martes, 27 de enero de 2015

Análisis existencial como explicación de la existencia personal, parte 3


3. Responsabilidad

El análisis existencial absuelve al hombre, pero esta “absolución” se caracteriza por dos cosas: por una limitación y por una ampliación; pues:

1) El análisis existencial absuelve al hombre pero solo en forma limitada, es decir, en la medida de que el hombre no puede hacer todo lo que quiere hacer: la libertad humana, por consiguiente, no se identifica con la omnipotencia. Y

2) El análisis existencial no absuelve al hombre sin responsabilizarlo al mismo tiempo. Y eso quiere decir que la libertad humana no solamente no se identifica con la omnipotencia, sino que tampoco con la arbitrariedad.

Por lo que se refiere al primer punto, “Solamente de forma limitada el hombre es un ser no limitado”.Sin embargo, siempre que el hombre se deja llevar quiere decir que abdica como ser libre, con lo cual ya esta caracterizado aquello en lo que precisamente consiste la esencia de la neurosis: ¡la abdicación del yo a favor de un ello, la renuncia a la personalidad a favor de la facticidad.

Por lo que se refiere al segundo punto, el análisis existencial absuelve al hombre pero también lo responsabiliza. Además, la responsabilidad ya implica un “de qué uno es responsable”, y, según la teoría del análisis existencial, aquello de lo que el hombre es responsable constituye la realización de sentido y de valores

 
El de qué de la responsabilidad humana1. Placer y valor.

Quien sitúa el placer como principio, quien lo convierte en el objeto de una intención forzada, no permite que se convierta en lo que tiene que seguir siendo: un efecto. El principio del placer fracasa en sí mismo. Peca contra lo espiritual en el hombre, contra la persona espiritual y contra los valores objetivos. Como si el hombre sólo existiera para satisfacer sus propias necesidaes o incluso, sólo para satisfacerse a sí mismo.

Sólo en la medida en que nos entregamos, nos sacrificamos y realizamos sentidos y valores, en esa medida nos realizamos a nosotros mismos. Si el hombre quiere llegar a su Sí mismo, el camino pasa por el mundo.

La personalidad, no es nada más que nuestro modo habitual de reducir la tensión.

2. Instinto y Sentido

La dinámica de lo espiritual se fundamenta partiendo de lo instintivo y continuando con la aspiración a los valores. Los instintos son la energía alimentadora.

Es evidente que una conversión existencial, destruye los límites racionales, visto que arraiga en lo emocional, o sea, pone en funcionamiento un proceso total y plenamente humano.
El desenmascarar lo no auténtico debe seguir siendo un medio para un fin, para resaltar mucho más lo auténtico mediante la omisión de lo no auténtico.

 
El “ante” qué de la responsabilidad humana

Uno es responsable no solo de algo, sino siempre también ante un “algo”.
Este algo es la conciencia, el “yo” se saca a sí mismo del pantano de “ello”, cogiéndose del moño del “superyó”.

Como existe una necesidad metafísica del hombre, de la misma forma es propia una necesidad simbólica. “El corazón tiene sus razones que la razón no conoce”. El símbolo, de alguna forma, hace comprensible lo incomprensible.

El Hombre, actuando en el escenario de la vida, pero deslumbrado por la cotidianidad superficial, vislumbra, a pesar de ello y desde siempre -desde la sabiduría de su corazón- la presencia del testigo, el gran espectador, aunque invisible, ante el que es responsable de la realización, que se le exige, de un sentido concreto y personal de la vida.

El hombre es mucho más religioso de lo que se imagina. En nuestra opinión, tal creencia se da bastante a menudo de manera de inconsciente en el sentido de religiosidad reprimida; con el mismo derecho se le podría denominar como religiosidad avergonzada. Pues el intelectual de hoy, tiende a avergonzarse de sus sentimientos religiosos.

 

jueves, 22 de enero de 2015

Análisis Existencial como explicación de la existencia personal, parte 2


2. Libertad

La ciencia ve únicamente al organismo psicofísico y no a la persona espiritual: en lugar de la autonomía de la existencia espiritual, ve el automatismo de un aparato psíquico. Sólo ve las necesidades. La necesidad y la libertad no están en el mismo plano, más bien, la libertad está y se construye por encima de cualquier necesidad.

Por lo que se refiere ahora a la libertad, es una libertad frente a tres cosas, a saber: 1) frente a los instintos, 2) frente a la herencia, 3) frente al medio ambiente.

1) El hombre posee instintos, pero los instintos no lo poseen a él. No negamos los instintos en sí; pero realmente no puedo afirmar algo sin que se me hubiera dado la libertad de negarlo. El hombre es un ser que siempre puede decir no a los instintos. El hombre tiene instintos, mientras que el animal es básicamente instintos.

2) Por lo que se refiere a la herencia, la investigación seria ha demostrado hasta que punto el hombre posee libertad, incluso ante su disposición genética. Vemos pues, hasta que punto tenía razón Goethe cuando dijo que “no había virtud que no se pudiese transformar en defecto, ni defecto que no se pudiese transformar en virtud.

3) Finalmente, por lo que se refiere al medio ambiente, se vuelve a mostrar que este tampoco constituye todo el hombre, y que más bien, todo depende de lo que el hombre hace con él, de que actitud asuma frente a él.

Por consiguiente, el hombre es algo más que un producto de la herencia y del medio ambiente.

La disposición vital como la situación social, representan la posición natural del hombre. Esta posición se puede fijar a través de la Biología, la Psicología y la Sociología. Pero ser realmente hombre empieza sólo donde acaba toda posibilidad de determinar y de fijar dicha posición; lo que empieza ahí, es una actitud personal. Es esencialmente una actitud libre, es decisión: es el cambio existencial.

Todas las manifestaciones del hombre, en cada una de sus dimensiones, consideradas separadamente, tienen derecho a existir.
Así que un hombre en general es solo un hombre en la medida en que como ser espiritual, esta por encima de su ser corporal y psíquico.
La renuncia a la personalidad y a la existencialidad a favor de la facticidad, forma parte de la esencia de la neurosis.

En cualquier momento de su existencia, el hombre toma posición tanto respecto al medio ambiente natural y social, como respecto al mundo interior psicofísico vital. Y precisamente designamos como espiritual en el hombre aquello que puede confrontarse con todo lo social, lo corporal, e incluso lo psíquico en él.

Lo espiritual es ya por definición solo lo libre en el hombre, aquello que puede comportarse libremente. La persona espiritual es aquella que puede confrontarse siempre y en cualquier momento. Y este mi ser persona significa libertad, libertad para convertirme en personalidad. Es libertad de ser así y libertad para convertirse en algo diferente. Este es especialmente significativo en relación con el fatalismo del neurótico: siempre que un neurótico habla de su persona, de su ser así personal, hace como si este ser así contuviera un no poder ser de otra forma.

Al fin y al cabo, esto constituye la extraña marca dialéctica del hombre: “existencia y facticidad”, dos momentos que se exigen mutuamente.

Esta claro, pues, que según el punto de vista desde que abordamos al hombre, tendremos a la vista, en unos casos, más la unidad - totalidad y, en otros, más la fragmentación de lo espiritual con lo psicofísico.

Además, una cosa es pretender entender una enfermedad, y otra procurar tratar a un enfermo. Para este último caso, el enfermo debe poder apartarse interiormente, de alguna forma, de su enfermedad, por no decir de su locura.

Todo esto no significa otra cosa que: yo actúo no solamente en consecuencia con lo que soy, sino que también me transformo en consonancia con lo que actúo. Al fin y al cabo, uno llega a ser bueno, a fuerza de hacer cosas buenas. Se podría decir, entonces, que la decisión de hoy es el instinto de mañana.

 

 

martes, 20 de enero de 2015

Análisis Existencial como explicación de la existencia personal, parte 1

Elementos del Análisis Existencial y de la Logoterapia
por Viktor E. Frankl
 
 
La Logoterapia y el Análisis Existencial son las dos caras de una misma teoría. Es decir, la Logoterapia es un método de tratamiento psicoterapéutico, mientras que el Análisis Existencial representa una orientación antropológica de investigación. El análisis existencial no sólo es un complemento de la psicoterapia, sino que es su fundamento intelectual imprescindible.

Análisis Existencial como explicación de la existencia personal.

“Ex-istir”, quiere decir: salir de sí mismo y ponerse frente a sí mismo, de manera que el hombre sale del nivel de lo corporal- psíquico y llega a sí mismo pasando por el ámbito de lo espiritual. La existencia acontece en el espíritu.
Que un hombre se distancie de su depresión endógena, mientras que otro se deja caer en ella, no depende de la depresión, sino de la persona espiritual.

Consideraremos al hombre en una unidad y en una totalidad corporal, psíquica y espiritual. Lo verdaderamente humano se puede vislumbrar sólo en cuanto nos atrevemos a entrar en la dimensión de lo espiritual.

De las realidades existenciales del hombre forman parte: la espiritualidad, la libertad y la responsabilidad. El hombre empieza a comportarse como hombre sólo si puede salir del plano de la facticidad psicofísico- organísmica y puede ir al encuentro de sí mismo. Este poder es lo que quiere decir existir y existir significa: estar por encima de sí mismo siempre.

1. El carácter espiritual del hombre

El amor implica comprender a una persona en su esencia, tal como es, en su singularidad y peculiaridad. Igualmente en su valor, en su deber ser, y esto quiere decir aceptarle positivamente.

En su origen, la conciencia se sumerge en el inconsciente. Así como existe una comprensión de ser precientífica, y otra prelógica, de la misma forma existe una concepción de valores premoral que precede esencialmente a toda moral explícita, precisamente: la conciencia.

Lo existente se abre a la conciencia, sin embargo, a la conciencia moral no se abre un existente, sino más bien, un no-existente: algo que debe llegar a ser, no es nada real, sino algo meramente posible. Pero esa mera posibilidad representa una necesidad en un sentido superior, precisamente, en el sentido moral.

El amor contempla y abre posibilidades de valor con el tú amado. El amor y la conciencia proceden de forma intuitiva, ambos, tanto la conciencia como el amor, tienen que ver con el ser absolutamente individual.

El cometido de la conciencia es abrir al hombre a “aquello que es necesario”. Esto, sin embargo, es algo único en cada caso particular. Se trata por tanto, de algo absolutamente individual, de un “deber ser” individual, que no puede ser captado por ninguna ley en general, por ninguna “ley moral” formulada de manera universal, sino que es prescrito por una “ley individual”, que en modo alguno se puede captar en forma racional, sino que sólo se puede captar de forma intuitiva.

Y precisamente es la conciencia la que proporciona ésta capacidad intuitiva. Sólo la conciencia es capaz de armonizar, por así decir, la ley moral “eterna”, expresada universalmente, con cada situación concreta de una persona concreta.

El amor, y solo él, es capaz de contemplar a una persona en su peculiaridad como el individuo absoluto que es.
El artista no puede prescindir de una espiritualidad inconsciente. A menudo la autoobservación forzada, la voluntad de “hacer” conscientemente lo que debería realizar inconscientemente, se convierte en un obstáculo para el artista creador. Cualquier reflexión innecesaria lo único que hace es perjudicar.

Con ayuda de un telescopio se pueden observar todos los planetas del Sol, con una excepción: queda excluido el mismo planeta Tierra. Algo semejante nos pasa a los hombres con todo conocimiento, y así, el sujeto nunca puede convertirse en su propio objeto de forma completa. Solo en la medida de “estar junto a”, el hombre está consigo mismo.
El hombre no existe para observarse a sí mismo, ni para mirarse en el espejo; sino que existe para entregarse, para sacrificarse y para abandonarse conociendo y amando.

Una perturbación funcional psicofísica puede, al menos, originar que la persona espiritual, que se encuentra detrás del organismo psicofísico, no se pueda expresar ni liberar: y esto es, ni más ni menos, lo que la psicosis significa para la persona.

Mientras yo no pueda percibir a la persona espiritual, porque la psicosis la bloquea y la sustrae de mi vista, naturalmente no puedo acercarme a ella terapéuticamente y debe fracasar un llamamiento.

La confrontación entre lo humano en el enfermo y lo morboso en el hombre no se produce de forma reflexiva; más bien, acontece de forma implícita, es una confrontación silenciosa.
Hacer ver y aparecer lo personal en la psicosis es el objetivo del Análisis Existencial. Pretende ser una psicoterapia a partir de lo espiritual.

Se debería enfrentar una psicoterapia colectiva a este hastío de lo espiritual.

jueves, 15 de enero de 2015

Ética y Psicoanálisis, parte 9

El Placer y la Felicidad

La Ética Autoritaria tiene la ventaja de la simplicidad; sus criterios de lo malo y lo bueno son los dictados de la autoridad y la virtud del hombre es acatarlos.
La Ética Humanista tiene que luchar contra la dificultad de que, al hacer del hombre el único juez de sus valores, puede parecer que el placer o el dolor se convierten en atributo finales. Esto no puede ser así.
El psicoanálisis confirma la hipótesis de los opositores a la Ética Hedonista, de que la experiencia subjetiva de satisfacción es en sí misma engañosa y no constituye un criterio objetivo de valor. Todos los deseos masoquistas pueden describirse como una atracción por todo aquello que es nocivo para la personalidad total.

La Felicidad y la Infelicidad son expresiones del estado del organismo entero, de la personalidad total. La Felicidad va unida a un aumento en la vitalidad, de la intensidad del sentimiento y del pensamiento y de la productividad. Nuestro cuerpo está menos expuesto a engañarse por el estado de felicidad que nuestra mente.

Tipos de placer

El análisis de la diferencia cualitativa entre las distintas clases de placer es la clave del problema de la relación entre el placer y los valores éticos.
Un tipo de placer que Freud y otros consideraron como la esencia de todo placer es la sensación que acompaña al “alivio” de una tensión penosa. El hambre, la sed, y la necesidad de satisfacción sexual, el dormir y el ejercicio físico están arraigados en las condiciones químicas del organismo. Cuando esta tensión es liberada, se experimenta el placer o, como propongo denominarlo “satisfacción”.

Un tipo de placer también causado por el alivio de la tensión, pero diferente en calidad del descrito anteriormente, radica en la tensión psíquica. Como es bien sabido, en muchas ocasiones la necesidad de beber no se debe a la sed, sino ha motivos psicológicos. Un apetito sexual exagerado también puede ser causado por una necesidad psíquica y no fisiológica.
Todos los demás deseos irracionales que no asumen la forma de necesidades físicas, como el deseo vehemente de lograr fama, de dominar o de someterse, la envidia o los celos, radican también en la estructura del carácter de la persona y emanan  de un impedimento o de una distorsión de la personalidad. El placer experimentado en la satisfacción de estas pasiones es causado también por el alivio de la tensión psíquica, como en el caso de los deseos corporales condicionados neuróticamente.

Los deseos irracionales son insaciables. El deseo de la persona envidiosa, posesiva y sádica, no desaparece con la satisfacción, excepto, -tal vez- momentáneamente, pues nacen de una insatisfacción dentro de uno mismo.
Esa bendición que es la imaginación, se transforma en una maldición; puesto que la persona no se encuentra aliviada de sus temores, y se imagina que un constante incremento en las satisfacciones puede curar su avidez y restaurar su equilibrio interior. Pero la avidez es un pozo insondable  y la idea de alivio, un espejismo. La avidez a decir verdad, no reside, como tan frecuentemente se supone, en la naturaleza animal del hombre, sino antes bien en su mente e imaginación.

Los placeres derivados de la satisfacción de las necesidades fisiológicas y de los deseos neuróticos son el resultado del alivio de una tensión penosa. Pero los primeros provienen de una satisfacción real, son normales y constituyen una condición para la felicidad; en cambio los segundos, son solamente una mitigación temporal e indican un funcionamiento patológico y un estado de infelicidad fundamental. Son la ansiedad e inseguridad de una persona las que la inducen a odiar, envidiar o someter a otra. Tanto las necesidades fisiológicas como las necesidades psíquicas irracionales forman parte de un sistema de escasez.

Empero, allende el reino de la escasez se levanta el reino de la “abundancia”. Aunque hasta en el animal la energía excedente está presente, y se expresa en el retozar, el reino de la abundancia es un fenómeno esencialmente humano. Es el reino de la productividad, de la actividad interior. Todos los logros específicamente humanos nacen de la abundancia.
 La diferencia entre escasez y abundancia y, por consiguiente, entre satisfacción y felicidad existe en todas las esferas de la actividad y aun con respecto a funciones elementales como el hambre o el sexo. Satisfacer la necesidad fisiológica del hambre intensa es placentero porque alivia la tensión. Diferente en calidad es el placer que deriva de la satisfacción del apetito. El apetito es la anticipación de una experiencia gustativa deleitosa y, en contraste con el hambre, no produce tensión. El apetito es un fenómeno de abundancia y, su satisfacción no es una necesidad, sino una expresión de libertad y de productividad. Al placer que lo acompaña puede denominársele gozo.

En el amor, como en todas las demás actividades humanas, debemos diferenciar entre la forma productiva e improductiva.
El amor improductivo puede ser cualquier clase se simbiosis masoquista o sádica, en la que la relación no se basa en el respeto mutuo y en la preservación de la integridad de la otra persona. Este amor esta basado en la escasez, en la falta de productividad y seguridad interior.
El amor productivo es un fenómeno de abundancia. La capacidad para ésta forma de relación es testimonio de madurez. El gozo y la felicidad son concomitantes del amor productivo.

La diferencia entre escasez y abundancia determinan en todas las esferas de la actividad la calidad del placer. Toda persona experimenta satisfacciones, placeres irracionales y goce. Lo que diferencia a las personas es la proporción de cada uno de estos placeres en sus vidas.

La felicidad es una adquisición debida a la productividad interior del hombre y no un don de los dioses. Felicidad y gozo no son la satisfacción de una necesidad originada por una carencia fisiológica o psicológica; no es el alivio de una tensión, sino el fenómeno que acompaña a toda actividad productiva; en el pensar, en el sentir y en la acción.
La felicidad es la indicadora de que el hombre ha encontrado la respuesta al problema de la existencia humana: la realización productiva de sus potencialidades, siendo simultáneamente uno con el mundo y conservando su propia integridad. Al gastar su energía productivamente acreciente sus poderes, “se quema sin ser consumido”.

Lo opuesto a la felicidad no es, el pesar y el dolor, sino la depresión que resulta de la esterilidad interior y de la improductividad.
Quedan por considerar brevemente otros dos tipos de placer menos complejos. Uno es el placer que acompaña la ejecución de cualquier clase de tarea que el individuo se haya propuesto realizar (gratificación). El otro tipo de placer es el “descanso”. La importante función biológica del descanso consiste en regular el ritmo del organismo, el cual no puede estar siempre activo. La palabra “placer”, sin especificación, parece ser la más apropiada para referirse a esa clase de bienestar que resulta de la inactividad.

El placer irracional y la felicidad (gozo) son experiencias de importancia ética. El placer irracional es señal de codicia, indica el fracaso en la resolución del problema de la existencia humana. La felicidad o el gozo es, por lo contrario, la prueba del éxito parcial o total obtenido en el “arte de vivir”. La felicidad es el mayor triunfo del hombre; es la respuesta de su personalidad total a una orientación productiva hacia uno mismo y hacia el mundo exterior. La Ética Humanista bien puede postular a la felicidad y al gozo como sus virtudes supremas, aunque al hacerlo, no demanda del hombre la tarea más fácil, sino la más difícil, el pleno desarrollo de su productividad.








miércoles, 7 de enero de 2015

Ética y Psicoanálisis, parte 8


La conciencia humanista

No es la voz interiorizada de una autoridad a la cual estamos ansiosos por contemplar y temerosos de contrariar; es nuestra propia voz, presente en todo ser humano e independiente de sanciones y recompensas externas.

La conciencia humanista es la reacción de nuestra personalidad total a su funcionamiento correcto o incorrecto. La conciencia juzga nuestro funcionamiento como seres humanos. Conocimiento de nuestro éxito o fracaso en el arte de vivir. La conciencia tiene además, una cualidad afectiva, por cuanto es la reacción de nuestra personalidad total y no únicamente la reacción de nuestra mente. No nos es necesario percatarnos de lo que nuestra conciencia dice para estar sometidos a la influencia de ella.

Las acciones, pensamientos y sentimientos que conducen al funcionamiento correcto y al despliegue de nuestra personalidad total, producen un sentimiento de aprobación interior, de “rectitud”, característico de la “buena conciencia humanista”.

Cuanto más productivamente se vive, tanto más fuerte es la conciencia. La situación paradójica del hombre es que su conciencia es tanto más débil cuanto más la necesita. Nos rehusamos a oírla y -lo que es más importante aun- es que ignoramos como escucharla.

Aprender a comprender los mensajes de la conciencia es difícil. Escucharse a uno mismo es problemático porque este arte requiere otra facultad, rara en el hombre moderno; la de estar solo con uno mismo; preferimos la más trivial y hasta perniciosa compañía, las actividades más insignificantes y carentes de sentido a estar solos con nosotros mismos. Este temor es más bien un sentimiento embarazoso de ver a una persona al mismo tiempo tan conocida y tan extraña; nos invade el miedo y huimos.

El prestar atención a la voz débil e indistinta de nuestra conciencia es difícil también porque no nos habla directa, sino indirectamente, y porque con frecuencia no advertimos que es nuestra conciencia la que nos inquieta.

Una forma de esta angustia es el temor a la muerte. Es el resultado del fracaso de no haber sabido vivir; es la expresión de nuestra conciencia culpable por haber malgastado nuestra vida y haber perdido la oportunidad de hacer uso productivo de nuestras capacidades.

Con el temor irracional a la muerte se relaciona el temor a envejecer, el cual obsesiona a un número aún mayor de individuos de nuestra cultura.

Cantidad de ejemplos demuestran que la persona que vive productivamente de ninguna manera se deteriora antes de alcanzar la vejez. El temor a envejecer es una expresión del sentimiento -a menudo inconsciente- de vivir improductivamente; es una reacción de nuestra conciencia frente a la mutilación de nosotros mismos.

El temor a la desaprobación es una expresión no menos significativa del sentimiento de culpabilidad inconsciente. Si el hombre no puede aprobarse a sí mismo, porque ha fracasado en la tarea de vivir productivamente, debe substituir la propia aprobación por la aprobación de otros.

Parecería que el hombre puede hacerse insensible a la voz de su conciencia. Pero hay un estado de la existencia en el cual fracasa todo intento y éste es el sueño. La tragedia radica en que cuando percibimos la voz de nuestra conciencia en el sueño, no podemos actuar y cuando somos capaces de actuar olvidamos los conocimientos adquiridos en nuestros sueños.

lunes, 5 de enero de 2015

Ética y Psicoanálisis, parte 7

Los problemas de la ética humanista

“Desvíate completamente del mal, no medites sobre él y obra bien. ¿Has obrado mal? Entonces equilíbralo obrando bien.

La conciencia, el llamado del hombre a sí mismo.

a) La conciencia autoritaria. Es la voz de una autoridad externa, pero interiorizada: los padres, maestros, el Estado, etc. A menudo una experiencia que la gente considera como sentimiento de culpa, surgido de su conciencia, resulta a veces no ser otra cosa que el temor que tiene a tales autoridades. No se sienten realmente culpables sino atemorizadas.

Sin embargo, en la formación de la conciencia, autoridades tales como los padres, la Iglesia, el Estado o la opinión pública, son aceptados consciente o inconscientemente como legisladores éticos y morales cuyas leyes y sanciones adopta uno interiorizándolas.

La conciencia autoritaria es aquello que Freud describió como el superyó, pero esto es posiblemente una fase preliminar en el desarrollo de la conciencia.

Bajo este punto de vista, la conciencia tranquila es la consecuencia de complacer a las autoridades; y la conciencia culpable, la consecuencia de contrariarlas.

El deber de reconocer la superioridad de la autoridad engendra diversas prohibiciones. La más importante de ellas es la prohibición de sentir que uno es o puede llegar a ser como la autoridad, porque esto estaría en contradicción con la irrestricta superioridad y exclusividad de esta última.

El hombre reprime sus propios poderes al experimentar sentimientos de culpa, arraigados en la convicción autoritaria de que el ejercicio de la propia voluntad y poder creador constituye una rebelión contra la prerrogativa de la autoridad de ser el único creador. Este sentimiento de culpabilidad, a su vez, debilita al hombre, reduce su poder y acrecienta su sumisión a fin de purgar su intento por ser su “propio creador y constructor”.

El resultado paradójico es que la conciencia culpable (autoritaria) se convierte en la base de una conciencia “virtuosa”, mientras que la conciencia virtuosa, en caso que uno la posea, debe crear un sentimiento de culpabilidad.

El carácter autoritario, estando más o menos impedido para la productividad, desarrolla cierta cantidad de sadismo y destructividad. Estas energías destructoras se descargan asumiendo el papel de autoridad y tomándose a sí mismo como un “servidor“.

La autoridad paterna y la forma como los niños reaccionan ante ella se revela aquí como el problema decisivo de la neurosis.

La autoridad, como legisladora, hace que sus sujetos se sientan culpables por sus muchas e inevitables transgresiones. Y el método más efectivo para debilitar la voluntad del niño es provocar su sentimiento de culpabilidad. Esto se logra haciendo sentir al niño que los impulsos sexuales y sus manifestaciones precoces son “malas”. Una vez que los padres han logrado que la asociación entre sexo y culpabilidad sean permanentes, los sentimientos de culpabilidad se producen en el mismo grado y con la misma constancia con que se producen los impulsos sexuales. Además, las consideraciones “morales” son otra plaga para otras funciones físicas. La pérdida de su libertad es racionalizada como prueba de su culpabilidad, y esta convicción aumenta el sentimiento de culpa inducido por los sistemas valorativos paternales y culturales.

La reacción natural del niño a la presión de la autoridad de los padres es la rebelión, la cual es la esencia del “Complejo de Edipo”.

Las cicatrices dejadas en el niño por la derrota en su lucha contra la autoridad irracional se encuentran en la base de todas las neurosis. Forman un síndrome cuyos rasgos más importantes son: el debilitamiento del yo y su substitución por un seudo yo. Si el individuo no tiene éxito en escapar de la red autoritaria, el frustrado intento de evasión es prueba de culpabilidad, y solo por medio de una sumisión renovada puede ser recuperada la tranquilidad de conciencia.









 

sábado, 3 de enero de 2015

Ética y Psicoanálisis, parte 6


La actividad productiva se caracteriza por el intercambio rítmico de la actividad y el reposo. El trabajo, el amor y el pensamiento productivo son posibles únicamente si la persona puede estar, cuando es necesario, sosegada y sola consigo misma. Ser capaz de prestar atención a sí mismo es un requisito previo para tener la capacidad de prestar atención a los demás; sentirse a gusto con uno mismo es la condición necesaria para relacionarse con otros.

Las orientaciones en el proceso de socialización

Podemos hacer distinción entre las siguientes clases de relaciones interpersonales: La relación simbiótica, la de distanciamiento-destructividad, y la de amor.

En la relación simbiotica la persona se encuentra relacionada con otras, pero pierde o nunca encuentra su independencia; rehúye el peligro de la soledad llegando a ser parte de otra persona. (absorbida o absorbiéndolo). El masoquismo, es el intento de despojarse del yo individual, de huir de la libertad y buscar seguridad adhiriéndose a otra persona. El impulso por absorber a otros es el sadismo.

Una segunda clase de relación es la que se caracteriza por el distanciamiento, el alejamiento y la destrucción. El sentimiento de impotencia individual puede ser vencido apartándose de los otros a quienes se percibe como una amenaza. Su equivalente emocional es el sentimiento de indiferencia hacia el otro, acompañado frecuentemente de un sentimiento compensador de auto inflación.

La destructividad es la forma activa del alejamiento. El impulso de destruir a otros proviene del temor de ser destruido por ellos. El impulso destructor proviene de un bloqueo intenso de la productividad. Es la perversión del impulso de vivir; es la energía de la vida no vivida transformada en energía destructora de la vida.

El amor es la forma productiva de relacionarse con otros y con uno mismo. Implica responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento, así como el deseo de que la otra persona crezca y se desarrolle.

Los problemas de la ética humanista
“Desvíate completamente del mal, no medites sobre él y obra bien. ¿Has obrado mal? Entonces equilíbralo obrando bien."

La conciencia, el llamado del hombre a sí mismo.