martes, 29 de noviembre de 2016

El Gozo, parte 26


8.
El abuso sexual

 EL abuso sexual es una forma muy infame de traición al  amor, ya que normalmente la sexualidad es una expresión de amor. La persona que abusa de otra se acerca a su victima como si le estuviera ofreciendo amor pero luego se aprovecha de su inocencia y/o desamparo para satisfacer su necesidad personal. El aspecto mas dañino de este delito es la traición a la confianza, pero la violación física agrega a esta acción destructiva una dimensión importante de miedo y dolor. Los individuos que sufrieron abusos o maltratos sexuales de cualquier tipo llevan las  cicatrices de esa experiencia durante toda su vida. Lo más grave es la supresión de la experiencia por parte de la victima debido a la vergüenza y repugnancia por lo sucedido. Sin embargo, cuando se suprimen estos sentimientos, el individuo se queda con una profunda sensación de vacío interior y confusión.

Las victimas de abuso sexual no pueden entregarse a su cuerpo ni al amor, lo cual implica que no tienen posibilidades de encontrar satisfacción en su vida. El viaje de autodescubrimiento les resulta una aventura aterradora.

¿Cuál es la frecuencia del abuso sexual? Depende de lo que consideremos abuso o maltrato sexual. Según estudios estadísticos basados en cuestionarios enviados a adultos, entre el 30 y el 50 por ciento de los que respondieron declararon haber sufrido abusos durante la niñez. Si se considera abuso sexual a toda violación de la privacidad del niño con respecto a su cuerpo y sexualidad, la proporción podría superar el 90 por ciento. Una paciente recordó la vergüenza y la humillación que sintió cuando a los tres años su familia la hizo posar desnuda para un fotógrafo. Los comentarios en publico sobre la sexualidad en desarrollo de un niño bien pueden considerarse una forma de abuso sexual. El hecho de que un padre le pegue en las nalgas desnudas a su pequeña hija es, para mi, un acto de abuso sexual además de un maltrato físico. Considero que el padre obtiene de sus acciones una excitación sexual que el niño percibe. Una mujer contó que le pedía a su esposo que le pegara en las nalgas desnudas porque le provocaba tal excitación sexual que el coito que le sucedía era el mejor que hubiera experimentado. Este es un típico comportamiento masoquista.

Las practicas masoquistas o sádicas relacionadas con el sexo derivan de experiencias infantiles que quedan grabadas en la personalidad del niño. Muchas mujeres se valen de fantasías masoquistas, como estar atadas durante el acto sexual, para llegar al clímax. Hasta me animaría a decir que en todos los casos en que un adulto le pega a un niño hay un elemento sexual implícito.

En la actualidad, sabemos que en muchos casos de abuso sexual hay un contacto directo entre un adulto o adolescente y un niño. También los consideramos una forma de incesto. En dichos casos, el contacto directo tiene un efecto muy destructivo sobre la personalidad del niño, cuya gravedad guarda una relación inversa con la edad; es decir, cuanto más pequeño es el niño, mas grave es el daño. Me impresione mucho al enterarme de casos en  los que el niño era muy pequeño. Cuando un niño es victima de abuso sexual a muy corta edad, reprime todo recuerdo de los hechos suprimiendo los sentimientos asociados con ellos. La supresión implica matar una parte del cuerpo. Cuando los sentimientos renacen, el recuerdo se despierta.
El fenómeno de retirarse del cuerpo es un proceso disociativo  típico del estado esquizoide en el cual la mente consciente no se identifica con los hechos corporales.
Cualquier abuso de un niño, físico o sexual, que lo aterrorice lo lleva a disociarse de su cuerpo.

La sumisión elimina la amenaza de fuerza y violencia y niega el miedo. La idea de que ningún hombre lastimará a una mujer si ella cede ante él es un razonamiento falso de las mujeres que sufrieron abusos.
En la personalidad de la mujer que sufrió abusos de niña existe  otro elemento que conforma su comportamiento con tanta fuerza como el miedo y el desamparo asociados con el abuso. Este elemento es una fuerte excitación sexual limitada al aparato  genital y disociada de la personalidad consciente. El abuso sexual temprano asusta y al mismo tiempo excita al niño. No fue una excitación que el cuerpo y el ego inmaduros del niño pudieran integrar, sino que dejó una huella imborrable en su cuerpo y mente. El niño entró momentáneamente al mundo adulto, lo cual quebrantó su inocencia; a partir de ese momento, la sexualidad se transformó en una fuerza irresistible y abrumadora, pero dividida de la personalidad. Marilyn Monroe constituye un ejemplo. Ella encarnaba la sexualidad pero no era una persona sexual. Era como si representara un papel sexual sin identificarse con él a un nivel adulto. Su personalidad adulta estaba dividida entre una mente sofisticada y una dependencia y miedo infantiles. Era sexualmente sofisticada, pero esa sofisticación era muy superficial y tapaba una sensación subyacente de estar perdida, desamparada y asustada.

El abuso sexual sobreexcita el aparato sexual de las victimas en forma prematura. Pese al miedo que sienten, la excitación sexual del contacto queda grabada en la personalidad, pues permanece en el aparato sexual sin que se la descargue. Se sienten atraídas por los hombres de personalidad similar a la del abusador y su sumisión sexual es un intento inconsciente de liberarse de su obsesión reviviendo la situación y completando la descarga; solo que esto nunca ocurre debido a la disociación.

La descarga tiene lugar solo cuando la excitación recorre el cuerpo hacia abajo, entrando en el aparato genital para luego salir de él. La violación a corta edad, es decir, antes de que se desarrolle la capacidad para descargar la excitación por medio del orgasmo, lleva a que esos órganos se carguen con una fuerza sobre la que el individuo no tiene control. A la pequeña literalmente la despojan de sus órganos genitales. La victima de abuso sexual puede recuperar la posesión de sus órganos sexuales permitiendo que la excitación fluya hacia abajo y entre en ellos. Este es el patrón sexual normal pero, en estos casos, está bloqueado físicamente por una franja de tensión alrededor de la cintura y psicológicamente por fuertes sentimientos
de vergüenza respecto de las propias partes sexuales, que se consideran impuras.

Muchas mujeres sienten vergüenza de su sexualidad porque no se le permitió desarrollarse como una expresión de amor; sin embargo, la sexualidad es una expresión de amor, un deseo de estar cerca y unido a otra persona. Por desgracia, muchas veces ese amor está mezclado con su opuesto: la hostilidad. Muchos seres humanos tienen sentimientos ambivalentes a raíz de sus experiencias infantiles, en las que el amor de sus padres estuvo mezclado con sentimientos negativos y hostiles. Este hecho creo que sucede en la mayoría de las relaciones familiares. Es imposible entregarse por completo al amor cuando uno ha sido traicionado por aquellos en los que deposito amor y confianza. He visto varias mujeres, que sufrieron abusos sexuales, con patrones de comportamiento similares. Son mujeres inteligentes cuyas vidas sufrieron graves daños porque las convirtieron en victimas. Todas tienen personalidades múltiples que se originan en el conflicto entre su excitación sexual y su miedo, entre una sensación de ser deseables y un fuerte sentimiento de vergüenza; y, en todos los casos, la sexualidad no esta integrada a su personalidad.

Estos individuos oponen una fuerte resistencia a la descarga de la ira contra el abusador. Esa resistencia tiene su origen, en parte, en un sentimiento de culpa por haber participado en los actos sexuales, ya sea en forma voluntaria o forzada, pero también se origina en el miedo a la ira asesina. Matar a un padre es el delito mas abominable y, sin embargo, la traición partió del padre. La única forma de resolver los conflictos creados por los abusos sexuales es mediante un programa terapéutico que proporcione una situación controlada para la expresión de esa ira.

Esta demostrado que los niños varones sufrieron abusos sexuales casi en la misma proporción que las mujeres. Algunos fueron violados por el padre, por algún otro hombre o por hermanos mayores. Cuando esto ocurre, tiene el mismo efecto sobre la personalidad del niño que sobre la de la niña. Si hay penetración anal, el niño experimentaría un dolor y miedo intensos, lo que podría llevarlo a disociarse de su cuerpo. El abuso sexual de un niño por parte de un varón adulto socava su masculinidad en desarrollo y lo hace sentirse avergonzado y humillado. No creo que esas experiencias creen una tendencia homosexual en la personalidad del niño, pero la consecuente debilidad de su identificación masculina podría predisponerlo a ese patrón de comportamiento sexual.

Lo que daña la personalidad del niño es el impacto emocional de la experiencia. El miedo, la vergüenza y la humillación son sentimientos devastadores para un niño que no tiene manera de liberar por medio de palabras el agravio de este trauma. El abuso físico que el padre hace de un hijo, por ejemplo con repetidas palizas, tiene un efecto similar en la personalidad del niño y, como señale en el capitulo anterior, debe considerárselo una forma de abuso sexual.

El abuso sexual es tanto una expresión de poder como de amor sexual. La sensación de tener poder sobre otra persona actúa como un antídoto para ese sentimiento de humillación que sufrió el abusador cuando abusaron de él en su niñez. La cuestión del poder también impregna la actividad sexual que tiene lugar entre adultos por mutuo acuerdo, como en las practicas sadomasoquistas. El abusador es en general un individuo que se siente impotente para ser un hombre o mujer maduro. Ese sentimiento de impotencia desaparece cuando la victima es un niño, un adulto indefenso o un compañero sumiso. En esta situación el abusador se siente poderoso, lo que implica que también se siente sexualmente potente. Cuando los sentimientos de poder se inmiscuyen en una relación, siempre se convierte en una relación abusiva. Un hombre que necesita sentir poder para ser sexualmente potente inevitablemente abusara de la mujer. Por lo común, cuando el hombre aparenta ser poderoso, la mujer se excita y se vuelve más propensa a entregarse a él. Por supuesto que esto sucede con las mujeres que fueron victimas y se sienten impotentes.

El comportamiento abusivo entre los adultos denota una relación sadomasoquista que le permite al individuo entregarse a su excitación sexual. En el caso del sádico, este efecto lo produce el sentimiento de poder sobre el otro, manifestado en acciones que buscan lastimar o humillar al compañero. En el caso del masoquista, la sumisión al dolor y a la humillación elimina, por un tiempo, la culpa que bloquea la entrega sexual. En la sumisión, se transfiere la culpa al abusador, lo cual permite a la victima simular inocencia.

En un nivel, el comportamiento abusivo expresa odio, el deseo de lastimar al otro, pero debemos reconocer que además existe un elemento de amor. Reich señaló la conexión entre el sadismo y el amor: creía que la acción sádica se origina en un deseo de contacto y cercanía. Comienza como un impulso de amor en el corazón pero, a medida que ese impulso se acerca a la superficie, lo tuercen las tensiones en la musculatura relacionadas con la ira suprimida, convirtiéndolo en un acto dañino. Es posible que la victima sienta esta dinámica, sobre lodo si el abusador es uno de los padres que esta actuando sobre su hijo/a. Lo que quiero decir es que es posible que un niño pequeño, sumamente sensible a los matices emocionales del comportamiento, se de cuenta de que el castigo o el abuso pretende ser un acto de amor. El amor se vuelve sádico cuando no se puede expresar. El reconocimiento de este hecho podría impedir que el niño sienta la plenitud de su ira contra el abusador. El niño también reconoce el dolor que siente el abusador y que le impide expresar amor con facilidad y libertad. Entonces, siente pena por el abusador y se identifica con él.

martes, 22 de noviembre de 2016

El Gozo, parte 25


Capítulo 7 (continuación)

La mayoría de las relaciones comienzan con placer y sentimientos positivos que acercan a los individuos, pero, lamentable, es poco común que estos sentimientos se desarrollen y profundicen a lo largo de los años. El placer se desvanece, los sentimientos positivos pasan a ser negativos, y crecen los resentimientos, ya que sin la sensación de libertad e igualdad, el individuo se siente insatisfecho y atrapado. El enojo suprimido se actúa de una forma u otra, ya sea de manera psicológica o física, y esto hace que peligre la relación, que en este punto puede romperse, o bien la pareja buscará orientación psicológica con el fin de restablecer los sentimientos positivos que alguna vez existieron entre ellos. No conozco muchos casos en los que dicha orientación haya sido eficaz, ya que en general apunta a que los individuos se comprendan entre sí y hagan un esfuerzo por seguir juntos, pero en realidad mantiene la actitud neurótica de intentar hacer algo. Este intento no hace que amemos ni que nos amen más, no produce placer ni alegría. El amor es una cualidad del ser, del ser abiertos, no del hacer.

Podemos obtener una recompensa por intentar hacer algo, pero el amor no es una recompensa, sino que es la excitación y el placer que encuentran dos personas cuando se entregan a su atracción mutua.
Todas las relaciones amorosas comienzan con una entrega; por lo tanto, lo que impide la continuidad de las relaciones es que la entrega ha sido condicional y no total; a la persona, y no al self.

Escondemos, retenemos y negamos una parte del self por sentir culpa, vergüenza y miedo. Esa parte que retenemos, el enojo y el odio, es como un cáncer en la relación que la corroe lentamente. Es necesario extirpar ese cáncer, tarea de la que se encarga la terapia.
Nadie se merece el maltrato; solo le pasa a la persona que se encuentra en una relación de dependencia. Esta persona se convierte en un objeto fácil sobre el cual el otro individuo puede descargar toda su hostilidad, enojo y frustración, que provienen de sus experiencias tempranas con sus padres. El maltratado puede pasar a ser con mucha facilidad el que maltrata cuando hay un objeto adecuado sobre el que se puede actuar el enojo y el odio suprimidos.

Si de adultos dependemos de otra persona para alcanzar la satisfacción de nuestro ser, es decir, para hallar la felicidad, nos traicionamos a nosotros mismos y nos sentiremos traicionados por el otro. Por el contrario, si buscamos en nosotros mismos los buenos sentimientos que son posibles cuando estamos en contacto con nosotros mismos y nos entregamos al cuerpo, nadie podrá engañamos ni maltratamos. Nadie nos engañará porque no dependemos de otro para tener buenos sentimientos, y el respeto por nosotros mismos no permitirá que aceptemos el maltrato, con esta actitud, todas las relaciones resultan positivas, porque si no es así, les ponemos fin.

Las personas con mucha autoestima  y amor a sí mismas no están ni se sienten solas, ya que los demás se sienten atraídos hacia ellas por la energía y las vibraciones positivas que irradian. Al respetarse a sí mismas, imponen respeto y por lo general se las trata con respeto. Esto no significa que no sufran heridas en la vida. Nadie esta libre del dolor y las heridas, pero estos individuos se apartan de aquellas situaciones en las que se los lastima constantemente.

Si bien reconocemos que la alegría es muy deseable y la actitud de respeto por uno mismo es muy positiva, también debemos tener en cuenta que no son fáciles de lograr. La entrega al self y al cuerpo es un proceso muy doloroso al principio, ya que nos pone en contacto con el dolor que tenemos en el cuerpo. Cada tensión crónica del cuerpo es un área de dolor potencial: el que sentiríamos si intentáramos liberar la tensión. Debido al dolor, hay que trabajar lentamente con el cuerpo. Es un proceso similar al de devolver el calor a un dedo o un pie congelado. Aplicar demasiado calor de golpe haría que fluyera mucha sangre al área afectada, lo que destruiría las células contraídas del tejido y podría dar como resultado una gangrena. La expansión de un área contraída, que equivale a soltarse, no es algo que se logra de un solo golpe, sino de a poco, con tiempo, para que los tejidos y su personalidad puedan adaptarse a un nivel mas alto de excitación y a una mayor libertad de movimiento y expresión. Pero por más que se trabaje con lentitud, el dolor es inevitable, pues cada paso en la expansión o crecimiento implica una experiencia inicial de dolor, que desaparece a medida que la relajación o expansión se integra a la personalidad.

Por lo general, el dolor emocional, que es menos concreto, resulta mas difícil de aceptar y tolerar que el dolor físico, que es más localizado. El dolor emocional se siente en todo el cuerpo, en todo nuestro ser; es siempre la perdida de amor. Podemos recibir diferentes heridas emocionales; nos pueden rechazar, humillar, negar, nos pueden agredir físicamente o con palabras, pero cada uno de estos traumas a la personalidad es en realidad , una perdida de amor. Si alguien con quien no tenemos ninguna conexión emocional nos hiere físicamente, el dolor va a ser solo físico; podemos sentir ese dolor en todo el cuerpo, pero no es tan profundo como el dolor emocional. Cuando se corta una conexión de amor, nos quedamos sin una fuente de vida y excitación placentera. Se contrae todo el organismo, incluso el corazón. Tenemos la sensación de que toda nuestra vida esta amenazada, lo que nos produce miedo. Sobrevivimos a esta amenaza que se cierne sobre nuestra existencia porque no se cortaron absolutamente todas las conexiones de amor. Y, excepto en el caso de los bebés, por lo general se pueden establecer conexiones con otras criaturas, con la naturaleza, con el universo, con Dios. No creo que ningún ser humano pueda sobrevivir sin alguna conexión.

Los individuos que sobrevivieron a la perdida de amor durante la niñez tienen mucho miedo de romper una conexión. Algunos llegan a decir que prefieren una mala relación antes que ninguna. La mera idea de estar solas es aterradora para muchas personas; despierta sentimientos que tenían en la niñez, cuando sobrevivir dependía de formar parte de una familia; y se relaciona con el hecho de que estar solos nos obliga a mantener una relación muy intima con nuestro self. Si nuestro self es débil, inseguro y dubitativo, no nos resultara agradable estar a solas con él. Pero la inseguridad que hace que a una persona le cueste mucho vivir sola también la afecta en su vida con otro. Necesitamos una conexión para reducir el dolor emocional, pero éste nunca se libera a través de otro. Nos volvemos cada vez más dependientes. Y esto termina en el abuso físico, que muchas personas parecen preferir antes que sufrir el dolor emocional de estar solas.

El dolor emocional se descarga llorando, lo que libera al cuerpo del estado de contracción crónica. Para que el llanto sea eficaz, debe ser tan profundo como el dolor, y debe estar ligado a la convicción de que no tiene sentido buscar a alguien para que nos devuelva la dicha de la niñez, la inocencia y la libertad. Al mismo tiempo, debemos construir un self más fuerte energizando el cuerpo y sintiendo nuestro enojo.

El problema de un individuo siempre se manifiesta en el cuerpo, ya que eso es lo que somos. En el análisis bioenergético, la terapia siempre comienza con un análisis del malestar corporal, que después se relaciona con el problema psicológico que presenta la persona. Son pocas las personas que tienen conciencia de la medida en que la dinámica de la energía del cuerpo condiciona el comportamiento y los sentimientos. El primer paso en cualquier terapia integrada (es decir, una terapia en la que participe tanto el cuerpo como la mente) es ayudar al paciente a sentir las tensiones en el cuerpo y a comprender las conexiones entre ellas y su problema psicológico. La mayoría de los pacientes presentan un problema psicológico y tienen muy poca o ninguna conciencia de su conexión con el cuerpo. Solo sentimos alegría cuando somos fieles a nosotros mismos.

Golpear a un niño constituye en cualquier circunstancia un maltrato físico y es algo que nadie debe permitir. Da resultado porque el niño se aterroriza, como le pasaría a cualquiera que se  siente impotente ante el poder destructivo de un superior. Si ese superior es un padre/madre de quien depende el niño, el temor queda arraigado en la personalidad. Cuando el niño se convierte en adulto, tiene dos caminos posibles. Uno de ellos consiste en adoptar una posición pasiva y desde allí esperar ganar reconocimiento y amor por ser bueno, lo que implica hacer cosas buenas a los demás, exigir muy poco y no causar problemas.

El otro camino posible consiste en rebelarse y actuar la rabia que hay adentro, que es el que siguen los individuos que maltratan a sus hijos y parejas. Algunos oscilan entre estos dos modelos según la situación. Los modelos neuróticos se mantienen merced a la ilusión de que alguien pueda damos el amor que deseamos con tanta desesperación. Pero nadie puede amar realmente a estos individuos, que están llenos de culpa y no se aman a sí mismos. Seria como echar agua en un colador. Es difícil amar a alguien que no siente alegría por su propio ser, y por lo tanto, no puede responder a ese amor con alegría.

El fracaso de las relaciones: tiende a hacer que los individuos pasivos se vuelvan mas pasivos y que los que sienten enojo se vuelvan aún más agresivos. Si la persona niega la traición, aunque lo haga en forma inconsciente, se traiciona a sí misma y así se prepara para repetir la experiencia de la niñez.

¿Que motivo puede llevar a un padre a pegarle a su hijo hasta quebrantarle el espíritu?
A lo largo de todo este trabajo, hice hincapié en el hecho de que la culpa está conectada directamente con la supresión del enojo. Esa supresión debilita los buenos sentimientos del cuerpo. En su lugar, sentimos la presencia de un elemento perturbador, que nos molesta. La sensación de que algo está mal constituye la base del sentimiento de culpa. No podemos sentirnos culpables cuando nos sentimos bien con nuestro self. A la sensación de que hay algo que está mal se le suma un juicio que emitimos sobre el self, en el que determinamos que deberíamos hacer más, esforzarnos más, ser más responsables de los demás.

Cuando una mujer suprime su enojo frente a su padre porque éste traicionó su amor, lo trasfiere a todos los hombres. Aunque no realice una actuación consciente de ese enojo, éste emerge en formas sutiles como para destruir la relación. De la misma manera, los hombres que suprimen el enojo hacia su madre, que los dominó o nos los protegió de un padre hostil, proyectan ese enojo sobre todas las mujeres, que representan la madre seductora y, al mismo tiempo, castradora. El hombre no se siente libre de ser él mismo hasta que no exprese su enojo, lo que obstaculiza sus relaciones con mujeres.

Culpamos a nuestra pareja por la falta de satisfacción en la relación, que en realidad proviene de una insatisfacción en nosotros mismos. Culpar a la pareja es traicionar el amor que recibimos. Para que una relación amorosa funcione, tenemos que darle un sentimiento de alegría, y esto exige que no sintamos culpa y así podamos expresar todos los sentimientos en forma directa y apropiada. Para eso, debemos alcanzar un conocimiento profundo de nuestro self, que es el objetivo de la terapia.

martes, 15 de noviembre de 2016

El Gozo, parte 24


7. La traición al amor


Por lo general, a medida que los pacientes se conectan más con sí mismos y con los acontecimientos de la niñez, toman conciencia de que se sienten traicionados por sus padres, lo que les provoca un enojo intenso. Después de dos años y medio de terapia, María dijo: “¡ Me siento tan traicionada por mi padre! Me uso... Yo lo amaba y el me uso sexualmente. Cuando me conecto con la pelvis, siento como me traicionó. No entiendo porque los hombres hacen eso”. Luego agrego: “Me siento como un animal. Estoy tan enojada. Quiero morder pero me da miedo concentrar ese sentimiento en el pene.”

Aceptar el amor de una mujer sin retribuirlo o sin mostrar respeto es usarla. Este comportamiento, independientemente de que fuera o no abuso sexual, constituía una traición al amor y la confianza que el niño les tiene a los padres. Por supuesto que cada vez que un padre u otro individuo abusa sexualmente de un niño, está traicionando el amor y la confianza de ese niño. Pero también creo que toda traición lleva consigo un elemento de abuso sexual, ya sea actuado abiertamente o sugerido en forma encubierta.

Como vimos en el capitulo sobre el enojo, cada uno actúa sobre los indefensos y dependientes los agravios y traumas que recibió cuando era, el mismo, un niño indefenso y dependiente.
El uso del poder en contra de otro siempre tiene connotaciones sexuales. Los padres usan su poder para disciplinar a su hijo y convertirlo en un “buen” niño” y, mas tarde, en un “buen” adulto. Ser malo, por otra parte, no significa ser negativo u hostil sino ser sexual. Un “buen” niño es sumiso y hace lo que se le dice. Se le promete amor a cambio de ese comportamiento, lo que constituye una promesa falsa ya que todo lo que recibe es aprobación, y no amor. El amor no puede estar condicionado. El amor condicionado no es un amor verdadero.

Debemos admitir, en defensa de los padres, que es necesario imponer alguna disciplina para mantener algún tipo de orden en el hogar y evitar que un niño pequeño se lastime. Pero disciplinar a un niño es una cosa y quebrantarlo es otra. Las personas que vienen a terapia son individuos a quienes les dañaron o les quebrantaron el espíritu, que también es el caso de muchos que no vienen a terapia. Sin darse cuenta, la mayoría los padres tratan a sus hijos de la misma forma en que sus padres los trataron a ellos. En algunos casos, lo hacen a pesar de oír una voz en ellos que les dice que eso no esta bien. Por lo general, un niño que sufrió abusos se convierte en un padre abusivo, ya que la dinámica de ese comportamiento se estructura en su cuerpo. Los niños que fueron tratados con violencia son, en general, violentos con sus propios hijos, que son objetos fáciles sobre quienes liberar el enojo suprimido. Con el tiempo, los niños se identifican con los padres y justifican el comportamiento de estos considerándolo necesario y protector.

Creo que hay algo perverso en el hecho de que una persona siga manteniendo una relación de maltrato. En un nivel, representa la actuación de sentimientos autodestructivos que tienen su origen en una sensación profunda de culpa y vergüenza.
Para María, ella no se merecía el amor verdadero de un hombre porque no es pura. Haber estado expuestas a la sexualidad adulta cuando aun era inocente la “ensució”. Esta culpa tan profunda no les permite entregarse a su propia sexualidad, que es la forma natural de expresar el amor adulto. En lugar de entregarse al self, se entregan a un hombre, lo que les permite experimentar cierta alegría y creer que aman. Pero estas relaciones no funcionan; repiten la experiencia que en la infancia se tuvo con el padre: la entrega y la traición.

La compulsión de repetición, como la llamaba Freud, tiene la fuerza del destino. Ahora esta máxima se ha vuelto muy conocida: “Nos vemos obligados a repetir lo que no recordamos”.

La mujer se ve traicionada por el hecho de que el hombre que ama no es ningún caballero de reluciente armadura sino un varón enojado que, a su vez, se siente traicionado por las mujeres. Su historia revelaría que fue traicionado por su madre que, en nombre del amor, lo usó y abusó de él. Ahora lo usa otra mujer que espera que él sea su salvador, su protector y su proveedor. Al mismo tiempo, él se da cuenta de que la persona con la que tiene un vinculo sexual es una niña y no una mujer. En algún nivel, siente que lo engañaron, lo que desata su enojo, mientras que en otro nivel, siente el poder que tiene de herirla y abusar de ella. Actúa sobre su pareja, en forma consciente o inconsciente, la hostilidad que sentía hacia su madre, y la pareja se somete para demostrarle que no es como su madre y que realmente lo ama.

En casi todos los hombres de nuestra cultura existe el temor a la castración debido a la naturaleza endémica del problema del Edipo. Este temor esta relacionado con la culpa respecto de la sexualidad, pero solo en unos pocos casos la culpa llega a ser tan fuerte que lleva a un individuo a una posición masoquista.

La idea de que se puede amar a la persona que nos hostiga no resulta tan extraña si pensamos que durante la niñez el hostigador es el padre/madre, que al mismo tiempo nos ama.
En el próximo capitulo veremos que esto se aplica hasta en el caso del padre que abusa sexualmente de su hija.
El niño se queda atrapado por esa traición porque siente que es más el resultado de la debilidad que una expresión de agresión. Un niño, con su profunda sensibilidad, percibe el amor de su padre aún cuando éste lo lastime. Percibe los sentimientos que hay debajo de la superficie y confía en ellos. Es como si creyera que el maltrato es una expresión de amor.
“No me lastimarías si yo no te importara” es una convicción muy fuerte en los niños.

Si tenemos en cuenta que el niño es inocente, podemos entender que no pueda comprender ni enfrentar el mal. Sin embargo, seria ingenuo no admitir que el mal existe en el mundo humano. No existe en el mundo natural, ya que sus criaturas no probaron el fruto del árbol del conocimiento y no distinguen entre el bien y el mal, sino que hacen lo que es natural en la especie. El hombre comió el fruto prohibido y está condenado a luchar contra el mal. En algunas personas el mal es tan fuerte que se les nota en los ojos. Hace muchos años, iba con mi esposa en un subterráneo y al mirarle los ojos a una mujer que estaba sentada enfrente nuestro, quedamos impresionados por la maldad que reflejaban.

El odio no es malo, así como el amor no es bueno. Son emociones naturales que resultan apropiadas en determinadas situaciones. Amamos la verdad, odiamos la hipocresía. Amamos lo que nos da placer, odiamos lo que nos causa dolor. Existe una relación polar entre estas dos emociones, al igual que en el caso del enojo y el miedo.  No podemos estar enojados y asustados en el mismo momento, aunque podemos oscilar entre estos dos sentimientos según lo requiera la situación. Así, en un momento dado estamos enojados y preparados para atacar, pero luego ese impulso se diluye y nos asustamos y queremos replegarnos. Por lo tanto, podemos amar y odiar, pero no al mismo tiempo. La anticipación del placer nos inspira y nos abre. Nos expandimos y sentimos calidez. Si aumenta el entusiasmo, sentimos afecto y receptividad. Sufrir una herida cuando nos encontramos en este estado hace que el cuerpo se contraiga y se repliegue. Si la herida es profunda, la contracción puede producir una sensación de frío, de congelamiento en el cuerpo. Para generar una contracción tan fuerte, es necesario que la herida provenga de alguien a quien amamos. Cabe decir, entonces, que el odio es el amor congelado

Cuando nos hiere alguien a quien amamos, nuestra primera reacción es llorar; como hemos visto, ésta seria la respuesta de un bebé ante el dolor y el malestar. La reacción natural de un niño más grande seria enojarse para eliminar la causa del malestar y recuperar un sentimiento positivo en el cuerpo. El objetivo de las dos reacciones es restablecer la conexión de amor con las personas importantes (padres, niñeras y compañeros de juego). Si no se logra esa conexión, el niño permanece en un estado de contracción, y no puede abrirse y salir de si mismo. Su amor está congelado, se convirtió en odio. Si es posible expresar ese odio, se rompe el hielo y se restablece el flujo de sentimientos positivos.

Son pocos los padres que toleran el enojo de un hijo, y muchos menos los que toleran la expresión del odio. Al no poder expresar el odio, el niño se siente mal y se considera malo; no es que se sienta un ser maligno o perverso, sino que no se siente un “buen niño”. Al padre/madre que causó todos estos problemas al hijo se lo considera una persona buena y justa, a quien se le debe obediencia y sumisión. Esta sumisión pasa a sustituir al amor. El niño dice: “Amo a mi madre”, pero es posible ver en su cuerpo la falta de amor, de calidez, de entusiasmo placentero, de apertura. Es un amor que surge de la culpa y no de la alegría. El niño se siente culpable por odiar a su madre.

Creo que ninguna persona puede entregarse por completo al amor a menos que acepte y exprese su odio, que se convierte en una fuerza maligna solo cuando se lo niega y se lo proyecta sobre otras personas inocentes. Predicaren contra del odio es, para mi, inútil, es como pedirle a un témpano que se derrita de amor. Si queremos ayudar a que las personas se liberen de las emociones negativas, es necesario comprender las fuerzas que dan origen a tales emociones; y para eso, primero debemos aceptar la realidad de esos sentimientos y no juzgarlos.

Hay odio en todos mis pacientes y tienen que expresarlo, pero primero tienen que sentirlo y reconocerlo como la respuesta natural a la traición al amor. Deben sentir la profundidad de las heridas psicológicas y físicas para justificar la expresión de ese sentimiento. Cuando el paciente siente realmente la herida y es consciente de la traición, le doy una toalla para que la retuerza cuando está recostado sobre la cama. Le sugiero que mientras la retuerce, la mire y diga: “Me odiabas, no?” Una vez que es capaz de expresar ese sentimiento, no le resulta difícil decir: “Y yo también te odio”. En muchos casos, esto sale espontáneamente.

Al sentir ese odio, es posible movilizar un enojo más fuerte en el ejercicio de los golpes. Pero la expresión, por si sola, no transforma la personalidad. Aceptar todos los sentimientos que uno experimenta, expresarlos, lograr la autorregulación, son hitos a lo largo del camino que recorremos durante nuestro viaje de autodescubrimiento.

En este proceso de autodescubrimiento, el análisis del comportamiento y del carácter es la brújula que nos señala la dirección correcta. Debemos comprender el cómo y el porqué del comportamiento para cambiarlo. Siempre debemos comenzar por reconocer y aceptar la inocencia del niño, que no tiene conocimiento de los complejos problemas psicológicos de la personalidad humana.
El amor que un niño siente por el padre/madre, que es la contracara del amor del padre/madre por su hijo, está tan arraigado en la naturaleza que se necesita bastante sofisticación por parte del niño para cuestionarlo. Hasta ese momento, el niño cree que el abuso y la falta de amor se deben a que él ha hecho algo malo, conclusión a la que no resulta difícil llegar. Por lo general, los conflictos entre los padres se proyectan sobre el niño; uno de los padres acusa al otro de ser demasiado indulgente, lo que hace que el niño se de cuenta de que no puede satisfacer a ambos. A menudo, el niño se convierte en el símbolo, y también en el chivo expiatorio de los problemas matrimoniales, y muchas veces, aunque está en el medio, se ve obligado a ponerse del lado de alguno de sus padres.

Conozco muy pocas personas que dejaron atrás la niñez sin la sensación muy fuerte de que había algo malo en ellos, de que no eran lo que debían ser. Imaginan que si amaran más, si se esforzaran mas, si fueran mas sumisas, todo estaría bien. Estas personas intentan satisfacer al otro y es un gran golpe para ellas ver que eso no funciona.

Las relaciones sanas entre los adultos están basadas en la libertad y la igualdad. La libertad es el derecho que tiene cada uno de expresar sin restricciones sus necesidades y deseos; la igualdad implica que dentro de la relación cada persona existe para sí misma, y no para servir al otro. Si una persona no puede decir lo que siente, no es libre; si tiene que servir a la otra, no está en situación de igualdad. Pero hay demasiadas personas que no sienten que tienen estos derechos. De niños, los censuraron por exigir la satisfacción de sus necesidades y deseos; los calificaron de egoístas y desconsiderados; y los hicieron sentir culpables por dar más prioridad a sus deseos que a los de sus padres.

Como ya  conté anteriormente, cuando una de mis pacientes, de niña, le dijo un día a su madre que estaba triste, la respuesta que recibió fue: “No estamos aquí para ser felices sino para hacer lo que se nos exige”. Esta paciente terminó siendo la madre de su madre, que es algo que les ocurre a muchas niñas y las priva del derecho de realizarse y sentirse felices. Esta traición al amor por parte de uno de los padres provoca en el niño un enojo muy fuerte contra ese padre/madre, y no lo puede expresar. El enojo suprimido congela el amor del niño, que se convierte en odio y hace que el niño se sienta culpable y se vuelva sumiso. Ninguna persona puede sentirse libre e igual si no libera esos sentimientos de enojo y odio, que perduran en las relaciones de adultos. 

martes, 8 de noviembre de 2016

El Gozo, parte 23

Capítulo 6 (continuación)

Las personas se enamoran genuinamente y experimentan la alegría de la entrega en forma temporaria. No perdura porque era más necesidad que amor, pero esto no explica el hecho de que la persona enamorada lo viva como verdadero cariño. Yo podría explicarlo diciendo que el enamoramiento tiene un componente regresivo que proviene de la infancia, cuando ese amor era un compromiso cabal. La persona vuelve a experimentar el amor que una vez sintió por la madre o el padre, pero al hacerlo retrocede en una parte de su personalidad hasta llegar a ser un niño nuevamente. En este aspecto de su personalidad, busca el apoyo y el estimulo que entonces necesitaba. Así, si bien el sentimiento del amor es genuino, no proviene de una entrega al cuerpo y al self, sino del abandono de la posición adulta, que implica valerse por si mismo, solo, y asumir con responsabilidad los buenos sentimientos propios.

Creo que es responsabilidad del terapeuta confrontar al paciente con la verdad de su actitud, por supuesto, con un sentimiento de empatía, que lo ayude a comprender.

El varón está atrapado en una constelación edípica y se erige como un rival de su padre. Si se entrega de lleno al amor que siente por su madre, se arriesga a que ella se apodere de él y lo convierta en “el bebé de mamá”, apartándolo del padre. Si la rechaza, se arriesga a que se muestre hostil con él y le retire su amor y el apoyo que todavía necesita.

Cuando un hijo se erige como rival de su padre, se vuelve vulnerable a los celos y la ira de este ultimo. Comienza a temerle, porque siente que competir con él provoca su hostilidad. No competir implica perder el amor de su madre. El interés sexual de ésta por él alaba su ego y excita su cuerpo, y resulta muy difícil resistirse, pero ceder a la seducción y entregarse a la excitación lo conduciría a una relación sexual con su madre, perspectiva aterradora y peligrosa. Esto es lo que le sucedió a Edipo, quien ignorando su verdadera identidad, mató a su padre y se caso con su madre. Su sino fue trágico. Para evitar este peligro, el niño debe cortar todo deseo sexual por su madre y, como consecuencia, se siente psicológicamente castrado.

La inocencia perdida no se recobra, pero si se puede eliminar la culpa devolviendo a la autoexpresión su plenitud y libertad, incluso la expresión del deseo sexual.

La conciencia de uno mismo es una fuerza alienante, por cuanto lo obliga a uno a ser consciente de su separatividad. En el hogar uno era parte de la familia y encontró su identidad a partir de la posición que ocupaba en ese grupo. Esa identidad pierde relativamente significado en la escuela, donde el niño es uno más entre muchos. En este ámbito, entablará con uno o más de sus pares nuevos lazos, basados en el hecho de que comparten una situación común e intereses y sentimientos similares. Estos vínculos pueden ser muy fuertes, así como el sentimiento de amor entre dos niños. El niño todavía conserva el apego por su familia, pero este amor, si es sano, lo libera y sostiene en su proceder para entablar relaciones con sus pares. Si el niño está aferrado a su familia, no puede relacionarse con sus pares. Si se vio privado de amor en el hogar, se volverá dependiente e inseguro con sus nuevos amigos. Si lo hicieron sentirse especial en el hogar, competirá con sus nuevas relaciones y buscara dominarlas. En uno u otro caso, sus amistades no le ofrecerán la felicidad que anhela.

El amor en una relación sana y amistosa entre dos niños fortalece el sentido individual del self. Se diferencia del amor que siente el niño por el padre del sexo opuesto, en el cual, como hemos visto, hay una entrega del self. El sexo no está ausente en estas relaciones ya que es un hecho de la vida, pero su impulso se reduce en gran medida, de manera que el nuevo sentido consciente del self puede desarrollarse y alcanzar su madurez.

En los primeros tiempos de la teoría psicoanalítica, Freud postuló la existencia de dos instintos antitéticos que describió como el instinto de autopreservación o instinto egoico y el de preservación de la especie o instinto sexual. No se puede negar que estas dos fuerzas existen en la personalidad, no importan como se las describa. En un adulto, son fuerzas polares que representan una carga energética del cuerpo que palpita entre los polos superior e inferior, entre la cabeza con sus funciones egoicas y la pelvis con sus funciones sexuales. Como cualquier actividad pendular, en ningún extremo la carga puede ser mayor que en el otro. Así, en términos de la carga energética, el ego no puede ser mas fuerte que su contrapartida, la sexualidad.

Este principio parecería refutado por los individuos narcisistas, en quienes un egoísmo exagerado se asocia con una potencia sexual disminuida. Sin embargo, su grandiosidad no demuestra una verdadera fuerza del ego, todo lo contrario. La imagen del ego pomposo se agranda para compensar la impotencia sexual.
La verdadera fuerza del ego se manifiesta en la mirada, que es directa, sostenida y fuerte. Esta mirada proviene de una fuerte carga energética en los ojos y se corresponde con una carga similar en el segmento genital. Dicha equivalencia está expresada en un dicho popular “Ojos ardientes, cola caliente”. Los ojos brillantes también denotan un ego fuerte, que esta enraizado con el cuerpo y que proviene de los sentimientos de placer y gozo que experimenta la persona. Siempre se adivina cuando alguien esta enamorado por el brillo de sus ojos.

El amor adulto no es una entrega del self, sino una entrega al self.  El ego entrega su hegemonía sobre la personalidad al corazón, pero en esta entrega no se ve eliminado. Más bien se ve reforzado, porque sus raíces en el cuerpo se alimentan de la alegría que éste siente. Cuando decimos “(yo)te amo”, el “yo” se vuelve tan fuerte como el sentimiento de amor. Se puede decir que el amor maduro es una autoafirmación.

Es imposible tener una relación amorosa madura a menos que uno sea una persona madura, capaz de valerse por si mismo, solo, si fuera necesario, y de expresar los sentimientos libre y completamente. Este amor no es egoísta, porque la persona se comparte entera. Se centra en el self, pero esto hace que la relación sea apasionante, pues cada una de las partes es un individuo con un self único que comparte con su pareja. En tal relación, la gratificación sexual es mutuamente satisfactoria y agradable.

Este punto de vista va en contra de la famosa idea de que en el amor uno, debe estar siempre dispuesto para el otro. Esto conduce a que ambos se sirvan en lugar de compartirse. Uno comparte con un igual, pero sirve a un superior. Estas relaciones amorosas pierden pronto la excitación y la parte que es servida termina buscando fuera la pasión amorosa que le falta en su matrimonio. Cuando esto ocurre, el cónyuge abandonado intenta con ahínco servir mejor, hacer que la relación funcione, ser lo que su pareja necesita.

La entrega no es algo que uno puede realizar por un acto de la voluntad, ya que requiere renunciar a ella. La voluntad es un mecanismo de supervivencia.
Así como uno se enamora, puede desenamorarse y eso ocurre muy a menudo, porque nos desilusionamos si la otra persona no puede satisfacemos. No nos damos cuenta de que nadie más que nosotros mismos puede satisfacernos y de que nuestra gratificación proviene de estar totalmente abiertos a nosotros mismos y a la vida. Cuando la flecha del amor atraviesa nuestra coraza y llega a nuestro corazón, nos abrimos a la vida y la alegría, pero no nos mantenemos abiertos.

Nuestro ego reafirma su poder con fuerza, cuestiona, desconfía y controla. Vemos la apertura como una brecha o herida en nuestra posición de defensa, que debemos cerrar o sanar. Enamorarse no es la respuesta, si lo es estar enamorado, es decir, estar abierto. Primero es necesario abrimos a nosotros mismos, a nuestros más profundos sentimientos, y para ello necesitamos estar libres de miedo, vergüenza o culpa.

El miedo socava la capacidad para entregarse al amor. No es un miedo racional, sino que se origina y cobra sentido solo en términos de la experiencia individual de la infancia. Sin embargo, seguirá siendo poderoso en tanto sigamos actuando como si nos encontráramos en la misma situación de la niñez.

La madurez es la etapa en la vida en la que uno se conoce y se acepta a si mismo. Conoce sus miedos, debilidades y maniobras, y los acepta. No creo que llegue alguna vez al punto en que se sienta completamente libre de los efectos traumáticos del pasado, pero ya no está pendiente de ellos. Aceptar no significa ser impotente. Debido a que los problemas están estructurados en el cuerpo en forma de tensiones crónicas, uno puede trabajar con el cuerpo para liberarlas. Los diferentes ejercicios bioenergéticos que empleamos en la terapia pueden practicarse en el hogar. Esto es posible si la persona ha trabajado con terapia bioenergética y sabe como aplicarlos. Aceptar también significa que uno pierde toda vergüenza acerca de sus dificultades o problemas.

La vergüenza se asemeja a la culpa en que restringe la libertad de ser uno mismo y de expresarse a si mismo. Todos nosotros, habitantes de países civilizados, sentimos cierta vergüenza de nuestro cuerpo y sus funciones animales, principalmente de la sexualidad, pero son pocos los pacientes que hablan de su vergüenza. Se sienten muy avergonzados de hablar de su vergüenza y, como son seres complicados, la niegan. La expresión de sí mismo no se limita a los sentimientos de tristeza y de rabia. La mayoría de las personas tienen algunos secretos oscuros que tienen vergüenza de revelar, y en ocasiones llegan incluso a esconderlos de sí mismos. Los miedos, la envidia, la aversión, las repulsiones y las atracciones, cuando se esconden por vergüenza, se convierten en importantes barreras que impiden entregarse al amor.

La culpa se diferencia de la vergüenza en que está relacionada con sentimientos y acciones mal vistos moralmente, en lugar de relacionarse con algo sucio o inferior. Pero la mayoría de las personas que vienen a la terapia hoy en día son sofisticadas desde un punto de vista psicológico y niegan todo sentimiento de culpa. Luego de ésta negación, uno no puede hablar de ello, lo cual le vuelve difícil liberarse de sus obsesiones. Se les hace creer a los niños que los sentimientos de ira y sexualidad, cuando se dirigen a los padres, son malos moralmente. El miedo se vincula tanto con la culpa como con la vergüenza.

La entrega al amor involucra la capacidad de compartirse enteramente con el otro. El amor no es una cuestión de dar sino de estar abierto; pero esa apertura tiene que iniciarse por uno mismo, para luego pasar al otro. Implica estar en contacto con los sentimientos mas profundos de uno y expresarlos en forma adecuada.