miércoles, 24 de agosto de 2016

El Gozo, parte 14

Capítulo 4 (continuación) 

La rendición de la voluntad: desesperanza

Si la gente acude a la terapia, es porque necesita modificar ciertos aspectos de su conducta y de su personalidad. En un plano consciente quiere cambiar, pero al mismo tiempo tiene resistencia al cambio, resistencia que deriva en gran parte de su deseo de controlar el proceso de cambio. Someterse al proceso terapéutico implica renunciar a ese control, y el paciente lo siente como un sometimiento al terapeuta. Esto origina en él sentimientos de vulnerabilidad, así como la idea de que será mal interpretado y maltratado, como lo fue de niño en la situación familiar donde estaba impotente. A raíz de su pasado, el paciente piensa que el terapeuta tiene poder sobre él y que debe oponérsele para mantener su integridad. La terapia degenera con frecuencia en una lucha de poder, que en rigor no es otra cosa que la lucha del paciente para evitar entregarse.

La idea de entregarse asusta a la mayoría. Las pautas neuróticas de comportamiento surgieron como un medio de supervivencia, y aunque en la vida adulta prueban ser contraproducentes, el individuo se aferra a ellas como a su vida. Por otro lado, están tan incorporadas que las experimenta como parte de su naturaleza. Por cierto, son su segunda naturaleza — la primera fue la del niño inocente y abierto, pero esa primera naturaleza se perdió y parece irrecuperable —. El adulto ya ha convivido tanto tiempo con su segunda naturaleza que la siente cómoda, como un viejo par de zapatos. No obstante, cuando una persona viene a terapia, admite tácitamente que su segunda naturaleza le fallo en aspectos importantes. Lo cual no quiere decir que esté dispuesto a entregarla. El cambio que busca consiste en lograr el éxito con esa segunda naturaleza o carácter. Esta preparado a aprender mejores maneras de actuar y hacer frente al medio, pero no a renunciar a su estrategia de supervivencia.

Esta actitud se conoce como resistencia. A veces aparece en las primeras etapas de la terapia, cuando el paciente expresa su desconfianza en el terapeuta o cuestiona su idoneidad. Personalmente recibo con beneplácito una clara manifestación de desconfianza del paciente hacia mi.
Ningún terapeuta puede cambiar a un paciente que no quiere cambiarse a sí mismo. El cambio terapéutico es un proceso de crecimiento e integración resultante de lo que el sujeto aprende y experimenta a través del proceso de la terapia, y el mejor juez de él es el paciente mismo. Lamentablemente, la mayoría no confía en sus propias percepciones y sentimientos, lo que es parte de su problema caracterológico; y en su desesperación, muchos tienden a ceder el control al terapeuta en la ilusión de que podrá  cambiarlos. La entrega a que aquí aludo es al self, no a otra persona. Uno puede aceptar las sugerencias de un terapeuta pero no tiene por que someterse a el.

El proceso terapéutico se inicia con la primera consulta. Nos sentamos frente a frente y el paciente me cuenta sobre sí, sus problemas y su historia. Mientras habla, tengo la oportunidad de estudiarlo, vale decir, de notar como se contiene, el tono de su  voz, la expresión de su rostro, su mirada, etc. Le pregunto sobre su vida actual y su niñez en busca de información que explique sus dificultades. También le pregunto como experimenta su cuerpo, de que tensiones musculares tiene conciencia, que dolores o dolencias ha tenido. A continuación le explico el vinculo cuerpo-mente, poniendo el énfasis en la identidad funcional de lo físico y lo psíquico. Muchos de mis consultantes están bastante familiarizados ya con mi enfoque por haber leído algunos de mis libros, o haber oído hablar de él a otros terapeutas, o haber tenido alguna experiencia personal.

Si el individuo tiene la ropa adecuada y está  dispuesto, lo hago pararse delante de un espejo para ver mejor su cuerpo y sus pautas de tensión, señalándole y explicándole lo que veo. Es importante que comprenda que su cuerpo debe cambiar si quiere cambiar su persona. En particular, deberá comprender y aflojar lo que se le señala en este examen para liberarse. Y para aliviar esas tensiones, debe sentir su efecto limitativo, entender cómo dominan su conducta actual y aprender  cómo y porqué se desarrollaron. Por ultimo, tendrá que expresar los impulsos bloqueados por esas tensiones. A esta altura, todavía no se habla de entrega: el foco esta puesto en la conciencia y la comprensión, en que aumente la identidad entre el individuo y su cuerpo.

Muchos individuos parecen normales ante una visión superficial, pero cuando se mira su cuerpo con cuidado se aprecia la verdad de su ser. El cuerpo no miente, pero uno debe ser capaz de leer lo que expresa si quiere conocer esa verdad.
No todos los que me consultan quieren conocer la verdad sobre sí mismos. Hay individuos narcisistas que no están dispuestos a enterarse de esta verdad, lo cual vuelve prácticamente imposible trabajar con ellos. No pretendo que mis pacientes acepten todo lo que yo veo, pero si que estén abiertos a escucharme. Conocerán la verdad al experimentarla por si mismos en el plano corporal. Al principio, empero, interesa desarrollar una buena relación de trabajo. El mejor cimiento de dicha relación es que el paciente sienta que es comprendido, que se lo ve como una persona que lucha para alcanzar cierta realización.

Anteriormente, el paciente era llevado a creer que sus dificultades estaban solo en su mente. Ahora se da cuenta que también están en su cuerpo, y que trabajar con cuerpo y mente en forma integrada es mas eficaz que una terapia solamente verbal. Por lo general, los ejercicios respiratorios y expresivos que le hago practicar tienen un efecto positivo, le transmiten energía y elevan su espíritu. Estas primeras experiencias no producirán cambios significativos en su personalidad, pero son valiosas para establecer una relación positiva entre nosotros y construir una base sólida de comprensión, que sustentará el duro trabajo posterior que tendremos que hacer para liberar al paciente de sus preocupaciones.

Las defensas del ego no son puramente psicológicas; si lo fueran, seria mas sencillo abandonarlas. La mayoría reconoce que sus defensas son un inconveniente, que la situación que les dio origen ya no existe. Lo que se requiere es una entrega al self, al cuerpo, y no a otra persona o situación hostil.
Sin embargo, la dificultad radica en que las defensas están estructuradas en el cuerpo, donde cumplen la función de suprimir el sentimiento. Son muros que contienen y controlan impulsos atemorizantes. Si a un individuo se lo priva del gozo de vivir, no puede sino sentir una furia asesina. ¿Como se maneja un impulso tal en una sociedad civilizada? No se tiran abajo las paredes de una prisión que alberga a criminales peligrosos si antes no se consiguió de alguna manera aventar su agresividad. Pero también erigimos paredes para ocultarnos, para escondernos y protegernos de ser heridos, para contener nuestro mar de tristeza. Por desgracia, estas paredes se convierten en nuestra prisión.

Es comprensible que las personas se muestren renuentes a descender hasta este infierno; pero negar esto, anestesia los anhelos y dolores del self, equivale a aceptar una muerte en vida.
Si uno se adormece de este modo, tal vez sobreviva, pero no eliminara el dolor. De tanto en tanto saldrá a la superficie como dolor puramente físico, bajo la forma de una tensión crónica en algún sector del cuerpo, y hará a la persona desdichada. Si es un dolor emocional, puede reducírselo a través del llanto y de la entrega. La diferencia entre un dolor puramente físico y uno emocional es que el primero está localizado y afecta a una zona restringida del cuerpo; el dolor emocional también está en el cuerpo, pero es generalizado. El dolor de cabeza es un dolor localizado, el de muelas se limita a la boca, y un dolor en el cuello solo esta en el cuello. En contraste con ello, el dolor de la soledad se siente en todo el cuerpo. El dolor emocional proviene de la contracción del cuerpo como respuesta a la perdida o dilución de un vinculo amoroso. Estas experiencias pueden ser desconsoladoras, sobre todo cuando le acontecen a un niño y se conectan con un sentimiento de rechazo y de traición.

Como al niño le parece que el dolor hace peligrar su vida, la supervivencia le | demanda suprimir la experiencia, con todo su dolor y su temor.
Y esta supresión se logra entumeciendo el cuerpo, volviéndolo rígido o disociándose de él. Ambos procedimientos alejan el sentimiento y provocan soledad y vacío. Esta situación se torna penosa cuando surge un impulso a abrirse y tenderse hacia los demás, y es bloqueado por el temor al rechazo. |
Dado que estos impulsos no pueden ser sofocados por completo en la medida que uno siga vivo, porque son la esencia del vivir, el individuo entra en una pugna con su propia naturaleza, vale decir, con su cuerpo y sus sentimientos. En rigor, la lucha es entre el ego, con su defensa contra el rechazo y la traición, y el cuerpo, con su corazón aprisionado. La tensión que este conflicto crea en el cuerpo se vivencia como dolor. Si uno se entrega a su propia naturaleza y permite que el impulso alcance plena y libre expresión, de inmediato el dolor se reduce y deviene un sentimiento placentero de plenitud y libertad.
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