martes, 16 de julio de 2019

El cambio es hacia abajo, parte 8


Hablamos del amor, pero veneramos el poder.

Los humanos somos como los árboles, arraigados a la tierra en un extremo y tendiendo al cielo desde el otro. Miramos al firmamento como fuente de energía vital, pero también dependemos de la tierra. Cuán alto podemos tender depende de la fuerza de nuestras raíces. Si se desarraiga un árbol, mueren sus hojas; si se desarraiga una persona su espiritualidad se convierte en una abstracción carente de vida.
Como criaturas de la tierra, estamos conectados al suelo a través de las piernas y los pies. Habitualmente, cuando decimos de un individuo que tiene los pies en la tierra, significa que sabe quién es y dónde está parado. Disociarnos de nuestra naturaleza animal y por lo tanto, de la mitad inferior del cuerpo, es perder nuestro enraizamiento. 

Dice un viejo proverbio que un árbol nunca es más fuerte que sus raíces. Así, un buen jardinero aplaza el crecimiento de un árbol para dar impulso al desarrollo de su sistema de soporte y absorción. Nosotros hacemos justo lo contrario con nuestro hijos. Los estimulamos en exceso para que crezcan rápido, pero no damos el apoyo y alimento que fortalecerían sus raíces. Empujamos a nuestro hijos como nos empujamos a nosotros mismos, sin darnos cuenta que forzándolos a crecer y a hacer cosas, minamos su fe y su seguridad.

Parece que eso es lo que pretende imponer  nuestra civilización occidental con una regulación excesivamente rigurosa. 
 Dice Lowen:  Implantan el pertinaz metrónomo de la rutina dentro del bebe o del niño pequeño para regular las primeras experiencias con su cuerpo y con su entorno físico inmediato. Después de esta socialización tan mecánica, se le anima a que se desarrolle dentro de un burdo individualismo. Persigue ambiciones, anhelos, pero permanece compulsivamente en carreras estandarizadas. Esto ha conducido al dominio de la máquina, pero también a una corriente subterránea de eterno descontento y ofuscación individual.

La persecución, ya sea por estatus social, el mismo poder, o solo por dinero no nos ha dejado ver la realidad de nuestra existencia, rechazando que dependemos de esta tierra para nuestro bienestar y sobrevivencia.
Olvidamos la realidad de que  nuestra voluntad y nuestra mente dependen, por completo, del funcionamiento sano y natural del cuerpo.
Éste  posee una sabiduría derivada de miles de millones de años de historia evolutiva, que la mente consciente apenas puede imaginar.
La parte obscura e inconsciente de nuestro cuerpo es la que mantiene el fluir de la vida. No vivimos por obra de nuestra voluntad. La voluntad es impotente para regular o coordinar los complicados procesos bioquímicos y biofísicos del cuerpo. Si  ocurriera lo inverso, ante la primera falla de la voluntad la vida acabaría.

¿ Podremos vivir en armonía con la naturaleza y con nosotros mismos? Entonces  podremos vivir en familiaridad con nuestros hijos. Si en cambio pretendemos seguir explotando a la naturaleza, explotaremos también a nuestros hijos.
Los antiguos chinos estaban muy conscientes de la necesidad de armonía entre fuerzas opuestas. Hoy en día, podríamos lograr esa armonía integrando las filosofías oriental y occidental. La vía occidental a la tranquilidad de espíritu se hace a través del proceso conocido como análisis o terapia. La vía oriental, a través de la meditación.
La razón y el sentimiento deben unirse en principios que nos guíen en cuanto al modo correcto y sano de conducir nuestra vida.
Ser fiel a uno mismo significa tener la libertad interior de sentir y aceptar los propios sentimientos y de poder expresarlos.

El fenómeno de la empatía, que nos permite sentir lo que siente otra persona, tiene lugar cuando dos cuerpos vibran en la misma longitud de onda. Podemos emular el amor de Dios por el hombre a través del amor que nos demostramos unos a otros.  Cuando así lo hacemos, a menudo logramos conectar con nuestro prójimo. Una sonrisa atenta puede reconfortar a otra persona como un rayo de sol. La persona amable acepta a los demás, no por obligación sino por solidaridad. Esto no significa que nunca se enfade,  pero su ira será entonces directa y de breve duración.

Es difícil aminorar el ritmo cuando el mundo pasa corriendo a nuestro lado. Es difícil arraigarse cuando la cultura misma está desarraigada, cuando niega la realidad y fomenta la ilusión de que el éxito material representa un estado superior y que la gente con dinero lleva una vida más rica y plena. De cualquier modo, los verdaderos significados en la vida son valores terrenos: la salud, la gracia, la conexión, el placer y el amor. Pero estos valores cobran significado sólo si se tiene los pies firmemente asentados en la tierra.

La vida es un proceso continuo, un constante desvelar circunstancias y potencialidades que están ocultas en el presente. Si no se tiene esperanza y compromiso hacia el futuro, la propia vida se entumecerá, lo que sucede a los deprimidos.
Mantener  dicha sensación de estar conectado y actuar en consecuencia, es la característica del hombre de fe, de un hombre que tiene fe en la vida. Con un lugar en su corazón para cada niño, y respeto por sus mayores.

Bibliografía:

Bennet,E.A. Lo que verdaderamente dijo Jung. Introducción a la Psicología de Carl Jung. Ed. Aguilar. México.1974.

Fromm, E. El Arte de Amar. Ed. Paidos. 1956.

Jung, C.G. Psicología y Alquimia. Ed. Santiago Rueda. Buenos Aires, 1944.

Lowen,A. La depresión y el cuerpo. La base Biológica de la Fe y la Realidad. ed. Alianza. 2001.España.

Lowen, A. La espiritualidad del cuerpo. Un camino para alcanzar la armonía y el estado de gracia. Ed. Paidos. 1993

Monbourquette, J. De la autoestima a la estima del Yo profundo. De la psicología a la espiritualidad. Ed. Sal Terrae 

Ubando, j. La relación de pareja. Un camino al desarrollo. Instituto de Estudios de la Pareja, S.C. México. 1997.

Zweig, C. y Abram,J. Encuentro con la sombra. El poder del lado obscuro de la naturaleza humana. Ed. Kairos.1991.

martes, 9 de julio de 2019

El Cambio es hacia abajo, parte 7

Abrir el Corazón

Todos admitimos que el corazón es un símbolo del amor. Pero esta relación ¿es tan sólo simbólica? ¿O hay entre ellos una conexión real?
La mayoría de las personas han experimentado el rápido latir del corazón en presencia de un ser querido y también la sensación de peso en el corazón que sigue a una pelea de enamorados.¿Qué validez podemos conceder al concepto de, por ejemplo, corazón partido? Aunque los corazones no se rompen, cuando el amor es rechazado o se pierde a alguien querido, es claro que en semejantes situaciones algo se rompe.
¿Existe algo así como un corazón cerrado o un corazón abierto? Estas cuestiones son importantes para la comprensión no sólo de nuestros sentimientos, sino también de la salud del corazón, pues si damos por sentado que la conexión entre el corazón y el amor es real, se puede plantear la hipótesis de que un corazón sin amor debe inevitablemente languidecer y morir.

Desde las épocas más remotas el corazón ha sido un profundo símbolo en el pensamiento del hombre. No sólo simboliza el centro emocional de la humanidad, sino también el centro espiritual….En el corazón es donde nos encontramos con nuestro Dios en una relación cara a cara. El hermano David Steindl-Rast, monje benedictino, notable por su participación en el diálogo interreligioso, coincide con ello: Cuando finalmente encontramos nuestro corazón, encontramos el reino en que estamos íntimamente unidos con nosotros mismos, con los demás y también con Dios. Los Upanishads también sitúan al yo en el corazón: En verdad el Sí mismo es el corazón….Quien sabe esto entra en el reino celestial todos los días. 
Por metafóricas, espirituales y filosóficas que puedan ser estas enseñanzas, tiene que haber alguna base física real para esta repetida conexión entre el corazón humano y la fuente de la vida. Esta base resultaría ser el propio latido del corazón, el pulso rítmico que lleva la sangre vivificante por todo el cuerpo. Es la manifestación más clara de la fuerza vital en el organismo humano.

Abrir la personalidad significa abrir el corazón a una persona para que sea capaz de expresar y recibir amor. Una persona abierta siente en su pecho el afecto que los otros le profesan. Su sexualidad está imbuida de amor por su pareja, y cada paso que da es un contacto de  sentimientos con la tierra.
Cuando decimos de una persona que tiene el corazón cerrado, queremos decir que no se puede penetrar en él. Por supuesto, si realmente se cerrara el corazón, se moriría. Se puede, sin embargo, constreñir o restringir los intentos de llegar a su interior . Y uno puede convertir la caja torácica en una prisión a base de tensiones musculares que rigidizan e inmovilizan el torso.

El pecho rígido e inflado, en el lenguaje corporal, está diciendo: No voy a dejar que llegues a mi corazón. Esta actitud del cuerpo es muy probablemente, el resultado de una decepción grave en una relación amorosa temprana, concretamente en la relación madre-hijo. Reich describe esta tensión como una forma de ponerse una armadura para evitar que le vuelvan a hacer daño. Sirve también para matar el dolor de la traición inicial y es por tanto, una defensa contra todos los sentimientos.

La depresión sobrevendrá a cualquier persona a la que le falte la fe en sí misma y que deba compensarlo haciendo diversas acciones, ya sea para conseguir una aspiración personal o para corregir una injusticia social. Así, el hombre de negocios exitoso es tan vulnerable a la depresión como el militante que busca darle la vuelta al sistema.
Porque más allá del sistema, lo que está en juego es un modo de vida en el que el individuo se vea a sí mismo como parte de un orden más amplio y alcance su individualidad al sentirse que pertenece y participa en él. Esto contrasta con una individualidad basada en el pensamiento y en una imagen adornada de uno mismo. 


martes, 2 de julio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 6


El Animismo no está muerto

Animismo, tal como lo define el diccionario, es la creencia en que todos los objetos poseen una vitalidad natural, es decir, están dotados de almas que moran en ellos. El término se usa para designar la forma más primitiva de religión, la del hombre de la Edad de Piedra. Este espíritu o fuerza se creía que moraba tanto en los seres vivientes como en las rocas, herramientas, ríos y montañas. En esta visión, también reservaba un lugar especial para el espíritu de los muertos, que formaban parte de la comunidad viviente.
La importancia del animismo para lo que aquí nos ocupa es que representaba una forma de vida basada en la fe y en el respeto a la naturaleza. El hombre primitivo sentía que formaba parte de las fuerzas naturales igual que ellas formaban parte de su propio ser. Por lo tanto, no podía actuar destructivamente contra la naturaleza sin ser al mismo tiempo autodestructivo.

Las culturas de la Edad de Piedra fueron paulatinamente reemplazadas. 
Cuanto más se separaba el hombre de la naturaleza y se convertía en la especie dominante de la tierra, más centraba todo sentimiento espiritual en sí mismo. Quizá no negaba su propia espiritualidad, pero si la negaba a cualquier otro. 
Las grandes religiones occidentales que surgieron de este desarrollo representan a un Dios cuyo principal interés son los asuntos humanos. Sólo reconocen al hombre como poseedor de alma, lo cual equivale a asignarle una posición única. Aquí comienza el conflicto entre lo espiritual y lo material. Todo aquello a lo que se niega la espiritualidad se convierte  inevitablemente en inferior.

La idea de un Dios todopoderoso, de sexo masculino, Dios padre, es relativamente reciente y se limita a las religiones de la civilización occidental. En nuestra primera religión, se rendía culto a todos los espíritus de la naturaleza. El politeísmo representaba el culto a dioses y diosas, cada uno asociado con aspectos específicos de la vida humana. La ascensión a la supremacía por parte de un único dios masculino se asociaba con la ascensión al poder por parte de un soberano masculino, el rey todopoderoso, al que se lo consideraba descendiente del dios.  .
A pesar de todo, la persona religiosa no se ha olvidado de su relación con el mundo. El animismo no está del todo muerto, se ha transformado en la devoción al gran espíritu que impregna todas las cosas. La persona religiosa cree que el espíritu que le mueve, es el mismo que late en el mundo.

En lo profundo del vientre

Una persona religiosa se siente parte de una comunidad humana, pertenece a la naturaleza y participa de la unidad con Dios o con el Universo. Toda persona que siente de esta manera es religiosa, sea o no miembro de una iglesia. Puede decirse que todo individuo que tiene sentido de su responsabilidad por sus actos es religioso.
Egoísmo y fe son diametralmente opuestos. A un hombre egoísta sólo le importa su imagen; a uno con fe le importa la vida. Un egoísta se orienta hacia la consecución del poder. Un hombre con fe se orienta hacia el sentido de la vida; y el placer que le da el vivir lo comparte con los que tiene alrededor.  La verdadera fe es una entrega a la vida del espíritu -el espíritu que vive en el cuerpo de la persona- que se manifiesta a través del sentimiento y que se expresa en los movimientos del cuerpo.

La parte inferior del cuerpo es mucho más de naturaleza animal en sus funciones: locomoción, defecación y sexualidad; que la parte superior: pensamiento, lenguaje y manipulación del entorno. Pero es en nuestra naturaleza animal que residen las cualidades del ritmo y de la gracia.
Cuando nos elevamos y alejamos de la mitad inferior del cuerpo, perdemos mucha de nuestra  espontaneidad y  armonía naturales.
Los japoneses, por ejemplo, tienen una palabra, hara, que significa el vientre, pero que también describe a una persona que se halla centrada en esta región. Se dice entonces que tiene hara, es decir, que está equilibrada tanto psicológica como físicamente. Cuando un hombre posee un hara plenamente desarrollado, tiene la fuerza y la precisión de realizar acciones que de otro modo nunca podría conseguir, ni siquiera con la técnica más perfecta, la mayor atención o la más grande fuerza de voluntad. Sólo lo hecho con hara tiene éxito completo.

La mayoría de los occidentales están centrados en la parte superior del cuerpo, principalmente en la cabeza. Reconocemos a la cabeza como el foco del ego, el centro del comportamiento deliberado. En contraste con esto, el centro inferior o pélvico, donde reside el hara, es el centro para la vida inconsciente o instintiva. Cuando comprendemos que no más del 10% de nuestros movimientos son dirigidos conscientemente, y que el 90% son inconscientes, la importancia de este centro se hace evidente. Una analogía aclarará esto. Piense en un caballo y su jinete. El jinete, con su control consciente, funciona como el ego; el caballo proporciona el poder, y unas patas seguras para conducir al jinete a donde quiera ir. Si el jinete se volviera inconsciente, el caballo le traería de vuelta al hogar sano y salvo. Pero si el caballo se viniese abajo, el jinete estaría virtualmente indefenso.

En lo profundo del vientre, se encuentran nuestros sentimientos más profundos: nuestras tristezas y alegrías más hondas, nuestros mayores temores. Las sensaciones dulces y tiernas que acompañan al verdadero amor sexual también se sienten en lo profundo del vientre como un calor que puede extenderse por todo el cuerpo. Los niños experimentan sensaciones agradables en el vientre cuando se hamacan o juegan en el subibaja, de lo que disfrutan tanto. 
En el vientre se aloja tanto la alegría como la tristeza proveniente de la desesperanza cuando no hay armonía. Podemos negar la desesperanza y vivir de una ilusión, pero ésta se derrumbará inevitablemente y hará que el individuo caiga en una depresión; podemos tratar de pasar por encima de la desesperanza, pero esto afecta nuestra sensación de seguridad; o podemos aceptarla y comprenderla, lo que nos libera del temor.

Podemos sentir que no fuimos amados y que podríamos habernos muerto, pero a pesar de que resulta triste tomar conciencia de eso, también podemos darnos cuenta de que no nos morimos. En el caso de un adulto, no ser amado no constituye una sentencia de muerte, si amamos la  vida y le hemos encontrado un sentido. Cuando alguien adopta una actitud de : Si nadie me ama, me voy a morir,   me parece el ejemplo de un individuo patético que tiene tanto temor de vivir como de morir.
El  cultivo de los sentimientos espirituales pertenece al reino de los valores corporales, tales como: el amor, la belleza, la verdad, la libertad y la dignidad, para nombrar algunos. Mientras que los valores del ego o materiales derivan de nuestra relación con  el mundo exterior. Ni el deseo o la ambición de hacerse famoso ni la obsesión de enriquecerse despiertan buenos sentimientos corporales positivos.

Si  la búsqueda de los valores del ego se convierte en la actividad dominante de una cultura, entonces,  se comienzan a depreciar los  valores espirituales, ya que no advertimos su importancia en nuestra vida. 
Necesitamos fe para soltarnos o abandonarnos al cuerpo, a la oscuridad del inconsciente, al submundo de nuestro ser. Pese a que nosotros, hombres modernos, poseemos muchos más conocimientos que los hombres primitivos, tenemos la misma necesidad de que nuestra relación con la naturaleza y el universo sea amigable. Hubo un tiempo en el que percibimos esta armonía, tal vez algunos nos acordemos de la sensación de conexión y certeza que sentimos de niños al experimentar alegría.

En la filosofía y en las religiones  orientales no se establece una separación o disociación entre Dios y la naturaleza, ni entre el espíritu y el cuerpo. Los chinos creen que todos los procesos de la naturaleza y del cosmos están gobernados por la interacción de dos principios o fuerzas: el Ying y el Yang qué, cuando están en equilibrio, garantizan el bienestar del individuo.
El pensamiento oriental se basa en que el hombre no es dueño de su vida, y que está sujeto a fuerzas que no puede controlar. En cambio, para el pensamiento científico occidental, el poder potencial del hombre para controlar la vida es ilimitado. 

La cultura occidental nos alienta a  luchar, a rivalizar, a creer que la voluntad todo lo puede. Sin duda, la voluntad cumple una función muy valiosa en la vida cuando se le utiliza en forma adecuada, es decir,
en situaciones de emergencia en las que se necesita realizar un esfuerzo tremendo para sobrevivir.
Por otro lado,  nos avergüenzan nuestros sentimientos espirituales. La negación del espíritu constituye una característica del individuo narcisista de nuestra época.  Ellos ven al mundo en términos mecanicistas: estimulo y respuesta, acción y reacción, causa y efecto. No dan lugar a los sentimientos; estos son imprecisos, inconmensurables, a menudo impredecibles y obviamente irracionales. Los narcisistas desconocen y niegan la vida del espíritu. Ellos existen   sólo en su mente, están disociados del cuerpo y viven la vida principalmente en su cabeza.

El narcisismo es ajeno a los niños, cuyas vidas giran en torno a la concreción de sus deseos, la alegría de la libertad y los placeres de la autoexpresión.  A los  niños, al igual que a todos, les gusta ser admirados, pero no sacrificarán sus sentimientos para ser especiales o superiores. Son criaturas apasionadas que lo quieren todo, pero no son egocéntricos. Aman y anhelan ser amados porque sus corazones están abiertos.

martes, 25 de junio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 5


El concepto del Sí-mismo en Carl Jung
 
Carl Jung difiere de la teoría de Freud, pues no considera que el ello freudiano sea movido únicamente por fuerzas libidinales caóticas capaces de irrumpir en el consciente y producir síntomas lamentables.
El inconsciente jungiano se muestra menos pesimista. Está constituido de arquetipos, núcleos de energía psíquica que se encarnan en la realidad para darle sentido. Estas formas universales gravitan idealmente en torno a un centro que es el Sí-mismo.

Mientras que Freud opta por la represión y pide al yo que tenga una actitud defensiva respecto del inconsciente y le encarga levantar murallas para contenerle, Jung propone, por el contrario, una colaboración entre el yo consciente y el inconsciente.
El descubrimiento del Sí-mismo le llevó a concebir para la persona un proceso de maduración cuyo objetivo es llegar a ser Sí misma, encontrar su propia identidad, y, con este fin, liberar a la persona de las influencias sociales inoperantes .

Su planteamiento influirá en todas las escuelas de psicología transpersonal, que reconocerán el papel determinante de lo espiritual en la salud y en la evolución de la persona.
El Sí-mismo, una realidad imposible de conocer directamente, se deja  descubrir, sin embargo, por el consciente a través de símbolos, los sueños, los mitos y las leyendas.

Entre las imágenes simbólicas que representan más particularmente al Sí-mismo se cuentan ante todo las que expresan la totalidad y el infinito, como: el diamante indestructible, el agua viva, el fénix que resurge de sus cenizas, el elixir de la inmortalidad, la piedra filosofal, y el reino interior. Todos estos símbolos remiten a la idea de totalidad, perfección y finalidad del Sí-mismo, considerado como el alma humana habitada por lo divino.
En un intento de describir al Sí-mismo, Jung se figura: El alma es un santuario en el interior de la persona en el que se encuentra una fresca cascada en el seno de una selva tropical, un remanso de paz y serenidad que da cobijo a un gran sabio. Este sabio vive desde tiempo inmemorial. No es un anciano, no; digamos mejor que no tiene edad. Sabe vivir: sabe lo que es bueno para él. No se equivoca. Sabe gozar de la vida, sacando lecciones y adquiriendo poder a partir de ella. Es el centro del Sí-mismo  “generativo”.


La vida espiritual

No hay que tener miedo de la pobreza ni del exilio
ni de la cárcel ni de la muerte,
pero sí hay que tener miedo al miedo.
                                                                                                                 Epicteto

La vida espiritual consiste en explorar sin descanso la propia interioridad, en prestar atención al flujo de nuestra vida en su totalidad , es decir: incluir el mundo personal de las imágenes, los sueños y las visiones creativas; las ensoñaciones; en prestar atención también a los diálogos interiores y finalmente, a las propias emociones y sentimientos.
No es fácil entrar en uno mismo y dejar llegar a la conciencia las oleadas invasoras y  perturbadoras de las imágenes, palabras y emociones. La mayoría de la gente se resiste a acoger estos mensajes; se distraen con la agitación y se apartan de sí mismos; se las ingenian para acallar los estados de ánimo que estorbarían sus hábitos o deseos.
Hacerse espiritual es ir eliminando progresivamente los miedos. El ego vive constantemente en el miedo: miedo a carecer de lo esencial, miedo a no ser aceptado ni querido, ni amado. Y su mayor terror es morir.

Alex Lowen nos aclara: El alma es el nombre que le damos al sistema energético humano que anima a todo organismo. Si sentimos odio, el corazón se contrae y el alma se encoge. Si somos amables el corazón se expande y el alma se ensancha. El brillo de una sonrisa amistosa proviene de un corazón pleno de buenos sentimientos. No se puede ser amable y compulsivo al mismo tiempo. Una persona sociable es lo bastante paciente como para establecer un vínculo sincero y cálido con todos aquellos con quienes tiene contacto.

La persona  que ama tiene conciencia de la existencia de algo más grande y más poderoso que ella misma. Un orden superior. Sin esa fuerza, ¿qué existe que pueda frenar la egolatría y la codicia del hombre, que lo llevan a ver a la Tierra y a sus habitantes como cosas a ser explotadas en provecho de los deseos propios? Al entregarse a su codicia, el hombre destruye la tierra misma de la que depende su propia existencia. 

El camino espiritual es también imposible sin una renuncia continua. La vida humana está repleta de incidencias. Desde el nacimiento hasta la muerte, la persona pasa por una sucesión de pérdidas: algunas inevitables, con motivo de las distintas transiciones en la vida;  además de daños imprevistas, causadas por las enfermedades, las separaciones, los accidentes y otros.
Vivir bien esas pérdidas exige una fuerte autoestima. Si el duelo no se vive adecuadamente, suele llevar a trastornos de orden físico y psicológico. Quedándose, por ejemplo, demasiado aferrados a los seres desaparecidos y al pasado; su vida parece haberse detenido, su crecimiento psicológico se bloquea y su evolución espiritual se estanca.
No es igual en la persona que se ama y confía en sí misma, que si es capaz de desprenderse de los seres queridos y de las situaciones pasadas. No los olvida, como es natural, pero si construye una relación nueva y sana con ellos. En este tipo de persona, el proceso de duelo sirve para establecer nuevos lazos espirituales con los desaparecidos.

En su gran mayoría, las personas de hoy estamos suspendidas entre el cielo y el infierno Podemos experimentar momentos de júbilo, pero con demasiada frecuencia sentimos que podríamos caer en un abismo. La única salida a esta situación es hacer lo que hizo Dante, en La Divina Comedia . Explorar el infierno personal, descender a las profundidades del propio ser con la luz de la conciencia. Así, se elimina el infierno, que sólo puede existir en la obscuridad. De manera similar, cuando los sentimientos suprimidos son atraídos a la conciencia y aceptados, ya no pueden seguir atormentándonos. 

En opinión del Doctor Lowen: Concebimos el infierno como un lugar en lo más hondo de las entrañas de la tierra. Nuestro infierno personal se sitúa en lo más profundo de las entrañas del cuerpo, en la cavidad pélvica que aprisiona la sexualidad. Aquí se encuentran las raíces de nuestra verdadera espiritualidad. Aquí, en la matriz, es donde empieza la vida y donde experimentamos por primera vez la gloria del paraíso.
Cuando llegamos al mundo,es como si fuéramos expulsados del paraíso. Podemos recuperar esa sensación de gloria cuando, en la seguridad de los brazos de nuestra madre, nos prendemos de su pecho. También la podemos tener cuando, en la seguridad del amor de nuestro compañero, nos unimos a él en un abrazo sexual.

Hay otras ocasiones en las que experimentamos el júbilo de la plenitud, pero eso depende de que estemos en contacto con la parte más profunda de nosotros mismos. Reconocemos ese contacto cuando notamos esa onda de excitación fluir a través del cuerpo. 
Las religiones orientales reconocen la importancia de que el individuo salga de su cabeza y descienda a las profundidades de su ser. La técnica usada es la meditación. El aquietar los ruidos parásitos de la mente nos permite escuchar los sonidos del alma. La clave de la meditación consiste en respirar profundamente, lo que ayuda al individuo a relajarse.

La alegría es un sentimiento, no un pensamiento

En el centro de cada uno de nosotros hay un alma animal en armonía con la naturaleza, con el mundo y con el universo. Si nos separamos de ella, nuestra mente sigue funcionando lógicamente, pero nuestros pensamientos tienen poco valor humano. Saul Bellow escribió: En la más grande de las confusiones sigue habiendo un canal abierto al alma. Puede ser difícil de encontrar… pero el canal está siempre allí, y nos compete a nosotros mantenerlo siempre abierto, tener acceso a la parte más profunda de nosotros mismos… a esa parte que es consciente de un estado superior de conciencia.
Ese canal no existe en la mente. Existe, en cambio, en el cuerpo, y es el canal a través del cual pasan las ondas de excitación a la pelvis. 

La aseveración de que no sólo de pan vive el hombre implica que una persona necesita tener fe, además de pan, para sobrevivir. Mientras que el pan basta por sí solo para sustentar el cuerpo, el animal humano necesita otro sustento para su espíritu. Ese alimento   es el amor, que consiste en una profunda y sentida conexión con otra u otras personas, con otra criatura, con la naturaleza y con Dios. Yo no creo que los seres humanos sean los únicos que tienen esa necesidad. El espíritu de un animal languidece si se le aísla del contacto con la vida. 

¿Los animales tienen fe? La respuesta se contesta según hablemos de la fe como un sistema de creencias o como una actitud corporal. La distinción es muy importante pues es posible que un individuo proclame su fe y sin embargo actúe de modo que desmienta esa aseveración.
Si el amor es una sensación corporal y la fe es una actitud , podemos decir que un animal es capaz de sentir amor y tener fe.
Esa era la condición del hombre en los primeros días de su existencia, antes de adquirir conciencia de sí mismo. 

En vez de tener fe, los occidentales hemos depositado nuestra confianza en la ciencia, que representa el poder de la mente humana para superar todas las dificultades que nos rodean. La ilusión de superioridad frente a la naturaleza destruye la conexión que da su significado a la vida, la excitación y su alegría. Esa ilusión niega la naturaleza espiritual del hombre.
Necesitamos establecer un equilibrio y una armonía apropiados entre la mente racional y el cuerpo animal, entre la aspiración a volar y la necesidad de arraigarnos a la realidad de la dependencia de la tierra, de la que extraemos alimento y sustento.

En Oriente, por amor de sus creencias animistas, la gente mantiene la fe en el poder curativo del cuerpo. En muchos casos comprobados, la fe ha convertido un diagnóstico fatal en una cura aparentemente milagrosa. Esto no se debe a la acción de fuerzas misteriosas del exterior. La fe opera desde dentro, aunque se puede invocar a través de la experiencia del amor. Cuando alguien establece una conexión con lo universal, su energía se eleva al punto de inundar su cuerpo, y se irradia en un estado de gozo . Y como esa excitación o energía es la fuente de la vida, puede superar los efectos destructivos de la enfermedad.

La fe puede definirse, entonces, como el estado de una actitud abierta y el resultado de la excitación que fluye libremente por el cuerpo. 

Por desgracia, muchas personas se encuentran parcialmente cerradas a la vida y al amor debido a las traiciones que sufrieron en su infancia, y que las obligaron a contraer el cuerpo, reduciendo su energía y debilitando su fe. Estas personas adquirieron tensiones musculares crónicas que pueden compararse con una armadura. Y es precisamente  esta defensa la que perjudica su salud y lo torna vulnerable a la enfermedad.

Como el hombre nunca puede someter por entero a la naturaleza, está en constante lucha con ella. Esta lucha, que se refleja en el conflicto entre el yo y el cuerpo, priva al hombre de la tranquilidad de espíritu que necesita para experimentar el gozo que ofrece la vida. Sólo los niños pequeños y los animales salvajes conocen ese gozo, que Dostoievsky describió como el regalo de Dios.

El individuo no encontrará seguridad en ningún proceso de pensamiento disociado de sus raíces, que se arraigan en las sensaciones del cuerpo.
Cuando no hay bloqueos que perturben el flujo, las emociones tienen un signo o calidad positivo. El sentimiento de fe, recordemos, es el sentimiento de la vida fluyendo en el cuerpo, de un extremo a otro. Tal estado de vivacidad es la base física de la experiencia de alegría, que es una experiencia religiosa. Pertenece al ámbito de los sentimientos corporales positivos. No es una actitud mental. Pertenece al mundo animal, y no al mundo de los intelectuales civilizados. 

Con amor por nosotros mismos, podemos alcanzar las tres formas de armonía que una vez definió Aldous Huxley: La armonía animal, es decir, la integridad mantenida por el pleno y libre flujo de excitación en el cuerpo; la humana, por la vía de vivir según el principio Se franco contigo mismo y de extender este principio a nuestro prójimo a través de una conducta bondadosa; y la espiritual, por medio de la conexión con un orden superior. Sólo a través de la integración de la personalidad en estos tres niveles podemos alcanzar la trascendencia que denominamos el estado de   plenitud.

martes, 18 de junio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 4


El aminus y su relación con el hombre

Si el hombre se queja del poder de la mujer, en las quejas de la mujer subyace una envidia hacia el sistema masculino. 
Jung nos dice: (El animus) adquiere vida cuando la conciencia se niega a acatar los sentimientos e instintos sugeridos por lo inconsciente: en lugar de amor y caridad aparece virilidad, agresividad, autoafirmación obstinada. Poder en vez de Amor. El animus no es un verdadero hombre, sino un héroe infantil, algo histérico cuya armadura presenta grietas a través de las cuales asoma el anhelo de ser amado.

El animus se forma de la resistencia a integrar el elemento femenino en la personalidad de la mujer.
Si la niña aprende a darle más valoración al principio masculino, se va produciendo una concentración de partículas masculinas que van conformando un cuerpo diferenciado y sólido alejado del arquetipo madre, rechazando la suma de los elementos femeninos.
Metafóricamente, dice Jung, imagino el ego de la mujer como un durazno. Con una gran capa de cuerpo carnoso(elemento femenino) y un centro duro (elemento masculino). Si ha crecido negándose a acatar los sentimientos e instintos de lo inconsciente será como un durazno con pobre cuerpo canoso.

De esta manera, la mujer tiende a hace lo mismo que los hombres. Desarrolla una gran sensibilidad para otorgar valor al principio masculino y para restar valor al femenino. Esto se puede  ver claramente reflejado en las proyecciones: se irrita por la prioridad que la sociedad otorga al hombre y se siente tomada como objeto cuando se le ve solo como a una mujer.

La mujer tiene entonces la expectativa de que su hombre realice hechos heroicos. Su  tarea  consiste en enfrentar al padre castrante o bien,  a la madre devoradora.
Sin embargo el primer dragón a vencer está encarnado por su propia mujer. Ella induce el despertar del héroe en el hombre y a la vez representa el obstáculo que debe superar.
Si el hombre no es capaz de representar al héroe que la mujer lleva dentro, será fríamente castigado por ella, mediante exigencias, juicios, menosprecio.

La mujer puede ser rescatada de la devaluación de su ego por un hombre más poderoso que su animus, pues así  deja de tener sentido la envidia al principio masculino, ya que ha logrado una relación profunda con un hombre al que considera para ella. La mujer sentirá envidia del principio en tanto no valore su naturaleza femenina.

El matrimonio, reconocimiento de una identidad espiritual.

El compañero o compañera es como un espejo. En ese espejo vemos ángulos de nosotros mismos que desconocemos porque no podemos verlos directamente. No queremos enterarnos de nuestros defectos. El cuerpo encarna zonas que nos dan orgullo pero también zonas que nos dan vergüenza.
El compañero nos refleja áreas de nuestro cuerpo psicológico,  a veces más fielmente de lo que quisiéramos. Ese reflejo nos perturba y nos hace levantar defensas. Sin embargo, representa un medio por excelencia para el autoconocimiento.

Todo aquello que vemos en el compañero y que nos produce una carga emocional (fascinación o repulsión), representa un reflejo de nosotros mismos. Un ángulo que no ha sido integrado en la conciencia.
La tendencia a relacionarnos en pareja es arquetípica. En la mitología universal aparece repetidas veces el tema de la integración de lo masculino con lo femenino, especialmente representado en los seres llamados andróginos.  Éstos son una forma arcaica de la coexistencia de todos los atributos, comprendidos los atributos sexuales, en la unidad divina ... Tanto el hombre como la mujer, son de drógino,naturaleza andrógina. Diversas mitologías presentan al andrógino como el estado inicial del hombre, y también como el estado al que ha de volver. La perfección humana solo puede ser una imagen de la divina. El camino es el de la síntesis de los opuestos y de los complementarios.

Adán era de naturaleza andrógina, de otra manera Eva no podría nacer de él. Es conjurado a trabajar para reconquistar el estado original.
El estado andrógino hay que comprenderlo, como una experiencia espiritual. Está por encima de los dos sexos. Los hombres dejan de aferrarse a sus convicciones y papeles tan estrictos. Las mujeres despiertan a espacios nuevos. El andrógino se pasea alegremente por el mundo del cambio, nivelando la acción y la inactividad. Es el estado original del hombre y también es el estado final al que vuelve mediante un proceso de desarrollo psicológico. Platón lo expresa de la siguiente manera: ... nuestra naturaleza primitiva era una, y éramos un todo completo, y se da el nombre de amor al deseo y persecución de este antiguo estado.

La vida del hombre se inicia en un estado de indiferenciación, por lo menos en el plano psicológico. El proceso evolutivo de la relación de pareja está orientado a volver a la unidad. Constituye el vehículo que permite al hombre viajar hasta el estado andrógino, logrando así, la expansión de la conciencia. Lo masculino y lo femenino unidos en indisoluble alianza, se convierten en una potencia.
Las parejas requieren de un intenso trabajo para alcanzar su gran riqueza. Necesitan mantener un roce constante, a veces doloroso, de las ásperas capas superficiales de cada parte, hasta que finalmente brillan como consecuencia de sus pulidas formas. Entonces hombre y mujer se aprecian, se aman y se respetan puesto que uno contiene al otro, ya no son dos, sino uno.

Si el fin del desarrollo psicológico consiste en la integración de los opuestos, entonces comprendemos que la separación de los integrantes de la pareja se traduce en un inconveniente . Un adulto que no tiene pareja, tiene menos posibilidades de ver los dos polos de un eje, y con facilidad caerá en la inflación del ego, puesto que se identifica con un solo polo.
La convivencia por sí misma no asegura que se realice la integración de los opuestos. Algunas parejas, por ejemplo, niegan el principio femenino y dedican su energía a la confrontación y a la competencia.
Unidos por el amor, un hombre y una mujer están dotados para lograr una visión panorámica del mundo. Al mundo no se le puede comprender si se le ve desde un solo ángulo.

Siguiendo con el relato bíblico, Adán y Eva vivieron en un Paraíso hasta que fueron expulsados como  consecuencia a su desobediencia. Comieron del árbol de la Ciencia.  La pareja vive en el paraíso en cuanto no adquiere conciencia. Una vez que lo hace, toma noción de su separatidad, es decir, de su impotencia ante fuerzas obscuras y desconocidas, de que morirá y morirán sus seres queridos.
Adán y Eva, que evidentemente aún no se aman, han de evolucionar,  hasta que aprendan  el difícil arte, para entonces retornar al Edén.

Así pues, la relación de pareja da la posibilidad de integrar materia y espíritu.  La materia representada por el vientre materno universal, generador de vida. Y la mente, el espíritu y la idea del padre simbolizando  la masculinidad.

martes, 11 de junio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 3


Encuentro con el Ánima/Animus    
                 

Jung denominó a los opuestos en hombre y mujer como el anima y   el animus. El anima como el componente femenino en la personalidad del hombre, representa una forma arquetípica que muestra el hecho de que el hombre tiene una minoría de genes femeninos. El animus como el componente masculino en la personalidad de la mujer, expresa el hecho de que la mujer tiene una minoría de genes masculinos. Cada sexo contiene al otro.
 Así, dentro de cada hombre existe el reflejo de una mujer y, dentro de cada mujer, el reflejo de un hombre. Solamente la unión de los dos principios constituye un humano completo.

Es en el alma del hombre donde se realiza el misterioso casamiento de lo masculino y femenino, lo consciente y lo inconsciente, lo espiritual y lo instintivo, el pensamiento y el sentimiento, el cielo y la tierra.  Y de este laborioso trabajo de integración ha de brotar un nuevo sentido de nuestra existencia . 
La Sombra de nuestra personalidad es habitualmente algo obvio para los demás, y desconocido para nosotros. Mucho más ocultos son los componentes masculino y femenino interiores. Por esa razón Jung denominó a la integración de la sombra, the apprentice-piece, ( obra de principiante) y a la integración del anima y el aminus, the master-piece.
Para Erich Fromm, hay masculinidad y feminidad en el carácter tanto como en la función sexual.  Y define el carácter masculino diciendo que posee las cualidades de: penetración, conducción, actividad, disciplina y aventura; el carácter femenino, las cualidades de: receptividad, productividad, protección, realismo, resistencia, maternidad. Evidentemente, siempre debe tenerse en cuenta que en cada individuo se funden ambas características, pero con predominio de las correspondientes a su sexo.
El principio matriarcal es el del amor incondicional, igualdad natural, énfasis en los vínculos de la sangre y la tierra, compasión y clemencia; el principio patriarcal es el del amor condicionado, estructura jerárquica, pensamiento abstracto, leyes hechas por los hombres, el estado y la justicia. En último análisis, la clemencia y la justicia representan respectivamente esos dos principios.

Si los rasgos masculinos del carácter de un hombre están debilitados porque emocionalmente sigue siendo una criatura, es muy frecuente que trate de compensar esa falta acentuando exclusivamente su papel masculino en el sexo. El resultado es el Don Juan, que necesita demostrar sus proezas masculinas porque está inseguro de su masculinidad. Cuando la parálisis de la masculinidad es más intensa, el sadismo, el uso de la fuerza, se convierte en el principal -y perverso- substituto de la masculinidad. Si la sexualidad femenina está afectada, se transforma en masoquismo o posesividad.

El anima suele estar detrás de los estados de animo del hombre. Sus resentimientos siempre son un signo del ella. La influencia del anima puede verse en sarcasmos, pullas, irrelevancias; como una mujer herida. Será emocionalmente como un niño. Como el niño que teme el enojo de su madre.
El animus es el emisor de las opiniones de la mujer. Representa la lógica masculina. Las opiniones de  éste suelen provocar un particular efecto irritante en otras personas. El animus de una madre es capaz de aplastar los signos de masculinidad en el hijo.

Jung afirma textualmente lo siguiente: El anima es causa de caprichos ilógicos; el animus suscita irritantes trivialidades y opiniones insensatas ... de ordinario personifican a lo inconsciente.
La relación de pareja esta infiltrada por estas figuras del inconsciente. En el fondo él expresa inconformidad por ser ella tan poco femenina, tan fría y dura; y ella expresa su profundo desprecio hacia él que es tan demandante emocionalmente y tan poco hombre.

Nada distorsiona más el sentimiento entre las personas que el anima y el animus. Si un hombre es capaz de expresar sus sentimientos honesta y claramente y en su justa medida, dirá lo que acontece sin crear una atmósfera negativa, llegará a ser una persona  desenvuelta.
Una mujer puede aprender a lidiar sus propias batallas y no las ajenas. Valorar sus sentimientos femeninos y no permitir al animus robarle su  autoestima.

Si los productos del anima y animus son asimilados, digeridos e integrados, tienen un efecto benéfico en crecimiento y desarrollo de la psique.
Su correcta posición es en el interior, como función de relación entre el consciente y el inconsciente. Cuando ocupan su correcta posición, facilitan el contacto con los contenidos del inconsciente y con el Sí mismo.

 Un símbolo que representa la unión entre un hombre que aún no se ha liberado del complejo materno y una mujer, es el mito de Attis y la diosa Cibeles. La mitología cuenta que Attis fue un pastor de Frigia a quien amó Cibeles. Luego la diosa le encomendó su culto imponiéndole la castidad, pero Attis, amó a la ninfa Zangarilla y la diosa lo castigó inspirándole tal frenesí que se castró a sí mismo. Después, sus sucesores, sacerdotes del culto de Cibeles, debían también mutilarse para asegurar el cumplimiento del voto de castidad.

 Así, Attis representa el complejo de castración en el hombre ante el poder de la mujer. Todo hombre que ve en la mujer a una diosa, necesitará de la automutilación con el fin de preservar en ella la calidad de diosa. Este sistema de relación muchas veces es mantenido mediante la culpa. Cibeles induce sentimientos de culpa en Attis a consecuencia de su deslealtad, y Attis se infringe a sí mismo un castigo supremo en proporción a su sentimiento de culpa.
Muchos hombres mutilan en su naturaleza conductas como la audacia y la agresividad. La fuente de productividad y de poder para estos hombres radica en la mujer. Cibeles, simboliza la energía encerrada en la Tierra. 

Muchos son los hombres en esta época que mantienen relaciones de dependencia hacia la mujer, en interacciones que claramente corresponden a las de madre-hijo en versión de adultos. Estos hombres rinden culto a sus mujeres a la vez que cargan fuertes resentimientos hacia ellas.  Pasan la vida en una guerra con sus esposas, la cual es el reflejo de su gran conflicto interno. Attis queda aprisionado en el polo de la obediencia, aceptando la castración. Esta es la condición  necesaria para mantener intacta a la diosa. 
Investir al anima de un gran poder, tal como le ocurrió a Attis, coloca en los ojos del hombre una venda que le impide advertir el portal que conduce al vasto reino del espíritu.

Ahora cabe advertir que es muy distinto que un hombre esté poseído por el anima, a permitir  que el anima se abra paso en la conciencia. El nacimiento de Atenea del interior de la cabeza de Zeus, es un símbolo del nacimiento del anima en la conciencia del hombre. Integrar al anima no quiere decir ser dominado por ella.

El  inconveniente también puede presentarse cuando el hombre se cruza con una mujer que despierte solo el instinto sexual. Una  representación simbólica de esta condición está contenida en el poema homérico de La Odisea. Cuenta las aventuras de Ulises, uno de los héroes que participaron en la conquista de Troya.
La aspiración de Ulises es regresar a su patria, para reunirse con su esposa Penélope y su hijo Telémaco. El relato cuanta las múltiples vicisitudes que debió afrontar el héroe antes de ver cumplido su deseo. Logra superar con prudencia y astucia situaciones peligrosas y vencer a personajes fabulosos, entre ellos figuras femeninas. El pasaje de las sirenas simboliza ese aspecto peligroso del anima.
Circe tomó de la mano a Ulises y le dijo: Oye lo que voy a decirte. Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa y a sus hijos, pues ellas lo hechizan con su sonoro canto. Tú pasa de largo y tapa las orejas a tus compañeros con cera blanda; pero si tu deseas oírlas, haz que te aten de pies y manos a la embarcación. Así podrás deleitarte escuchando a las sirenas, sin correr peligro.

Si se compara la vida con un viaje, las sirenas representan las emboscadas, nacidas de los deseos y de las pasiones. Es preciso aferrarse como Ulises, a la firme realidad del mástil, que es el eje vital del espíritu, para huir de las ilusiones de la pasión.
Los hechos demuestran que un hombre que se enfrenta con este aspecto del anima, puede sufrir un cambio de orientación en su vida y con ello, pérdidas significativas. No son pocos los casos en que, bajo la seducción peligrosa del anima encarnada en una mujer, el hombre pierde el sentido de responsabilidad y abandona mujer e hijos.

Es necesario aplicar la fuerza y el valor del arquetipo del héroe, potencialmente existente en la psique de todo hombre, con el fin de enfrentar este aspecto del anima sin quedar reducido a un montón de huesos...
El héroe vence esa resistencia para volver triunfante, a fundar su propio reino. La respuesta al reto de realizar hazañas de héroe, da al hombre la posibilidad de afirmar su masculinidad, de integrar su sombra y de prepararse para etapas posteriores de su desarrollo; y da a la mujer la posibilidad de equilibrar su personalidad.




martes, 4 de junio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 2


El proceso de individuación según Carl Jung o El cultivo de nuestra propia naturaleza.   

El proceso de individuación requiere el crecimiento del sujeto y el desarrollo de diferentes capacidades psíquicas. Mediante esta tarea,  uno pretende llegar  a ser una persona completa y única y así poder  vincularse y desvincularse del mundo a conveniencia, en forma puntual y fraterna.
Este proceso hace crisis generalmente en la adolescencia, cuando el individuo comienza a separarse de sus progenitores y consecuentemente a reconocerse como sujeto propio y único. Lo ideal sería que existiera un vínculo con el entorno familiar y cultural que favoreciera este tránsito.
Desafortunadamente, esto es algo raro que ocurra.

Los pasos son sencillos pero no fáciles. La  empresa ha de recorrerse en solitario y supone un gran esfuerzo de la voluntad. Además,  solo es  recomendable para quienes tienen  suficiente energía almacenada. Cada quien recorre su propio y singular camino, a su ritmo y en su tiempo.
Una vez que el sujeto se encuentra a sí mismo, se encuentra con otros a nivel del espíritu.

Hay varias interpretaciones en cuanto a las fases del proceso de individuación. Para  Carl Gustav Jung, el proceso consta de cuatro etapas, a través de las cuales, el sujeto va primero integrando sus aspectos conscientes e inconscientes y poco a poco irá integrando los aspectos culturales hasta lograr ser un individuo completo y maduro.
En una primera etapa, el individuo toma conciencia de su falta de satisfacción y su frustración existencial. Se da cuenta de que ha sido traicionado y de que tiene que volver a  constituirse. Su instinto de plenitud lo seduce a continuar. Ahora con más experiencia.

Al entrar a la segunda etapa, el Encuentro con la Sombra, nuestro concepto sobre el bien y el mal  será fuertemente cuestionado. Pues, así como una luz origina negrura en alguna parte, así es como producimos nuestra Sombra. Es la parte de  la personalidad que ha sido reprimida para dar  forma a nuestra imagen ideal. Imagen que se forma a partir de nuestros padres, la sociedad, las normas religiosas y demás elementos culturales.

En la sombra colocamos  todo lo que no quisiéramos  que existiera en nuestras vidas. Nuestros impulsos inaceptables, nuestras acciones y deseos vergonzosos, nuestras carencias. Es el lado más  sacrificado de nuestra personalidad y es doloroso y difícil de aceptar. Contradice el cómo queremos vernos ante los demás. Sentimos su cercanía como una amenaza.
La sombra puede estar suprimida para mantener una ilusoria perfección, pero ignorándola no la anulamos. Sigue trabajando detrás de escena, causando frecuentemente conductas  imprudentes y  desenfrenadas.

El reconocimiento de nuestro lado obscuro es un requisito no solo para el autoconocimiento, sino también para el conocimiento y aceptación de los demás. Asimismo, mientras menos tengamos conocimiento de nuestro lado obscuro, menos conoceremos la naturaleza humana. Por otro lado, mientras más tratemos de ocultar nuestros aspectos sombríos, éstos más se notarán.
Una vez que nos hemos percatado de la existencia de la Sombra, la clave está en no temerle. Hay que evaluarla  sin juzgar. Se trata de integrar los elementos negados como parte de nuestra naturaleza.
Para recuperar nuestra sombra tenemos que afrontarla e integrar sus contenidos en una imagen más  satisfactoria de nosotros mismos.

Jung acostumbraba decir: prefiero ser un hombre completo, antes de ser un hombre bueno. Confesar nuestras  barreras, incompetencias o equivocaciones no es como para presumir, ciertamente, pero es algo absolutamente humano. La crítica se recibe, no como una mordedura venenosa , sino como una oportunidad para aprender. 
La relación con la sombra y su integración en la consciencia permite a las personas aceptarse de una manera más completa, encauzar adecuadamente las emociones negativas y liberarse de la culpa y la vergüenza. Por ello, también se aumenta la capacidad de goce, de juego y de intimidad.

El individuo que se reconcilia con su sombra como con un hermano que ha estado alejado, está  contribuyendo a la evolución de nuestra especie.
Jung decía que la sombra solo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida atención. Descubrir la sombra nos permite ser congruentes para estar en el lugar adecuado del modo apropiado.

Este proceso, se encuentra simbolizado en la literatura de los alquimistas de la edad media y en infinidad de rituales religiosos.
En la alquimia medieval, el procedimiento para transformar el plomo en oro es un mapa que simboliza finamente el  Viaje del Alma.

La massa confusa, la materia prima, el plomo, es colocada en un recipiente hermético, que  viene representando a una prisión,  al cautiverio, o alguna otra forma de opresión. En seguida, se calienta el recipiente y se realizan una serie de operaciones sobre la substancia para terminar transformándola en oro.
Estas operaciones -la condensación, la destilación, la repetitio, la mortificatío y el matrimonio del rey y la reina- se refieren metafóricamente al proceso que tiende a revelarnos la verdadera naturaleza de la substancia original. La massa confusa, es entonces,  equivalente  al nacimiento del alma.

El convicto, para su cura, aprenderá el papel de víctima, es decir, sentir lo que siente ella, tomar conciencia de toda la circunstancia, y no limitarse únicamente a desempeñar el papel de delincuente. Esto puede curar su fragmentación. 
Carl Gustav creía que Dios, el Dios viviente, solo puede ser encontrado donde menos queremos mirar. Oculto en nuestra Sombra, entrelazado con nuestras patologías. Por otro lado, el Dios dogmático, ajeno a nuestras imperfecciones, solo nos impide conocernos íntimamente.

La alquimia nos permite extraer al Dios viviente de los aspectos más corruptos de la existencia. Sin embargo, este proceso no puede comenzar hasta que no reconozcamos nuestra corrupción.
Digamos que las distintas fases que debemos atravesar para llegar a madurar como humanos están ya especificadas. Sin embargo, la mayor parte de nosotros nos quedamos atascados en las primeras etapas porque no somos capaces de afrontar las sucesivas muertes y renacimientos que constituyen el proceso evolutivo.

El calor juega un papel fundamental en muchas operaciones alquímicas como, por ejemplo en la destilación o el calcinatio (secado).
Calentarse, por otro lado, también se refiere al estado apasionado y vehemente por el que tenemos que pasar si queremos conseguir algo. Una persona acalorada es impredecible, irracional y testaruda. Estar caliente es también una forma de decir que estamos excitados sexualmente, un estado que no cesará hasta no haber satisfecho nuestro deseo.

Si consideramos a nuestro planeta Tierra, como una prisión, es decir, como un vaso hermético, antes o después, necesitamos emprender la trascendente tarea. No nos apetece mucho enfrentarnos a nosotros mismos y tratamos de escapar de cualquier modo del proceso hermético. Pero si evitamos la cárcel, el proceso alquímico nunca surgirá.
La destilación suele referirse a descartar lo superfluo y quedarnos con lo esencial. La mayoría tendemos a acumular objetos, ideas y proyectos sin establecer las prioridades y actuar en consecuencia.
La Putrefacción, nos permite reconocer nuestros aspectos despreciables y descubrir que nuestra mierda también apesta. Es tomar conciencia de que nuestras acciones han dañado a los demás.
La Contención resulta igualmente importante, pues en el momento en que algo escapa del vaso hermético, el proceso se trunca y debe empezar nuevamente. En esta empresa debe haber integridad, comprometer el alma para lograr una transformación útil.

Para los alquimistas la sal era un elemento imprescindible. La sal está asociada con la memoria porque sirve para conservar . El proceso parece funcionar mejor cuando  reconstruimos nuestros pasos,  planes y la  decisión de transgredir la ley, es decir, cuando se les pide que echen sal en el vaso que constituye su psiquismo o su alma.

Debemos seguir con nuestras operaciones hasta encontrar un nuevo punto de vista que nos permita observar la totalidad. Y considerar a nuestra Sombra como una parte de nuestra propia historia, debemos abrirle nuestro corazón, a fin  de que nos despoje de todo aquello que no es imprescindible para vivir y nos  permita sentir la plenitud.