña al verdadero plato fuerte: la satisfacción del ser. El plato sin salsa puede saciar nuestra hambre; la salsa sola no nos llena, y uno se siente tentado a hacer más cosas, a una actividad mayor y a involucrarse más profundamente en el mundo. La exigencia de nuestra época es que tenemos que hacer más cosas, una exigencia que ignora la simple verdad de que sólo siendo plenamente lo que uno es se puede llenar la propia existencia.
La filosofía del hacer es insidiosa y perniciosa. Es insidiosa porque está basada en los términos racionales de “hay que hacer lo más que se pueda”. Y es una filosofía perniciosa porque se les aplica a los niños antes incluso de poder saborear el placer de ser ellos mismos, seres libres e inocentes que pueden jugar a sus anchas bajo la protección del hogar y de sus padres.

No son sólo las aspiraciones de los jóvenes las que abonan el terreno de su posterior enfermedad, sino también las expectativas y las exigencias de los padres. Se espera de ellos que crezcan rápido, que sean pronto independientes, que sean razonables, responsables y que sean adultos cooperativos cuando todavía son niños.
Y las exigencias aumentan a medida que el niño crece. Se espera de él que trabaje en la escuela al tope de sus posibilidades, que consiga reconocimiento y, si es posible, que sobresalga en alguna actividad. La mente del niño, todavía tierna, se ve expuesta muy pronto al mundo y a sus crisis.

Dice un viejo proverbio que un árbol nunca es más fuerte que sus raíces. Un buen jardinero retrasa el crecimiento de un árbol para dar impulso al desarrollo de su sistema de raíces. Nosotros hacemos justo lo contrario con nuestro hijos. Los estimulamos en exceso para que crezcan rápido pero no damos el apoyo y alimento que fortalecerían sus raíces. Empujamos a nuestro hijos como nos empujamos a nosotros mismos, sin darnos cuenta de que forzándolos a crecer y a hacer cosas, minamos su fe y su seguridad.

La sobreestimulación

Los problemas causados por la sobreestimulación en niños y adultos creo que no han tenido la atención que merece. A una persona se le sobreestimula cuando el número y la clase de impresiones que recibe del mundo exterior excede de su capacidad para responder completamente a ellas.
El  efecto es que se mantiene en un estado de excitación o carga de energía del que no puede fácilmente bajar, o relajarse. Se queda “colgado” y su capacidad de descargar la excitación en el placer se reduce. Se siente frustrado, se vuelve irritable e inquieto, lo cual lo lleva a buscar mayor estimulación con la intención de superar ese estado desagradable y evadirse. Se crea así una espiral viciosa que lanza a la persona cada vez más arriba, con efectos letales sobre su comportamiento, que le pueden llevar a las drogas -prescritas o ilegales- o al alcohol para amortiguar su sensibilidad y disminuir su frustración.

 La sobreestimulación aleja a la persona de su cuerpo porque perturba su armonía y ritmos interiores. Como consecuencia, hay una incapacidad de estar tranquilamente sentado sin hacer nada o de estar a solas; en otras palabras, estar en sí mismo. Puede observarse a la gente en continua actividad. Los maridos no tienen tiempo para sus mujeres, las madres no tienen tiempo para sus hijos, y los amigos no tienen tiempo los unos para los otros. El lema es “deprisa, deprisa, no pararse”, y al final la mayoría de la gente no tiene tiempo ni para respirar.

Inexorablemente, el fenómeno de la sobreestimulación se nos ha metido de  súbito en casa, a través de la radio y la televisión, a través de miles de cosas; juguetes, latas de bebidas, comidas preparadas y toda suerte de artilugios caseros que se introducen constantemente para variar la rutina.
Es bien sabido que los anuncios promueven o crean “deseos” que a menudo no tienen ninguna relación con las necesidades personales. Pero para mí, el daño real lo ha perpetrado la economía tecnológica, que iguala el vivir bien con las cosas materiales.

Los niños son más fácilmente sobreestimulados que los adultos, porque su sensibilidad está más a flor de piel y su capacidad de tolerancia es menor. Un niño demasiado mimado con juguetes no parará  de pedir otros nuevos. Si se le da permiso de ver la televisión, querrá verla todo el tiempo. Si se le permite estar levantado hasta tarde, será difícil mandarle a la cama.
Pero a un niño también le sobreestimula el tener al lado unos padres inquietos e hiperactivos. Una madre en estado de tensión se la transfiere a su hijo. Desgraciadamente, los padres piensan que cuanta más actividad desarrolle el niño, más pronto aprenderá y crecerá. La intensidad de este impulso inconsciente hacia “arriba”, hacia la cabeza, el ego y el dominio es alarmante. Estar “abajo”, tranquilo, con tiempo para sentir y para pensar, es una forma de vida casi desconocida.

Todos los pacientes depresivos que he tratado eran personas que habían perdido su infancia. Habían abandonado la posición infantil en un intento de aliviar a sus padres de la carga que suponía cuidarle, madurando rápidamente en un esfuerzo por conseguir la aprobación y aceptación al cumplir las expectativas de sus padres. Se habían convertido -o al menos habían intentado convertirse- en dinámicos y triunfadores, para darse cuenta finalmente que este triunfo no tendría sentido y que lo habían conseguido a expensas de su ser; al final, incapaces de ser e incapaces de hacer, caían en la depresión.

La depresión sobrevendrá a cualquier persona a la que le falte la fe en sí misma y que deba compensarlo haciendo cosas, ya sea para conseguir una ambición personal o para corregir una injusticia social. Así, el hombre de negocios exitoso es tan vulnerable a la depresión como el militante que busca dar la vuelta al sistema.
Más allá del sistema, lo que está en juego es un modo de vida en el que el individuo se ve a sí mismo como parte de un orden más amplio y alcanza su individualidad al sentirse que pertenece y participa en él. Esto contrasta con una individualidad basada en el ego y en su imagen, que enfatiza en demasía el yo a expensas de las relaciones personales con las grandes fuerzas de la vida que han hecho posible su existencia y continúan ayudándole frente a su avaricia y glotonería.   

La muerte de Dios

A medida que los pueblos ganan conocimiento y poder, su creencia y respeto por las deidades declina. Las situaciones que antes requerían la intercesión divina ya no la necesitan. Mucha gente continúa rezando, pero muy poca cree que Dios interviene directamente en los asuntos humanos. El punto de vista sofisticado es que rezar ayuda a la persona que reza a sentirse mejor, aunque tiene poco o ningún impacto en el curso de los acontecimientos humanos.

A medida que el poder humano aumentó, disminuyó el de Dios. Hemos depositado nuestra confianza en el poder de la razón de la mente humana. El hombre moderno parece creer que con un conocimiento y poder suficiente puede alcanzar la omnipotencia.

El orgullo cae antes de la caída, y hoy estamos siendo testigos del principio de la caída. Nos estamos dando cuenta que el poder y la potencia es un arma de dos filos, que tiene aspectos constructivos y destructivos. Nos estamos dando cuenta de que el hombre no puede alterar a voluntad el delicado equilibrio ecológico de la naturaleza sin pagar un precio. Parece claro que cuanta más potencia producimos mayor contaminación creamos. La obsesión por la potencia puede crear una espiral descendente que puede acabar con un desastre para la raza humana.

Si queremos invertir este proceso, debemos entender primero cómo llegó el hombre a este dilema. ¿En qué momento perdió su fe? ¿Cuándo y cómo se adjudicó el derecho de controlar la vida? Son preguntas importantes que, desgraciadamente, no puedo intentar contestar aquí.
Lo que si me gustaría examinar es el papel que ha jugado el psicoanálisis en este desarrollo. Por un lado, nos proporcionó los medios para descubrir las fuerzas que se esconden detrás de la fachada de la racionalización y de la conducta social aceptada. Freud nos demostró que el organismo busca el placer a través de la satisfacción de sus pulsiones, y cuando estas pulsiones entran en conflicto con la realidad de la situación social son reprimidas o sublimadas.

La represión de un impulso conduce a un conflicto interno que lastra la personalidad. El impulso se vuelve contra uno mismo, y la energía del impulso se utiliza para bloquea su expresión. En la sublimación, sin embargo, la energía del impulso se supone que se canaliza en un modo aceptable de liberación que no sólo evita los conflictos, sino que además se convierte en una expresión creativa que nutre el proceso cultural.

El psicoanálisis decía ser la ciencia de lo irracional o inconsciente, porque reconocía claramente que el inconsciente ejerce una influencia fuertemente determinante en la conciencia y en la conducta. Pero Freud entendía que existe un conflicto irreconciliable entre estas dos fuerzas, racionalidad e irracionalidad, o entre los aspectos concientes e inconscientes de la condición humana y también creía que parte de este conflicto podía resolverse con la técnica analítica, cuya finalidad era hacer consciente el inconsciente.
Desde este punto de vista, lo irracional del hombre se ve sólo en sus aspectos negativos; inmaduros, egoístas, destructivos y hostiles.
 
El fallo de la técnica psicoanalítica fue que no profundizó lo suficiente. Trabajó exclusivamente con la mente, olvidándose del corazón y del cuerpo. Comenzando con la premisa de que no se debe confiar en el ello, Freud acaba diciendo: “Donde estaba el ello pongamos el yo”. Dada su prevención contra lo irracional, el psicoanálisis no puede llegar a otra conclusión que la de que el niño es una criatura amoral, pecadora y pervertida a la que hay que educar para que se convierta en ser civilizado.

Entonces, si a la racionalidad se le da un valor positivo, a la irracionalidad se le debe asignar un valor negativo. Si el razonamiento y la lógica son formas superiores de funcionamiento, la sensibilidad emocional es una forma inferior. Si el funcionamiento mental es el modo superior de ser, el funcionamiento corporal es un modo inferior. Tales juicios no son exclusivos del psicoanálisis; impregnan la civilización occidental.

Aunque hay que reconocer las contribuciones que ha hecho el psicoanálisis para comprender la condición humana, debemos darnos cuenta también de sus efectos negativos. Ha tendido a aumentar la escisión entre el ego y el cuerpo o entre civilización y naturaleza al insistir en el antagonismo entre estos dos aspectos polares de la vida e ignorar su unidad. Tiende a alimentar la ilusión de que la mente es el aspecto más importante en el funcionamiento humano. En la práctica, esto conduce a concentrarse y enfrascarse en palabras e imágenes mentales, en detrimento de las formas no verbales de expresión. Un sistema de intelectualizaciones que ha perdido su conexión esencial con la naturaleza animal del hombre. El psicoanálisis tiene un fuerte sesgo contra el sentimiento, contra el cuerpo y contra el concepto de fe.

Freud también se cegó a los importantes hallazgos de Carl Jung y principalmente al descubrimiento de Johann Bachofen de que el matriarcado y las sociedades matriarcales han precedido en todas partes al establecimiento de la sociedad patriarcal. En esas civilizaciones, frustración, represión y neurosis eran desconocidas, pero no excluían la religión ni las deidades. Adoraban Diosas, figuras maternas o de la tierra.

Erich Fromm hace una interesante comparación entre el principio matriarcal y el patriarcal. El principio matriarcal es el del amor incondicional, igualdad natural, énfasis en los vínculos de la sangre y la tierra, compasión y clemencia; el principio patriarcal es el del amor condicionado, estructura jerárquica, pensamiento abstracto, leyes hechas por los hombres, el estado y la justicia. En último análisis, la clemencia y la justicia representan respectivamente esos dos principios.

Estos dos principios también se pueden equiparar al ego y al cuerpo respectivamente, o a la razón y al sentimiento. En su extensión natural, el principio patriarcal representa al ego, la razón, la creencia y la cultura, mientras que el principio matriarcal representa el cuerpo, el sentimiento, la fe y la naturaleza. Es verdad que el principio patriarcal está hoy en estado de crisis. Se ha hipertrofiado en manos de la ciencia y la tecnología y está a punto de quebrar; pero hasta que esto ocurra y se restablezca el principio del matriarcado en el lugar que le corresponde cómo valor igual y polar, se puede  anticipar que la depresión será endémica en nuestra civilización.

martes, 19 de marzo de 2019

¿Qué nos hace falta? parte 22 (final)

Condenar los sentimientos es condenar la vida.

El sentimiento, es la percepción de un movimiento interior del cuerpo.
Las tensiones musculares crónicas se presentan en todo el cuerpo como signos de impulsos bloqueados y sentimientos reprimidos.
Cada tensión impone un límite a la capacidad del individuo para expresarse.
La tensión muscular crónica, es el lado físico de la culpa. La culpa corresponde a carecer del derecho a ser libre, de hacer lo que uno quiere.  En sentido general, la culpa es la sensación de no estar uno  a sus anchas en su cuerpo, de no “sentirse bien”.
Por otro lado, uno no puede sentir culpa si esta “bien”, contento o alegre. Los dos estados -sentirse bien= sentir alegría; sentirse mal= sentirse culpable - son mutuamente excluyentes.

La culpa esta directamente conectada con la supresión del enojo. Esta supresión debilita los buenos sentimientos del cuerpo. La sensación de que algo esta mal constituye la base del sentimiento de culpa.
La libertad interior se manifiesta en la vivacidad del cuerpo. Corresponde a la libertad respecto de la culpa, la vergüenza y la autoconciencia. Es una manera de actuar espontánea, sin engaños, fiel al propio ser.

Hemos perdido contacto con el espíritu remolineante que anima nuestro ser y da sentido a nuestra vida.
Cualquiera que sea el medio empleado para establecer una conexión sensible con lo infinito, debe incluir al cuerpo, si se pretende que sea algo más que una idea que se tiene en la cabeza.

Es aconsejable hacer un viaje retrospectivo en el tiempo hasta nuestros primeros años. Es un viaje penoso, pues despierta recuerdos atemorizantes y evoca sentimientos dolorosos; pero al levantar la represión y anular la supresión del sentimiento, poco a poco cobrará vida plena el cuerpo que Dios creó.
No hay que tener miedo a los dolores del crecimiento, en especial cuando el objetivo es dejar que la vida fluya libremente por el cuerpo.

El infierno solo existe en las tinieblas de la noche. Los sentimientos supuestamente vergonzantes, peligrosos e inaceptables, son reacciones naturales frente a situaciones anormales.
El infierno es el inconsciente reprimido; el submundo donde están enterrados los terrores del pasado: la desesperanza, el tormento, las manías.

El inconsciente es la parte del cuerpo que uno no siente. Dichas zonas representan conflictos emocionales reprimidos.
Vivir en las honduras del propio ser puede ser penoso y aterrador al principio, pero también gratificante y gozoso si tenemos el coraje de atravesar el infierno que nos lleva al paraíso. Curiosamente, “El paraíso se encuentra en el centro del infierno”.

Fuimos inocentes y libres y conocimos la alegría, hasta que nuestro espíritu fue quebrantado cuando se nos hizo avergonzar y sentir culpa por nuestros impulsos naturales.
Para hallar al niño sepultado, debemos entrar en esas zonas obscuras de nuestro ser, en las tinieblas de lo inconsciente. Debemos hacer frente a los temores y peligros que implica ese descenso.

Un viaje al submundo, donde yacen  enterrados nuestros más grandes temores, como el miedo a la demencia y a la muerte. Si uno tiene el coraje de enfrentar esos temores, 
ingresará a un nuevo mundo de luz donde se han esfumado las nubes del pasado.

Todo lo que nosotros no queremos admitir en nuestro ser, conforma nuestra sombra.
La parte rechazada,(la sombra), por ley natural busca expresarse a través  del síntoma.
El camino del hombre es integrar aspectos de la sombra a la conciencia, y ser uno. La única solución es amigarnos con la sombra
Quien cumpla con su destino, gozará de paz interior y plenitud.

La sanación nace desde dentro, es un despertar, un renacimiento interior.
Sanación es la toma de conciencia de que nuestro espíritu es, fue, y será siempre sano.
La salud emocional consiste en la capacidad para aceptar la realidad, no para huir de ella.

El objetivo de cualquier tipo de tortura es quebrantar el espíritu, la mente y el cuerpo de una persona. A muchos niños se les critica constantemente, lo que termina por quebrantar su espíritu.
Al cercenar nuestra agresión natural, perdemos la pasión. Sin pasión, no puede haber alegría.

El odio no es malo, así como el amor no es bueno. Son emociones naturales que resultan apropiadas en determinadas situaciones.
Son pocos los padres que toleran el enojo de un hijo, y mucho menos los que toleran la expresión del odio.
Si es posible expresar el odio, se rompe el hielo y se reestablece el flujo de sentimientos positivos.
Al no poder expresar el odio, el niño se siente mal y se considera “malo”, no se siente un buen niño. La sumisión pasa a substituir al amor.El enojo suprimido congela el amor del niño, que se convierte en odio y hace que el niño se sienta culpable y se vuelva sumiso.

El odio se convierte en una fuerza maligna solo cuando se le niega y se proyecta sobre otras personas inocentes.
El niño puede decir “amo a mi madre”, pero es posible ver en su cuerpo la falta de amor, de calidez, de entusiasmo placentero, de apertura. Es un “amor” que surge de la culpa y no de la alegría.

Dejamos atrás la niñez con la fuerte sensación de que hay algo malo en nosotros, de no ser lo que deberíamos ser. Intentamos satisfacer al otro y es un gran golpe ver que esto no funciona.
Muchos sentimos vergüenza de nuestra sexualidad porque no se nos permitió desarrollarla como una expresión de amor, un deseo de estar cerca y unido a otra persona.

Todo nuestro sistema educativo padece este mal: se inculca en el estudiante una actitud exageradamente competitiva, y se le induce a reverenciar el triunfo en términos adquisitivos y hacer de ello su objetivo profesional.
Es necesario desarrollar un sentido de responsabilidad hacia sus congéneres, en lugar de glorificar el poder y el éxito.

Si queremos ayudar a que las personas se liberen de sus emociones negativas, es necesario comprender las fuerzas que dan origen a tales emociones; y para eso, primero debemos aceptar la realidad de esos sentimientos y no juzgarlos.
Al sacar a la luz la experiencia enterrada, se reduce la vergüenza, lo que permite sentir la herida y su miedo.

Escondemos, retenemos y negamos una parte de nosotros mismos por sentir culpa, vergüenza y miedo. Esa parte que retenemos, el enojo y el odio, es como un cáncer en la relación que la corroe lentamente.

Si buscamos en nosotros mismos los buenos sentimientos que son posibles cuando estamos en contacto con nosotros mismos, y nos entregamos al cuerpo, nadie podrá engañarnos ni maltratarnos. Nadie nos engañará porque no dependemos del otro para tener buenos sentimientos, y el respeto por nosotros mismos no permitirá que aceptemos el maltrato. Con esta actitud, todas las relaciones resultan positivas, porque, si no es así, les ponemos fin.
Nadie esta libre del dolor y las heridas, pero es necesario apartarse de aquellas situaciones donde se nos lastima constantemente.

La entrega al self y al cuerpo es un proceso muy doloroso al principio. Debido a eso, hay que trabajar lentamente con el cuerpo. Cada paso en la expansión o crecimiento implica una experiencia inicial de dolor, que desaparece a medida que la relajación o expansión se integra a la personalidad.
Por lo general, el dolor emocional, que es menos concreto, resulta más difícil de aceptar y tolerar que el dolor físico. El dolor emocional se siente en todo el cuerpo, en todo nuestro ser; es siempre la pérdida de amor. Cuando se corta una conexión de amor, nos quedamos sin una fuente de vida y de excitación placentera.

Los individuos que sobrevivieron a la pérdida de un amor durante la niñez, tienen mucho miedo de romper una conexión. La mera idea de estar solos es aterradora para muchas personas; despierta sentimientos que tenían en la niñez. Y si nuestro “self” es débil, inseguro y dubitativo, no nos resultará agradable estar a solas con él.

No tiene sentido buscar a alguien que nos devuelva la dicha de la niñez, la inocencia y la libertad. Debemos construir un “self” más fuerte, energizando el cuerpo y sintiendo nuestro enojo. Si no tenemos capacidad para luchar, nos convertimos en victimas cuyo objetivo es la sobrevivencia y no la alegría.
Los modelos neuróticos se mantienen gracias a la ilusión de que alguien pueda darnos el amor que deseamos con toda desesperación.

Para curarse, el paciente debe llegar a la conclusión de que existe algo mayor que él mismo, sea lo que fuere.El camino espiritual genuino nos conecta con nuestra totalidad, así como con la unidad de los demás. Los caminos insalubres provocan un sentimiento de separación.

El ser humano completo es aquel que de un estado enfermo, transmuta y trasciende hacia un estado de salud y sanación. Aquel que encuentra después del laberinto de la vida, su luz interior.
Aunar la razón y el corazón y formar así el corazón inteligente, para comprender y experimentar la realidad.


martes, 12 de marzo de 2019

¿Qué nos hace falta? parte 21


 Salud Sexual

Hay una identidad entre salud física y salud mental, entre salud emocional y salud sexual. Una ruptura en cualquier elemento, trastornará la salud de otros.
La salud física se manifiesta en un cuerpo bello y grácil, vibrantemente vivaz, no simplemente libre de enfermedades. Un cuerpo así, indica el funcionamiento de una mente calmada y clara, en la que no hay conflictos reprimidos.
Similarmente, la salud emocional consiste en tener plena posesión de nuestras facultades, y la plena gama de nuestros sentimientos. Incluye la capacidad de sentir y expresar plenamente nuestra sexualidad, y la capacidad de experimentar el gozo de esta expresión.

Las ansiedades y problemas sexuales afectan seriamente la salud física, emocional y mental de una persona . Y no es suficiente con liberar a una persona de las ansiedades sexuales que pueda tener en su mente, es también necesario liberar a su cuerpo de la tensión, y restaurar la movilidad de su pelvis.

La toma de tierra, o sea, el hecho de que la persona sienta sus pies sólidamente sobre el suelo, es un requisito previo para descargar las tensiones en cadera y pelvis. No basta con saber que uno tiene los pies en el suelo. Lo que se requiere es el proceso energético en el que la onda de excitación descienda por el cuerpo hasta las piernas y los pies.
Un cuerpo sexualmente vivo se halla caracterizado por una pelvis de balanceo libre. La pelvis debe moverse espontáneamente con cada respiración. Igualmente, con cada paso que damos. Si buscamos estar vibrantemente vivos, la pelvis debe ser liberada, y el flujo de sentimiento sexual abierto. El modo en que una persona sostiene su pelvis, es pues un tema de estudio tan importante como el modo en que lo hace con su cabeza.

La pelvis no se moverá de un modo natural, esto es, libre y espontáneamente, salvo que quede suspendida entre la cabeza y los pies. Este es el principio del arco. Este principio se aplica al movimiento de la pelvis. Si los pies se hallan plenamente en contacto con el suelo, sólo es necesario empujar la pelvis hacia atrás, para crear la carga que la moverá espontáneamente hacia delante.
La energía para la carga es producida por los procesos metabólicos del cuerpo, en conexión con la respiración. Por consiguiente, cualquier tensión en el cuerpo que restrinja la respiración o impida la toma de tierra, limita la motilidad pélvica.

Las tensiones pélvicas se desarrollan para limitar la sensación sexual, por lo que no podremos liberar la pelvis si estamos inhibidos acerca de la sensación sexual.
Cuando no hay bloqueos que perturben el flujo, las emociones tienen un signo o calidad positivo. El sentimiento de fe, es el sentimiento de la vida fluyendo en el cuerpo, de un extremo a otro.

Sólo con humildad y franqueza es posible enfrentar al manantial de sentimientos que fluye de todo ser humano.
Necesitamos comprender nuestro cuerpo como manifestación exterior de nuestro espíritu.
Trabajemos sobre nosotros mismos, agotemos nuestros potenciales, desarrollemos nuestras metas y nuestra moral por nosotros mismos, inventemos el sentido de nuestras vidas. Definamos los principios según los cuales deseamos vivir.

Sexualidad y Espiritualidad
La sexualidad, es la función biológica de expansión (fuera del “yo“), desde el centro a la periferia.
Un principio bioenergético básico establece que: la corriente de excitación es pulsátil, lo que significa, en lo que atañe a la sensibilidad, que no podemos ser más espirituales de lo que somos sexuales.
En otras palabras, la espiritualidad, disociada de la sexualidad, se convierte en una abstracción; y la sexualidad, disociada de la espiritualidad, en un acto puramente físico. El amor es la clave de esta fusión.
El amor es un estado de excitación placentera que varía de intensidad según la situación. Cuando nuestro espíritu interviene plenamente en cualquier acto, ese acto asume una cualidad espiritual, debido a la trascendencia del yo.

Desde luego, la excitación que sienten dos amantes contiene una dimensión adicional, que fluye hacia abajo y excita con fuerza los órganos genitales. Tras una fuerte descarga orgásmica, la persona siente una profunda calma.
Tanto en la experiencia mística como orgásmica, hay una sensación de comunión con las fuerzas superiores de la naturaleza.
Pero para tener una sensación tan poderosa, hay que controlar la creciente excitación hasta que abarque todo el cuerpo. Ello requiere un “yo” fuerte, pues uno débil se atemoriza.
Convertir la carne en espíritu, en eso consiste la trascendencia.

La trascendencia puede lograrse también por actos que no sean sexuales, como cuando nos anima una gran pasión o nos conmueve una experiencia significativa. Ya no sentimos que tenemos un espíritu, sino que estamos poseídos por él.
Todo acto creativo tiene cierto grado de trascendencia. Se requiere inspiración y pasión. Estas creaciones parecen tener vida propia.
Nuestra incapacidad para experimentar la respuesta orgásmica, se debe a la falta de pasión en nuestras relaciones.

En el periodo oral, (tres primeros años), si un niño es destetado prematuramente, experimentará la pérdida de su mundo. Si esta pérdida se reafirma a través de respuestas inapropiadas por parte de los padres, puede conducir a la sensación de que nunca voy a tener lo que quiero.
El niño se acoraza contra este dolor reteniendo el aliento y tensando los músculos del pecho, limitando la capacidad al amor y a la entrega de un vínculo íntimo.
A los tres años, muchos niños ya han sufrido una marcada pérdida de vivacidad.

La mayoría de la gente mantiene rígida la base pélvica por el temor inconsciente de que al aflojarla podría producirse una descarga inesperada. Este temor se deriva de las experiencias primarias del entrenamiento para el control de los esfínteres.
El individuo educado en una atmósfera de negación a la vida y al sexo,  contrae angustia de placer (miedo a la excitación placentera).

Es sumamente importante no poner rígido el trasero. Estas tensiones representan el temor a “abandonarse”. Originadas en el entrenamiento de nuestra más tierna infancia en pos de una limpieza de excrementos, estas tensiones son ahora inconscientes, y bloquean la entrega total a la descarga sexual.

Además, por lo general, cualquier respuesta sexual de parte del niño, lo expondrá a la reprobación y la humillación. Como forma de autodefensa, los niños suspenden sus sensaciones sexuales. Con esto, el amor queda desconectado del deseo sexual.
Al igual que cualquier otra sensación, las sexuales se suprimen a través de una tensión muscular crónica que evita que la excitación invada la pelvis, o que la pelvis se mueva en caso de una sensación excitante.
Sobra decir, que se considera a la propia sexualidad como algo sucio, sensación que se localiza en la parte inferior del cuerpo.

El niño que vive temeroso esta tenso, contraído, ansioso. Es un estado que genera dolor, y para no sentir ese dolor y ese temor, el niño se adormece a sí mismo. El proceso se convierte en una modalidad de vida para el sujeto. El placer queda subordinado . Se genera división entre cuerpo y ego.
La mayoría de la gente no se da cuenta de lo aterrada que está.  Cada músculo crónicamente tenso es un músculo aterrado. Es además, un músculo enojado, ya que el enojo es la reacción natural a la contención forzada y a la privación de la libertad. Y tiene tristeza, por la pérdida de su estado de excitación placentera.

La excitación sexual puede ser muy fuerte, pero para muchos hombres terminará en una eyaculación prematura debido a que la rigidez de la pelvis limita su capacidad de contener la carga hasta que abarque todo el cuerpo.
Cuando se llega a adulto, se tiene tan arraigado el hábito de mantener oculta la sexualidad, que se pierde cualquier esperanza de encontrar a alguien a quien amar plenamente.
Las experiencias infantiles en sí mismas no son patológicas, pueden, debido a la inhibición actual, cargarse de un exceso de energía sexual.
Frenar nuestras emociones produce ansiedad neurótica.

Para resolver el conflicto, en el nivel psicológico, el individuo tiene que adquirir una comprensión de su persona y de sus antecedentes. Físicamente, necesita movilizar la mitad inferior del cuerpo hasta sentirlo. Debemos comenzar con alguna actividad vibratoria de las piernas. Tarde o temprano esto se extenderá hacia arriba, hasta incluir a la pelvis. A continuación, es importante desarrollar el sentimiento de estar “tomando tierra”, puesto que la sexualidad adulta se halla relacionada con el sentido de independencia, y de plantarse sobre sus propios pies. Finalmente, la respiración ha de ser profunda y abierta en el vientre, y coordinada con los movimientos pélvicos.

El sentido del yo de un individuo se asienta sobre su sexualidad. La ansiedad, sentido de culpa o inseguridad sexual, debilitan este asiento, y minan la fuerza de nuestro ego.
Para formar nuestro ego de un modo saludable, es necesario trabajar sobre nuestros problemas sexuales. Pero es igualmente necesario trabajar con el dominio de uno mismo y la expresión de sí mismo.

La armonía es la señal distintiva de la persona auténticamente sexual. Esto implica un cuerpo flexible en el que hay una corriente de excitación y una sensación de vitalidad y de placer en la capacidad de moverse.
El estado de vivacidad es la base física de la experiencia de alegría. La alegría es una experiencia religiosa.
La alegría pertenece al ámbito de los sentimientos corporales positivos. No es una actitud mental.
El sentimiento de alegría pertenece al mundo animal, y no al mundo de los intelectuales civilizados.
Solo sentimos alegría cuando somos fieles a nosotros mismos.

Dado que la actividad sexual, como la defecación y la micción, están estrechamente ligadas con nuestra naturaleza animal, tal vez resulte difícil aceptar que existe una conexión entre la espiritualidad y la sexualidad.
Los humanos somos como los árboles: arraigados a la Tierra en un extremo, y tendiendo al cielo desde el otro.
Cuando nos unimos a Dios con el amor de nuestro cuerpo, el contacto es sexual a la vez que espiritual.

miércoles, 6 de marzo de 2019

¿Qué nos hace falta? parte 20

La Irrealidad de hoy en día (continuación)

En su imaginación o en la realidad, el hombre moderno parece necesitar una sensación de poder para superar una desesperación interna que proviene de la experiencia de haberse sentido impotente cuando niño y ahora como adulto. Pero creer que ese poder puede resolver los complejos problemas humanos es tan sólo una ilusión. Lo irreal del mundo moderno es su fe en el poder. Dios a sido substituido por Superman. Y aunque Superman es únicamente una imagen, representa la creencia de que con suficiente poder un hombre puede arreglar el mundo. Ésta es la filosofía que hay detrás de la revolución tecnológica que ha dado lugar a la llamada era de la información. La meta última es eliminar la enfermedad, superar el envejecimiento y vencer a la muerte. ¿Puede haber mayor megalomanía?

Podemos reconocer que nuestro conocimiento siempre es incompleto, que nuestro poder será siempre insuficiente para  determinar nuestro destino, que somos mortales. Este reconocimiento es la base de la humildad y del humanismo. Es lo que nos permite decir: no lo sé. Y también lo que posibilita la empatía hacia los demás, pues aceptamos que somos iguales que ellos. El reconocimiento y aceptación de nuestros límites nos permite llegar a ser personas reales, no narcisistas.

La irrealidad de la “buena vida” consiste en que, a pesar de su apariencia de placer, no produce gozo. Esto no significa que no haya gozo en el mundo. Sin embargo, en este estilo de vida, no hay gozo. Al ver a la gente que estaba en el hotel Hayatt de Kaanapali en la isla de Maui, no vi que sus caras o cuerpos expresaran gozo. Aparte de los niños que jugaban en la alberca, en ninguno de los vacacionistas pude ver una chispa de vida exuberante. No pude percibir ningún placer real en lo que eran o lo que hacían. Claro que esto es una generalización, pero apoya mi afirmación de que la “buena vida” es más exhibición que sentimiento.

En mi opinión, la irrealidad de nuestra era en ningún lugar es más evidente que en Las Vegas. Los grandes hoteles y los casinos parecen palacios de Kublain Kan, sacados de un cuento de hadas, donde la gente puede escapar de sí misma. Las luces, la música y la actividad bombardean los sentidos y apabullan el sentido de la realidad. Es obvio que la gente necesita de esta estimulación; ha de hacerla sentirse viva. Y esa es la naturaleza del nuevo hedonismo. No es una obsesión por el placer sino una búsqueda de estimulación y sensación para superar la falta de sensibilidad en los cuerpos sin vitalidad. El juego en Las Vegas también sirve a este propósito. Desde la perspectiva de los administradores de los casinos, la atmosfera de irrealidad ayuda a que los clientes se desentiendan del dinero con gran facilidad, pues el dinero asume también una cualidad de irreal. Al observar las caras de la gente que estaba en las mesas de juego, pude ver su deseo desesperado de ganar. Su excitación es negativa, no produce un placer real.

El concepto de excitación negativa es aplicable al conflicto narcisista. Al igual que todos, la persona narcisista necesita excitación en su vida; sin embargo, como ha negado sus sentimientos, no puede experimentar la excitación del anhelo y la pasión. Entonces, busca su excitación en el reto de ganar o perder, en las luchas por obtener poder y en las situaciones peligrosas. Su excitación se deriva del elemento de amenaza, proviene del elemento negativo de la situación, y el placer que él obtiene es más bien alivio que satisfacción.

El placer es una experiencia vital positiva. Un trago de agua fresca cuando se tiene sed es un ejemplo de placer real. De manera similar, cualquier alimento cuando se tiene hambre produce placer. Por otra parte, el comer el mejor de los manjares sin tener hambre puede resultar desagradable. Todos hemos experimentado el placer de dormirse cuando estamos cansados y con sueño. Sin embargo, aunque conozcamos estos placeres sencillos, las vidas de la mayoría de nosotros no se organizan alrededor de ellos. Comemos y dormimos a horas fijas, sin tomar en consideración nuestros sentimientos.

El deseo es la clave del placer. La cantidad de deseo que uno puede sentir está determinada por la vitalidad de uno. Los muertos no tienen deseos, los deprimidos tienen pocos y los ancianos tienen menos que los jóvenes. Los niños, como son los más vitales, sienten el mayor deseo y, cuando éste se cumple, gozan el mayor placer. Se ve al niño saltar de alegría. Éste es el secreto del gozo -estar tan excitado que la emoción te desborde-. Pero para sentir alegría, hay que estar libre de la ansiedad que provoca el temor a dejarse llevar por los sentimientos y a expresarlos. O, por decirlo de otra forma, hay que ser despreocupado e inocente como un niño. Los narcisistas no son ni una cosa ni la otra. Han aprendido a jugar el juego del poder, a seducir y manipular. Están siempre pensando en la opinión y la respuesta de los demás con respecto a ellos. Y tienen que mantener el control, porque la pérdida del control despierta su miedo a la locura.

Estoy seguro que alguno de nosotros hemos conocido momentos de alegría cuando nuestros egos pasaron a segundo plano y el niño que todos llevamos dentro fue libre para reír y amar. Desafortunadamente, perdimos nuestra inocencia muy temprano, y lo que es peor, no nos importa perderla. No queremos ser inocentes, porque eso nos expone al ridículo y nos hace vulnerables. Queremos ser mundanos -eso nos permite sentirnos superiores-.

La gente mundana es aparentemente la que más disfruta -asiste a fiestas, bebe, es un poco salvaje, niega los límites- ¿Y los inocentes que? Cuentan con un corazón abierto, con placeres sencillos, con la fe. 
La seducción del poder es difícil de resistir, especialmente cuando de niño, nos traicionaron  y lastimaron los mismos a quienes amábamos. Pero,  entregar el reino del cielo a cambio de tener poder es un pacto con el diablo. Es el pacto que realiza el narcisista.