martes, 12 de julio de 2016

El Gozo, parte 6

Enraizamiento y realidad

La entrega al cuerpo se asocia a la renuncia a las ilusiones y al descender a la tierra y a la realidad. De un individuo muy conectado con la realidad suele decirse que “tiene los pies sobre la tierra”. Esto significa que siente la conexión existente entre sus pies y el suelo donde esta parado. Los sujetos excesivamente erguidos o “colgados de sus hombros” no experimentan este contacto con el suelo porque sus pies están relativamente entumecidos. Saben que están tocando algo, pero no tienen sensación de contacto. Han retirado esa energía excitatoria de la parte inferior del cuerpo como reacción frente al temor. Si éste es muy intenso, la persona retirará de hecho todos sus sentimientos del cuerpo, y su conciencia se limitara a la cabeza. Vivirá entonces en un mundo de fantasía, común en los niños autistas y en los adultos esquizoides. Muchas personas viven mas en su cabeza que en su cuerpo a fin de evitar sentir el dolor o el terror que este alberga.

El contacto con la realidad no es un estado de “todo o nada”. Algunos estamos en mayor contacto y otros estamos mas escindidos. Dicho contacto con la realidad es la condición de la cordura, y por lo tanto también de la salud física y emocional; pero muchos se confunden acerca de la realidad, equiparándola con la norma cultural mas que con lo que sienten en su cuerpo. Por supuesto, si falta el sentimiento o éste se encuentra muy reducido, uno busca el sentido de la vida mas allá del propio self. Los individuos cuyo cuerpo esta vivo y vibrante pueden experimentar la realidad de su ser, el ser de una persona que siente. El grado de vivacidad y de sentimiento que uno tiene mide su contacto con la realidad. Los seres que sienten son personas “con los pies sobre la tierra”. Decimos que están bien enraizadas.

Estar enraizado, pues, significa tener los pies sobre la tierra. Casi todos los adultos los tienen, en el sentido mecánico de que sus pies los sustentan y desplazan; pero cuando el contacto es puramente mecánico, no se experimenta la relación con el suelo o la tierra de un modo vivo y significativo, ni se siente que las relaciones con los demás procedan de los sentimientos en vez de provenir de las acciones. No se siente tampoco al cuerpo dotado de vida y significación. Uno se vincula con él como con su automóvil, como un objeto que le es esencial para su actividad y movilidad. Quizás lo cuide, como lo haría con su auto, pero no se identifica con él. Tal vez tenga grandes triunfos en la vida, pero ésta será irreal. Quizá goce de las satisfacciones que brindan el poder y el dinero, pero no sentirá alegría. No estará enraizado en la realidad, como no lo está su automóvil. La capacidad de gozo depende de este enraizamiento, o sea, literalmente, de tener los pies sobre la tierra y estar en contacto con ésta.

Para sentir la tierra, las piernas y los pies tienen que estar cargados de energía. Tienen que estar vivos y móviles, vale decir, presentar ciertos movimientos espontáneos e involuntarios, como las vibraciones. Éstas no tienen por que ser intensas; pueden ser leves, como el murmullo sordo que deja oír un auto de gran potencia. Si el motor no emite ni el mas mínimo sonido, sabemos que esta “muerto”. Si los pies de una persona parecen carentes de vida y sus piernas se mantienen fijas e inmóviles, es que no tienen contacto con el suelo. Cuando, en cambio, están plenamente vivos, el individuo puede sentir que fluye por ellos una corriente de excitación, calentándolos y haciéndolos vibrar.

El enraizamiento es un proceso energético en el que la excitación fluye a lo largo de todo el cuerpo de la cabeza a los pies. Si ese flujo es intenso y pleno, la persona siente su cuerpo, su sexualidad y la tierra sobre la cual esta parada: está en contacto con su realidad. El flujo de excitación se asocia con las ondas respiratorias, de modo tal que cuando la respiración es libre y profunda, la excitación fluye análogamente. Si la respiración o el flujo se bloquean, la persona no siente su cuerpo por debajo del lugar en que ese bloqueo se produjo. Limitado el flujo, se reduce el sentimiento, como el flujo de excitación es pulsátil (o sea, baja hasta los pies y luego sube a la cabeza, al igual que las oscilaciones de un péndulo), excita los diversos sectores del cuerpo: cabeza, corazón, genitales y piernas. Dado que al descender atraviesa la región pelviana, toda perturbación sexual importante bloqueara ese fluir hacia las piernas y los pies. Si el individuo esta desenraizado, también lo estará su comportamiento sexual.

Hay que admitir que los sentimientos de un niño, si bien pueden ser similares a los de un adulto, no son idénticos. La ira de un niño no es la misma que la de un adulto, como tampoco su tristeza. El amor de un adulto difiere del de un niño, no en su esencia (pues es una función del corazón), pero si en su extensión y alcances, que están determinados por el cuerpo en su totalidad. Ello no implica que los bebes o niños pequeños no estén enraizados: lo están gracias a su conexión con la madre — la madre Tierra —, pero no son independientes.

Este análisis nos ayuda a comprender el atractivo que ejerce un culto que demande de sus miembros la entrega de sus respectivos egos al líder. La entrega a un líder equivale a una regresión a la infancia, y esta asociada con una abdicación del poder y de la responsabilidad. Protegido por el líder y sin verse entorpecido por la necesidad de elegir entre lo que esta bien y lo que esta mal, el miembro del culto tiene un sentimiento de libertad y de inocencia. Como resultado de ello, siente un gozo que fortalece su adhesión al culto. La cuestión es si esta alegría es ilusoria o real. Las ilusiones pueden producir sentimientos reales pero éstos no se sostienen cuando la ilusión se derrumba, como inevitablemente sucede. En el caso del culto, la ilusión es que el líder es el padre amante y todopoderoso que se hará cargo de los devotos como un buen padre se haría cargo de sus hijos. La realidad es la opuesta, ya que los lideres de estos cultos son individuos narcisistas que necesitan seguidores para sustentar las imágenes grandiosas que tienen de si mismos. Además, necesitan tener poder sobre otros para compensar su impotencia. Por supuesto, estos lideres solo atraen a quienes están buscando inconscientemente un padre-líder poderoso.

La situación terapéutica fomenta forzosamente un apego al terapeuta, que puede ser legítimamente considerado una figura materna o paterna sustitutiva. Si uno acude a la terapia es porque necesita ayuda, en la forma de aceptación, comprensión y apoyo. Si el terapeuta se interesa personalmente por el paciente, éste puede con facilidad apegarse a él, enamorarse y volverse dependiente. Positivo como es en muchos aspectos este vinculo, debilita la conciencia de la independencia propia que el paciente necesita, y hace que se quede ‘aferrado” al terapeuta en un estado ajeno al enraizamiento. También, como se sabe, el paciente
transferirá al terapeuta todos los sentimientos, positivos y negativos, que haya tenido con sus padres. Los positivos estimulan su sometimiento y tienden a hacerlo regresar a una posición mas infantil, lo que facilita la expresión de sentimientos negados o suprimidos en la infancia, como los de amor. Esta expresión de sentimientos positivos puede originar una sensación de libertad y de gozo, pero si no se expresan al mismo tiempo los negativos, como la desconfianza y la ira, los positivos no se sostienen. Terminan siendo minados por la negatividad subyacente y la desesperación irresuelta. Si estos sentimientos negativos no son bien elaborados en la terapia, socavan la entrega inicial y dejan al paciente amargado y frustrado.

Como veremos en los próximos capítulos, estos sentimientos negativos incluyen una profunda desesperanza y una furia asesina que deben ser experimentadas y vividas a fondo en la terapia para que el paciente se libere. Su temor a estos sentimientos es la espina dorsal de su resistencia a entregarse al cuerpo, a su self y a la vida.


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