miércoles, 6 de marzo de 2019

¿Qué nos hace falta? parte 20

La Irrealidad de hoy en día (continuación)

En su imaginación o en la realidad, el hombre moderno parece necesitar una sensación de poder para superar una desesperación interna que proviene de la experiencia de haberse sentido impotente cuando niño y ahora como adulto. Pero creer que ese poder puede resolver los complejos problemas humanos es tan sólo una ilusión. Lo irreal del mundo moderno es su fe en el poder. Dios a sido substituido por Superman. Y aunque Superman es únicamente una imagen, representa la creencia de que con suficiente poder un hombre puede arreglar el mundo. Ésta es la filosofía que hay detrás de la revolución tecnológica que ha dado lugar a la llamada era de la información. La meta última es eliminar la enfermedad, superar el envejecimiento y vencer a la muerte. ¿Puede haber mayor megalomanía?

Podemos reconocer que nuestro conocimiento siempre es incompleto, que nuestro poder será siempre insuficiente para  determinar nuestro destino, que somos mortales. Este reconocimiento es la base de la humildad y del humanismo. Es lo que nos permite decir: no lo sé. Y también lo que posibilita la empatía hacia los demás, pues aceptamos que somos iguales que ellos. El reconocimiento y aceptación de nuestros límites nos permite llegar a ser personas reales, no narcisistas.

La irrealidad de la “buena vida” consiste en que, a pesar de su apariencia de placer, no produce gozo. Esto no significa que no haya gozo en el mundo. Sin embargo, en este estilo de vida, no hay gozo. Al ver a la gente que estaba en el hotel Hayatt de Kaanapali en la isla de Maui, no vi que sus caras o cuerpos expresaran gozo. Aparte de los niños que jugaban en la alberca, en ninguno de los vacacionistas pude ver una chispa de vida exuberante. No pude percibir ningún placer real en lo que eran o lo que hacían. Claro que esto es una generalización, pero apoya mi afirmación de que la “buena vida” es más exhibición que sentimiento.

En mi opinión, la irrealidad de nuestra era en ningún lugar es más evidente que en Las Vegas. Los grandes hoteles y los casinos parecen palacios de Kublain Kan, sacados de un cuento de hadas, donde la gente puede escapar de sí misma. Las luces, la música y la actividad bombardean los sentidos y apabullan el sentido de la realidad. Es obvio que la gente necesita de esta estimulación; ha de hacerla sentirse viva. Y esa es la naturaleza del nuevo hedonismo. No es una obsesión por el placer sino una búsqueda de estimulación y sensación para superar la falta de sensibilidad en los cuerpos sin vitalidad. El juego en Las Vegas también sirve a este propósito. Desde la perspectiva de los administradores de los casinos, la atmosfera de irrealidad ayuda a que los clientes se desentiendan del dinero con gran facilidad, pues el dinero asume también una cualidad de irreal. Al observar las caras de la gente que estaba en las mesas de juego, pude ver su deseo desesperado de ganar. Su excitación es negativa, no produce un placer real.

El concepto de excitación negativa es aplicable al conflicto narcisista. Al igual que todos, la persona narcisista necesita excitación en su vida; sin embargo, como ha negado sus sentimientos, no puede experimentar la excitación del anhelo y la pasión. Entonces, busca su excitación en el reto de ganar o perder, en las luchas por obtener poder y en las situaciones peligrosas. Su excitación se deriva del elemento de amenaza, proviene del elemento negativo de la situación, y el placer que él obtiene es más bien alivio que satisfacción.

El placer es una experiencia vital positiva. Un trago de agua fresca cuando se tiene sed es un ejemplo de placer real. De manera similar, cualquier alimento cuando se tiene hambre produce placer. Por otra parte, el comer el mejor de los manjares sin tener hambre puede resultar desagradable. Todos hemos experimentado el placer de dormirse cuando estamos cansados y con sueño. Sin embargo, aunque conozcamos estos placeres sencillos, las vidas de la mayoría de nosotros no se organizan alrededor de ellos. Comemos y dormimos a horas fijas, sin tomar en consideración nuestros sentimientos.

El deseo es la clave del placer. La cantidad de deseo que uno puede sentir está determinada por la vitalidad de uno. Los muertos no tienen deseos, los deprimidos tienen pocos y los ancianos tienen menos que los jóvenes. Los niños, como son los más vitales, sienten el mayor deseo y, cuando éste se cumple, gozan el mayor placer. Se ve al niño saltar de alegría. Éste es el secreto del gozo -estar tan excitado que la emoción te desborde-. Pero para sentir alegría, hay que estar libre de la ansiedad que provoca el temor a dejarse llevar por los sentimientos y a expresarlos. O, por decirlo de otra forma, hay que ser despreocupado e inocente como un niño. Los narcisistas no son ni una cosa ni la otra. Han aprendido a jugar el juego del poder, a seducir y manipular. Están siempre pensando en la opinión y la respuesta de los demás con respecto a ellos. Y tienen que mantener el control, porque la pérdida del control despierta su miedo a la locura.

Estoy seguro que alguno de nosotros hemos conocido momentos de alegría cuando nuestros egos pasaron a segundo plano y el niño que todos llevamos dentro fue libre para reír y amar. Desafortunadamente, perdimos nuestra inocencia muy temprano, y lo que es peor, no nos importa perderla. No queremos ser inocentes, porque eso nos expone al ridículo y nos hace vulnerables. Queremos ser mundanos -eso nos permite sentirnos superiores-.

La gente mundana es aparentemente la que más disfruta -asiste a fiestas, bebe, es un poco salvaje, niega los límites- ¿Y los inocentes que? Cuentan con un corazón abierto, con placeres sencillos, con la fe. 
La seducción del poder es difícil de resistir, especialmente cuando de niño, nos traicionaron  y lastimaron los mismos a quienes amábamos. Pero,  entregar el reino del cielo a cambio de tener poder es un pacto con el diablo. Es el pacto que realiza el narcisista.

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