martes, 30 de agosto de 2016

El Gozo, parte 15


Capítulo 4 (Continua)

Todos los sentimientos proceden de procesos corporales y debe entendérselos en función de éstos. Muchos de estos procesos provienen de experiencias del pasado y las reflejan.
Casi todas las personas tienen algún temor al abandono que procede de experiencias infantiles. En la mayor parte de los casos, ese temor, equivalente a un pánico, no se percibe conscientemente a causa de que está bloqueado por la rigidez de la caja torácica. Restringiendo al mínimo la respiración uno puede mantenerse por encima del sentimiento de pánico, pero este tipo de respiración corta a la vez todo sentimiento y deja al individuo vacío e insatisfecho. Por otro lado, experimentar pánico es doloroso y aterrador; sin embargo, puede superárselo respirando profundo. El sentimiento de pánico está vinculado directamente con la sensación de no poder adueñarse del propio aliento. Ahora bien: el motivo de la dificultad para respirar es que los músculos de la caja torácica se han contraído por el temor al abandono. Se crea así un circulo vicioso:

Temor al rechazo o abandono -► dificultad para respirar -> respiración superficial = pánico cuando se respira profundo.

El individuo se ve forzado a vivir en la superficie desde el  punto de vista emocional. En ese plano puede soterrar el sentimiento de pánico; pero esa manera de vivir, en apariencia segura, es una especie de muerte. No obstante, es este mecanismo el que mantiene vivo el temor al abandono. Si uno atraviesa el temor respirando, llorará profundamente y se dará cuenta de que dicho temor es un remanente del pasado. Además, el llanto liberara el dolor por la perdida de amor, como antes indique. Así, entregándose al cuerpo y llorando profundo, uno atraviesa el temor y el dolor y llega a las aguas serenas de la paz, donde puede conocer el gozo de la libertad.

El temor a estar solo genera la necesidad de personas y actividades que nos distraigan de la sensación de soledad. Como esa distracción es apenas temporaria, el individuo vuelve a enfrentarse una y otra vez con el temor a estar solo, un temor que no es racional, pero es real. Por supuesto, no todos tienen miedo de estar solos. Una persona puede estar a solas y es capaz de estar consigo misma. Pero si carece de un sentimiento fuerte y seguro de su self estar a solas será como estar vacía, El sentimiento de soledad surge de ese vacío interior que es consecuencia de un corte con sus sentimientos.

Nadie siente soledad si está emocionalmente vivo. Podrá estar solo, pero se sentirá parte de la vida, de la naturaleza y del universo. Muchos prefieren estar solos que vivir en medio de la confusión que parece formar parte de las relaciones actuales. Otros aceptan estar solos porque no han encontrado una persona con quien compartir la vida. No sienten la soledad, no sienten dolor ni vacío. Si alguien no es capaz de estar solo, se vuelve un menesteroso que busca a otros para que llenen su vacío interior. En su vida no puede haber gozo porque la vive en un nivel de supervivencia, diciendo siempre: “No puedo vivir sin ti”.

La irracionalidad subyacente en el temor a estar solo se pone en evidencia cuando se manifiesta: “Si acepto estar solo ahora, estaré solo siempre”. Esta expresión de temor pasa por alto que el ser humano es un animal social, que quiere vivir con sus semejantes y en intimidad con una persona. Nos sentimos atraídos unos a otros porque el contacto favorece nuestra vivacidad; pero este efecto positivo se pierde si, a través de su depresión o de su necesidad perentoria de compañía, una persona se convierte en una carga para la otra. Hay individuos neuróticos que necesitan ser necesitados, pero los acuerdos basados en la necesidad tarde o temprano crean resentimientos que fácilmente se transforman en hostilidad profunda. Tanto la persona que necesita como la necesitada pierden su libertad y la posibilidad de alcanzar el gozo en su relación.

La única relación sana de la que forma parte inherente el necesitar y ser necesitado es la que existe entre el padre o la madre y el hijo. El progenitor que satisface las necesidades de sus hijos satisface, a la vez, las suyas propias. El niño no satisfecho se convierte en un adulto menesteroso, que siempre precisa que esté alguien presente para él. Es un sentimiento auténtico pero no corresponde al presente ni puede ser satisfecho en el presente. Quien pretenda responder a esa necesidad, infantilizará al sujeto sin ayudarlo. Su necesidad actual es funcionar plenamente como adulto, pues solo en este plano podrá ser satisfecho.

Deben removerse los bloqueos, físicos y psíquicos, que le impiden un funcionamiento adulto, y esto se logra reviviendo el pasado con la comprensión del presente. Respirando y llorando profundamente es dable sentir el dolor por la perdida del soporte y amor en la niñez. Puede entonces aceptarse que esa perdida corresponde al pasado y ser libre para consumar el propio ser en el presente. El niño no estaba en condiciones de lograr esto, ya que el amor y apoyo de sus padres era esencial para su vida. Su supervivencia exigía que negara la perdida. Debía creer que podía llegar a recobrar ese amor merced a algún esfuerzo de su parte, o sometiéndose a las demandas de sus padres, aun al punto de sacrificar su self. Pero si bien este sacrificio asegura la supervivencia, también garantiza la insatisfacción, el vacío y la soledad. La desesperación se entierra en la base del estomago y no se la desentierra jamás.

Ninguna tentativa de superar la perdida y el dolor del pasado gracias a la voluntad puede tener éxito, y su fracaso perpetua la desesperanza. Para atravesar ésta, hay primero que aceitarla reparando en que no es propia del presente. Este principio esta ejemplificado en la historia de ese granjero a quien le robaron un caballo y que desde entonces monto guardia permanente en la puerta del granero armado con una escopeta. Como todos los neuróticos, al negar la realidad del presente, el granjero se condena a revivir el pasado. Entregarse al cuerpo es aceptar la realidad del presente. Este principio es claro, pero su aplicación no resulta sencilla. Dicha entrega requiere algo más que una decisión consciente, dado que la resistencia es en gran medida inconsciente y está estructurada en el cuerpo bajo la forma de una tensión muscular crónica que no se afloja a voluntad. La mandíbula tiesa y tenaz puede ablandarse momentáneamente, pero retoma su posición fija tan pronto se retira la conciencia de ese lugar. Es un habito antiguo y familiar, y ha pasado a formar parte de la personalidad a punto tal que sin él, uno se siente extraño. Si se decide de veras a aflojar esa actitud tiesa y tenaz de la mandíbula, comprobará que una nueva posición, más relajada, es adecuada, y comenzará a sentir la incomodidad que produce la anterior.

Este cambio radical lleva tiempo y trabajo, puesto que renunciar a la manera resuelta de ser que uno ha adquirido afecta toda su conducta en el mundo. Importa un cambio real en el estilo de vida, que debe pasar del hacer al ser, de la dureza a la blandura. Además, el alivio de la tensión crónica puede generar un dolor considerable, pues toda vez que se intenta estirar músculos contraídos, duele. Este dolor está presente ya en la musculatura contraída, aunque no se lo siente. Los músculos contraídos deben estirarse antes de que se los pueda aflojar.
En muchos sujetos, la tensión de la mandíbula está asociada con una retracción más que con una proyección hacia adelante en actitud agresiva. Ambas posiciones obstaculizan la entrega al inmovilizar la mandíbula o limitar su libre movimiento. Si la mandíbula proyectada hacia adelante expresa “No quiero soltarme”, la retraída dice “No puedo soltarme”. Para destrabar la mandíbula es preciso llevar a cabo un largo trabajo que provoca dolor; pero el dolor del estiramiento muscular desaparece cuando se alivia la tensión, en tanto que el dolor propio de una disfunción temporomandibular causada por una tensión crónica aumenta con el correr del tiempo. Los que la padecen no pueden abrir completamente la boca, lo cual restringe tanto su respiración como la emisión de la voz.

La tensión crónica en los músculos de la mandíbula no es un fenómeno aislado. A la mandíbula contraída la acompaña siempre una garganta contraída, que constriñe la capacidad del individuo para dar voz a sus sentimientos. Una garganta contraída vuelve extremadamente difícil llorar o gritar. Con los pacientes que tienen esta clase de tensión empleo ejercicios respiratorios especiales, pero la tarea es lenta. Aunque el individuo tenga una irrupción y llore profundamente, la liberación no es duradera. Los músculos son elásticos y pronto retoman su estado habitual anterior. Hay que llorar una y otra vez, en cada ocasión con un poco mas de profundidad y libertad, hasta que el llanto sea algo tan natural como caminar. Lo mismo con el grito: hay que practicarlo hasta que sea tan espontáneo como hablar. Un buen lugar y momento para ello es el automóvil, cuando uno conduce por una ruta o autopista; cerrando las ventanas, puede desgañitarse a gritos que nadie lo escuchará.

La entrega del yo exige asimismo ablandar los músculos de la nuca, en particular los que conectan la cabeza con el cuello. La tensión en estos músculos es muy corriente en nuestra cultura porque estamos operando todo el tiempo desde nuestra cabeza y tenemos un enorme temor a perderla. “No perder la cabeza” es uno de los mandatos básicos de nuestra sociedad; pero si no aflojamos el control del ego, ¿como podemos entregarnos al cuerpo y a la vida? ¿Como enamorarnos sin perder la cabeza? Las personas que viven permanentemente en su cabeza no pueden “caer enamoradas” [to fall in love] ni “caer dormidos” [to fall a sleep]. La tensión en los músculos de la base del cráneo, donde la cabeza se articula con el cuello, es la causante de todas las cefaleas así como de muchos problemas oculares, ya que se produce un anillo de tensión en la parte posterior de los ojos, el que se difunde por los músculos de la nuca, dificultando la rotación de la cabeza. Esta rigidez en la nuca representa una actitud obstinada, tozuda. De los individuos que la tienen se dice que están “envarados”. Y si este envaramiento persiste, con los años crea una artritis en las vértebras que puede llegar a ser muy dolorosa.


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