jueves, 15 de enero de 2015

Ética y Psicoanálisis, parte 9

El Placer y la Felicidad

La Ética Autoritaria tiene la ventaja de la simplicidad; sus criterios de lo malo y lo bueno son los dictados de la autoridad y la virtud del hombre es acatarlos.
La Ética Humanista tiene que luchar contra la dificultad de que, al hacer del hombre el único juez de sus valores, puede parecer que el placer o el dolor se convierten en atributo finales. Esto no puede ser así.
El psicoanálisis confirma la hipótesis de los opositores a la Ética Hedonista, de que la experiencia subjetiva de satisfacción es en sí misma engañosa y no constituye un criterio objetivo de valor. Todos los deseos masoquistas pueden describirse como una atracción por todo aquello que es nocivo para la personalidad total.

La Felicidad y la Infelicidad son expresiones del estado del organismo entero, de la personalidad total. La Felicidad va unida a un aumento en la vitalidad, de la intensidad del sentimiento y del pensamiento y de la productividad. Nuestro cuerpo está menos expuesto a engañarse por el estado de felicidad que nuestra mente.

Tipos de placer

El análisis de la diferencia cualitativa entre las distintas clases de placer es la clave del problema de la relación entre el placer y los valores éticos.
Un tipo de placer que Freud y otros consideraron como la esencia de todo placer es la sensación que acompaña al “alivio” de una tensión penosa. El hambre, la sed, y la necesidad de satisfacción sexual, el dormir y el ejercicio físico están arraigados en las condiciones químicas del organismo. Cuando esta tensión es liberada, se experimenta el placer o, como propongo denominarlo “satisfacción”.

Un tipo de placer también causado por el alivio de la tensión, pero diferente en calidad del descrito anteriormente, radica en la tensión psíquica. Como es bien sabido, en muchas ocasiones la necesidad de beber no se debe a la sed, sino ha motivos psicológicos. Un apetito sexual exagerado también puede ser causado por una necesidad psíquica y no fisiológica.
Todos los demás deseos irracionales que no asumen la forma de necesidades físicas, como el deseo vehemente de lograr fama, de dominar o de someterse, la envidia o los celos, radican también en la estructura del carácter de la persona y emanan  de un impedimento o de una distorsión de la personalidad. El placer experimentado en la satisfacción de estas pasiones es causado también por el alivio de la tensión psíquica, como en el caso de los deseos corporales condicionados neuróticamente.

Los deseos irracionales son insaciables. El deseo de la persona envidiosa, posesiva y sádica, no desaparece con la satisfacción, excepto, -tal vez- momentáneamente, pues nacen de una insatisfacción dentro de uno mismo.
Esa bendición que es la imaginación, se transforma en una maldición; puesto que la persona no se encuentra aliviada de sus temores, y se imagina que un constante incremento en las satisfacciones puede curar su avidez y restaurar su equilibrio interior. Pero la avidez es un pozo insondable  y la idea de alivio, un espejismo. La avidez a decir verdad, no reside, como tan frecuentemente se supone, en la naturaleza animal del hombre, sino antes bien en su mente e imaginación.

Los placeres derivados de la satisfacción de las necesidades fisiológicas y de los deseos neuróticos son el resultado del alivio de una tensión penosa. Pero los primeros provienen de una satisfacción real, son normales y constituyen una condición para la felicidad; en cambio los segundos, son solamente una mitigación temporal e indican un funcionamiento patológico y un estado de infelicidad fundamental. Son la ansiedad e inseguridad de una persona las que la inducen a odiar, envidiar o someter a otra. Tanto las necesidades fisiológicas como las necesidades psíquicas irracionales forman parte de un sistema de escasez.

Empero, allende el reino de la escasez se levanta el reino de la “abundancia”. Aunque hasta en el animal la energía excedente está presente, y se expresa en el retozar, el reino de la abundancia es un fenómeno esencialmente humano. Es el reino de la productividad, de la actividad interior. Todos los logros específicamente humanos nacen de la abundancia.
 La diferencia entre escasez y abundancia y, por consiguiente, entre satisfacción y felicidad existe en todas las esferas de la actividad y aun con respecto a funciones elementales como el hambre o el sexo. Satisfacer la necesidad fisiológica del hambre intensa es placentero porque alivia la tensión. Diferente en calidad es el placer que deriva de la satisfacción del apetito. El apetito es la anticipación de una experiencia gustativa deleitosa y, en contraste con el hambre, no produce tensión. El apetito es un fenómeno de abundancia y, su satisfacción no es una necesidad, sino una expresión de libertad y de productividad. Al placer que lo acompaña puede denominársele gozo.

En el amor, como en todas las demás actividades humanas, debemos diferenciar entre la forma productiva e improductiva.
El amor improductivo puede ser cualquier clase se simbiosis masoquista o sádica, en la que la relación no se basa en el respeto mutuo y en la preservación de la integridad de la otra persona. Este amor esta basado en la escasez, en la falta de productividad y seguridad interior.
El amor productivo es un fenómeno de abundancia. La capacidad para ésta forma de relación es testimonio de madurez. El gozo y la felicidad son concomitantes del amor productivo.

La diferencia entre escasez y abundancia determinan en todas las esferas de la actividad la calidad del placer. Toda persona experimenta satisfacciones, placeres irracionales y goce. Lo que diferencia a las personas es la proporción de cada uno de estos placeres en sus vidas.

La felicidad es una adquisición debida a la productividad interior del hombre y no un don de los dioses. Felicidad y gozo no son la satisfacción de una necesidad originada por una carencia fisiológica o psicológica; no es el alivio de una tensión, sino el fenómeno que acompaña a toda actividad productiva; en el pensar, en el sentir y en la acción.
La felicidad es la indicadora de que el hombre ha encontrado la respuesta al problema de la existencia humana: la realización productiva de sus potencialidades, siendo simultáneamente uno con el mundo y conservando su propia integridad. Al gastar su energía productivamente acreciente sus poderes, “se quema sin ser consumido”.

Lo opuesto a la felicidad no es, el pesar y el dolor, sino la depresión que resulta de la esterilidad interior y de la improductividad.
Quedan por considerar brevemente otros dos tipos de placer menos complejos. Uno es el placer que acompaña la ejecución de cualquier clase de tarea que el individuo se haya propuesto realizar (gratificación). El otro tipo de placer es el “descanso”. La importante función biológica del descanso consiste en regular el ritmo del organismo, el cual no puede estar siempre activo. La palabra “placer”, sin especificación, parece ser la más apropiada para referirse a esa clase de bienestar que resulta de la inactividad.

El placer irracional y la felicidad (gozo) son experiencias de importancia ética. El placer irracional es señal de codicia, indica el fracaso en la resolución del problema de la existencia humana. La felicidad o el gozo es, por lo contrario, la prueba del éxito parcial o total obtenido en el “arte de vivir”. La felicidad es el mayor triunfo del hombre; es la respuesta de su personalidad total a una orientación productiva hacia uno mismo y hacia el mundo exterior. La Ética Humanista bien puede postular a la felicidad y al gozo como sus virtudes supremas, aunque al hacerlo, no demanda del hombre la tarea más fácil, sino la más difícil, el pleno desarrollo de su productividad.








No hay comentarios:

Publicar un comentario