miércoles, 17 de agosto de 2016

El Gozo, parte 13


Cap. 4 (continuación)

Todos los sobrevivientes se resisten fuertemente a entregarse a su cuerpo ya que esto les provoca los sentimientos más penosos y aterradores. Si lo que está en juego es la vulnerabilidad, ¿cómo puede uno atreverse a llorar profundamente, dado que el sentimiento asociado con el llanto será el de total desamparo?

Identificando al self con el ego, se tiene una ilusión de poder. Como la voluntad es el instrumento del ego, cree realmente que “cuando hay voluntad, se encuentra el camino” y que “querer es poder”. Y esto es valido en tanto y en cuanto el cuerpo tiene energía para soportar las directivas del ego. Pero toda la fuerza de voluntad del mundo no alcanza si la persona carece de la energía indispensable para instrumentarla. Los individuos sanos solo recurren a la fuerza de voluntad en caso de emergencia. Sus acciones normales están motivadas por sus sentimientos, mas bien que por su voluntad. No se necesita fuerza de voluntad para hacer lo que uno desea: cuando el deseo es intenso, no hay necesidad de la voluntad. El deseo es una carga energética activadora de un impulso que da origen a acciones libres y, en general, gratificantes. Un impulso es una fuerza que fluye desde el núcleo del cuerpo hacia la superficie, donde mueve a los músculos a la acción. La voluntad, en cambio, es una fuerza que proviene del ego, de la cabeza, y lleva a actuar en forma contraria a los impulsos naturales del cuerpo. Cuanto uno siente miedo, su impulso natural es correr y huir de la situación amenazadora. Sin embargo, quizás esto no sea lo mas adecuado. No siempre se puede escapar de un peligro huyendo. Hay veces en que el curso de acción mas sensato es enfrentar la amenaza, pero esto es difícil cuando uno está aterrado y su impulso es correr. En tales circunstancias, movilizar la voluntad para contrarrestar el temor es positivo.

Esta situación es muy a menudo vivida por los niños cuyos padres los amenazan y maltratan. De hecho, algunos intentan escapar del hogar, pero esas tentativas suelen ser infructuosas: el niño debe aceptar la situación y rendirse ante el progenitor, a la vez que encuentra algún modo de mantener su integridad. Su sometimiento no debe ser total: no debe quebrarse su voluntad. Su cuerpo se atiesa y pone rígido para no quebrarse, acción mediada por el ego a través de la voluntad. En el rostro del niño se instala una expresión que muestra que está resuelto a no entregarse, a no perder el control o ser desbordado por el temor. La tensión crónica de la mandíbula, tan frecuente, procede directamente de esta necesidad de control. Una vez que la voluntad es movilizada por la rigidez y tensión crónica del cuerpo, se convierte en una fuerza motora en busca de poder y da origen a un tipo de vida en el que la lucha por el poder pasa a ser el tema predominante. El llanto se considera, en una situación así, como un quiebre de la voluntad, y la entrega, como algo imposible. Se vive en un estado de emergencia permanente. Desde luego, en ese estado no hay gozo posible.


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