lunes, 5 de enero de 2015

Ética y Psicoanálisis, parte 7

Los problemas de la ética humanista

“Desvíate completamente del mal, no medites sobre él y obra bien. ¿Has obrado mal? Entonces equilíbralo obrando bien.

La conciencia, el llamado del hombre a sí mismo.

a) La conciencia autoritaria. Es la voz de una autoridad externa, pero interiorizada: los padres, maestros, el Estado, etc. A menudo una experiencia que la gente considera como sentimiento de culpa, surgido de su conciencia, resulta a veces no ser otra cosa que el temor que tiene a tales autoridades. No se sienten realmente culpables sino atemorizadas.

Sin embargo, en la formación de la conciencia, autoridades tales como los padres, la Iglesia, el Estado o la opinión pública, son aceptados consciente o inconscientemente como legisladores éticos y morales cuyas leyes y sanciones adopta uno interiorizándolas.

La conciencia autoritaria es aquello que Freud describió como el superyó, pero esto es posiblemente una fase preliminar en el desarrollo de la conciencia.

Bajo este punto de vista, la conciencia tranquila es la consecuencia de complacer a las autoridades; y la conciencia culpable, la consecuencia de contrariarlas.

El deber de reconocer la superioridad de la autoridad engendra diversas prohibiciones. La más importante de ellas es la prohibición de sentir que uno es o puede llegar a ser como la autoridad, porque esto estaría en contradicción con la irrestricta superioridad y exclusividad de esta última.

El hombre reprime sus propios poderes al experimentar sentimientos de culpa, arraigados en la convicción autoritaria de que el ejercicio de la propia voluntad y poder creador constituye una rebelión contra la prerrogativa de la autoridad de ser el único creador. Este sentimiento de culpabilidad, a su vez, debilita al hombre, reduce su poder y acrecienta su sumisión a fin de purgar su intento por ser su “propio creador y constructor”.

El resultado paradójico es que la conciencia culpable (autoritaria) se convierte en la base de una conciencia “virtuosa”, mientras que la conciencia virtuosa, en caso que uno la posea, debe crear un sentimiento de culpabilidad.

El carácter autoritario, estando más o menos impedido para la productividad, desarrolla cierta cantidad de sadismo y destructividad. Estas energías destructoras se descargan asumiendo el papel de autoridad y tomándose a sí mismo como un “servidor“.

La autoridad paterna y la forma como los niños reaccionan ante ella se revela aquí como el problema decisivo de la neurosis.

La autoridad, como legisladora, hace que sus sujetos se sientan culpables por sus muchas e inevitables transgresiones. Y el método más efectivo para debilitar la voluntad del niño es provocar su sentimiento de culpabilidad. Esto se logra haciendo sentir al niño que los impulsos sexuales y sus manifestaciones precoces son “malas”. Una vez que los padres han logrado que la asociación entre sexo y culpabilidad sean permanentes, los sentimientos de culpabilidad se producen en el mismo grado y con la misma constancia con que se producen los impulsos sexuales. Además, las consideraciones “morales” son otra plaga para otras funciones físicas. La pérdida de su libertad es racionalizada como prueba de su culpabilidad, y esta convicción aumenta el sentimiento de culpa inducido por los sistemas valorativos paternales y culturales.

La reacción natural del niño a la presión de la autoridad de los padres es la rebelión, la cual es la esencia del “Complejo de Edipo”.

Las cicatrices dejadas en el niño por la derrota en su lucha contra la autoridad irracional se encuentran en la base de todas las neurosis. Forman un síndrome cuyos rasgos más importantes son: el debilitamiento del yo y su substitución por un seudo yo. Si el individuo no tiene éxito en escapar de la red autoritaria, el frustrado intento de evasión es prueba de culpabilidad, y solo por medio de una sumisión renovada puede ser recuperada la tranquilidad de conciencia.









 

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