martes, 28 de mayo de 2019

El Cambio es Hacia Abajo. parte 1


  EL CAMBIO ES HACIA ABAJO

El ser humano se halla a medio camino entre los Dioses y las bestias 
Plotino 

 La siguiente etapa  evolutiva

Carl Sagan , nos comparte en el primer capítulo de su libro Los Dragones del Edén, una reflexión   interesante  referente a  El calendario Cósmico. Ahí, comprime los quince mil millones de años que se supone tiene el Universo -al menos a partir del Big Bang- al lapso de  un año. De tal forma que, cada mil millones de años correspondería a 24 días de este imaginario calendario. Y así, en base a esta escala temporal, tendremos que la historia de nuestra especie ocupa solo los últimos segundos del 31 de Diciembre. Esta visión, instintivamente ha de movernos a la humildad.

De esta forma, asombra que la aparición de la Tierra no surja sino hasta los primeros días de Septiembre; que los dinosaurios aparezcan en Nochebuena; que las flores no broten sino hasta el 28 de diciembre y que el ser humano no haga acto de presencia sino hasta las 22:30 de la víspera del Año Nuevo. La historia escrita ocupa solo los últimos diez segundos del 31 de diciembre. Y en este poco tiempo que tenemos bajo las estrellas, ya  estamos en jaque.

Nos hallamos como humanidad ante una disyuntiva. Sabemos que cualquier invitación al cambio se acoge con miedo, pero  llega un momento en que es conveniente que las sociedades evolucionen. Es indiscutible que lo que acontezca en este planeta a partir de ahora, tendrá responsabilidad en nosotros.
La resistencia al cambio, se debe en gran medida a grupos que tienen intereses creados . Las personas que tienen privilegios se niegan a ceder. Lo mismo que los niños consentidos se niegan a crecer.

Pero, por otro lado, necesitamos  reconocer que somos una especie apenas naciente y que nos falta mucho camino por  recorrer.  Y que el siguiente paso evolutivo para nuestra especie, debe de ser aprendido. Es decir, que tenemos que  trabajar para gobernar nuestro complejo cuerpo-mente.  Tenemos la responsabilidad de  autoeducarnos. Tomemos consciencia del compromiso que adquirimos al representar millones de años de paciente evolución.

Hoy en día, cada vez que abrimos un periódico o vemos la TV, tropezamos cara a cara con los aspectos más sombríos de la naturaleza humana. 
Nuestra época nos ha forzado a ser testigos de este dantesco espectáculo. No hay modo de eludir el espantoso y sombrío fantasma conjurado por la corrupción política, el desastre ecológico, los criminales de cuello blanco, la inseguridad, la contaminación, la tecnología, el narcotráfico y demás.
De este modo, mientras que muchos individuos y grupos viven los aspectos socialmente más favorables de la existencia, otros, en cambio, padecen sus matices más ariscos y terminan convirtiéndose en parte de la sombra colectiva. Nuestro anhelo profundo de plenitud nos demanda enfrentar este complicado escenario con lo que nos quede de nobleza y dignidad.

Y de pronto, solo se me ocurre una  verdadera hazaña  para escapar de esta maldad humana encubierta en la fuerza inconsciente de las masas: desarrollar nuestra  conciencia individual. Si  no reaccionamos ante lo que estamos viviendo, desperdiciamos la oportunidad para aprender y perderemos nuestra facultad de cambiarnos a nosotros mismos y, consecuentemente, de cambiar también al mundo.
En 1959 dijo Jung : Es inminente un gran cambio en nuestra actitud psicológica. El único peligro que existe reside en el mismo ser humano. Nosotros somos el único peligro pero lamentablemente estamos  inconscientes de ello.

El conflicto de identidad

Regularmente, uno no  reflexiona y se  pregunta: ¿Quién soy? Esto se da por descontado.  Casi todos llevamos en nuestras carteras documentos que nos sirven para identificarnos. En cierto sentido, sabemos quienes somos. Sin embargo, en  algún otro espacio dentro de nosotros, no estamos seguros de qué es lo que sucede.
En los límites de la conciencia nos inquietan las decisiones;  nos envuelve el sentimiento de frustración; nos atormenta la sensación de estar perdiéndonos sucesos de la vida.

Tarde o temprano ha de irrumpir la crisis. Cuando  la insatisfacción se convierta en desesperanza, y la inseguridad llegue al borde del pánico, quizás entonces nos preguntemos ¿Quién soy? Y esta sería la señal de que se está desmoronando la fachada con la cual buscábamos identidad.
En nuestra cultura casi todos tenemos conflictos con nuestra identidad. La gente se  ofusca terriblemente cuando la imagen que nos fabricamos cae liviana y sin sentido. Se ofenden si se les cuestiona el rol que tomaron en la vida. Tarde o temprano, la identidad basada en imágenes se desinfla y cae.

El problema mental típico en nuestros tiempo ya no es la Histeria, como en los tiempos de Freud, ahora el inconveniente es que las personas están aisladas, que no se relacionan, que carecen de afectos y disimulan sus problemas mediante intelectualizaciones y formulaciones técnicas.
Si  la mente  y el cuerpo no funcionan armónicamente, el individuo se desconecta de sus sentimientos, y por ende, también del mundo y de las personas.

Para saber quién soy, debo tener conciencia de lo que siento, de la expresión de mi rostro, de mi porte, de mi caminar. Sin  ese brío que nos recorre por dentro, quedará por un lado un espíritu abstracto, y por otro un cuerpo desencantado.
La alienación del individuo en los tiempos modernos ha sido descrita estupendamente  por Erich Fromm: el amor que siente el individuo alienado es romántico; su expresión sexual es compulsiva; su trabajo es mecánico, sus logros, egoístas.

Se dice del Hombre que es un animal que construye su propia historia, es decir, que es consciente de su pasado y le preocupa su futuro. Sabe que morirá, y también sabe  que es una consecuencia cultural de su pueblo.  Similarmente, está atado a su futuro, pues sabe que a través de él se trasladará su herencia a los que vengan detrás. Somos eslabones en la gran cadena de la vida. Cada miembro es un puente viviente que conecta el pasado con el futuro. Cuando esta conexión se pierde, se pierde la fe, fe en  uno mismo, en los demás, en la vida, en su destino..

En nuestra cultura actual se refleja algo similar. El pasado se encuentra relegado; ¿Y el futuro? Sobra  decir que vivimos en una sociedad sumamente variable. El porvenir es más inseguro que nunca. Y el problema fundamental actualmente es que estamos perdiendo la fe. Es a través de la fe, que el individuo queda conectado con la colectividad.

Pero, ¿Qué es la fe? Es meramente un asunto de creencia en Dios? ¿Se opone siempre a la Razón? Como todas las palabras, puede usarse con ligereza. Consultemos de nuevo a Erich Fromm: Para empezar a comprender el problema de la fe es necesario diferenciar la fe racional de la irracional.  Esta última se refiere a la creencia que se basa en una sumisión a una autoridad falaz. Es claramente una relación de  dependencia.
Por el contrario, la fe racional es una convicción arraigada en la propia experiencia mental y afectiva. No es una creencia en algo, es la cualidad de certeza y firmeza que poseen nuestras convicciones.

La fe irracional es el consentimiento de algo como indiscutible solo porque así lo dice la autoridad o la mayoría. Por el contrario, la fe racional está arraigada en una convicción independiente basada en la propia reflexión, a pesar de lo opinión de la mayoría.
Y más adelante: Un acto de amor es un acto de fe. En el acto de amor uno abre el corazón a otro y al mundo. Esta acción, que puede proporcionar una alegría inexplicable, lo expone a uno también  a un daño profundo. Por consiguiente solo puede hacerla quien tiene fe en la humanidad y en la naturaleza. La persona que no tiene fe, no puede amar.

El sentimiento de fe es el sentimiento de la vida fluyendo en el cuerpo de un extremo a otro, desde el centro a la periferia y vuelta de nuevo. El individuo se siente entonces como una unidad, como un continuo. Los diferentes aspectos  de su personalidad están integrados.

Para abandonarse hay que tener fe. Ante la ausencia de fe hay que controlar. Recordemos que todo adulto a pasado antes por una fase de desamparo en su niñez y primera infancia. Si no se hubiera abusado de ese desamparo y si su supervivencia no hubiera estado amenazada, no habrían tenido que montar esa especie de control de ego que impide a la persona sentir las profundidades de su ser.
Ahora bien, el vivir sólo en la superficie carece relativamente de significado, por lo cual todo el mundo quiere abrirse camino a través de la barrera. Si no encuentran otro camino, utilizarán el alcohol o las drogas para restablecer algún contacto, aunque sea momentáneo, con su ser interno.

 Alex Lowen opina: Estamos asistiendo a un aumento en la incidencia de la depresión. Esto se manifiesta en la búsqueda  compulsiva de la diversión y en la demanda incesante de   estimulantes. Vemos un deterioro constante de los valores morales, un debilitamiento progresivo de los lazos comunitarios, una disminución de la espiritualidad junto con un aumento del énfasis en el dinero y en el poder. ¿A dónde va este mundo? La opinión general diría que estamos viviendo tiempos depresivos, y realmente es así.
Son depresivos, no porque sean difíciles, sino porque nuestra fe se ha visto minada progresivamente. La gente ha vivido tiempos más difíciles sin deprimirse.
Cuando se pierde la fe, parece perderse también el deseo y el impulso de alcanzar cosas, de comunicarse y luchar. El individuo siente que no   hay nada que alcanzar y adopta una actitud última de ¿Para qué?
Seguir las reglas es un camino seguro; pero no es el camino del placer ni de la fe en la vida.

martes, 21 de mayo de 2019

¿Qué es la fe? parte 4


El sentimiento de fe
 

El sentimiento de fe es el sentimiento de la vida fluyendo en el cuerpo de un extremo a otro, desde el centro a la periferia y vuelta de nuevo. El individuo se siente como una unidad, como un continuo. Los diferentes aspectos  de su personalidad están integrados. No es una persona espiritual en tanto que opuesta a una persona sexual; no es sexual el sábado por la noche y espiritual el domingo en la mañana. No tiene dos caras. Su sexualidad es una expresión de su espiritualidad, porque es un acto de amor. Su espiritualidad tiene un sabor terrenal; es el espíritu de la vida, que respeta tal y como se manifiesta en todas las criaturas de la tierra. No es una persona cuya mente domine a su cuerpo, ni un cuerpo sin mente.

Pero igual de importante es su sentido de continuidad. La persona viene del pasado, existe en el presente, pero pertenece al futuro. La vida es un proceso continuo, un constante desvelar posibilidades y potencialidades que están ocultas en el presente. Si no se tuviera alguna esperanza y compromiso hacia el futuro, la propia vida se paralizaría, que es lo que les ocurre a los deprimidos.

El sentido de continuidad también es horizontal. Estamos metabólicamente conectados con todos los seres vivientes de la tierra, desde los gusanos que orean el suelo hasta los animales que nos proporcionan nuestra diaria alimentación. Sentir esta sensación de estar conectado y actuar de acuerdo con ésta, es la característica del hombre de fe, de un hombre que tiene fe en la vida. La propia fe es tan fuerte como la propia vida, porque es una expresión de la fuerza vital dentro de cada persona.

La gente que tiene verdadera fe se distingue por una cualidad que cualquiera reconoce: la gracia. Una persona con fe está llena de gracia en sus movimientos, porque su fuerza vital fluye fácil y libremente a través de su cuerpo, con la vida y con el universo. Su espíritu está encendido y la llama de la vida brilla dentro de ella. Tiene un lugar en su corazón para cada niño, porque cada niño es su futuro, y tiene respeto por los mayores porque ellos son la fuente de su ser y el fundamento de su sabiduría.

La erosión de nuestras raíces

Las condiciones que predisponen a un individuo a la depresión no son privativas de nuestra época. Los niños de antes también sufrían la pérdida del amor de la madre, aunque era menos corriente que ahora. Por otro lado, existía un mayor contacto corporal entre la madre y el niño.
Dice Montagu: “Las prácticas impersonales de crianza que han estado de moda durante mucho tiempo en los Estados Unidos, junto a la ruptura temprana de la unión madre-hijo y a la separación entre madres e hijos por la interposición de biberones, mantas, ropas, cochecitos, cunas y otros objetos físicos, crean individuos que son capaces de vivir solos, aislados, en medio de un mundo superpoblado, materialista y apegado a las cosas”.

Otro aspecto importante es la disminución en frecuencia y duración, del amamantamiento del niño. Reduce la regularidad del contacto corporal entre madre e hijo, que cumple la importante función de estimular el sistema de energía en el niño. El criar al pecho profundiza la respiración del niño y aumenta su metabolismo; además llena las necesidades eróticas orales del niño, proveyéndole de una profunda sensación de placer que se extiende desde los labios y la boca por todo el cuerpo. Con este solo acto, la madre afirma la incipiente fe del niño en el mundo (que a esa edad es la madre) y la suya propia en sus funciones naturales. Erikson  considera que: Si gastáramos una fracción de nuestra energía curativa en acción preventiva -es decir, promoviendo la alimentación al pecho- podríamos evitar muchas de las desgracias y muchos de los problemas que vienen de trastornos emocionales.  

Lo fundamental en la relación madre-hijo no es tanto el amamantar, sino la fe y la confianza. A través de esta relación el niño adquiere, o un sentimiento básico de confianza en el mundo, o la necesidad de luchar contra dudas, ansiedades y culpabilidades sobre su derecho a obtener lo que quiere o lo que necesita. Quien no está seguro de tener ese derecho, dudará también de poder llegar al mundo, y lo hará con precaución y sin una entrega total. La ambivalencia preside sus actuaciones; alcanza algo y se retrae al mismo tiempo. Desgraciadamente, el individuo no es consciente ni de su ambivalencia ni de su desconfianza. Su retraimiento se ha estructurado en tensiones musculares crónicas, que durante mucho tiempo han sido el modelo de sus movimientos.

Cuando un niño pierde la fe en su madre, empieza a perder la fe en sí mismo y a desconfiar de sus sentimientos, de sus impulsos y de su cuerpo. Siente que algo va mal y que no puede confiar en que sus funciones naturales le proporcionen la relación y armonía con el mundo.
Parece que eso es lo que pretende imponer  nuestra civilización occidental con una regulación artificial excesivamente rigurosa de las funciones corporales de los niños pequeños. Implantan el pertinaz metrónomo de la rutina dentro del bebe o del niño pequeño para regular las primeras experiencias con su cuerpo y con su entorno físico inmediato. Después de esta socialización tan mecánica, se le anima a que se desarrolle dentro de un burdo individualismo. Persigue ambiciones, anhelos, pero permanece compulsivamente en carreras estandarizadas. Esto a conducido al dominio de la máquina, pero también a una corriente subterránea de eterno descontento y desorientación individual.

La actitud occidental hacia las funciones corporales cabe describirla como de dominio y control, en oposición a una actitud de reverencia y respeto que es propia de los pueblos primitivos.
El poder no nos ha dejado ver la realidad de nuestra existencia, olvidando que dependemos de esta tierra para nuestro bienestar y para nuestra existencia, y hemos adoptado la misma actitud respecto a nuestros cuerpos. Olvidamos la realidad de que nuestra voluntad y nuestra mente dependen absolutamente del funcionamiento sano y natural del cuerpo.

Trastornos en la relación madre-hijo

Nadie puede comprender a un niño tan bien como su madre. Antes de su nacimiento formó parte  de su cuerpo, fue alimentado por su sangre y estuvo sujeto a las corrientes y a la carga que fluyen por el cuerpo de la madre. Puede comprender al niño tan bien como comprende a su propio cuerpo. El auténtico problema aparece, sin embargo, cuando una madre no esta en contacto con su propio cuerpo y con sus sentimientos. Si una madre no tiene fe en sus propios sentimientos, no tendrá fe en las respuestas de su hijo, o no teniendo fe en ella misma, no la tendrá para transmitírsela a su hijo.

¿En que momento se rompió esa transmisión de la fe? Antes, la unión entre madre e hijo era inmediata, cuerpo con cuerpo. Dar a luz y alimentar eran actividades sagradas. Su amor por el niño se vertía en la leche con que le amamantaba. De acuerdo con el Dr. Newton, una relación madre-hijo sin una lactancia agradable es una posición psicofisiológica similar a un matrimonio sin un coito agradable.

Los peores efectos de la tecnología, el poder , el egoísmo y la objetividad han sido los relativos a los trastornos en la relación normal madre-hijo. A medida que estas fuerzas avanzan, las mujeres se sienten tentadas a abandonar la crianza de los niños.
La mujer que no amamanta debe confiar en los conocimientos de su pediatra para encontrar la receta apropiada. Con este acto ha renunciado a la fe en sí misma. Al transferir su responsabilidad al médico, tendrá que depender de los conocimientos de éste, y no de su innata intuición, para criar al niño, lo cual, coloca una barrera entre madre e hijo al inhibir su reacción espontánea y al forzarla considerar si sus acciones son o no apropiadas. Seguir el consejo del médico le dará la ilusión de que sabe lo que hace, pero no sustituirá a la respuesta amorosa, que es una expresión de fe y de compresión.

Nadie conoce cabalmente a un niño ni sabe como criarlo. Lo que sí puede en comprenderle, comprender su deseo de ser aceptado tal como es, amado por el sólo hecho de ser, y respetado como individuo. Podemos comprenderlo porque todos tenemos los mismos deseos. Podemos entender su deseo de ser libre; todos queremos ser libres. Podemos entender su insistencia en autorregularse; a todos nos molesta que nos digan qué tenemos que hacer, que comer, cuando ir al baño, que vestir, y cosas por el estilo. Podemos comprender a un niño cuando comprendemos que nosotros también somos como niños.
El placer que un padre tiene con su hijo comunica al niño el sentimiento de que su existencia es importante para los que le rodean. Y la satisfacción que un hijo tiene con su padre surte el mismo efecto en este último.

A los niños se les debe enseñar los dominio de una cultura si se quiere que se adapten a ella. Pero -y Erikson opina lo mismo- no se puede hacer a expensas de la viveza y sensibilidad del cuerpo.

Las relaciones antitéticas no tienen porque producir conflicto; el conocer no supone automáticamente falta de comprensión; no tiene por qué ser verdad que el poder destruya el placer o que el ego deba negar al cuerpo del papel que le es propio, y no todas las civilizaciones han sido tan nefastas para la naturaleza como la nuestra. Cuando estas fuerzas opuestas se equilibran armoniosamente, más que un antagonismo lo que crean es una polaridad. En una relación polarizada, cada oponente soporta y potencia al contrario. Un ego enraizado en el cuerpo recibe fuerza de éste y a su vez sostiene y aumenta los intereses del cuerpo. La polaridad más evidente en nuestras vidas es consciencia e inconsciencia o vigilia y sueño. Todos sabemos que un buen sueño nocturno permite funcionar bien durante el día, y que un trabajo satisfactorio durante el día facilita el sueño y el placer de dormir.

El precio que pagamos por una civilización altamente tecnificada es la erosión de nuestros recursos naturales y la destrucción de nuestro entorno natural. Análogamente, un exceso de poder disminuye nuestra capacidad de disfrute. Cuando nos convertimos en perseguidores del poder, perdemos de vista el sencillo disfrute de utilizar nuestros cuerpos. El conceder una importancia  excesiva a nuestro ego acaba siempre en una negación del cuerpo y sus valores.

 . 

martes, 14 de mayo de 2019

¿Qué es la fe? parte 3


El crecimiento de la fe

La fe surge y crece de las experiencias positivas de la persona. Cada vez que se es amado, aumenta la fe, siempre y cuando uno responda a ese amor. Una creencia basada en el sentimiento tiene la cualidad de la verdadera fe.
Anteriormente describí la fe como un puente que conecta el pasado con el futuro. Para cada individuo el pasado representa a sus antepasados y el futuro a sus hijos. Es el puente a través del cual fluye la vida desde los ancestros hasta los descendientes de una forma ordenada. Esta analogía me recuerda a los estolones en las matas de fresas. Cuando una mata de fresas está madura, emite estolones que en ciertos puntos echan raíces en la tierra y dan origen a nuevas plantas, incluso antes de que las raíces estén completamente aseguradas. La planta hija se nutre de la planta madre a través del estolón hasta que está sólidamente establecida; una vez que lo está, los estolones se secan igual que el cordón umbilical cuando el niño empieza a respirar por sí mismo.

 Metafóricamente podríamos  decir, que la llama de la vida pasa de una generación a otra, con la esperanza de que será eterna y de que se hará más brillante en cada paso evolutivo.
Cuando la llama arde con brillo en un organismo, éste irradia el sentimiento de alegría. La fe es el aspecto de esa llama vital que mantiene el espíritu del hombre caliente y vivo contra los fríos vientos de la adversidad. El amor es otro aspecto de esa misma llama. Su calor nos acerca a la gente, mientras que la persona fría es un misántropo.

Biológicamente, la fe en el niño se aviva y se alimenta por el amor y el cariño de sus padres. Este cariño amoroso confirma al niño en el sentimiento de que el mundo es un lugar donde se puede vivir con alegría y satisfacciones. A medida que se expande la conciencia del niño, éste devuelve la fe de sus padres con su propia devoción a las formas de vida y los valores que éstos representan.
El interés de la comunidad en el bienestar de los jóvenes halla su  contrapartida en el hecho de que los jóvenes respeten a sus mayores.
En las comunidades tribales, el papel de los sabios ancianos es el de actuar de guías. No se les abandona y son reverenciados.

En la actualidad, los padres no han logrado transmitir una fe sustentadora a sus hijos. Muchos padres se preocupan más por su nivel de vida que de sus hijos. Pero la razón básica de este fracaso es que a los propios padres les ha faltado fe. Sin fe, su amor era una imagen, no una realidad; una exposición de palabras, no una expresión de sentimientos.

La fe es una cualidad del ser: de estar en contacto con uno mismo, con la vida y con el universo. Por encima de todo, es el sentimiento de sentirse enraizado en el propio cuerpo, en la propia humanidad y de la propia naturaleza animal. Es una manifestación de vida, una expresión de la fuerza vital que une a todos los seres. Es un fenómeno biológico y no una creación de la mente. La piedra de toque de la fe, es el tacto mismo.

  La cuestión principal es entonces cómo restablecer la fe perdida en un individuo o en un pueblo. La cosa no es fácil. La fe no se puede predicar; es como predicar amor, que aunque suena a importante, es un susurro en el viento. Uno no puede dar fe a otra persona; puede compartir su fe con otra, con la esperanza de que una chispa encienda el rescoldo en el alma del otro, y se puede ayudar a otra persona a reencontrar su fe, descubriendo como la perdió. Esto es, por supuesto, lo que he hecho con mis pacientes depresivos. Al compartir mis experiencias contigo, espero compartir también contigo mi fe en la vida.

El animismo

Animismo, tal como lo define el diccionario, es la creencia en que todos los objetos poseen una vida o vitalidad natural o están dotados de almas que moran en ellos. El término se usa para designar la forma más primitiva de religión, la del hombre de la Edad de Piedra. Prefiero usar el término espíritu antes que el de alma, porque los pueblos primitivos hablaban de espíritus. Este espíritu o fuerza se creía que moraba en ambas naturalezas, la animada y la inanimada, tanto en los seres vivientes como en las rocas, herramientas, ríos, montañas y lugares. En esta visión, se reservaba un lugar especial para el espíritu de los muertos, que formaban parte de la comunidad viviente.

La importancia del animismo para lo que aquí nos ocupa es que representaba una forma de vida basada en la fe y en el respeto a la naturaleza. El hombre primitivo sentía que formaba parte de las fuerzas naturales igual que ellas formaban parte de su propio ser. Por lo tanto, no podía actuar destructivamente contra la naturaleza sin ser al mismo tiempo autodestructivo. Por ejemplo, no podía talar un árbol sin hacer un gesto para apaciguar el espíritu del árbol.
Laurens Van Der Post, hizo una visita a los bosquimanos de África, un pueblo que vive prácticamente en la Edad de Piedra. A pesar de sus precarias condiciones, encontró en ellos alegría y encanto, sensibilidad, imaginación y sabiduría. Escribe: Se regían por un sentido natural de la disciplina y de la proporción, curiosamente adaptado a la dura realidad del desierto.

El hombre de la edad de piedra era en cierto modo como un niño. Vivía en términos de su cuerpo, estaba profundamente inmerso en el presente y era muy sensible a todos los matices del sentimiento. Su ego estaba aún identificado con su cuerpo y sus sentimientos.   
¿Somos nosotros más realistas que el hombre de la Edad de Piedra? La realidad estaba limitada a los hombres de la edad de piedra porque no conocía las leyes de causa-efecto que gobiernan la interacción de los objetos materiales. De la misma forma, está limitada para nosotros cuando ignoramos la acción de fuerzas que no obedecen a estas leyes. Las emociones, por ejemplo, son una de esas fuerzas. Todo el mundo sabe que las emociones y los estados de ánimo son contagiosos. Una persona deprimida, deprime a las demás sin haber hecho nada para producir ese efecto. En presencia de una persona feliz, nos sentimos alegres.

Mucha gente comparte la creencia de que el elevar el nivel de vida es la solución a esa infelicidad personal que es tan común. Para una mentalidad primitiva, la importancia que concedemos a los bienes materiales y riquezas sería considerado como poco realista.
Las culturas de la Edad de Piedra fueron paulatinamente reemplazadas. El hombre logró incrementar gradualmente su poder sobre la naturaleza y sobre sus congéneres. El aspecto más significativo de este cambio fue el gradual desplazamiento desde el pensamiento subjetivo al objetivo. 

Cuanto más se separaba el hombre de la naturaleza y se convertía en la especie dominante de la tierra, más centraba todo sentimiento espiritual en sí mismo. No negaba su propia espiritualidad, pero negaba cualquier espiritualidad a otros aspectos de la naturaleza.
Las grandes religiones occidentales que surgieron de este desarrollo representan a un Dios cuyo principal interés son los asuntos humanos. Sólo reconocen al hombre como poseedor de alma, lo cual equivale a asignarlo una posición única en el mundo.
El doble orden que surge de esta visión es la contraposición de lo espiritual contra lo material. Todo aquello a lo que se niega la espiritualidad se convierte en un orden inferior de cosas.

A pesar de todo, la persona religiosa no se ha olvidado de su relación con el mundo. El animismo no está del todo muerto, se ha transformado en la devoción al gran espíritu que impregna todas las cosas. La persona religiosa cree que el espíritu que le mueve es el que mueve al mundo.
Puesto que Dios es la providencia, la persona religiosa tiene fe, pero en este esquema hay también lugar para la voluntad del hombre. Esto crea un dilema: ¿Qué hacer cuando la voluntad personal entra en conflicto con la voluntad de Dios? Este problema nunca se le presentó al hombre de la Edad de Piedra. Para el hombre religioso se convirtió en una prueba de su espiritualidad.

El poder y el conocimiento del hombre se han incrementado enormemente. Pero en esa misma medida ha ido distanciándose cada vez más del orden natural. Escudriñó los cielos descubriendo que Dios no estaba allí. Estudió su mente a través del psicoanálisis y no encontró huella de su supuesta espiritualidad. Nunca se le ocurrió mirar a su cuerpo en busca de ella, porque éste había sido reducido a un objeto material junto con el resto del orden natural. ¿A que conclusión podía llegar el hombre actual sino a la de que Dios había muerto? Fue una conclusión de la que se alegró, porque le liberaba del conflicto de voluntades y ahora la suya sería la suprema.

Desgraciadamente, el poder no distingue entre el bien y el mal y la voluntad sólo ve para sí mismo. Si el criterio de bien y mal reside en el hombre, entonces, para todos los fines prácticos, estamos sujetos al juicio de los hombres que ostentan el poder, ya que el suyo es el único criterio que cuenta.
Al depositar nuestra confianza en el conocimiento y en el poder, hemos traicionado nuestra fe. No tenemos fe en que apoyarnos. Podemos hablar de amor, pero el amor es un sentimiento que pertenece a la esfera del cuerpo, y en nuestra carrera por conseguir el poder y el control hemos perdido el contacto con nuestros cuerpos.

martes, 7 de mayo de 2019

¿Qué es la fe? parte 2


La psicología de la fe.

Al hombre se le ha definido como un animal que construye historia. Esto significa que es consciente de su pasado y le preocupa su futuro. Sabe que es mortal (ningún otro animal tiene esta carga), y también sabe que sus raíces personales vienen de lo profundo de la herencia de su pueblo. Asimismo, está atado al futuro, que es su inmortalidad, sabiendo que a través de él se transferirá esa herencia a los que vengan detrás. Nadie puede vivir por y para sí mismo; tiene que sentir que haga lo que haga, por pequeño que sea, contribuye de alguna manera al futuro de su pueblo. Somos eslabones de la gran cadena de la vida tribal. Cada miembro es un puente viviente que conecta el pasado con el futuro.
Cuando la conexión vital de un pueblo con el pasado y el futuro se desvanece, pierden la fe, fe en ellos mismos y en su destino. Hemos visto que los pueblos primitivos se deprimen cuando se destruye su cultura. Éstos hombres, como cualquier persona deprimida, se dan a la bebida o pierden todo interés o deseo de seguir adelante.

Muchos aspectos de nuestra cultura actual sugieren un fenómeno paralelo. El pasado parece irrelevante. Nadie puede vivir hoy como vivían nuestros abuelos; los coches y los aviones lo hacen físicamente imposible. Pero el cambio ha afectado también a las relaciones humanas. Ha habido un relajamiento de los vínculos familiares y existe una moral sexual radicalmente nueva. Incluso, son distintas las maneras de ganarse la vida. Así, los problemas que surgen en las nuevas generaciones son diferentes de los de las anteriores.
¿Y el futuro? Huelga decir que estamos en un mundo donde los cambios están a la orden del día; el futuro es más incierto que nunca. El peligro de la situación actual es que estamos perdiendo la fe.

Hasta el siglo XX el hombre se había sentido siempre sometido a un poder superior. Hoy en día, ya no es así para mucha gente. El que Dios esté muerto o no, poco importa; está muerto en el pensamiento moderno. El hombre moderno no reconoce ya una autoridad suprema.
Mucha gente cree realmente en la ciencia y en sus posibilidades. Pero creer no es tener fe. Una creencia es un producto de la mente consciente, la auténtica fe es un asunto del corazón. 
A medida que el hombre se ha hecho más consciente de sí mismo como ser único, ha ido cortando los lazos que lo unían a la comunidad. No se siente ya parte de un orden superior del que depende su supervivencia. Sabe que la comunidad está ahí, pero la ve sólo como medio para sus fines. Es una sociedad que cultiva la filosofía de cada cual para sí mismo, el sentido de comunidad no existe como fuerza poderosa.

Si cada hombre es un mundo en sí mismo, entonces tiene razón al creer que en su mundo personal él es dios. Nadie puede decirle qué pensar o qué creer. Como los pollos de una incubadora, cada persona vive dentro de su propia cáscara. La gente en una sociedad masificada son como alubias en un saco; sólo cuentan como cantidad. Y aunque en una sociedad masificada cada persona es diferente de cualquier otra, no es un verdadero individuo, ya que no tiene voz en su futuro y no puede responsabilizarse de su destino.

La verdadera individualidad sólo puede existir en una comunidad donde cada miembro es responsable del bienestar del grupo y donde el grupo responde a las necesidades de cada miembro.
En una sociedad masificada sólo importa el sistema, puesto que cualquier persona se puede reemplazar por otra. El individuo masificado, esté arriba o abajo del montón, sólo es importante él mismo. Este sistema obliga a la gente a volverse egoísta y a dedicar sus mayores esfuerzos a ganar reconocimiento.

He dicho que la fe conecta el pasado con el futuro. A través de la fe el individuo queda conectado con la comunidad. Las comunidades se formaron con individuos que tenían una fe común, y cuando esa fe se perdió, aquéllas se desintegraron.
Una persona religiosa se siente parte de una comunidad humana, pertenece a la comunidad de la naturaleza y participa de la comunidad con Dios o con el Universo. Toda persona que siente de esta manera es religiosa, sea o no sea miembro de una iglesia. Puede decirse que todo individuo que tiene sentido de su respuesta y responsabilidad es religioso.

Las instituciones religiosas pierden su efectividad cuando dejan de satisfacer la necesidad del hombre de pertenecer a algo y de expresarse. En esta situación surgirán nuevos sistemas de pensamiento que satisfagan esas necesidades. Puede que no se llamen religiones, pero tendrán un componente religioso si se encuentra en ellos un sentimiento de comunidad y de responsabilidad. Para mucha gente la experiencia grupal de la terapia, especialmente el análisis bioenergético, que promueve los valores espirituales del cuerpo, satisface esas necesidades. Alguien cree que la terapia es la religión del futuro. Proporcionan a la persona un sentimiento de pertenencia, identidad, capacidad de autoexpresión y fe en la vida.

Egoísmo y fe son diametralmente opuestos. A un hombre egoísta sólo le importa su imagen; a un hombre con fe le importa la vida. Un egoísta se orienta hacia la consecución del poder. Un hombre con fe se orienta hacia el disfrute de la vida, y el placer que le da el vivir lo comparte con los que tiene alrededor. Para un egoísta, la imagen lo es todo, su única realidad. La verdadera fe es una entrega a la vida del espíritu -el espíritu que vive en el cuerpo de la persona- que se manifiesta a través del sentimiento y que se expresa en los movimientos del cuerpo.

Nuestra cultura, nuestra educación y nuestras instituciones sociales favorecen la posición del ego. Lo que se esconde detrás de la mayor parte de la publicidad es una llamada al ego. La educación promueve la postura del ego por su gran y (yo creo) exagerado énfasis en el pensamiento abstracto.
Los peligros que corremos con esta engañosa reducción de nuestra fe son dobles: al individuo le impone la amenaza de la depresión; dentro de la sociedad provoca la desintegración de aquellas fuerzas espirituales  y comunitarias que dan sentido y realzan la vida humana. Y lo probable es que la situación empeore.

La fe no se puede legislar, ni fabricar ni ensañar. Se puede forzar la sumisión a dogmas, pero cada acto de sumisión alimenta la llama interna de la rebelión, que inevitablemente acabará en cataclismo.
La afirmación de que no puede ensañarse quizás resulta chocante, porque realmente creemos en el poder de la educación. Pero la educación no intenta alcanzar el corazón de las personas; su finalidad es formar la mente, de modo que puede alterar las creencias sin afectar para nada la fe.

Aunque las creencias son un producto del pensamiento y la fe es un sentimiento del mismo genero que el amor, cabeza y corazón no tienen porque estar desconectados y lo que uno piensa puede reflejarse inmediatamente en lo que uno siente. Otras veces no es así.
Un hombre que proclama su creencia en Dios puede tener poca fe, como atestiguaría, por ejemplo, el hecho de que se deprime. Por otro lado, un ateo puede ser un hombre con una gran fe. Puede que no crea en un Dios sobrehumano que rige los destinos, pero su fe podrá estar relacionada con su identidad, con el amor a sus compañeros y con el amor por la vida.

Cuando las creencias surgen de una experiencia personal, sin estar influidas por ningún dogma, entonces tienen un impacto en la propia fe. El efecto de la experiencia sobre la fe puede ser positivo o negativo. Será positivo si abre el corazón y negativo si lo cierra.