martes, 26 de julio de 2016

El Gozo, parte 9

Capítulo 3 (continuqación)

La voz es el resultado de las vibraciones producidas en la columna de aire cuando atraviesa las cuerdas vocales. Las variaciones en el sonido son generadas por el diámetro de la abertura de la garganta, cuyas cámaras de aire son utilizadas para crear resonancia, y por la cantidad de aire.  La voz humana tiene una gama muy amplia de expresiones, correspondientes a todo lo que una persona es capaz de sentir. No solo la voz puede expresar todas las emociones mencionadas, sino que puede modificar la intensidad del sonido en consonancia con la intensidad del sentimiento. La voz es uno de los canales principales para la expresión del sentimiento, y por ende para la expresión de sí; toda limitación impuesta a la voz es una limitación a la autoexpresión y constituye una merma en el sentido del self. En el lenguaje corriente esta relación se indica cuando se afirma que alguien “no tiene voz” en sus propios asuntos.

 Dado que todos los pacientes sufren una merma de su autoestima o de su sentimiento de sí, en lo que atañe a su derecho a “tener voz”, en una terapia tendiente a enaltecer el self es importante trabajar con la voz. Muchos niños han atravesado experiencias penosas o aterradoras que les hicieron perder la voz.

 El hecho de gritar tiene siempre, por su propia índole, un elemento de histeria, por cuanto es una expresión incontrolada. Uno puede aullar sin dejar de controlarse, pero no gritar. Gritar es “perder la chaveta”; es cuando el ego es desbordado por el estallido emocional. Esta reacción catártica sirve para aliviar la tensión. En tal sentido, actúa como la válvula de seguridad de una maquina de vapor, que lo suelta si la presión se vuelve demasiado grande. En general, la persona gritara cuando el dolor o estrés de una situación se le torna intolerable. En tales circunstancias, si no puede gritar de hecho puede “perder la chaveta” o enloquecer.

El sollozo y el llanto también reducen la tensión y alivian el estrés, pero por lo común uno llora cuando el trauma o daño ha terminado. El grito, en cambio, es un intento de evitar el trauma o, al menos, de atemperar la gravedad del ataque. Gritar y llorar son reacciones involuntarias, aunque en la mayoría de los casos el sujeto puede iniciar la acción o detenerla. A veces escapa a su control, y entonces gritara o llorara histéricamente, como si no pudiese parar; pero siempre se detendrá cuando se le pase la furia. En nuestra cultura tenemos un gran tabú respecto de la conducta descontrolada porque nos produce miedo; es un signo de carácter débil o infantil. Y es cierto que, en algún sentido, al gritar o llorar uno vuelve a un tipo de conducta mas infantil, pero esa regresión puede ser indispensable para proteger al organismo de los efectos destructivos de la supresión de los sentimientos.

La capacidad de soltar el control en el momento y lugar apropiados es un signo de madurez y de dominio de sí, pero cabria preguntarse: si uno decide conscientemente soltarse y entregarse al cuerpo y a sus sentimientos, ¿está realmente fuera de control? ¿Qué control tiene sobre sí un individuo al que le aterra gritar y bloquea a tal punto su llanto que no puede expresar estos sentimientos? La capacidad de soltar el control del ego incluye la de restablecerlo cuando es aconsejable o necesario. El paciente que se suelta en un ejercicio bioenergético, pateando y gritando en una aparente perdida de su control, suele darse cuenta perfectamente de lo que ocurre y puede detener la acción a voluntad. Es como montar a caballo. Si el jinete tiene miedo de entregarse al animal, si procura controlar todos y cada uno de sus movimientos, pronto comprobara que no lo controla en absoluto. La persona aterrada de soltar su control no controla nada: es controlada por su temor. Cuando uno aprende a abandonarse a sus sentimientos intensos a través de la voz y el movimiento, pierde el miedo de entregarse a su self.

Los niños nacen inocentes, sin inhibiciones ni culpas respecto de sus sentimientos. Muchos, en ese temprano estadio de beatitud, sienten gozo. Cuando establezco contacto visual con niños de uno a dos años, veo que sus ojos se iluminan y aparece en su rostro una mirada de placer. Invariablemente se dan vuelta, llevados por la timidez o la cohibición, pero a los pocos minutos me miran otra vez con el fin de recobrar la excitación y el placer que les provoco ese contacto. Vuelven a apartar la vista, pero esta vez por menos tiempo. El niño podría seguir jugando a este juego durante mucho tiempo; mis ocupaciones y responsabilidades adultas me obligan a dejarlos. No se si la vida de ellos estará o no llena de gozo. Algunos tienen el rostro y sobre todo los ojos tan relucientes, que estoy seguro de que si. Otros parecen tristes o afligidos, pero aun ellos se encienden cuando se establece un contacto visual placentero.

También he visto a los adultos encenderse con este contacto visual, aunque de un modo tan provisorio y fugaz que uno puede percibir su embarazo y su culpa. Pero hay muchos cuyos ojos no se encienden ni pueden hacerlo porque se ha enfriado gravemente ese fuego interno del espíritu que llamamos pasión. Se lo advierte en la oscuridad de la mirada, la tristeza de la expresión facial, la adustez del mentón y la tiesura del cuerpo. Perdieron su capacidad de gozo en su infancia, cuando se aniquilo su inocencia y su libertad.

A varios les he oído decir: “Soy un sobreviviente”. Creo que esto es digno de merito si se han atravesado situaciones amenazadoras como la de los campos de concentracióon nazis; pero esa declaración suele acarrear consecuencias presentes y futuras. De hecho, es como si el sujeto dijera: “Puedo tolerarlo. Soy capaz de sobrevivir en situaciones que harían sucumbir a otros. Puedo soportar "ataques agresivos o destructivos”. Si uno esta atendiendo a su supervivencia, no prevé que pueda haber gozo y no reacciona frente a éste. Un caballero armado con su escudo y su coraza no se pone a bailar un vals. La actitud que lo predispone a uno a enfrentarse con una catástrofe no lo predispone a disfrutar de la vida. Esto no quiere decir que esos individuos que se autotitulan “sobrevivientes” no desean disfrutar: pero una cosa es querer gozar y otra es estar abierto al gozo. Si la vida gira en torno de la supervivencia, no está abierta al placer. Si uno se acoraza contra un posible ataque, no estará abierto al amor.

La apertura a la vida, a una persona así, la hace sentirse muy vulnerable, y su temor hace que vuelva a cerrarse.
Si el camino hacia el gozo pasa por la entrega al self, o sea, por los propios sentimientos, el primer paso del proceso terapéutico consiste en percibir y expresar la tristeza.
“¡Dios mío, Dios!” Estas palabras son el mas profundo y espontáneo pedido de ayuda de una persona. Todos las decimos en alguna ocasión, cuando llegamos al punto en que sentimos que la presión o el dolor es excesivo. No es el llanto de un sobreviviente que piensa que no debe dejarse quebrar bajo ninguna circunstancia. Las emitimos cuando sentimos que ya “no damos más”, que “es demasiado”. Lo sorprendente es que si se dicen con sentimiento, fácilmente conducen al llanto. La palabra “Dios”, con dos consonantes a cada lado del diptongo, se asemeja al sonido de un sollozo. Cuando la gente se echa a llorar profundamente, o sea, cuando solloza, a menudo dirá de manera espontánea “!Oh Dios, oh Dios!”.

Si el llanto es ahogado, uno no puede respirar, porque ha sofocado el flujo de aire al constreñir la garganta.
La capacidad de hablar y de gritar es la base para que un individuo sienta que “tiene algo que decir” en sus asuntos personales. Los prisioneros y los esclavos, que no son gente libre, no tienen “nada que decir”; pero también los niños pueden caer en esta categoría si los han amedrentado tanto que no pueden emitir ningún sonido fuerte. Aunque no se conviertan en esclavos, aprenden a someterse y a quedarse quietos como técnica de supervivencia. Esta técnica suele perdurar en la vida adulta y no se la abandona a menos que la persona experimente que, por mas que grite y aúlle, no la castigaran. Por otro lado, hay individuos para los que el gritar es casi un modo de vida (conducta histérica). Creo que ambas pautas se desarrollan en familias donde los padres se caracterizan por su violencia real o potencial. Si el niño no queda aterrado, puede identificarse con el padre y adoptar su misma pauta de conducta; si en cambio ésta lo aterra, se replegara en si mismo y se quedara quieto y sometido.

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