jueves, 18 de julio de 2013

El Narcisismo, la enfermedad de nuestro tiempo, parte 6

EL EXCESIVO ÉNFASIS QUE LA SOCIEDAD
PONE EN EL PODER.

Hemos visto cómo la lucha por el poder del narcisista se origina en un profundo sentimiento de humillación que sufriera en la infancia.
En el mismo grado en que la cultura occidental contemporánea fomenta el narcisismo, en ese mismo grado es una cultura cuyo motor y cuya obsesión es el poder.
La tecnología ha proporcionado al hombre moderno un sentido de poder que antes no tuvo. La pregunta es ¿De qué manera ese poder afecta la psicología y la conducta de la gente? ¿Qué papel desempeña en la génesis del narcisismo?
 Sería fácil decir que el poder se sube a la cabeza, infla el ego y hace que uno se vuelva narcisista. Pero no es así como se desarrolla el narcisismo. Surge de la negación del sentimiento, de la pérdida del yo y de la proyección de una imagen compensatoria. ¿De que manera el poder fomenta este proceso? Para entender eso, debemos comenzar con la observación de que el poder tiene un encanto aparentemente irresistible. Casi todos quieren poder.
La ventaja más evidente de tener poder es la recompensa material que logra la persona que tiene poder. En todos los aspectos, su nivel de vida es superior al de la persona común y corriente. Sin embargo, no es esto su característica básica.

La lucha por el poder no siempre se da entre los que tienen y los que no tienen. En la época feudal, los poderosos guerreaban con el fin de incrementar su dominio y extender su control. El poder confiere posición social. Todos somos buscadores de posición social, y lo mismo ocurre con muchos otros animales. Entre las gallinas, por ejemplo, hay un orden de picoteo. En otros términos, el poderoso obtendría la mejor comida y la mujer más hermosa. La mujer más bella encierra la promesa de un mayor placer sexual para el hombre, al igual que el hombre más fuerte y más valiente encierra una promesa similar para la mujer. Esta promesas no son falsas cuando se basan en la realidad corporal de las personas. La asociación de la posición social con el poder hizo extensiva la imagen de potencia sexual a las personas con poder.
No habría ningún problema si el poder perteneciera al individuo superior. Generalmente no es éste el caso hoy en día. Lo contrario sucede frecuentemente. El hombre que necesita y busca poder es, en la mayoría de los casos, un tanto impotente en lo sexual. El poder constituye su forma de compensar una falta de potencia sexual.

En términos generales, el grado de narcisismo es inversamente proporcional a la potencia sexual. Sin embargo, para comprender esta afirmación, nuevamente tenemos que reconocer el nexo entre la potencia sexual y el sentimiento. Para el hombre, la potencia sexual no se mide por la frecuencia de la actividad sexual o por su potencia erectiva. La actividad sexual frecuente tal vez sea compulsiva, derivada de una necesidad de reafirmarse, o tal vez sea impulsiva, derivada de la incapacidad de contener la excitación sexual. La potencia erectiva, tal vez sea una maniobra de poder. En efecto, en un lenguaje corporal, el hombre podría estar diciendo a la mujer: “Ve que poderoso soy”. Desafortunadamente, este interés es a costa de su propio placer y su propia satisfacción. Lo que denota es la capacidad típicamente narcisista de aprobación y admiración. En última instancia, tampoco la mujer se satisface. La verdadera potencia sexual se mide por la profundidad del amor que se sienta por la otra persona. Estos sentimientos están muy reducidos en los narcisistas.

LA RELACIÓN CON LA ENVIDIA Y LA IRA

¿Por qué los que se dedican a la búsqueda del poder nunca sienten que ya tienen suficiente? El poder puede cargar de energía a la imagen, pero no hace nada por el yo y los sentimientos. Una dedicación excesiva de energía en la lucha por el poder reduce la que se puede destinar al placer sexual. Desviado de la verdadera fuente de la potencia sexual, la persona busca más poder.

Un aspecto importante de la naturaleza del poder es la envidia que provoca en los demás. La persona envidiosa ansía desesperadamente porque se siente inferior, poco importante e impotente. El poder provoca envidia, genera temor y conduce a la hostilidad.
Cuando el poder es grande, es fácil que uno se vuelva paranoide. El dicho “Intranquilo es el sueño de los poderosos” encierra una sabiduría antigua. Nunca pueden estar completamente seguros de quienes son sus amigos.
La envidia no es amor. La persona con poder es temida y por ello no puede ser amada.

La emoción correlacionada con el miedo es la ira. Pero los narcisistas son tan incapaces de expresar enojo o de sentirlo como de expresar o sentir cualquier otro sentimiento.
La ira no es lo mismo que el enojo. Aunque en un arranque de ira hay un fuerte elemento de enojo, las dos expresiones no son idénticas. La ira tiene una cualidad irracional -simplemente recordemos la frase “una ira ciega”. El enojo, por el contrario, es una reacción con un objetivo; se dirige a quitar una fuerza que está actuando contra la persona. Cuando se quita o nulifica la fuerza, el enojo cesa. El enojo verdadero se mantiene proporcional a la provocación; es una respuesta racional a un ataque.
Sin embargo, la ira no va de acuerdo con la provocación; es excesiva. Tampoco cede la ira cuando ya no existe la provocación; continúa hasta que sale toda. Y la ira es destructiva, en lugar de constructiva.

Es significativo que un estallido de ira narcisista se relacione estrechamente con la experiencia de frustración, de no poder salirse con la suya; en otras palabras, de sentir que no se tiene poder. Cuando la ilusión se desvanece, la ira asociada con la traición original -un insulto más significativo que ocurrió en la primera infancia y al cual uno no puede responder en ese tiempo- se manifiesta como la erupción de un volcán. Pero como no es consciente, sino ciega, es ineficiente como remedio para la herida.
La provocación actual tal vez sea intrascendente, pero esa provocación evoca en el inconsciente de la persona el recuerdo de un antiguo insulto ante el cual no pudo responder cuando ocurrió.

Como hemos visto, esta experiencia de humillación es lo que está por debajo de la búsqueda de poder del narcisista. Ellos creen que mediante el poder pueden borrar el insulto. Toda amenaza a su poder o a su imagen los hace sentir sin poder y les recuerda el miedo de sentirse humillados.

EL MIEDO A LA DEBILIDAD

Una vez que uno piensa en términos de poder, sólo queda la lucha por más poder. El poder no sirve para superar nuestra inferioridad, ni para aliviar el sentimiento interno de humillación, ni para proporcionar una potencia orgástica. Sólo sirve para negar estos sentimientos. Así que por su propia naturaleza, el poder incrementa el narcisismo de la persona y refuerza su inseguridad subyacente. De muchas maneras, el poder constituye la negación de la propia humanidad.
Una cierta debilidad es parte de la condición humana. Nos necesitamos mutuamente para contrarrestar la obscuridad, para resguardarnos del frío, para dar un sentido a la existencia. Los seres humanos somos criaturas sociales. Es con los demás como encontramos la calidez, la excitación y el reto de la vida. Y sólo dentro de la comunidad humana nos atrevemos a enfrentar lo desconocido que provoca miedo.

Los narcisistas no son la excepción y también necesitan a la gente, pero no se atreven a reconocer esta necesidad.
El pedir ayuda sería como volver a abrir la herida narcisista sufrida en la infancia, cuando, débiles y dependientes, fueron usados por los padres que tenían el poder.
El poder, según el narcisista, permite que uno obtenga contacto humano sin peligro de ser usado. Con el poder, uno puede atraer a los demás. En el interior de sus mentes, se consideran superiores y creen que no necesitan a nadie.

El esfuerzo terapéutico tiene como propósito ayudar a que los pacientes se abran y acepten sus sentimientos. Eso significa que deben aprender a ceder el control. Deben aprender a dejar que sus sentimientos y sus emociones los conmuevan, incluso, a dejarse llevar por sus respuestas emocionales -de otra manera nunca conocerán la gloria del amor y la exhuberancia del gozo.
Y este es el dilema: es precisamente este miedo a dejarse llevar por el sentimiento lo que frena a los narcisistas. Les origina un miedo a la locura, contra la cual movilizarán todas sus defensas. En las mentes de estos pacientes, el perder el control de sí mismo se equipara con volverse loco.

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