viernes, 20 de diciembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 21


14. LA LUZ DE LA SALUD
Y LA SOMBRA DE
LA ENFERMEDAD
Larry Dossey

En cierta ocasión, el poeta Gary Snyder señaló que sólo quienes son capaces de descuidar al planeta Tierra están en condiciones de trabajar por su supervivencia ecológica. Con este paradójico comentario subrayaba una cuestión que suele olvidarse con demasiada frecuencia: la estrechísima relación existente entre los opuestos, incluso entre opuestos tan extremos como la supervivencia y la muerte de nuestro planeta.

También extremos tan polares como la salud y la enfermedad se hallan indisolublemente unidos. Sin embargo, la creencia de que la enfermedad es el heraldo de la muerte, el presagio de la extinción personal, y de que, por tanto, debe ser exterminada, se halla tan extendida que parece insólito sugerir siquiera la existencia de tal vínculo. Pero esta relación entre «opuestos» jamás desaparecerá. Impregna nuestros huesos, se infiltra en nuestra sangre, está arraigada en nuestra sabiduría colectiva, perdura todavía intacta en muchas culturas orientales y se halla presente entre nosotros a pesar de la sofisticada tecnología médica desplegada en las «cruzadas» internacionales emprendidas con la intención de erradicar definitivamente
las principales enfermedades de nuestro tiempo de la faz de la tierra.

Hemos olvidado cómo pensar sobre la enfermedad. En realidad intentamos no pensar en ella y la expulsamos de nuestra mente hasta el momento del chequeo anual o hasta que contraemos alguna enfermedad. Nos decimos que para estar sanos hay que pensar sanamente y creemos que eso supone no
pensar en la enfermedad. Huimos de la enfermedad y tenemos miedo de asistir al funeral de un amigo muerto, de visitar a un enfermo, de ir a la consulta del dentista, del internista, del médico de cabecera, del pediatra y del ginecólogo.
Pero es imposible no pensar en la enfermedad. Los resfriados comunes o la enfermedad de un amigo constituyen una especie de recordatorio continuo. La muerte está urdida en el mismo tejido colectivo de la estructura social. Por más que lo intentemos jamás podremos eliminar totalmente la presencia de la
enfermedad.

Todo acto de salud conlleva su opuesto, su lado oculto, porque nos recuerda lo que estamos tratando de evitar: La enfermedad y la muerte son inevitables y por más que lo intentemos jamás podremos separar a la salud de la enfermedad y al nacimiento de la muerte. Del mismo modo que la luz siempre va acompañada de la oscuridad, nuestro entusiasmo por la salud sólo aumenta nuestra sensibilidad hacia el fenómeno de la enfermedad y de la muerte; se trata de dos fenómenos tan ligados entre sí que jamás pueden presentarse aisladamente.
La enfermedad puede ser considerada como si fuera una cosa en sí misma, con necesidades propias -la necesidad de ser tenida en cuenta, de ser escuchada, de ser cuidada, de entrar en contacto con ella. La enfermedad [puede ser] considerada como algo razonable, algo con lo que se puede tratar, con lo que se puede pactar. Esta visión contrasta profundamente con nuestra forma habitual de pensar sobre el cáncer o el ataque cardíaco como algo que acecha dispuesto a acabar con nosotros.

Tal vez en la actualidad estemos redescubriendo esa visión orgánica del mundo que tan bien conocían los pueblos primitivos de nuestro planeta. Lo cierto es que carecemos de las respuestas necesarias para comprender la salud y la enfermedad y que nuestra sociedad está resentida por las promesas incumplidas y la deshumanización de la medicina moderna. No creo, sin embargo, que este resentimiento -cuya existencia es innegable- se canalice adecuadamente ya que se dirige abiertamente contra el «sistema».
Pero el «sistema» somos nosotros mismos. Estamos decepcionados con nosotros mismos por haber renunciado a asumir nuestra propia responsabilidad, por habernos traicionado, por habernos olvidado de lo que una vez supimos, por haber cortado nuestra conexión orgánica con el mundo en que vivimos.

Estamos aprendiendo, profunda y dolorosamente, que longevidad no es lo mismo que calidad de vida. Estamos descubriendo la vacuidad de conceptos tales como «intervalo de salud». Ya no podemos seguir ignorando que nuestra noción de salud es incompleta.
¿Pero de qué nos hemos olvidado? En mi opinión se trata de la enfermedad, la sombra que acompaña siempre a la luz de la salud, una sombra que nos conecta orgánicamente con el mundo, nos ratifica que la naturaleza del mundo no puede ser forzada y nos lleva a darnos cuenta de que es imposible concebir la salud sin tener, al mismo tiempo, conciencia de la enfermedad y, de ese modo, aceptar la enfermedad del mismo modo que aceptamos la salud.

Nuestra cultura, sin embargo, cree que podemos aceptar uno de los dos polos negando al otro, que podemos tener lo blanco sin lo negro, disfrutar de las alturas sin descender a las profundidades, gozar de la salud sin padecer la enfermedad o del nacimiento sin la muerte. Nuestra ceguera nos hace creer que sólo es cuestión de tiempo, mano de obra y de ampliación del presupuesto destinado a la investigación y consideramos que la invitación a superar el pensamiento dualista -o esto o aquello- constituye un paso atrás hacia formas de pensamiento primitivas que no concuerdan con el potencial de la edad contemporánea.
Pero no es el hombre primitivo el que ha comprendido la naturaleza indivisible de los opuestos sino que se trata de una visión de la sabiduría perenne que pertenece a la tradición de los místicos y de los poetas de todas las épocas.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 20


13. LA ANATOMÍA DEL MAL
John C. Pierrakos

Investiguemos ahora el concepto del mal enfocándolo desde su opuesto, el bien. El ser humano sano siente que la bondad de la vida consiste en la unidad entre su realidad, su energía y su conciencia. No hace mucho tiempo que un músico que acudió a mi consulta me dijo que cuando estaba conectado con lo más profundo de su ser los movimientos de su organismo fluían espontáneamente, como si fueran ellos solos los que estuvieran tocando el instrumento. En ese caso, los movimientos son libres y coordinados y el sonido resultante es verdaderamente hermoso. Cuando el hombre está sano su vida es un continuo proceso creativo. Entonces se siente inundado de sentimientos de unidad y amor por todos los seres humanos.

Esta unidad consiste en la toma de conciencia de no ser diferente de los demás, en el deseo de ayudarles, de identificarnos con ellos, de sentir que todo lo que les ocurre también nos está sucediendo a nosotros mismos. La persona sana gobierna positivamente su vida y se siente satisfecho consigo mismo.
En ese estado la enfermedad y el mal están casi completamente ausentes.

El principal rasgo distintivo de la enfermedad, por el contrario, consiste en la distorsión de la realidad -la distorsión de la realidad corporal, de la realidad emocional y de la realidad de la verdadera naturaleza de los demás y de sus acciones. El mal, entonces, constituye una distorsión de hechos que, en sí mismos, son naturales pero la persona enferma no percibe sus propias distorsiones sino que siente que la enfermedad procede del exterior. El enfermo suele considerar que sus problemas están causados por factores externos.
Una persona que está atravesando un estado psicótico, por ejemplo, considera que el mundo es hostil. Se sienta en una silla, mira las paredes y dice: «ellas son las responsables. Quieren matarme, quieren envenenarme». De este modo renuncia totalmente a su propia responsabilidad por su vida y sus acciones.
Una persona sana, en cambio, es muy capaz de hacer exactamente todo lo contrario.

¿Qué sucede en una persona enferma? De algún modo su conciencia y sus energías se modifican. Su conciencia, por decirlo así, ha alterado el funcionamiento de su mente, lo cual, a su vez, distorsiona el movimiento natural de la vida y altera todas sus manifestaciones. Es por ello que su pensamiento se restringe y que sus sentimientos se expresan mediante el odio, la crueldad, el miedo y el terror.
El concepto reichiano de coraza arrojó mucha luz sobre el funcionamiento de la enfermedad. Según Reich, la persona acorazada se aísla de la naturaleza y levanta todo tipo de barreras contra los impulsos vitales que brotan de su propio cuerpo. De este modo, el cuerpo acorazado se tensa y se insensibiliza parcial o totalmente a los sentimientos y a las sensaciones provenientes del interior. Entonces la persona se convierte en un sujeto ambivalente y tibio, alguien que odia sin siquiera saberlo.

Reich creía que toda entidad, todo ser humano, tiene un núcleo, un corazón, en el que se origina el movimiento pulsátil de la vida. En la persona relativamente libre ese movimiento pulsatorio puede alcanzar fácilmente la periferia sin perturbaciones y entonces el sujeto se expresa, se mueve, siente, respira y vibra naturalmente. En la persona acorazada, en cambio, entre el núcleo y la periferia parece existir una especie de línea Maginot. En este último caso, cuando los impulsos vitales chocan con las fortificaciones de la coraza la persona se aterroriza y no piensa más que en suprimirlos porque teme que si lograran emerger a la superficie correría el peligro de ser aniquilado. Para él las sensaciones -especialmente las sensaciones sexuales- son terribles, sucias y malas. De este modo, cuando los impulsos agresivos que surgen de ese núcleo golpean la coraza el individuo tiembla de miedo y, en el caso de que consigan atravesar esa especie de línea Maginot, está completamente aterrado porque no puede aceptar sus sensaciones, porque no puede tolerar el movimiento y la vida que brotan de su interior, porque no puede soportar el dulce ronroneo de la emoción, el vibrante latido del amor y, consecuentemente, reacciona en contra de la vida, en contra de los demás y en contra de sí mismo. Este sujeto no llega a darse cuenta de que lo verdaderamente aborrecible y odioso es su coraza corporal, ese estancamiento que le aleja del núcleo mismo de la vida. La coraza escinde al ser humano y separa a la mente del cuerpo, al cuerpo de las emociones y a las emociones del espíritu.

La coraza puede terminar convirtiendo a un ser humano en un místico que ignora que Dios está su interior.
Para él Dios es alguien que está «fuera» y, consecuentemente, se dice: «Si rezo me purificaré y de ese modo resolveré todos mis problemas». Pero esto es imposible porque quien pretende dedicarse a lo espiritual sin haber trabajado sus facetas negativas -sus defensas y sus resistencias egoicas- quizás consiga volar alto como Ícaro pero cuando se aproxime al ardiente sol se desplomará pesadamente de nuevo en el mar -en el mar de la vida- donde terminará ahogándose. Sólo podemos acceder a la creatividad y al espíritu después de haber trabajado para superar los obstáculos que nos presenta la vida.

Por otra parte, la coraza corporal puede transformar a la persona en un monstruo de crueldad. En tal caso el individuo se aterroriza porque cree que si percibiera sus verdaderos sentimientos podría perecer aniquilado.
¿Qué puede hacer un ser humano acorazado para eliminar todas estas barreras? Según Reich, no sólo hay que reconocer nuestros aspectos racionales sino que también hay que aceptar aquellos otros que no lo son
tanto. Nuestra irracionalidad es algo muy importante. Deberemos, pues, admitirla, conocerla y expresarla.
En ella también está presente el flujo del río de la vida. Si nos aislamos totalmente de lo irracional nos convertimos en alguien pedante y mortecino. Esto no significa, sin embargo, que nuestra conducta deba ser siempre irracional sino tan sólo que debemos aceptar la irracionalidad, tomar conciencia de la energía que hemos investido en ella, desactivarla y comprender cuáles son los obstáculos que hemos erigido para impedir el flujo vital que genera esa irracionalidad. Reich también afirmaba que debemos expandir las fronteras de nuestro pensamiento y abandonar la visión dual que concibe al mundo como una antítesis entre Dios y el diablo.
El mal no es algo intrínsecamente diferente de la energía y de la conciencia. El mal es una creación del psiquismo humano y sólo se manifiesta dentro de los límites de ese dominio.

¿Pero qué significa el mal con respecto a la energía y a la conciencia? En términos energéticos podríamos decir que constituye una forma de enlentecimiento, una disminución de la frecuencia, una especie de condensación. La persona se siente pesada, atada, inmovilizada. Cuando sentimos odio, muerte o cualquier otra cosa negativa nos sentimos muy pesados. En el caso contrario nos sentimos vibrantes y pletóricos de energía.
Por otra parte, cuanto menor es la frecuencia del movimiento mayor la distorsión de la conciencia y viceversa. Cuanto más pesados y negativos estamos menor es nuestra creatividad, nuestra sensibilidad y nuestra comprensión hasta que llega un momento en el que se detiene el movimiento y nos quedamos estancados en la cabeza. Entonces todo movimiento se bloquea y todo pierde importancia. La religión y el resto de sistemas morales organizados ha calificado a las actitudes negativas -el odio, la desilusión y el
resentimiento, por ejemplo- como simple maldad. Desde esta perspectiva la religión considera que esos estados y sus manifestaciones conductuales son el simple resultado de una conciencia distorsionada.

La Biblia recoge una afirmación de Jesús que, a mi juicio, es muy importante. Hablando a sus discípulos dijo: «No os resistáis al mal» (Mateo 5,39). Pareciera que la misma resistencia fuera el mal ya que cuando no existe resistencia alguna la energía no encuentra obstáculos a su paso y fluye pero cuando aparece alguna resistencia el movimiento disminuye, regresa y se detiene. La resistencia sofoca las emociones, disminuye el movimiento de la energía y anula los sentimientos.
Del mismo modo que en una dimensión cósmica la conciencia es responsable del flujo energético del universo, en el ámbito de lo humano es la responsable del flujo energético del organismo. Pero «responsable» no quiere decir «culpable». En psiquiatría debemos evitar avergonzar al individuo por sus acciones negativas y sus contenidos inconscientes. Para nosotros se trata más bien de la simple consecuencia de un estado dinámico generado por algo de lo que el individuo no es consciente y, por consiguiente, no puede ser culpado por ello. Cuando la conciencia es negativa la persona se resiste a la verdad.

Ciertas resistencias son conscientes y, en tal caso, la persona elige deliberadamente utilizarlas. Un hombre que se sienta herido por su esposa puede elegir entre abrirse al sentimiento del amor y el perdón o seguir con sus sentimientos negativos y destructivos hacia ella. Pero, aunque muchas de nuestras acciones sean deliberadas otras, en cambio, no lo son y en tal caso el individuo no es responsable de sus acciones.
El mal, entonces, es algo mucho más profundo que lo que nos dicen los códigos morales. El mal es la antivida. La vida, por su parte, es una fuerza dinámica y pulsátil, la vida es energía y conciencia que se manifiesta de muy diversas maneras. El mal sólo existe donde hay resistencia a la vida. La resistencia es, pues, la manifestación de lo que llamamos mal.

Es esta distorsión de la energía y de la conciencia la que origina el mal.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 19


12. EL CUERPO COMO
SOMBRA
John P. Conger

Hablando en sentido estricto la sombra constituye la parte reprimida de nuestro ego y se refiere a aquellos aspectos de nosotros mismos que somos incapaces de reconocer. El cuerpo se oculta bajo nuestros disfraces y expresa de forma incuestionable lo que nuestra conciencia se esfuerza en negar. Con demasiada frecuencia tratamos de ocultar ante los ojos de los demás nuestros enfados, nuestras ansiedades, nuestras tristezas, nuestras angustias, nuestras depresiones y nuestras necesidades.
Ya en 1912 Jung escribió: «Debemos admitir que el énfasis cristiano en el espíritu conduce inevitablemente a un menosprecio inaceptable por los aspectos físicos del ser humano que origina una especie de deformación grotesca de la naturaleza humana» y en las conferencias que pronunció en Inglaterra en 1935 sobre su teoría sugería también de pasada la forma en que el cuerpo puede convertirse en sombra:
“No nos agrada contemplar nuestro lado oscuro. Por ello hay tantas personas de nuestra civilizada sociedad que han perdido su sombra, que han perdido la tercera dimensión y que, con ello, han extraviado también su cuerpo“. El cuerpo es un compañero sospechoso porque produce cosas que nos desagradan y constituye la personificación de la sombra del ego. El cuerpo, de algún modo, es una especie de esqueleto en el armario del que todo el mundo desea desembarazarse.

En realidad, el cuerpo es la sombra, el cuerpo encierra la conmovedora historia de todas las ocasiones en las que asfixiamos y reprimimos el flujo espontáneo de nuestra energía vital con la desagradable consecuencia de terminar convirtiéndolo en un objeto mortecino. De este modo, la balanza va desequilibrándose poco a poco hasta acabar inclinándose definitivamente de lado de la vida hiperracionalizada en detrimento de la vitalidad primitiva y natural. Quienes saben leer el cuerpo reconocen las huellas de nuestros aspectos reprimidos, se dan cuenta de aquellas facetas que nos negamos a compartir y advierten en él nuestros miedos presentes y pasados. Nuestro «carácter» constituye la manifestación del cuerpo como sombra, es decir, un bloqueo de nuestro flujo energético que enajenamos y no reconocemos como propio y del que, por tanto, no podemos disponer.

Aunque Jung fuera un hombre pletórico de vitalidad dijo muy pocas cosas sobre el cuerpo. Cuando construyó su famosa torre en Bollingen asumió una forma de vida más primitiva, bombeando agua del pozo y cortando leña. Su cuerpo, su espontaneidad y su atractivo personal indican, en cierto modo, que habitaba gustoso su cuerpo. Muchas de las afirmaciones de Jung demuestran una actitud hacia el cuerpo que está en concordancia con las ideas de Wilhelm Reich aunque, obviamente, más desidentificadas, más metafóricas, que las de éste.

Reich -el único que nos enseñó a observar y a trabajar con el cuerpo- era, por su parte, directo y concreto. Para él el cuerpo y la mente era «funcionalmente idénticos». Reich consideraba que el psiquismo constituye una expresión de nuestro cuerpo y nos proporcionó una brillante alternativa y un poderoso antídoto contra los sofisticados psicoanalistas vieneses, quienes al menos en sus comienzos- ignoraban por completo el papel desempeñado por la expresión corporal.

Hans Christian Andersen nos presenta, en su cuento "La Sombra", una sombra que consigue desprenderse de su dueño, un erudito. El erudito afronta el incidente desarrollando un nueva, y más modesta, sombra.
Años después, a punto de casarse con una princesa, se encuentra con su vieja sombra que se ha hecho rica y famosa. Esta tiene entonces la osadía de pretender contratar a su antiguo propietario para que se convierta en su sombra. El erudito intenta escapar pero entonces descubre que su astuta sombra le ha aprisionado. Finalmente, el sabio convence a su prometida de que su sombra se ha vuelto loca y, de este modo, logra escapar de la situación que amenazaba su matrimonio. Este cuento nos sugiere que los aspectos oscuros y rechazados del ego pueden agruparse de manera imprevista y contundente y terminar materializándose con tanta fuerza como para llegar a dominar e invertir la relación maestro-sirviente, una historia, en fin, que demuestra el desarrollo de la armadura caracterial del que nos habla Reich ya que, hablando en sentido estricto, la coraza corporal -el cuerpo como sombra - constituye la expresión de lo que el ego está reprimiendo.

Según Reich, para alcanzar el estrato fundamental del ser humano hay que trabajar sobre el estrato secundario de la sombra. De este modo, la resistencia se convirtió para él en una especie de bandera que delimita nuestra coraza y traza el camino que nos conduce hasta el mismo núcleo del ser humano. «En ese núcleo, y en condiciones sociales favorables, el hombre es un animal esencialmente honesto, laborioso, cooperativo, amoroso y racional.»"

Así pues, el concepto junguiano de sombra y el estrato secundario de Reich encajan perfectamente. Para Jung, la sombra constituye un aspecto del núcleo de la vida en la naturaleza de la imagen divina en el psiquismo humano. El lado oscuro nos ofrece una puerta de entrada en los aspectos reprimidos del ser humano. Para Reich, en cambio, el mal constituye un mecanismo crónico que niega la vida energética y supone un obstáculo al núcleo biológico espontáneo del ser humano. El diablo jamás alcanza ese nivel esencial pero constituye la personificación de las perturbaciones existentes en el estrato secundario.

Actualmente, sin embargo, todo el mundo asume la necesidad de la coraza como armadura protectora y el objetivo de la terapia no apunta, por tanto, a eliminar la coraza sino a flexibilizarla y hacernos conscientes de esa rígida estructura defensiva inconsciente.
De la misma manera que el concepto biológico de coraza es particularmente apropiado al trabajo energético del cuerpo, la sombra -su equivalente funcional a nivel psicológico- constituye un concepto extraordinariamente importante en el dominio del psiquismo. La sombra contiene poder que ha sido enajenado. En este sentido, jamás podrá disolverse por completo y jamás podrá ser totalmente enajenada.

Pero aunque sepamos que nunca podremos someter al núcleo profundo de la sombra debemos, sin embargo, tratar de conectar con ella y de integrarla. La sombra y el doble no sólo contienen los residuos de nuestra vida consciente sino que también encierran nuestra fuerza vital primitiva e indiferenciada, una promesa de futuro cuya presencia aumenta nuestra conciencia y nos fortalece a través de la tensión de los opuestos.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 18


CUARTA PARTE:
EL CUERPO ENAJENADO:
ENFERMEDAD, SALUD Y
SEXUALIDAD  

“El Hombre Primitivo [una oscura figura masculina] confía en lo que está abajo, en la mitad inferior de nuestro cuerpo, en nuestros genitales, en nuestras piernas y en nuestros tobillos, en nuestras carencias, en la planta de nuestros pies, en nuestros ancestros animales, en la misma tierra, en sus tesoros, en los muertos enterrados en ella, en la inquebrantable riqueza a la que descendemos. Según el Tao Te King, un auténtico tratado del Hombre Primitivo, «el agua prefiere los lugares más bajos».”
ROBERT BLY

INTRODUCCIÓN

En los últimos dos milenios de la cultura occidental el cuerpo ha permanecido recluido en la sombra. Los tabúes de una casta sacerdotal que sólo concedía importancia a los reinos elevados del espíritu, la mente y el pensamiento racional han desterrado a la oscuridad a los impulsos animales, las pasiones sexuales y la naturaleza efímera del cuerpo. Por si esto fuera poco, el advenimiento de la era científica terminó concluyendo que el cuerpo no es más que un recipiente de productos químicos, una simple maquinaria
carente de alma.

Como resultado de todo ello se ha acentuado la división entre el cuerpo y la mente. La cultura favorece el desarrollo del hemisferio lógico izquierdo y promueve la lucha que sostiene el ego individual, desalentando, al mismo tiempo, el crecimiento del hemisferio intuitivo derecho y la materia carnal. Esta división, como el cauce de un río, termina escindiendo en dos partes la superficie de nuestra cultura y generando, con ello, todo tipo de polaridades: carne/espíritu, pecador/inocente, animal/divino, egoísta/altruista.
Las terribles consecuencias de este paradigma -el cuerpo enajenado como sombra- para nuestra vida en general son la culpabilidad y la vergüenza con la que suelen estar asociadas nuestras propias funciones corporales, la pérdida de la espontaneidad de nuestros movimientos, la lucha a muerte contra las enfermedades psicosomáticas y las terribles consecuencias de las epidemias qua asolan nuestro tiempo (el abuso parental, la adicción al sexo y a las drogas y los trastornos alimenticios).

La afirmación de las tradiciones religiosas y espirituales de que el objetivo de la evolución del ser humano consiste en trascender al cuerpo no consigue sino ahondar todavía más esta división. Los cristianos y los hindúes, por ejemplo, intentan reconducir los deseos del cuerpo hacia propósitos más «elevados», considerando, al mismo tiempo, que nuestras necesidades de placer y de ocio son «inferiores».
Por su parte, la moderna tecnología científica robótica y la inteligencia artificial siguen echando leña al fuego con su pretensión de que las prótesis electrónicas pueden terminar convirtiendo al cuerpo en algo innecesario ofreciéndonos así la visión de un horizonte cada vez más desencarnado, cada vez más semejante a un chip, cada vez más parecido al famoso Data (el humanoide de la serie de televisión Star Trek: La Nueva Generación).

Pero este escenario futurista en el que el cuerpo brilla por su ausencia no es más que uno de los posibles caminos que se abren ante nosotros. Los defensores de las terapias corporales, por su parte, no devalúan al cuerpo sino que consideran que constituye el vehículo idóneo para llevar a cabo la transformación, el templo sagrado en el que se realiza el trabajo espiritual. En palabras de John P. Conger: «El cuerpo es, al mismo tiempo, la escuela, la lección, el protagonista, el preciado enemigo... y el trampolín que nos
permite ascender a los reinos superiores».
Además, el movimiento que se ocupa de la emergencia de los valores espirituales femeninos también sostiene la idea de encarnar al Yo y existe toda una nueva generación de maestros y terapeutas que integran activamente al cuerpo en los procesos simbólicos utilizando -para amansar a los leones que custodian las puertas de la mente y arrancar al cuerpo del dominio de la sombra- todo tipo de sonidos, imágenes y ritmos curativos.

La mayor parte de nosotros tiende a creer que la sombra es invisible y que se oculta en los rincones de nuestra mente. Sin embargo, quienes trabajan de manera regular con el cuerpo humano y han aprendido su lenguaje son capaces de discernir en él la silueta oscura de la sombra. La sombra se halla esculpida en nuestros músculos, en nuestros tejidos, en nuestra sangre y en nuestros huesos. En nuestro cuerpo, en fin, se halla grabada toda nuestra biografía personal presta a ser leída por quienes conozcan  su callado lenguaje.

Quienes tengan una predisposición natural hacia la conciencia kinestésica -como danzarines, atletas y artesanos, por ejemplo- no se extrañarán ante la afirmación de que el cuerpo encierra la clave de nuestro despertar y quienes se hallen inclinados hacia el pensamiento o el sentimiento podrán encontrar en él una estimulante herramienta de trabajo con la sombra.
El objetivo de esta sección es el de aproximarnos a la sombra a través del cuerpo, un camino menos transitado que la ruta simbólica de la mente elegida por Jung y tantos otros que quedaron fascinados por el mundo interno.
El cuerpo, en suma, constituye un universo completo en sí mismo. Como señala Heinrich Zimmer: «Todos los dioses están en nuestro cuerpo» y -como agregarían todos nuestros colaboradores- también lo están todos los demonios.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 17


11. DESCUBRIENDO
NUESTROS OPUESTOS EN
LA RELACION CONYUGAL
Maggie Scarf

Los especialistas en relaciones de pareja saben bien que aquellas cualidades identificadas por los miembros de la pareja como el elemento que les resultó más atractivo de su compañero suelen ser las mismas que más tarde se convierten en motivo de conflicto. De este modo, las cualidades originalmente «atractivas» son reetiquetadas más adelante hasta terminar transformándose en los aspectos más problemáticos y negativos de la personalidad y de la conducta de la pareja.
El hombre que se sintió atraído por la cordialidad, empatía y sociabilidad de su esposa, por ejemplo, puede calificarla más tarde como vulgar, entrometida y frívola y la mujer que valoraba inicialmente la formalidad, prudencia y seguridad que le ofrecía su marido puede censurarlo luego como insulso, aburrido y opresivo. ¡Así pues, los rasgos más fascinantes y maravillosos de la pareja terminan convirtiéndose en las cosas más horribles y espantosas! La cualidad sigue siendo la misma pero -más pronto o más tarde- termina adoptando un calificativo completamente opuesto.

Lo que nos resulta más seductor de nuestra pareja suele ser precisamente lo más ambivalente.
Las parejas que parecen haber establecido su relación sobre los opuestos- se hallaban frente al más frecuente de los problemas maritales: diferenciar entre los pensamientos, sentimientos, deseos, etcétera, que pertenecen a uno y aquellos otros que conciernen a la pareja, un problema que se deriva de la forma en que trazamos nuestras fronteras personales. De hecho, en la confusión entre lo que tiene que ver con uno y lo que tiene que ver con el otro radica el origen de la mayor parte de los problemas que aquejan a las relaciones de pareja.

Hay muchas parejas que parecen compuestas por personas francamente opuestas pero su diferencia no es mayor que la existente entre los títeres de un teatro de marionetas: ante los ojos del espectador cada uno de ellos desempeña un papel muy diferente pero entre bambalinas los hilos que las mueven se entremezclan y confunden.
Se abre un abismo; el conflicto entre satisfacer las necesidades individuales y satisfacer las necesidades de la relación. En lugar de admitir que ambos desean una mayor intimidad y que ambos quieren alcanzar sus propios objetivos individuales -en vez de reconocer que el conflicto entre la autonomía y la intimidad tiene lugar en el interior de cada uno de nosotros-  se firma una especie de acuerdo inconsciente.

Como resultado de todo ello, un dilema realmente interno -algo que sólo existe dentro del mundo subjetivo de cada persona- termina convirtiéndose en un conflicto interpersonal -un problema que se manifiesta de manera reiterada en las relaciones.

La transformación de un conflicto intrapsíquico (es decir, un problema que ocurre dentro de la mente de un individuo) en un problema interpersonal (es decir, un problema entre dos personas) tiene lugar mediante el mecanismo de la identificación proyectiva.
La identificación proyectiva constituye un mecanismo mental muy difundido, complejo y destructivo que consiste en proyectar aquellos aspectos negados y enajenados de la propia experiencia interna sobre la pareja y percibir luego esos sentimientos disociados como si procedieran de ella. ¡No se trata tan sólo de que los pensamientos y sentimientos indeseables parecen provenir de la pareja sino de que ésta es instigada (mediante todo tipo de provocaciones) a comportarse como si realmente su origen estuviera en ella!
De este modo, la persona puede entonces identificarse  simbólicamente, con la manifestación de los pensamientos, sentimientos y emociones repudiados expresados por la pareja.

Las personas que nunca se enfadan y que jamás se muestran agresivas nos proporcionan uno de los mejores y más claros ejemplos de la forma en que opera la identificación proyectiva. Tales personas sólo son conscientes del sentimiento de cólera cuando éste aparece en otra persona, su pareja por ejemplo. De este modo, cuando algo afecta a este individuo hasta el punto de hacerle experimentar el enojo se desconecta conscientemente de esa emoción. Quizás no sepa que está enojado pero es un experto en provocar las explosiones de hostilidad y cólera de su esposa. La pareja, que probablemente no experimentaba ningún tipo de cólera antes de la interacción, se enfurece rápidamente y termina representando la cólera por algún motivo completamente nimio. Es como si, en cierto modo, ella le «protegiera» de aquellos aspectos de su ser que él no puede aceptar y reconocer como propios.

Quien nunca se enfada puede identificarse así con la expresión de la rabia que manifiesta su pareja sin asumir su propia responsabilidad personal (¡Aún en el caso de que fuera consciente de haber sido el primero en enojarse!). Y normalmente, tras esa explosión de cólera el sujeto suele censurar severamente a su esposa. ¡Cuando se dispara una proyección de este tipo el individuo que nunca se enoja suele horrorizarse ante la expresión de la ira y la conducta airada, impulsiva e incontrolada de su esposa!

De modo parecido, la persona que nunca está triste sólo puede ver su depresión en su pareja quien, en tal circunstancia, es considerada como la causante de la tristeza y desesperación de los dos.
Hablando en términos generales, las proyecciones suelen ser intercambios -transacciones pactadas por ambos miembros de la pareja, por así decirlo- de aquellos aspectos reprimidos de su propio Yo. A partir de ese momento cada uno ve en la pareja lo que no puede percibir en sí mismo y lucha incesantemente por cambiarlo.


Apenas supe de la existencia del amor
comencé a buscarte sin saber de mi ceguera.
Los amantes jamás se encontrarán
porque moran eternamente uno en el otro.

RUMI

Quizás los dragones que amenazan nuestra vida
no sean sino princesas anhelantes
que sólo aguardan
un indicio de nuestra apostura y valentía.
Quizás en lo más hondo
lo que más terrible nos parece
sólo ansía nuestro amor.

RAINER MARIA RILKE

lunes, 9 de diciembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 16


10. LA SOMBRA
COMPARTIDA POR LOS
HERMANOS
Christine Dowing

Las relaciones entre hermanos constituyen uno de los vínculos humanos más persistentes que existen ya que comienzan en el momento del nacimiento y sólo finalizan con la muerte de uno de los implicados. Es por ello que, aunque nuestra cultura parezca permitirnos el distanciamiento -e incluso el abandono- de la relación fraterna, lo cierto, sin embargo, es que solemos regresar a ella en circunstancias especialmente señaladas -como matrimonios y nacimientos- y en momentos particularmente críticos -como divorcios y muertes, por ejemplo. En esos momentos solemos sorprendernos de la prontitud con que reaparecen las viejas pautas de relación que sosteníamos con nuestros hermanos en la infancia y de la intensidad de la estima y el rencor que nos une y nos separa de ellos.

Pero, en cualquiera de los casos, esa otra persona tan parecida a mí sigue siendo incuestionablemente otra. Mi hermana, a fin de cuentas, fue la persona que sirvió como punto de referencia indiscutible para que yo me definiera. (Las investigaciones realizadas al respecto indican claramente que los niños son conscientes de la otredad fundamental de sus hermanos mucho antes incluso de que lleguen a separarse completamente de la madre.) De este modo, las relaciones entre hermanos están sometidas a una tensión paradójica -que jamás llega a superarse por completo- entre la afinidad y la desigualdad, entre la intimidad y la extrañeza.

Los hermanos del mismo sexo se hallan implicados en un proceso recíproco de autodefinición. Paradójicamente cada uno de ellos es, al mismo tiempo, para el otro, el Yo ideal y lo que Jung denominaba la «sombra». Las madres crean hijas del mismo modo en que las hijas crean madres pero la relación existente entre madres e hijas no es simétrica como lo es, en cambio, la relación fraterna. Es cierto que entre hermanas siempre existe algún tipo de asimetría, algún tipo de jerarquía, ya sea el orden de nacimiento, su edad relativa, etcétera, pero la distancia que suele separar a las madres de sus hijas es abrumadora y, en ocasiones, sagrada mientras que la que existe entre las hermanas, por el contrario, es sutil, relativa y profana.

El papel que desempeña nuestra hermana difiere mucho del rol que juega nuestra mejor amiga (aunque tal amiga suela servir a menudo como hermana sustituta) porque la fraternidad no la elegimos. Nuestra hermana nos confunde como jamás lo podría hacer una amiga. En opinión de John Bowlby el aspecto más importante de los hermanos es su familiaridad ya que con frecuencia suelen transformarse en modelos de identificación secundarios a quienes recurrimos cuando nos hallamos cansados, hambrientos, enfermos, asustados o inseguros. Los hermanos también pueden servir como compañeros de juegos pero el papel que desempeñan es diferente porque a los amigos sólo nos dirigimos cuando estamos de buen humor y confiados y lo que queremos es jugar. La relación entre hermanos, sin embargo, persiste durante toda la vida y jamás podremos liberarnos por completo de ella. (Podemos divorciamos de nuestra pareja pero jamás podremos desembarazarnos completamente de un hermano.) Es precisamente esa persistencia la que la convierte a la relación entre hermanos en la relación más segura -más segura incluso que la relación que nos une a nuestros padres porque no hay relación más dependiente que la que sostenemos en nuestra infancia con éstos- para expresar la hostilidad y la agresividad. La relación que mantenemos con nuestros hermanos del mismo sexo constituye, pues, el vínculo más tenso, escurridizo y ambivalente que existe.

Creo que hasta las mujeres que carecen de hermana biológica anhelan durante toda su vida un deseo de relación fraterna que las lleva a buscar hermanas sustitutas.
A diferencia de lo que ocurre con el arquetipo de la Madre y del Padre, los arquetipos de la Hermana y del Hermano están presentes en nuestra vida psicológica al margen de nuestra experiencia vital concreta.

Yo soy lo que ella no es. La figura de la hermana interna -ideal y, al mismo tiempo, oscura- tiene tanta importancia para el proceso de individuación que existe tanto en el caso de que tengamos una hermana biológica como en el caso de que carezcamos de ella. Pero, como ocurre con todos los arquetipos, la figura de la Hermana debe actualizarse y singularizarse en el mundo de las imágenes externas. Cuando carecemos de una hermana biológica recurrimos a una hermana imaginaria o a una hermana sustituta e incluso en el caso de que exista una hermana real ésta no siempre personifica adecuadamente al arquetipo y suelen aparecer figuras o sustitutos fantásticos. La Hermana asume entonces el rostro concreto de una amiga, de una figura onírica, de un personaje literario o de una heroína mitológica.

Al calificar a la figura de la Hermana como un arquetipo no estoy diciendo que exista una especie de esencia universal histórica de la fraternidad sino que tan solo expreso mi convencimiento de que conlleva una dimensión transpersonal, extrapersonal y religiosa que confiere una “numinosidad daimónica“, un aura divina, a todas aquellas personas reales sobre las cuales «transferimos» el arquetipo.
La figura de la sombra es particularmente interesante a este respecto porque, como decía Jung, en los mitos, en la literatura y en los sueños la sombra suele representarse como un hermano. Jung estaba muy interesado por lo que él denominaba «el motivo del enfrentamiento entre hermanos», un tema emblemático de toda antítesis, especialmente de las dos formas antagónicas de tratar con el poderoso inconsciente: la negación y la aceptación, el literalismo y el misticismo. Este interés le llevó a estudiar detenidamente el cuento de E. T. A. Hoffman  "El Elixir del Diablo" y a concluir que el rechazo y el temor que sentía el protagonista por su malvado y siniestro hermano terminaron conduciéndole a la rigidez, al estrechamiento de su conciencia, a la inflexibilidad violenta y, en suma, a la unidimensionalidad de «un hombre carente de sombra».

Jung consideraba que la tarea fundamental del hombre de mediana edad consiste en aprender a reestablecer el contacto con la figura del hermano. Pero el fracaso de esta empresa aparentemente imposible activa una especie de regresión a la infancia. Sin embargo, dado que los medios que funcionaban entonces ya no están disponibles, la regresión prosigue más allá de la temprana infancia y se adentra en los dominios de nuestro legado ancestral. Entonces se reestimulan las imágenes mitológicas - los arquetipos- y se revela un mundo espiritual interno completamente insospechado hasta ese momento.

Pero la reflexión de Jung sobre el significado interno de la relación fraterna no se inspiró en los hermanos antagónicos sino en el mito griego de los Dióscuros, tan estrechamente ligados entre sí que ni siquiera la muerte pudo separarlos. En su ensayo sobre el arquetipo del renacimiento Jung escribe:

Nosotros mismos somos los Dióscuros, uno mortal y otro inmortal. Sin embargo, aunque siempre permanezcamos unidos jamás podemos llegar a ser uno... Preferimos ser «yo» y nada más que eso. Por ello debemos enfrentamos a ese amigo o enemigo interno y el hecho de que sea amigo o enemigo depende exclusivamente de nuestra propia actitud.

En la representación mitológica de la relación entre hombres Jung ve un reflejo de la relación con ese amigo interior del alma en el que la naturaleza querría convertirnos, esa otra persona que también somos y que, no obstante, nunca llegamos a ser, esa personalidad mayor y más amplia que madura en nuestro interior, el Yo.

El concepto junguiano de hermano interior del mismo sexo -que puede ser tanto positivo como negativo-que es la sombra o el Yo, tiene mucho en común con la figura que Otto Rank denominó «Doble». En su temprano estudio El Mito del Nacimiento del Héroe y en su voluminoso tratado posterior sobre el tema del incesto, Rank investigó la recurrencia literaria y mitológica del símbolo del hermano hostil. Con mucha frecuencia los dos hermanos son gemelos y, muy a menudo, uno de ellos debe morir para garantizar la vida del otro. En sus últimos escritos Rank subsume el tema de los hermanos bajo la figura del Doble y aquél adquiere el carácter de una figura primordialmente interna, una especie de alter ego. El Doble puede representar tanto a nuestro Yo mortal como a nuestro Yo inmortal y, por consiguiente, puede ser temido como una imagen de nuestra mortalidad o considerado como un símbolo de nuestra propia eternidad. De este modo, el Doble puede ser tanto la Muerte como el Alma Inmortal, puede despertar nuestro temor o inspirar nuestro amor y sacar a la luz el «eterno conflicto» existente entre nuestra «necesidad de parecernos a alguien y nuestro deseo de ser diferentes».

El Doble responde, pues, a la necesidad de disponer de un espejo, una sombra y un reflejo. Parece tener una vida independiente pero está tan íntimamente ligado al ser vital del héroe que si éste intenta separarse por completo de él acontecen todo tipo de desdichas.
Para Rank la relación con un hermano del mismo sexo, con un doble, es equiparable a la relación que sostenemos con nuestro propio Yo inconsciente, con nuestra psique, con la muerte y con la inmortalidad, una relación que expresa nuestro profundo deseo de muerte del ego, nuestro anhelo de abandonarnos a algo superior al ego y de fundirnos con el Yo trascendente. La imagen del amor fraterno representa pues nuestro impulso a ir «más allá de la psicología».

Según Jung, el último estadio del viaje hacia la plenitud psicológica presupone nuevamente la aparición de un arquetipo que aparece como una figura de nuestro mismo sexo, el Yo. Desde esta perspectiva lineal las dos figuras internas del mismo sexo, la sombra y el Yo, corresponden a dos momentos muy distintos del proceso, el comienzo y el final. Sin embargo, la relación existente entre la sombra y el Yo no siempre resulta tan evidente y si nos limitamos a considerar que las figuras internas del mismo sexo constituyen una representación del arquetipo del hermano se nos aparecerá como una figura notablemente ambivalente y numinosa.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 15


TERCERA PARTE:

EL PROBLEMA DE LA SOMBRA:
LA DANZA DE LA ENVIDIA, LA IRA
Y EL ENGAÑO 

Donde hay amor no existe el deseo de poder y donde predomina el poder el amor brilla por su ausencia. Uno es la sombra del otro.
C. G. JUNG

Nuestra personalidad oscura suele resultar evidente a los demás pero permanece oculta ante nuestros propios ojos. Mucho mayor es nuestra ignorancia de los aspectos masculinos y femeninos que residen en nuestro interior... Por este motivo Jung denominaba «obra de principiante» a la integración de la sombra - al hecho de llegar a ser uno- y «obra maestra» a la tarea de integración del anima y el animus.
JOHN A. SANFORD

[El odio] tiene mucho en común con el amor, especialmente con los aspectos trascendentes del amor, la fijación en los demás, la dependencia y la renuncia a una parte de nuestra propia identidad... Quien odia ambiciona el objeto de su odio.
VACLAV HAVEL

INTRODUCCIÓN

Los vínculos que mantenemos con nuestros hermanos del mismo sexo y con nuestros amigos íntimos son tan misteriosos como los lazos que nos unen a nuestros amantes. En cualquier caso, trátese de relaciones consanguíneas o de vínculos espirituales, para cada uno de nosotros el otro representa, al mismo tiempo, al Yo y a la sombra. De este modo, las mujeres podemos vernos reflejadas en el espejo que nos brindan nuestras hermanas del mismo modo que los hombres pueden hacerlo en el que les ofrecen sus hermanos, y
descubrir la profunda similitud que nos une y la extraordinaria diferencia que nos separa.

En la mayoría de las familias la personalidad de las hermanas sigue caminos tan opuestos como los polos de un imán. En The Pregnant Virgin la analista junguiana Marion Woodman las denomina «hermanas del sueño» porque, al igual que ocurre con las hermanas mitológicas Eva y Lilith, Psique y Orual o Innana y Ereshkigal, por ejemplo, cada una de ellas presenta cualidades y virtudes opuestas a las de su hermana.
Así pues, si una se inclina hacia el mundo de la materia, la naturaleza y la comida, la otra, en cambio, suele sentirse atraída por el mundo del espíritu, la cultura y la mente. Así pues, estas parejas antagónicas se hallan eternamente unidas y eternamente separadas por la envidia, los celos, la competencia y la
incomprensión.

Lo mismo podríamos decir respecto del tema de los hermanos y de otros pares de varones, como Caín y Abel, Jesús y Judas, Otelo y Yago, Próspero y Calibán, etcétera, que si bien, parecen superficialmente opuestos, se hallan en cambio, estrechamente relacionados en lo más profundo. En cada uno de ellos el ego y la sombra danzan de tal modo que cuando uno avanza el otro retrocede.

El trabajo con la sombra constituye una herramienta fundamental para sanar nuestros problemas de relación. Cuando un ser humano acepta a los demás y es capaz de valorar e integrar un rasgo ajeno que le resulta poco familiar -la agresividad, el sosiego y la sensualidad, por ejemplo está expandiendo su propio Yo.

La aparición de nuestros opuestos también está presente en las relaciones que sostenemos con personas del otro sexo. Tendemos a enamorarnos y a formar pareja con personas que son completamente diferentes a nosotros: sumiso y agresivo, introvertido y extrovertido, creyente y ateo, reservado y charlatán, etcétera.
Es como si nos sintiéramos atraídos hacia ellos porque poseen algo de lo que nosotros carecemos, como si ellos hubieran actualizado cualidades que permanecen latentes en nosotros. En este sentido, por ejemplo, una mujer tímida dejará que su marido hable por ella y un hombre aburrido buscará la compañía de una mujer imaginativa.
Quizás haya algo de verdad en aquel refrán que afirma que acabaremos casándonos con aquellos aspectos de nosotros mismos que nos hemos negado a desarrollar. Si no integramos nuestro odio, nuestra inflexibilidad, nuestra racionalidad o nuestra susceptibilidad, resulta muy probable que terminemos sintiéndonos inclinados hacia aquellas personas que compensen nuestras propias carencias y correremos el riesgo de no desarrollarlas por nosotros mismos.

Según la astróloga y analista junguiana Liz Greene: «Los hombres excesivamente espirituales, educados y moralistas suelen tener una sombra muy primitiva y, por consiguiente, tienden a enamorarse de mujeres muy rudimentarias». Sin embargo -agrega Greene- cuando tropieza con esas cualidades en personas de su mismo sexo tiende a odiarlas. En consecuencia -añade- «nos enfrentamos a la curiosa paradoja de estar amando y odiando sistemáticamente la misma cosa».

El desarrollo desequilibrado de un miembro de la pareja puede servir tanto para proyectar como para tomar conciencia de nuestros opuestos e, integrándolos, llevar a cabo la tarea de completarnos a nosotros mismos.
Sin el trabajo con la sombra, la tensión puede terminar conduciendo a una dolorosa separación, pero con su ayuda, el malestar inicial puede aumentar y profundizar la conciencia que tenemos de nosotros mismos. James Baldwin expresaba más poéticamente este punto diciendo:

"Sólo podemos ver en los demás
aquello que hemos visto en nosotros mismos."

El trabajo con la sombra en nuestras relaciones personales no pretende pues, anular los inevitables pensamientos y sentimientos negativos que puedan surgir sino más bien, diferenciar entre lo que realmente es una proyección -es decir, lo que es una creación nuestra y, por consiguiente, podemos curar- y lo que pertenece a los demás y puede suscitar, por tanto, una legítima respuesta de rechazo.
Cualquier relación íntima puede constituir un excelente ámbito para nuestro trabajo con la sombra y hacer que el fuego del amor alumbre los lugares más recónditos, arroje luz en la oscuridad y nos permita, al fin, penetrar en nuestro propio Yo interno

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 14

9. EL LADO OCULTO DE LA
RELACIÓN MADRE-HIJA
Kim Chernin

El lado más oculto y amargo de la relación madre -hija se deriva de la creencia de que todo lo que poseen las hijas se debe al esfuerzo de sus madres. De este modo a la madre no le queda más remedio que terminar envidiando a su hija. ¡Qué desdichada y cruel ironía envidiar aquellas oportunidades que tanto se han esforzado en proporcionar a sus hijas!

Hay pocas emociones más difíciles de asumir que la envidia que siente una madre por su querida hija.
Naturalmente las madres queremos lo mejor para nuestras hijas, por ellas somos capaces de negarnos y de sacrificamos a nosotras mismas. ¿Qué podemos hacer, por tanto, con la irritación que nos despierta escucharlas hablar de la «nueva mujer»? ¿Qué hacer con el resentimiento -muchas veces imposible de encubrir- que nos embarga cuando las vemos organizar su futuro, decidir los hijos que tendrán, cuántas veces darán la vuelta al mundo, cómo llegarán a ser pintoras o irán de compras a las rebajas de la tienda de la esquina? ¿Conviene entonces reprimir una amarga sonrisa, esbozar una mirada condescendiente o simplemente asentir con la cabeza?

Pero esta envidia también está presente en las mujeres que intentan combinar la maternidad con la vida profesional. En este caso, sin embargo, el problema radica en las múltiples decisiones -generadoras de gran cantidad de incertidumbre, angustia y rabia- que deben tomar cotidianamente. ¿Permitiremos que el niño vea la televisión un rato más para poder seguir dibujando o pintando? ¿Prepararemos espinacas congeladas -que no necesitan ser lavadas- para poder disponer de diez minutos extras para la contemplación o la meditación? ¿Dejaremos a los niños una o dos horas más en la guardería para poder asistir a ese cursillo que tanto nos interesa? A veces tomamos una decisión, otras la contraria, otras, por último, comenzamos nuestra meditación para terminar interrumpiéndola bruscamente cuando súbitamente advertimos que ya ha sonado la hora de ir a recoger a los niños.

Por más esfuerzos que hiciera nuestra madre por disimularlo cuando éramos pequeñas nos dábamos perfecta cuenta de sus enfados. La escuchábamos repetir una y otra vez hasta la saciedad que la aspiración más noble de una mujer es la de sacrificarse por su familia para oír, acto seguido, que ella no estaba haciendo ningún sacrificio. La vimos malgastar días enteros haciendo el pastel sueco de centeno que aprendió de su abuela; sentimos como buscaba en nuestro rostro una justificación a sus esfuerzos; vimos cómo el frasco de harina y el de levadura quedaron olvidados en el fregadero hasta que la hija mayor -la misma que años más tarde terminaría sometiéndose a un severo régimen alimenticio- los lavó y colocó nuevamente en el estante.

Vimos cómo nuestra madre iba y venía inquietamente una y otra vez entre la sección de comida congelada y la de verduras frescas del supermercado; la recordamos cogiendo, con expresión desencajada, un paquete de espinacas congeladas mientras nos explicaba que no ocurriría nada malo si por una vez
cenábamos comida congelada; la vimos dar súbitamente media vuelta y dejar de nuevo el paquete en su lugar como si se tratara de algo repugnante; recordamos cómo la seguimos hasta la sección de verduras frescas, cómo dejaba un manojo de espinacas en su cesta, cómo echaba una mirada al reloj con una expresión de angustia y cansancio en el rostro y arrojaba nuevamente las espinacas en su sitio para correr otra vez a la sección de alimentos congelados. Recordamos cómo discurrió la mañana yendo de las verduras a los congelados entre risas inquietas, como si fuera un juego, en un periplo cotidiano entre las obligaciones y la libertad personal que expresaba toda su inseguridad y resentimiento. Recordamos también cómo finalmente nuestra madre compró espinacas frescas que terminaron pudriéndose en el congelador.

Es inevitable que las hijas que hayan crecido en tal atmósfera de mistificación y ambigüedad tengan dificultades en asumir su propia vida y deban terminar enfrentándose a la terrible contradicción interna de creer que su madre fue feliz a pesar de los sacrificios -por otra parte negados de continuo- que hizo por el bienestar de su hija. La hija intenta entonces ocultar desesperadamente su propia angustia y falta de afecto tratando de convencerse de que no tiene el menor motivo para sentirlos. Pero, por más que se empeñe en negarlo, hasta que todos los problemas que enturbian la relación con su madre no surjan a la luz del día, la rabia por haber traicionado su potencial evolutivo femenino, le será imposible separarse de ella y asumir su propia vida. La hija se encuentra así atrapada en una situación de la que no podrá escapar hasta que no desenrede el complejo vínculo que mantiene inmovilizada su energía y sus ambiciones.

Debemos superar nuestra tendencia a culpar a los demás y tomar conciencia, al mismo tiempo, de la angustia, frustración y abandono que, en ocasiones, nos embarga a las hijas de mujeres en crisis. Una vez hayamos tomado conciencia de la rabia que sentimos hacia nuestra madre deberemos aprender a ubicar este problema en su contexto social, sacando a la figura de la madre del entorno doméstico concreto y ubicándola en el preciso momento histórico en que dio a luz a su hija.
La mayor parte de las mujeres mantienen oculta su crisis en el seno del hogar y siguen intentando inútilmente sacrificarse a sí mismas en aras del matrimonio y la maternidad. Sin embargo, tan pronto como salen del entorno familiar e intentan aprovechar las oportunidades que le ofrece nuestra época, la crisis termina por salir a la superficie. De este modo, una mujer de cualquier edad se convierte en una madre moderna si oculta su crisis cuando ya no puede seguir haciéndose cargo, sacrificándose o viviendo a través de sus hijos. Pero en el mismo momento en que pretende continuar desarrollando su propia vida, esa mujer se convierte en una hija con un problema alimenticio y debe detenerse para reflexionar sobre la vida de su madre.

Los desórdenes alimenticios sólo pueden resolverse en el seno de un contexto cultural amplio que nos permita desahogar la rabia por la forma en que hemos sido educadas y que incluya también el derecho de nuestras madres y de nuestras hijas a expresar su propia impotencia. Entonces el odio no se dirigirá hacia la madre sino hacia un sistema social injusto que reprime de continuo a la mujer. Sólo de ese modo podremos ser capaces de liberarnos del estancamiento autodestructivo obsesivo y llegar a tomar conciencia de que los desórdenes alimenticios constituyen un acto profundamente político.

Estoy hablando de generaciones enteras de mujeres que han sido aquejadas por el sentimiento de culpa; de mujeres que no han podido ser auténticas madres porque sus legítimos sueños y ambiciones jamás fueron reconocidos; de madres que se sienten fracasadas y que no pueden perdonarse por ello; de hijas que se culpan a sí mismas por necesitar más de lo que su madres fueron capaces de proporcionarles; de hijas que advirtieron y experimentaron en toda su magnitud la crisis de su madre; de hijas que no pueden permitirse sentir la rabia hacia su madre porque saben cuánto las necesitan.
¿Cómo pueden entonces las hijas expresar su propia culpabilidad? ¿Cómo reconocer la culpabilidad expresándose en forma disfrazada bajo la apariencia de un síntoma?

Hoy en día sabemos que nuestras hijas agreden su propio cuerpo; somos conscientes de la forma en que se destruyen a sí mismas en el mismo momento en que deberían asumir su propia vida y desarrollarse; hemos observado la forma en la que se torturan con estrictos regímenes alimenticios convirtiendo a su cuerpo en un enemigo. Pero este ataque contra el cuerpo femenino por medio del cual están intentando liberarse de las limitaciones de su rol oculta, no obstante, una amarga hostilidad contra la madre. Los rasgos característicos de cualquier desorden alimenticio expresan claramente la culpabilidad y la angustia que no podemos manifestar.

Pero el problema no es el cuerpo femenino sino la culpa y la angustia que se derivan de este ataque simbólico contra la madre que termina deteniendo el desarrollo de la hija. De este modo, si la mujer moderna quiere seguir desarrollándose deberá resolver la paradoja de querer controlar la rabia, ansiedad y pérdida que implica distanciarse de su madre destruyendo su propio cuerpo.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 13


8. EL RECHAZO Y
LA TRAICIÓN
Robert M. Stein

Veamos ahora más en detalle los mecanismos que se ponen en movimiento cuando uno se halla profundamente marcado por una historia infantil de traición y desengaño. Cuando la transición desde la situación arquetípica original a una relación humana más personal tiene lugar de manera inadecuada el niño experimenta el rechazo y la traición. Esto tiene lugar, por ejemplo, cuando la madre permanece identificada con el rol de Madre arquetípica omniprotectora y nutricia, aun cuando en la relación con su hijo muestre ya pensamientos y sentimientos que no se correspondan con esa actitud.

Si la madre se identifica con el arquetipo de Madre positiva, la Madre negativa debe ser desterrada a la profundidad del inconsciente. De este modo, el niño, en lugar de experimentar una transición de la Madre arquetípica a la madre humana -con toda su pluralidad de sentimientos y emociones- se encuentra entonces atrapado y experimenta una sensación de rechazo y traición que destruye bruscamente su sensación de integridad y termina escindiendo su personalida. Esta es la traición a la que estamos haciendo referencia.

Del mismo modo que la Madre Positiva acepta y estima a su hijo con todas sus flaquezas e imperfecciones, la Madre Negativa, por su parte, le rechaza y le exige superarlas. Este rechazo -que tiene lugar a un nivel muy colectivo- equivale a un rechazo de todos aquellos elementos únicos e individuales del niño que no concuerdan con la imagen que la madre tiene de cómo debe ser su hijo. Es por ello que el niño debe ocultar o reprimir su singularidad con lo cual todas sus peculiaridades terminan engrosando las filas de la sombra.

 Y dado que el contenido de la sombra frecuentemente está repleto de elementos desagradables, inaceptables y destructivos para los demás y para la sociedad, la combinación entre individualidad y sombra suele resultar desastrosa. De este modo, el individuo termina equiparando su alma a su sombra disminuyendo entonces drásticamente sus posibilidades de establecer o mantener un contacto humano profundo con los demás. En tal caso, resulta fácil observar que cada vez que comenzamos a intimar con una persona de estas características invariablemente hace algo para que lo rechacemos. Este es un fenómeno tan habitual que deberíamos intentar comprenderlo más profundamente.

¿Por qué las personas que han sufrido una traición arquetípica parecen estar provocando -casi nos atreveríamos a decir, pidiendo- el rechazo de los demás? Este tipo de persona suele expresar exactamente su visión de sí mismo. Durante algún tiempo creí que se trataba de un recelo a expresar sus viejas heridas por temor a ser dañado nuevamente. Esto parecía tener cierto sentido hasta el momento en que comprendí que, aunque el hecho de abrirse a alguien pudiera exponerle a ser herido nuevamente, la experiencia infantil de rechazo y traición fue la causante original de la herida.

Por consiguiente, cuando una persona rechaza y produce rechazo está reactivando la situación original traumática. Obviamente este mecanismo inconsciente no resulta eficaz para evitar el sufrimiento. Es necesario encontrar otras explicaciones.

Las cosas se comprenden mejor si consideramos que este problema es consecuencia de la incapacidad de la persona para distinguir entre la sombra y el alma. De este modo, cada vez que el individuo establece un contacto profundo con otra persona, emergen sentimientos de vergüenza, culpabilidad y miedo. En otras palabras, la sombra contiene elementos infantiles regresivos cuya asimilación e integración en la personalidad se ha visto entorpecida por el rígido rechazo. De este modo, por más que se le acepte y se le valore, el individuo seguirá sintiéndose rechazado. Este tipo de persona parece estar pidiendo que los demás le rediman de la culpabilidad que siente por los aspectos verdaderamente inaceptables y destructivos de su sombra que no ha alcanzado a diferenciar de la totalidad de su ser.

 Las demandas y las dependencias infantiles, la sexualidad infantil indiferenciada, el egoísmo, la crueldad, etcétera, son elementos que pertenecen a la condición humana que deben ser contenidos para que no causen daño a los demás. El amor y el respeto, suponen la aceptación de todas estas cualidades, lo cual no significa, sin embargo, que uno deba estar dispuesto a ser dañado por la sombra. Pero esto es precisamente lo que está buscando quien provoca rechazo. Estas personas sólo podrán experimentar aceptación y amor cuando se les permita dar expresión plena a su sombra y, aunque inflijan sufrimiento a los demás, sigue, no obstante, amándoseles.

Desde este punto de vista, pues, parece que el agente que determina su acción no es tanto el miedo sino, más bien al contrario, la necesidad de intimidad. Por decirlo de otro modo, la profunda necesidad de liberarse de la culpa y el miedo que provocan los contenidos de su sombra es la que le impulsa de continuo a comprometerse en relaciones que le ofrezcan la posibilidad de conectar profundamente con los demás.