martes, 6 de septiembre de 2016

El Gozo, parte 16

Capítulo 4 (continuación)


Estas tensiones no se alivian únicamente con masajes o manipulaciones. Constituyen actitudes caracterológicas desarrolladas en los comienzos de la vida frente a situaciones angustiantes, mediante el control y sofocación del sentimiento, actitudes que deben ser comprendidas tanto históricamente como en su función actual. Además, deben expresarse los sentimientos que ellas contienen.
El principal es la tristeza, tal como se manifiesta en el enunciado “Se derrumbo y se echo a llorar”. Si se analiza la resistencia de un sujeto al llanto y se logra que “se derrumbe y se “deshaga en lagrimas”, gran parte de la tensión puede eliminarse. Otra parte se descarga gritando. Cuando se grita, fluye hacia arriba, para salir por la cabeza, una tremenda carga energética. Al gritar, uno “pierde la cabeza”, se sale de sus casillas. El grito es una válvula de seguridad que permite la descarga segura de una fuerza largo tiempo aprisionada.

La forma en que el sujeto porta su cabeza es significativa en cuanto a su actitud caracterológica.
La mayoría de las personas tienen fuertes tensiones musculares en la parte superior de la espalda y en los hombros, relacionadas con la supresión de la ira y que no se alivian hasta tanto se les da cabida a los impulsos suprimidos.

Hay una resistencia a llorar cuyo origen se encuentra en una fuente más profunda que las examinadas en la sección previa de este capitulo, y esa fuente es la desesperanza. A muchos pacientes les he oído decir que si se resisten a entregarse a su tristeza y llanto, es porque tienen miedo de que no podrán parar. Esta idea es irracional: nadie llora sin parar; sin embargo, se funda en un sentimiento real. Mi replica es que, desde luego, dejaran de llorar; así como la lluvia se detiene, se detiene el llanto. Pero por mas que diga esto, el sujeto no pierde ese temor. Siente que su pesadumbre es como un pozo sin fondo del cual, una vez que se deje caer en él, nunca podrá salir. Otra metáfora que se emplea para expresar la desesperación es la de “ahogarse en la tristeza” o “en las propias lagrimas”; aunque este sentimiento es algo mas que una metáfora.


La resistencia a llorar tiene un fuerte núcleo psicológico en el miedo a desesperarse. Todos los que acuden a terapia luchan con un sentimiento de desesperanza: la desesperanza de no encontrar un amor genuino, o de no poder ser libres o realizar su propio ser. La desesperanza es un sentimiento terrible. Mina la voluntad, debilita el anhelo de vivir y da lugar a la depresión.

Como consecuencia, el individuo hará todo lo posible por no desesperarse, por no tocar fondo; esfuerzo éste que le consume mucha energía y no favorece en nada la evitación de la desesperanza. Tarde o temprano, al decaer la energía propia, caerá en la desesperanza, la depresión, la enfermedad o aún la  muerte. Si una persona quiere curarse emocional y físicamente, necesita hacer frente a su desesperanza, lo que significa sentirla cabalmente y comprender que deriva de experiencias de su infancia y no tiene una conexión directa con su vida adulta. En la  medida en que la persona tenga miedo de respirar profundo, no hay posibilidades reales de que alcance la satisfacción. Tendrá una sensación de vacío en la base del estomago, mas allá de las condiciones en que se desenvuelve su vida externa. El matrimonio, los hijos, el éxito en el mundo no conseguirán llenar ese vacío, energéticamente ligado al dolor de sentir la tristeza o la desesperanza.

La única forma de dejar atrás la desesperanza es mediante un llanto profundo, que abre paso a la onda de excitación que va al estomago y al piso pelviano. Si equiparamos la pelvis al sótano de una casa, podemos notar que hay en el sótano una tapa disimulada que se abre hacia arriba a modo de puerta y permite salir al mundo del sol y del placer. Esa tapa-puerta es el aparato genital, o más concretamente, la sexualidad. Cuando la onda de excitación llega a lo profundo de la pelvis, uno se excita sexualmente, aunque no siempre genitalmente; esto último es consecuencia de que la onda excitatoria alcance el sistema circulatorio, aumentando el flujo sanguíneo a los genitales. Resultado directo de esta excitación de la sangre es la tumescencia del varón y la exudación y lubricación de la mujer. Por otro lado, la onda excitatoria asociada a una respiración profunda se conecta directamente con el sistema muscular y produce un movimiento espontáneo de la pelvis: hacia adelante al espirar, hacia atrás al inspirar. Este movimiento espontáneo, similar al vaivén  de la  cola de un  perro se denomina “reflejo del orgasmo”.  Representa la entrega al cuerpo y es la base física del sentimiento de gozo.

 El llanto es siempre una entrega al cuerpo y a sus sentimientos, pero en casi todos los pacientes es restringido y superficial. Las convulsiones del sollozo no llegan bien al fondo del vientre para liberar la tristeza y la desesperanza que le está asociada. Así pues, la entrega no es total; el temor a la perdida de control que ella entraña es demasiado grande.
Las tensiones deben aliviarse mediante un trabajo coherente con la respiración y con la parte inferior del cuerpo, que le de al individuo un mayor sentimiento de seguridad, de poder pararse  sobre sus propias piernas, de que éstas lo sustentarán. La actividad vibratoria de las piernas que antes mencione proporciona ese sentimiento; pero es una cuestión de grado: una pequeña vibración, como un pequeño acceso de llanto, ayuda poco. Si aumenta la vibración, aumentara el sentimiento, pero también importa su calidad. Si las vibraciones son profundas, regulares y continuas, como el zumbido permanente de un motor de gran potencia, uno adquiere un fuerte sentimiento interior de seguridad. Lo mismo es válido del llanto. La irrupción inicial de la tristeza provoca un sollozo convulsivo, espasmódico y de corta duración. La onda es amplia, pero el canal es demasiado estrecho. La garganta sigue constreñida, por mas que se hayan soltado algunos sollozos. Tal vez uno abrió un agujero en el dique, pero para que se vacíe el lago de lagrimas habría que derrumbar la pared integra. Es un trabajo lento y sostenido.

En general, toda irrupción de sentimiento que no asuste al paciente lo hará albergar mayores esperanzas. Percibirá entonces la posibilidad de liberarse de la cárcel de su desesperanza. Por desgracia, quizá también perciba más agudamente cuán profunda es ésta. Todo terapeuta avezado conoce esta reacción conflictiva o ambigua frente a la irrupción. Quizá la esperanza se desvanezca, sumergida por el desaliento abrumador de la desesperanza. No obstante, si la irrupción tuvo lugar una vez, puede repetirse y abrir un agujero más ancho en el dique, una luz mas intensa en medio de las tinieblas. Y así el paciente avanza paso a paso en su viaje de autodescubrimiento.

Cada irrupción de llanto permite conectarse mas plena y hondamente con el pasado. Se siente entonces que la desesperanza no es algo nuevo, que ya se la vivió en otro momento anterior de la vida, en relación con la falta de amor de uno de los padres o de ambos. Muchos pacientes me han contado cuán solos se sintieron de niños, que ninguno de sus progenitores veía lo que le pasaba o lo entendía, y como renunciaron a toda esperanza de ser alguna vez amados plenamente. En su estado de soledad, sobrevivieron disociándose de su cuerpo y viviendo solo en su cabeza. Pero este repliegue no es casi nunca total, salvo en los niños autistas. Algunos me dijeron que cuando eran chicos pensaban que se iban a morir, y que sobrevivieron desterrando todo sentimiento, o sea, esa desesperación que se había enterrado en el fondo de su vientre. En tanto y en cuanto suprimieron el sentimiento, perdieron contacto con el cuerpo y se transformaron en individuos incompletos, vacíos e inseguros, que solo vivían en la superficie, desvinculados de su propio ser interior, pero también de los demás seres humanos en un plano profundo. Nadie puede establecer una conexión profunda con otro si no la tiene consigo mismo.

La desesperación suele transferirse a la situación terapéutica, Tras un destello inicial de esperanza, resultante de la temprana irrupción del sentimiento, el avance terapéutico se vuelve mas lento y hasta puede detenerse.
La terapia no tiene que ser una búsqueda de amor sino de autodescubrimiento — o de amor a sí mismo —. Quien la busque para ser gratificado por una relación de amor, se decepcionara e inevitablemente caerá en la desesperación. Esto sucede de continuo en la terapia, ya que solo una persona desesperada puede pensar que el amor y la salvación están fuera de ella misma. Si el paciente acepta que la desesperación procede de su vacío interior, queda abierto el “camino” para elaborar esa desesperación hasta convertirla en la plenitud de ser. En los próximos capítulos veremos en que consiste ese “camino”, a fin de apreciar mejor que se requiere para conquistar el propio self. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario