viernes, 15 de julio de 2016

El Gozo, parte 7


CAp. 2 (continuación)

Todo terapeuta se percata de la necesidad de traer a la conciencia tales sentimientos negativos para poder elaborarlos.
En el psicoanálisis clásico el paciente está tendido en el diván y el acento recae en las palabras que pronuncia. El principal material del proceso analítico son los pensamientos, al par que la pasividad y quietud de la situación analítica elimina o disminuye toda otra forma de expresión de sí. Cuando un sujeto se pone de pie adopta una posición adulta que permite que el foco se desplace al presente, que es donde se encuentran sus problemas. Por su postura, el terapeuta puede inferir como se sostiene y se presenta ante el mundo. La postura mas común que he visto expresa pasividad: el individuo traba las rodillas y todo su peso recae sobre los talones, como si estuviera esperando que le digan que debe hacer. En esa posición está tan desequilibrado, que bastaría un leve empujón para hacerlo caer hacia atrás. Uno percibe que fue educado de niño para ser bueno y obediente. Si se le pide que flexione las rodillas y desplace su peso hacia la parte delantera de los pies, la expresión cambia y se lo ve mas acometedor, mas preparado a avanzar o a actuar. La postura de pie permite al terapeuta evaluar el grado de enraizamiento del paciente, físicamente en relación con el piso y psicológicamente en relación con su cuerpo.

En la terapia bioenergética el paciente no siempre esta de pie. Al comienzo de la sesión paciente y terapeuta se sientan frente a frente para que el primero pueda contarle que le sucede. A partir de ahí, el paciente puede trabajar sus sentimientos ya sea acostado o parado. La tristeza, por ejemplo, se expresa por lo general mucho mejor cuando uno está acostado, en tanto que en ésta postura se dificulta la expresión de la ira.

Uno puede enojarse sentado, pero en tal caso la expresión de su ira se limitara a las palabras y ademanes. Si uno observa a una persona golpear la cama estando parada, en cambio, nota que su acción está bien enraizada en la realidad de su enojo. El individuo que golpea indiscriminadamente y con toda furia, en lugar de hacerlo con enojo simplemente y de manera más focalizada, no siente nada en las piernas y pies que lo mantenga conectado con su cuerpo y el suelo. La expresión de furia no ayuda a descargar la tensión, y mantiene al paciente “colgado” y desconectado de la irrealidad.

Cuando comencé mi practica clínica, trabaje con un psicólogo gravemente deprimido. Se recupero tan bien que luego vino a verme su esposa, y me dijo: “Usted fue el único terapeuta capaz de lograr que mi marido “se apoyase de vuelta sobre sus propios pies”. Le conteste que lo había logrado... haciendo que se apoyara sobre sus propios pies. Esto no significa que el hecho de que una persona se pare le permitirá superar su depresión, pero es un avance en ese sentido. En mi opinión, mantenerla sentada en una silla o acostada en un diván, solamente hablando, es una desventaja para el proceso terapéutico.

Si se quiere que la alegría caracterice a la propia vida, ella no puede depender de ninguna experiencia especial. Estoy seguro de que todos han conocido momentos de gozo como resultado de la irrupción de alguna emoción intensa, que origina un sentimiento de libertad o de liberación. Es como cuando el sol irrumpe a través de las nubes durante un corto tiempo, y luego vuelve a cubrirse. Admitamos que no es posible que el sol brille todo el tiempo... Pero nos gustaría que por lo menos lo hiciese la mayor parte del tiempo. Demasiadas personas viven en medio de las tinieblas de su pasado, causadas por imágenes aterradoras que no ven con  claridad y que asedian su inconsciente produciéndoles sueños perturbadores en la noche y vagas ansiedades durante el día. El psicoanálisis surgió como una técnica destinada a traer a la conciencia esos recuerdos reprimidos a fin de hacer su abreacción y descargarlos.

Creo que esto esencial en toda terapia. Para que el sol pueda brillar y calentarnos, debe precederlo el amanecer. En análisis lo llamamos la “comprensión intuitiva” (insight), que uno adquiere cuando la luz de la conciencia disipa la oscuridad del alma.

Muchas personas no se conectan con su cuerpo, o a lo sumo solo lo hacen con algunas partes de él. No están enraizadas en la realidad de su cuerpo. Las partes con las que uno no se conecta contienen los sentimientos aterradores que son el equivalente de las imágenes mentales aterradoras. Por ejemplo, la mayoría de la gente no siente su espalda, pese a que ésta desempeña un papel trascendental al respaldar al individuo y sustentarlo cuando sufre presiones. Esta función se vincula con el hecho de tener una espina dorsal, o sea, con el hecho de no ser un “gusano” ni un “flojo”. La columna vertebral solo puede cumplir dicha función si el individuo la vivencia como una estructura energética viva. Si es demasiado débil o dócil, el individuo carecerá de la capacidad para “respaldar” su posición y los demás lo verán como un “flojo”. Si es demasiado rígida, puede quedar inmovilizado en una postura de resistencia que bloquee su capacidad para responder al amor y a la vida. La tensión crónica es el equivalente del temor. Como éste inmoviliza al individuo, inmovilización es sinónimo de temor. Si uno percibe su rigidez o tensión, puede darse cuenta de su temor, lo que liberara sus recuerdos infantiles.

Sea cual fuere el grado en que una persona está desconectada de su cuerpo, de lo que esta desconectada es del sentimiento vinculado con la movilidad de esa parte. Una mandíbula o garganta contraídas impedirán sentir tristeza, porque el sujeto no podrá llorar. Si todo el cuerpo está rígido, no tendrá sentimiento alguno de ternura. En un plano más profundo, mucha gente carece de sentimientos amorosos porque sus corazones están encerrados en una rígida caja torácica que bloquea la conciencia del corazón y la expresión de los sentimientos cariñosos.

El objetivo de la terapia es el autodescubrimiento, que implica recuperar el alma propia y liberar el espíritu. A ese objetivo se llega en tres etapas. La primera es la conciencia de si, que significa percibir todas las partes del cuerpo y los sentimientos que en ellas puedan surgir. Me sorprende comprobar cuanta gente ignora la expresión de su rostro y su mirada, pese a que se mira en el espejo todos los días. Por supuesto, la razón es que no quieren verse. Piensan que no pueden hacerse frente, y que los demás tampoco podrán. Se ponen entonces una mascara, una sonrisa estereotipada que proclama al mundo que todo anda bien, cuando no es así. Si dejan caer la mascara, generalmente se asiste a una expresión de tristeza, dolor, depresión o temor. En la medida en que la llevan puesta no pueden sentir su propio rostro, pues esta congelado en la sonrisa fija.
Sentir dicha tristeza, dolor o temor no produce gozo, pero si esas emociones suprimidas no se sienten, tampoco se las podrá liberar. Uno queda aprisionado detrás de una fachada que impide que el sol llegue a su corazón. Cuando el individuo avanza y deja atrás esa oscura celda, tal vez al principio el sol sea enceguecedor para él, pero una vez que se habitúa, ya no quiere volver mas a su prisión tenebrosa.

La segunda etapa es la expresión de si. Si los sentimientos no se expresan, se los suprime y uno pierde contacto con el self.
Cuando a los niños se les veda expresar ciertos sentimientos, como la ira, o se los castiga si lo hacen, los ocultan y a la larga pasan a formar parte del sombrío mundo subterráneo de la personalidad. Gran cantidad de gente está aterrada de sus propios sentimientos, a los que considera peligrosos, atemorizantes o alocados. Muchos tienen una furia asesina que, según piensan, deben mantener sepultada por el temor a su destructividad potencial. Esta furia es como una bomba que no ha explotado y uno no se atreve a tocar; pero tan pronto se la hace estallar en un sitio seguro, se torna inocua; uno puede liberar los sentimientos asesinos en el seguro medio terapéutico, y de hecho yo lo estimulo todo el tiempo. Una vez liberada, la furia puede manejarse por vía racional.

La tercera etapa es el adueñamiento de sí. Implica que el individuo conoce lo que siente, que está en contacto consigo mismo. Que es capaz además de expresarse apropiadamente para promover sus mejores intereses. Que es dueño de sí. Han desaparecido los controles inconscientes que provenian del temor a ser el mismo. Han desaparecido la vergüenza y la culpa sobre lo que él es o siente. Han desaparecido las tensiones musculares de su cuerpo que bloqueaban su expresión de sí y limitaban su conciencia. En su lugar hay autoaceptación y libertad para ser.

A lo largo de este volumen explicare como se arriba a esa etapa mediante el proceso terapéutico. Este involucra la indagación analítica del pasado del sujeto para comprender cómo y por qué se perdió o fue dañado su self. Puesto que el cuerpo registra y estructura las experiencias infantiles que dieron origen a los problemas y dificultades de la persona, la lectura del cuerpo brinda información básica sobre su pasado. Esto, más lo que se aprende mediante la interpretación de los sueños, el análisis de la conducta y el intercambio verbal con el terapeuta, debe ser vinculado por el paciente con lo que él siente y con su sensación del cuerpo. Solo así mente y cuerpo se integran en una persona total.
La terapia es un viaje de autodescubrimiento. No es rápido ni sencillo, y en el no faltan los momentos de miedo. En algunos casos puede llevar toda la vida, pero su retribución es saber que no se ha vivido ésta en vano. Uno descubre el sentido de la vida en la experiencia profunda del gozo.




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