miércoles, 7 de enero de 2015

Ética y Psicoanálisis, parte 8


La conciencia humanista

No es la voz interiorizada de una autoridad a la cual estamos ansiosos por contemplar y temerosos de contrariar; es nuestra propia voz, presente en todo ser humano e independiente de sanciones y recompensas externas.

La conciencia humanista es la reacción de nuestra personalidad total a su funcionamiento correcto o incorrecto. La conciencia juzga nuestro funcionamiento como seres humanos. Conocimiento de nuestro éxito o fracaso en el arte de vivir. La conciencia tiene además, una cualidad afectiva, por cuanto es la reacción de nuestra personalidad total y no únicamente la reacción de nuestra mente. No nos es necesario percatarnos de lo que nuestra conciencia dice para estar sometidos a la influencia de ella.

Las acciones, pensamientos y sentimientos que conducen al funcionamiento correcto y al despliegue de nuestra personalidad total, producen un sentimiento de aprobación interior, de “rectitud”, característico de la “buena conciencia humanista”.

Cuanto más productivamente se vive, tanto más fuerte es la conciencia. La situación paradójica del hombre es que su conciencia es tanto más débil cuanto más la necesita. Nos rehusamos a oírla y -lo que es más importante aun- es que ignoramos como escucharla.

Aprender a comprender los mensajes de la conciencia es difícil. Escucharse a uno mismo es problemático porque este arte requiere otra facultad, rara en el hombre moderno; la de estar solo con uno mismo; preferimos la más trivial y hasta perniciosa compañía, las actividades más insignificantes y carentes de sentido a estar solos con nosotros mismos. Este temor es más bien un sentimiento embarazoso de ver a una persona al mismo tiempo tan conocida y tan extraña; nos invade el miedo y huimos.

El prestar atención a la voz débil e indistinta de nuestra conciencia es difícil también porque no nos habla directa, sino indirectamente, y porque con frecuencia no advertimos que es nuestra conciencia la que nos inquieta.

Una forma de esta angustia es el temor a la muerte. Es el resultado del fracaso de no haber sabido vivir; es la expresión de nuestra conciencia culpable por haber malgastado nuestra vida y haber perdido la oportunidad de hacer uso productivo de nuestras capacidades.

Con el temor irracional a la muerte se relaciona el temor a envejecer, el cual obsesiona a un número aún mayor de individuos de nuestra cultura.

Cantidad de ejemplos demuestran que la persona que vive productivamente de ninguna manera se deteriora antes de alcanzar la vejez. El temor a envejecer es una expresión del sentimiento -a menudo inconsciente- de vivir improductivamente; es una reacción de nuestra conciencia frente a la mutilación de nosotros mismos.

El temor a la desaprobación es una expresión no menos significativa del sentimiento de culpabilidad inconsciente. Si el hombre no puede aprobarse a sí mismo, porque ha fracasado en la tarea de vivir productivamente, debe substituir la propia aprobación por la aprobación de otros.

Parecería que el hombre puede hacerse insensible a la voz de su conciencia. Pero hay un estado de la existencia en el cual fracasa todo intento y éste es el sueño. La tragedia radica en que cuando percibimos la voz de nuestra conciencia en el sueño, no podemos actuar y cuando somos capaces de actuar olvidamos los conocimientos adquiridos en nuestros sueños.

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