martes, 19 de marzo de 2019

¿Qué nos hace falta? parte 22 (final)

Condenar los sentimientos es condenar la vida.

El sentimiento, es la percepción de un movimiento interior del cuerpo.
Las tensiones musculares crónicas se presentan en todo el cuerpo como signos de impulsos bloqueados y sentimientos reprimidos.
Cada tensión impone un límite a la capacidad del individuo para expresarse.
La tensión muscular crónica, es el lado físico de la culpa. La culpa corresponde a carecer del derecho a ser libre, de hacer lo que uno quiere.  En sentido general, la culpa es la sensación de no estar uno  a sus anchas en su cuerpo, de no “sentirse bien”.
Por otro lado, uno no puede sentir culpa si esta “bien”, contento o alegre. Los dos estados -sentirse bien= sentir alegría; sentirse mal= sentirse culpable - son mutuamente excluyentes.

La culpa esta directamente conectada con la supresión del enojo. Esta supresión debilita los buenos sentimientos del cuerpo. La sensación de que algo esta mal constituye la base del sentimiento de culpa.
La libertad interior se manifiesta en la vivacidad del cuerpo. Corresponde a la libertad respecto de la culpa, la vergüenza y la autoconciencia. Es una manera de actuar espontánea, sin engaños, fiel al propio ser.

Hemos perdido contacto con el espíritu remolineante que anima nuestro ser y da sentido a nuestra vida.
Cualquiera que sea el medio empleado para establecer una conexión sensible con lo infinito, debe incluir al cuerpo, si se pretende que sea algo más que una idea que se tiene en la cabeza.

Es aconsejable hacer un viaje retrospectivo en el tiempo hasta nuestros primeros años. Es un viaje penoso, pues despierta recuerdos atemorizantes y evoca sentimientos dolorosos; pero al levantar la represión y anular la supresión del sentimiento, poco a poco cobrará vida plena el cuerpo que Dios creó.
No hay que tener miedo a los dolores del crecimiento, en especial cuando el objetivo es dejar que la vida fluya libremente por el cuerpo.

El infierno solo existe en las tinieblas de la noche. Los sentimientos supuestamente vergonzantes, peligrosos e inaceptables, son reacciones naturales frente a situaciones anormales.
El infierno es el inconsciente reprimido; el submundo donde están enterrados los terrores del pasado: la desesperanza, el tormento, las manías.

El inconsciente es la parte del cuerpo que uno no siente. Dichas zonas representan conflictos emocionales reprimidos.
Vivir en las honduras del propio ser puede ser penoso y aterrador al principio, pero también gratificante y gozoso si tenemos el coraje de atravesar el infierno que nos lleva al paraíso. Curiosamente, “El paraíso se encuentra en el centro del infierno”.

Fuimos inocentes y libres y conocimos la alegría, hasta que nuestro espíritu fue quebrantado cuando se nos hizo avergonzar y sentir culpa por nuestros impulsos naturales.
Para hallar al niño sepultado, debemos entrar en esas zonas obscuras de nuestro ser, en las tinieblas de lo inconsciente. Debemos hacer frente a los temores y peligros que implica ese descenso.

Un viaje al submundo, donde yacen  enterrados nuestros más grandes temores, como el miedo a la demencia y a la muerte. Si uno tiene el coraje de enfrentar esos temores, 
ingresará a un nuevo mundo de luz donde se han esfumado las nubes del pasado.

Todo lo que nosotros no queremos admitir en nuestro ser, conforma nuestra sombra.
La parte rechazada,(la sombra), por ley natural busca expresarse a través  del síntoma.
El camino del hombre es integrar aspectos de la sombra a la conciencia, y ser uno. La única solución es amigarnos con la sombra
Quien cumpla con su destino, gozará de paz interior y plenitud.

La sanación nace desde dentro, es un despertar, un renacimiento interior.
Sanación es la toma de conciencia de que nuestro espíritu es, fue, y será siempre sano.
La salud emocional consiste en la capacidad para aceptar la realidad, no para huir de ella.

El objetivo de cualquier tipo de tortura es quebrantar el espíritu, la mente y el cuerpo de una persona. A muchos niños se les critica constantemente, lo que termina por quebrantar su espíritu.
Al cercenar nuestra agresión natural, perdemos la pasión. Sin pasión, no puede haber alegría.

El odio no es malo, así como el amor no es bueno. Son emociones naturales que resultan apropiadas en determinadas situaciones.
Son pocos los padres que toleran el enojo de un hijo, y mucho menos los que toleran la expresión del odio.
Si es posible expresar el odio, se rompe el hielo y se reestablece el flujo de sentimientos positivos.
Al no poder expresar el odio, el niño se siente mal y se considera “malo”, no se siente un buen niño. La sumisión pasa a substituir al amor.El enojo suprimido congela el amor del niño, que se convierte en odio y hace que el niño se sienta culpable y se vuelva sumiso.

El odio se convierte en una fuerza maligna solo cuando se le niega y se proyecta sobre otras personas inocentes.
El niño puede decir “amo a mi madre”, pero es posible ver en su cuerpo la falta de amor, de calidez, de entusiasmo placentero, de apertura. Es un “amor” que surge de la culpa y no de la alegría.

Dejamos atrás la niñez con la fuerte sensación de que hay algo malo en nosotros, de no ser lo que deberíamos ser. Intentamos satisfacer al otro y es un gran golpe ver que esto no funciona.
Muchos sentimos vergüenza de nuestra sexualidad porque no se nos permitió desarrollarla como una expresión de amor, un deseo de estar cerca y unido a otra persona.

Todo nuestro sistema educativo padece este mal: se inculca en el estudiante una actitud exageradamente competitiva, y se le induce a reverenciar el triunfo en términos adquisitivos y hacer de ello su objetivo profesional.
Es necesario desarrollar un sentido de responsabilidad hacia sus congéneres, en lugar de glorificar el poder y el éxito.

Si queremos ayudar a que las personas se liberen de sus emociones negativas, es necesario comprender las fuerzas que dan origen a tales emociones; y para eso, primero debemos aceptar la realidad de esos sentimientos y no juzgarlos.
Al sacar a la luz la experiencia enterrada, se reduce la vergüenza, lo que permite sentir la herida y su miedo.

Escondemos, retenemos y negamos una parte de nosotros mismos por sentir culpa, vergüenza y miedo. Esa parte que retenemos, el enojo y el odio, es como un cáncer en la relación que la corroe lentamente.

Si buscamos en nosotros mismos los buenos sentimientos que son posibles cuando estamos en contacto con nosotros mismos, y nos entregamos al cuerpo, nadie podrá engañarnos ni maltratarnos. Nadie nos engañará porque no dependemos del otro para tener buenos sentimientos, y el respeto por nosotros mismos no permitirá que aceptemos el maltrato. Con esta actitud, todas las relaciones resultan positivas, porque, si no es así, les ponemos fin.
Nadie esta libre del dolor y las heridas, pero es necesario apartarse de aquellas situaciones donde se nos lastima constantemente.

La entrega al self y al cuerpo es un proceso muy doloroso al principio. Debido a eso, hay que trabajar lentamente con el cuerpo. Cada paso en la expansión o crecimiento implica una experiencia inicial de dolor, que desaparece a medida que la relajación o expansión se integra a la personalidad.
Por lo general, el dolor emocional, que es menos concreto, resulta más difícil de aceptar y tolerar que el dolor físico. El dolor emocional se siente en todo el cuerpo, en todo nuestro ser; es siempre la pérdida de amor. Cuando se corta una conexión de amor, nos quedamos sin una fuente de vida y de excitación placentera.

Los individuos que sobrevivieron a la pérdida de un amor durante la niñez, tienen mucho miedo de romper una conexión. La mera idea de estar solos es aterradora para muchas personas; despierta sentimientos que tenían en la niñez. Y si nuestro “self” es débil, inseguro y dubitativo, no nos resultará agradable estar a solas con él.

No tiene sentido buscar a alguien que nos devuelva la dicha de la niñez, la inocencia y la libertad. Debemos construir un “self” más fuerte, energizando el cuerpo y sintiendo nuestro enojo. Si no tenemos capacidad para luchar, nos convertimos en victimas cuyo objetivo es la sobrevivencia y no la alegría.
Los modelos neuróticos se mantienen gracias a la ilusión de que alguien pueda darnos el amor que deseamos con toda desesperación.

Para curarse, el paciente debe llegar a la conclusión de que existe algo mayor que él mismo, sea lo que fuere.El camino espiritual genuino nos conecta con nuestra totalidad, así como con la unidad de los demás. Los caminos insalubres provocan un sentimiento de separación.

El ser humano completo es aquel que de un estado enfermo, transmuta y trasciende hacia un estado de salud y sanación. Aquel que encuentra después del laberinto de la vida, su luz interior.
Aunar la razón y el corazón y formar así el corazón inteligente, para comprender y experimentar la realidad.


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