martes, 19 de julio de 2016

El Gozo, parte 8

3. ¡Oh Dios!
El llanto: la emoción liberadora

Las tensiones musculares crónicas que ahogan y aprisionan el espíritu se desarrollan en la niñez por la necesidad de controlar la expresión de las emociones intensas (temor, tristeza, ira y pasión sexual). Desde luego, estos controles no siempre son eficaces, ya que el sentimiento es la vida del cuerpo y a veces la vida se afirma a sí misma pese a los intentos de control del individuo.
Originariamente, el temor a la expresión se vinculaba con el temor a las consecuencias que esa expresión podría acarrear, pero en el adulto, si tal temor persiste, es irracional. Por ejemplo, expresar en una sesión terapéutica la ira que a uno le provoco el modo en que lo trataron cuando era chico no puede, por cierto, causar ningún castigo ni tener ninguna consecuencia seria. Lo que se teme son los sentimientos mismos, vividos como amenazadores. Muchos abrigan una cólera asesina porque su espíritu fue quebrantado de niños y temen que en caso de perder el control pudieran matar a alguien.

No es suficiente saber que uno está enojado, hay que sentirlo; y lo mismo es valido para el temor, la tristeza, el amor o la pasión sexual.
Uno no puede sentir una emoción si no la expresa en un gesto, una mirada, el tono de la voz o un movimiento corporal. Ello se debe a que el sentimiento es la percepción del movimiento o impulso; Como ya he dicho, distingo entre la expresión emocional y el estallido histérico. En éste último, el ego (que es el órgano de la percepción) no está conectado con la acción, y el resultado es que a ésta no se la percibe como una emoción. No es raro ver que alguien tiene un ataque de furia pero niega estar enojado.
Creo que la gente le tiene mas temor a su tristeza que a cualquier otra emoción. Esto puede parecer extraño, ya que la tristeza no parecería ser un sentimiento aterrador. El temor se vincula con la profundidad de la tristeza. En la mayoría, se aproxima a la desesperanza, y temen, consciente o inconscientemente, que si abandonan su afán de contenerse, podrían sumirse en un pozo de desesperación sin esperanzas de salir.

Ahora bien: si no se permiten sentir esa desesperación, pasarán toda la vida luchando por mantenerse erguidos, sin seguridad alguna y por cierto sin que les sobrevengan sentimientos positivos. Si se dejan caer en la desesperación, advertirán que ésta emana de situaciones infantiles y ya no tiene relevancia en la vida actual del adulto. Por supuesto, si uno usa toda su energía en sostener su  self, o presentar una fachada negadora positiva, jamás alcanzará la seguridad, la paz y alegría que a vida ofrece.

El hecho es que algunos pacientes no puede llorar y la mayoría no lo puede hacer intensamente, lo que les impide sentir su aflicción y es un obstáculo para que logren gozar. Si se quiere ayudarlos, hay que comprender la estructura tensionante que bloquea su expresión y conocer las técnicas corporales que podrán permitirles salir de su bloqueo.
Un cambio profundo y significativo solo tiene lugar cuando hay entrega al cuerpo, por haber revivido el pasado emocionalmente. En este proceso, la primera etapa consiste en llorar.
Llorar es aceptar la realidad presente y pasada. Al llorar sentimos nuestra tristeza y nos damos cuenta de lo heridos que estamos, de cuánto hemos sido heridos. Si un paciente me confiesa: “No tengo de qué llorar”, como algunos lo han hecho, lo único que puedo responderle es: “Entonces, ¿por que está aquí?” Todos tienen algo de que llorar en nuestra cultura. La mera falta de gozo en la vida ya es un motivo suficiente. Algunos me han dicho: “He llorado mucho, pero no me hizo bien”. No es verdad. El llanto no cambiará, sin duda, el mundo exterior; no les traerá amor ni éxito, pero si cambiara su mundo interno. Aflojara la tensión y el dolor.

Esto se comprende mejor si se observa lo que le sucede a un bebe cuando empieza a llorar. El bebé llora cuando siente alguna aflicción o congoja. Su llanto es un llamado a la madre para que ésta elimine la causa de su aflicción, que hace que su cuerpo se contraiga y ponga rígido — la reacción natural ante el dolor y el malestar —. El cuerpo del bebé reacciona más intensamente porque está mas vivo, más sensible y más tierno. Además, carece de la capacidad del ego para tolerar el dolor. Incapaz de soportar la tensión, comienza a temblar; el mentón se le frunce, y un instante después el cuerpo se estremece con un sollozo profundo. Los sollozos son convulsiones que recorren todo el cuerpo en un intento de aliviar la tensión provocada por la aflicción. El bebé seguirá llorando en la medida en que esta última continúe, o hasta que se agote. En ese momento, cuando ya no tiene mas energía y no puede seguir llorando, se duerme para proteger su vida.

Existe la creencia generalizada de que un buen episodio de llanto lo hace sentir mejor a uno. Un “buen llanto” es lo bastante sostenido y profundo como para aliviar un monto significativo de la tensión generada por alguna aflicción. Verter lagrimas es también un mecanismo para aflojar tensiones de los ojos y, en alguna medida, del resto del cuerpo, ya que éste se suaviza con el sentimiento de tristeza. Los ojos se congelan par el temor, se contraen por el dolor y se vuelven turbios por la tristeza. El proceso de echar a rodar las lagrimas es como un ablandamiento y fusión, semejante a la que se produce con el hielo o la nieve en la primavera. Los ojos que no lloran se ponen duros, secos y quebradizos, lo cual puede perjudicar sus funciones. Llorar derramando lagrimas es una acción muy humana; ningún otro animal más que el hombre la realiza. Refleja su capacidad para advertir la tristeza, dolor o aflicción de otro ser.
De ahí que la mayoría de la gente llore cuando ve una película triste, en tanto que rara vez solloza. Cuando uno solloza, lo que expresa es su propio pesar y dolor. Creo, pues, que la capacidad de verter lagrimas, de llorar, es la base de la capacidad para sentir compasión.

El sollozo no es la única forma de expresión vocal que deriva de sentimientos de tristeza, pesar o aflicción. Si el dolor es intenso y aparentemente no tiene fin, el llanto toma la forma de un quejido. El quejido es un sonido más continuo y más agudo. Expresa una herida profunda, sentida en el corazón, como la que produce la muerte de un ser querido; de ahí que el quejido sea la reacción típica de las mujeres a quienes se les muere su amado. Otro sonido relacionado con el llanto es el lamento, que en contraste con el quejido, es más grave o de más baja frecuencia. Uno se lamenta ante un dolor incesante y de antigua data.

Hay en el lamento un factor de resignación que está ausente en el quejido o el sollozo. Estos sonidos se asocian con el dolor, la aflicción, la herida y la pérdida; son los sonidos del pesar y la tristeza, no del gozo, que tiene su propia gama de expresiones vocales. La risa, verbigracia, se parece al sollozo pero tiene un tono positivo, un final “dinámico”. Y hay gritos de deleite así como hay gritos de tormento. Uno puede cantar las melodías mas alegres y las mas tristes.

Como este estudio se refiere a los sentimientos, importa reconocer que la voz es el medio de expresión de muchos de ellos. También podemos expresar sentimientos mediante acciones, pero en tal caso la expresión proviene de otro lugar, a saber, la musculatura, que es el mecanismo que tiene el cuerpo para la acción. Una sonrisa, un abrazo, un golpe, una caricia, expresan sentimientos. Si un individuo no experimenta el sentimiento correspondiente a una acción, es porque la acción es mecánica y está disociado de ella.
Lo mismo cabe decir de la voz. Muchas personas hablan en un tono seco y mecánico que no transmite sentimiento alguno. También en este caso están disociados de su cuerpo, al que han sometido al control del ego. Muchos, por ejemplo, son incapaces de sollozar a raíz de que suprimieron esta expresión del sentimiento mediante tensiones crónicas de la garganta. Otros no pueden sentir o expresar la ira. Son inválidos emocionales, que tampoco podrán sentir jubilo ni ninguna otra emoción intensa. En mi opinión, una terapia que no ayuda a recuperar la expresión de sí como función natural es una terapia fracasada.




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