martes, 30 de abril de 2019

¿Qué es la fe?


¿Qué es la fe?

Si los padres confían en su forma de vida, y esa forma de vida está basada en la fe, sus reglas y límites reflejarán esa confianza. Esto no lleva a preguntarnos ¿Qué es la fe?
Todo acto basado en la fe es una manifestación de amor. Una madre o un padre amoroso no es ni permisivo ni disciplinario; el calificativo que mas le cuadra es el de comprensivo. Comprende la necesidad que tienen el niño de un amor y una aceptación incondicional. Comprende también que no es una cuestión de palabras sino de sentimientos expresados en acciones.
Una madre amorosa es quién se da, quién da su tiempo, su atención, su interés. Para saber cuánto quiere una madre a su hijo, sólo es necesario saber el tiempo que le dedica y cuanto placer le da a su hijo. El placer que siente una madre con su hijo es exactamente igual al que siente el hijo por su madre. El amor está basado en un placer compartido. El placer de una persona aumenta el placer de la otra, hasta que el sentimiento entre ambos es de alegría.

Los padres amorosos quieren ver a su hijo feliz. Quieren que disfrute de la vida. Esta actitud y los sentimientos que la acompañan, dan al niño fe en la vida: primero fe en sus padres, después fe en él mismo y por último, fe en el mundo. Los padres pueden hacer esto por un hijo si ellos mismos tienen fe. Pero poca gente la tiene, nuestra civilización la margina. Hablamos del amor pero veneramosancia el poder.

La importancia de la fe

 ¿Qué importancia tiene la fe? ¿Puede el hombre vivir sin ella? Esta cuestión merece una atención seria, ya que la supervivencia del hombre no está garantizada y su vida no está libre de la desesperación. ¿Qué es la fe? Como todas las palabras, puede usarse con ligereza. Es muy fácil decir: Debes tener fe, como se podría decir tienes que amar. Pero un momento de reflexión basta para darse cuenta de que ni las palabras ni las afirmaciones pueden añadir estas cualidades esenciales a la vida de una persona.

El sentimiento de fe es el sentimiento de la vida fluyendo en el cuerpo de un extremo a otro, desde el centro a la periferia y vuelta de nuevo. El individuo se siente como una unidad, como un continuo. Los diferentes aspectos  de su personalidad están integrados.

Existe una conexión íntima entre la enfermedad y la pérdida de fe. Estamos asistiendo a un aumento en la incidencia de la depresión por un lado y la correspondiente desilusión y pérdida de fe por el otro. La persecución frenética de la diversión y la demanda continua de estimulantes apoyan esta observación.
Vemos un deterioro constante de los valores morales, un debilitamiento progresivo de los lazos religiosos y comunitarios que ligan el bienestar de un hombre con el del otro, una disminución de la espiritualidad junto con un aumento del énfasis en el dinero y en el poder. ¿A dónde va este mundo?. La opinión general diría que estamos viviendo tiempos depresivos, y realmente es así.

Son depresivos, no porque sean difíciles, sino porque nuestra fe se ha visto minada progresivamente. La gente ha vivido tiempos más difíciles sin deprimirse.
Cuando se pierde la fe, parece perderse también el deseo y el impulso de alcanzar cosas, de comunicarse y luchar. El individuo siente que no hay nada que alcanzar y adopta una actitud última de ¿Para qué?
Seguir las reglas es un camino seguro; pero no es el camino del placer ni de la fe en la vida.

 Al tratar de comprender la relación del hombre consigo mismo y con su mundo no podemos olvidar el concepto de fe.
La fe pertenece a un orden de experiencia diferente de del conocimiento. Es más profunda que éste, puesto que ha menudo le precede cómo base de acción y continúa afectando el comportamiento incluso cuando su contenido es negado por el conocimiento objetivo. Rezar es un buen ejemplo. Muchos de los que rezan saben que su oración no es capaz de modificar el curso de las cosas; pero el saberlo no los detiene, porque para ellos rezar es una expresión de fe. Sienten que esa expresión tiene un efecto positivo y que gracias a ello son capaces de soportar la carga. Para rezar no es necesario creer en una deidad omnipotente. El poder de la oración se basa en la fe que la persona manifiesta. Se dice que la fe obra milagros, y veremos que existen buenas razones para creerlo.

Un acto de amor también es una expresión de fe. En el acto de amor uno abre el corazón a otro y al mundo. Esta acción, que llena al mundo de una alegría inexplicable, le expone también a un daño profundo. Por consiguiente sólo puede hacerla quien tiene fe en la humanidad del hombre y en toda la naturaleza. La persona que no tiene fe no puede amar.

Si no tuviéramos fe en que nuestro esfuerzo va a ser recompensado, faltaría la motivación para esforzarse. La necesidad no es un incentivo suficiente. Los pacientes depresivos tienen la misma necesidad de funcionar que todo el mundo, pero eso no les mueve. Se han rendido; han perdido la fe y se han resignado a morir.

La íntima conexión entre pérdida de fe y muerte aparece clara en situaciones de crisis. En asuntos de vida o muerte la fuerza de la fe puede ser el factor decisivo que empuje a un hombre a sobrevivir allí donde otros mueren.
Una prueba de fe realmente extraordinaria fueron los campos de concentración en la Alemania nazi. Para los que parecía un milagro sobrevivir a aquel horror. Pero el caso es que muchos sobrevivieron, entre ellos Victor Frankl, un psiquiatra austriaco. La observación de sus compañeros le condujo a la conclusión de que los únicos que sobrevivían eran las personas para las que la vida tenía algún significado. Aquellos a los que les faltaba esa convicción se abandonaban y morían. Les faltaba la voluntad de seguir luchando ante la tortura, la crueldad, traiciones, privaciones y degradaciones.

La fe de una persona es la expresión de su vitalidad interior como ser viviente, igual que su vitalidad es una medida de su fe en la vida; ambas incumben a procesos biológicos dentro del organismo.
La fe es la fuerza que sostiene la vida, tanto en el individuo como en la sociedad, y la que la mantiene en movimiento. Es, por tanto, la fuerza que une al hombre con su futuro. Cuando se tiene fe, se puede albergar confianza en el futuro, aún en periodos en los que los sueños o esperanzas no parece que vayan a cumplirse. Y sin embargo, no es el vínculo a un futuro personal lo que es esencial en la fe. Muchas personas han sacrificado su futuro individual en aras de su fe, que han preferido morir antes que renunciar a ella. Lo cual sólo puede indicar que para ellos la supervivencia sin fe no valía la pena.

El poder frente a la fe

¿Cómo puede ser que la fe tenga un valor mayor que la vida? Esta aparente contradicción sólo puede resolverse si aceptamos la idea de que lo que está en juego no es la vida individual. Una persona puede decidirse a sacrificar su vida en aras de otras vidas o de la humanidad. Si tenemos fe, es la vida en general la que nos parece valiosa. Si perdemos el sentido de que cualquier vida es valiosa, renegamos de nuestra humanidad, con el inevitable resultado de que nuestra propia vida se vuelva vacía y falta de sentido.

Ahora bien, en nombre de la fe (religiosa, nacional o política) los hombres han hecho la guerra, han destruido vidas y violado la naturaleza. Este extraño comportamiento requiere una explicación, que debemos buscar en la propia naturaleza de la fe. El hecho es que la fe tiene un aspecto dual, uno consciente y otro inconsciente. El aspecto consciente está conceptualizado en una serie de creencias o dogmas. El inconsciente es un sentimiento de confianza o fe en la vida, que subyace al dogma y que infunde vitalidad y sentido a la imagen. Ajena a esta relación, la gente ve al dogma como la fuente de su fe y se sienten impulsados a apoyarlo contra todo aquello que cuestione su validez. A los que defienden otra creencia se les considera como infieles y menos humanos. Tal actitud parece que para algunos es motivo suficiente para destruir a otros.

Pero aunque las diferencias de fe se pueden utilizar como justificación y racionalización para guerras y conquistas, la motivación real hay que buscarla en la lucha por el poder.
El hombre necesita seguridad, y cree encontrarla en el poder; a mayor poder, mayor sensación de seguridad.
La gente que pone su confianza en el poder nunca parece tener el suficiente para estar absolutamente seguro. El motivo es que la seguridad tal no existe, y nuestro poder sobre la naturaleza y sobre nuestros propios cuerpos está estrictamente limitado. La confianza en que el poder garantiza la seguridad es una ilusión que mina la verdadera fe en la vida y conduce inevitablemente a la destrucción.

Además de que nunca es suficiente el poder que se puede conseguir, existe también la posibilidad de perderlo. A diferencia de la fe, el poder es una fuerza impersonal y no una parte del ser de la persona, por lo cual es susceptible de que se lo apropie otra persona u otra nación. Como la gente codicia el poder, el hombre que lo posee es envidiado y por tanto no puede descansar seguro, ya que sabe que los demás están intentando o intrigando como arrebatárselo. El poder crea así una extraña contradicción: mientras por un lado parece proveer un grado de seguridad externa, por otro crea un estado de inseguridad tanto a nivel individual como en su relación con los demás.

Las ciudades-estado de los antiguos griegos surgieron de la fe que tenían los griegos en sí mismos y en su destino y que se refleja claramente en su mitología y en las leyendas de Homero. A medida que crecieron, aumento su poder, lo cual les permitió crecer aún más. Pero allí donde la fe une, el poder divide. La lucha de poder entre las grandes ciudades dio como resultado la guerra, destruyendo una fe que anteriormente había unido. Su destino fue ser destruida por un pueblo joven, poseedor de una fe no contaminada por el largo ejercicio del poder.

Un ego inflado, sea personal o nacional, precede y puede ser responsable de la ruptura de la estructura social o de la personalidad individual.
El anhelo de poder limita la experiencia del placer, que proporciona la energía y motivación necesaria para el proceso creativo.
En individuos débiles, las sensación de poder es fácil que infle artificialmente el ego, produciendo una disociación entre el ego y los valores espirituales inherentes al cuerpo; entre éstos están los sentimientos de unidad con el prójimo y con la naturaleza, el placer de la capacidad de respuesta espontánea, que es la base de la actividad creativa, y la fe en uno mismo y en la vida.

Los valores del ego son individualidad, control y conocimiento. A través del conocimiento logramos mayor control y nos volvemos más individuales. Pero cuando estos valores se alían  con el poder y dominan la personalidad, se disocian de los valores espirituales del cuerpo, lo cual transforma una postura sana del ego en otra patológica.

La antítesis entre los valores del ego y los valores del cuerpo no tiene por qué acabar en un antagonismo que escinda la personalidad. En virtud de su relación polar, los dos conjuntos de valores pueden estimular y enriquecer la personalidad. Así, el hombre que es realmente un individuo puede ser agudamente consciente de su hermandad con otros hombres y de su dependencia de la naturaleza y el universo. Su control rebela que es dueño de sí mismo; posee autocontrol y su conocimiento le sirve para reforzar su fe en la vida, no para minarla ni negarla.

A un verdadero individuo, en contacto con su cuerpo y seguro de su fe, se le puede confiar poder. No se le subirá a la cabeza, porque no juega un papel importante en su vida personal. Y la persona que cree en el poder y la gusta, se volverá un demagogo (o semidios) que sólo puede actuar destructivamente, no creativamente.

El mundo se halla actualmente en un punto peligroso y desesperado porque tenemos demasiado poder y muy poca fe.
La violencia y la depresión son dos reacciones al sentimiento de impotencia. Otra es volcarse en las drogas y el alcohol; el consumidor de drogas contrarresta el sentimiento de impotencia a través de sus efectos narcóticos y alucinatorios. Pero ninguno de estos caminos de resultado. La única salvación está en la fe.

martes, 23 de abril de 2019

Amor versus Disciplina


Amor versus Disciplina


El amor no se puede separar de la libertad y el placer. Nadie ama de verdad si limita en la persona amada la libertad de ser, para expresarse y para actuar por sí mismo. Si queremos a alguien, lo queremos ver feliz y alegre, no desgraciado y sufriendo. Otro punto importante es que las acciones amorosas vengan dictadas por el corazón, no por la cabeza.

Es difícil ver la manera de combinar amor y disciplina. La disciplina está tan metida en nuestra vida y en nuestro pensamiento que no podemos ver sus peligros. La civilización occidental iguala obediencia y deber con amor. Quien bien te quiere te hará llorar, se dice comúnmente. Por otra parte, ve al placer como pecado, mientras que el trabajo y la productividad son virtudes cardinales. De igual manera, considera el cuerpo como un aspecto inferior de la naturaleza humana.

Mi argumento principal en contra de la disciplina en el hogar se funda en la relación que se impone entre padres e hijos.  Cuando un padre se arroga el derecho de castigar, se coloca en el lugar del juez. El hecho de juzgar destruye una relación basada en el amor. El amor exige comprensión, el juzgar requiere omnisciencia.

¿El niño es igual a sus padres? En sabiduría, madurez y responsabilidad, por supuesto que no. Pero sí en el sentido de que sus sentimientos son tan importantes como los de los adultos. Lo característico de una relación amorosa es que la persona amada sea tan importante para nosotros como nosotros lo somos para ella. Si el sentimiento de igualdad no está presente, la relación se convierte en la de amo y sirviente.

Otra relación que ha degenerado hacia un status de inferior y superior es la que se da entre profesor y alumno. Educar por definición, significa conducir o guiar a alguien. Un profesor debería conducir a sus alumnos por el camino del aprendizaje y del conocimiento, no empujarlos con amenazas y castigos.
Como no tenemos verdadera fe en nuestro sistema, nos valemos de una fórmula de premios y castigos para motivar la conducta. No hay que pensar mucho para comprender por qué nuestros estudiantes odian casi universalmente la escuela.

No hace falta llevar las escuelas como instituciones penales. Cualquier niño que sea libre está ansioso de aprender lo que le interesa. El sistema de premios y castigos es innecesario. Además, este nuevo procedimiento restablece la relación natural entre profesor y estudiante, como iguales y amigos, en la aventura conjunta del aprendizaje.

La gran decepción en el juego que practican los padres con los hijos es el pretender que pueden amar y ser objetivos, implicarse y desligarse al mismo tiempo. Tal pretensión les permite negar sus sentimientos cuando resulte inconveniente admitirlos. Así, por ejemplo,  se puede acusar al niño de rebelde aun cuando sus acciones sean una respuesta a la hostilidad de sus padres, o pueden ser sordos e inflexibles ante un niño llorando a favor de la disciplina y la coherencia. Negarán placer al niño por envidia (a ellos se lo negaron de niños) y se enorgullecerán de no mimarlo.

Los padres se enganchan con este juego, porque muchos creen realmente que hacen lo mejor por el niño. Pero pensar que el administrar un castigo doloroso al niño tendrá un efecto positivo sobre su personalidad, es una forma de engañarse. Producirá temor, lo cual puede hacer que el niño sea mas sumiso, pero no mas amoroso. Los padres fueron también niños y seguramente víctimas de esa manipulación. ¿Por qué lo han olvidado?
 Para contestar, tenemos que averiguar lo que pasa con el niño sometido a este tratamiento.

Los niños no pueden escoger entre aceptar y rechazar los engaños que utilizan sus padres; no son agentes independientes, el amor y la aprobación de los padres es una cuestión de vida o muerte para ellos. La mayoría de los niños pasarán por  una época de rebeldía. Desgraciadamente, sus esfuerzos sólo sirven para alienar mas a sus padres, que acaban viendo al niño como un loco, un monstruo o un salvaje. Se le fuerza a ceder, lo que significa que finalmente aceptará la idea de que uno debe merecer el amor y debe ganarse el placer. Acabarán creyendo que no son queridos porque no lo han merecido.

 El niño que toma la decisión de seguir el juego, ha hecho un mal negocio; pues tendrá que reprimir sus sentimientos negativos y hostiles. Forzado a dejar de un lado sus derechos innatos, haga lo que haga no puede ganar.
Los padres que juegan a este juego piden lo imposible. Su motivación inconsciente es transferir al niño la culpa por no ser unos padres amorosos. Y el niño acepta la culpabilidad con el fin de alimentar la ilusión de que el amor de los padres sigue siendo asequible.

Toda persona depresiva está atrapada en los cuernos de un dilema. Una parte de él mismo le dice: Lucha, sigue, es tu única oportunidad. La otra: Abandona, no tienes nada que hacer.

Lo contrario de la disciplina no es la permisividad. Un padre permisivo es un padre confuso que tiene dudas sobre el uso de la disciplina, pero no sabe con que reemplazarla. Se verá sometido a prueba y desafiado por el niño, que tiene que saber exactamente dónde se encuentra.

La permisividad no es el equivalente del amor. Un niño educado en un hogar permisivo puede estar tan falto de amor como el del hogar autoritario, y aun podrá tener mayores dificultades para jugarlo, ya que las reglas son vagas y confusas. Al no encontrar por ningún lado la fe que necesita para vivir se deprimirá.
El problema con la permisividad es que no es una actividad positiva sino negativa. El padre o el profesor permisivo, han rechazado la tesis de la disciplina estricta, pero no la han reemplazado por una moral interior que les proporcione la seguridad y el orden necesarios para una verdadera libertad. El padre permisivo está tan confuso con él mismo como lo está en sus relaciones con sus hijos. Y así no es de extrañar que se le venga el mundo encima.

Ni la permisividad ni la disciplina rígida son la respuesta a los tiempos difíciles que corren. La autodisciplina debe reemplazar a una disciplina autoritaria ya obsoleta. Esto está en la línea de la autoconciencia y de la autoexpresión, que necesariamente incluyen conceptos de autodominio y autocontrol.
El padre que se ejercita en la autodisciplina moverá a su hijo a adquirir la misma función, permitiéndole que tome mayor responsabilidad por la satisfacción de sus necesidades. El concepto que subyace aquí es el de autorregulación, que empieza en la primerísima infancia con lo que se llama alimentación por demanda.
El niño que aprende a regularse a sí mismo tendrá fe en su propio cuerpo y en sus funciones y se convertirá en una persona autodirigida y capaz de autodisciplina.

La autorregulación difiere de la permisividad en aspectos importantes. No representa un abandono de la responsabilidad de los padres. Los padres que creen en la autorregulación tienen la responsabilidad de estar allí siempre que el niño los necesite. La autorregulación acepta al niño como es, un organismo animal nuevo, y le permite ser único.

La autorregulación no significa que los padres se abstengan de dar algunas reglas o poner algunos límites a las acciones del niño. Si no fuera así, sería el caos. Un niño espera de sus padres guía y dirección. Pero las reglas no deben ser rígidas ni los límites inflexibles, ya que su finalidad es aumentar la seguridad del niño y no negar su voluntad. Y por encima de todo, no pueden ser arbitrarias; deben guardar relación directa con la forma de vivir de los padres; es decir, los padres deberían vivir según las mismas reglas básicas que imponen a sus hijos. No puede ser que haya unas reglas para los padres, que tienen el poder, y otras para los hijos, que no lo tienen.

martes, 16 de abril de 2019

Una epidemia de Depresión, parte 4


Recobrando el cuerpo

Mientras una persona esté fuera de contacto con su cuerpo, está condenada a la pérdida que produjo ese estado. Todos sus esfuerzos tienen la motivación inconsciente de anular esa pérdida. Se creará ilusiones para negar el carácter definitivo de la pérdida, pero con esa misma maniobra evitará que la pérdida ocupe el lugar que le corresponde en el pasado e impedirá así funcionar como un adulto responsable en el presente.
Toda ilusión impide que la persona esté en contacto con la realidad, particularmente, la realidad de su cuerpo, y así perpetúa el sentimiento de pérdida. Creo que esto explica el por qué tanta gente tiene miedo a que la abandonen y a estar sola.

Si bien es cierto que un terapeuta no puede dar al paciente el amor que perdió cuando niño, si puede ayudarle a recuperar su cuerpo. Lo cual, no disminuye el dolor; puede que de hecho lo haga más vívido, pero ya no será un dolor que amenace la integridad del individuo. El acepta la pérdida, y al aceptarla queda libre para vivir plenamente en el presente. En vez de tratar de recuperar la pérdida a base de conseguir amor, dirige sus sentimientos a ser amoroso o a dar amor. Este cambio de actitud no lo dicta la razón, sino las necesidades del cuerpo. El cuerpo busca el placer y encuentra su mayor placer en la autoexpresión.

Entre los numerosos caminos de la autoexpresión, el amor es el más importante y el que tiene una recompensa más agradable. Conectar con el cuerpo es conectar con la necesidad de amar.
He oído a muchos pacientes decir que a medida que contactaron con sus cuerpos fueron capaces de hacer el trabajo que sus madres no hicieron. Están deseosos y quieren asumir la responsabilidad de su propio bienestar. No buscan a los demás para que les den una sensación de viveza o un sentido de sí mismos. Pero lo más importante es el hecho de que este nuevo sentido de responsabilidad no se limita a uno mismo sino que se extiende al mundo.

La responsabilidad es, como lo dijo Fritz Perls, la capacidad de responder con sentimiento. No es equivalente a deber u obligación, ya que tiene una cualidad de espontaneidad que la relaciona directamente con el grado de vida o de apertura del organismo. Es una función corporal porque requiere sensación, y a este respecto difiere del deber, que es una construcción mental independiente de la sensación y que a menudo lleva a actuar en contra de las propias sensaciones. La responsabilidad es por tanto un atributo de la persona como cuerpo.

Nada promueve tanto el sentimiento de identidad común humana como el estar en contacto con el cuerpo.
Un taller bioenergético no es como un grupo de encuentro. Los participantes no están allí para conocerse o encontrarse. La finalidad del taller es llevarles a entrar en contacto con ellos mismos, es decir, encontrarse ellos mismos en el nivel del cuerpo. Hay ejercicios de grupo, pero el énfasis se pone en la experiencia individual. Sin embargo, al contactar con ellos mismos, como individuos, también contactan con los demás como individuos.

Lo que tenemos en común como personas es el cuerpo. La educación y las ideas pueden ser diferentes, pero somos iguales en el funcionamiento corporal. Si respetamos nuestros cuerpos, respetaremos a los demás. Si sentimos lo que funciona en nuestro cuerpo, sentiremos lo que funciona en el cuerpo del ser humano que tenemos cerca. Si estamos en contacto con los deseos y las necesidades de nuestro cuerpo, sabremos las necesidades y deseos de los otros. Por el contrario, si estamos desconectados de nuestro cuerpo, estamos desconectados de la vida.

Uno puede hacerse una idea del grado de desconexión que tenemos con la vida viendo la destrucción que hemos causado en el medio ambiente: Ahí esta el caso de la polución. Lleva gestándose durante años, y la hemos ignorado porque estábamos tan preocupados de la producción que no teníamos tiempo ni para respirar. Una persona que no es consciente de la respiración no puede darse cuenta de la polución del aire….al menos hasta que sea tan peligrosa que no te deje respirar. Lo mismo se puede decir de la naturaleza, de la eliminación de la fauna salvaje, de la porquería y la basura que abunda por todas partes. Al estar desconectados de nuestros cuerpos, nos hemos desconectado del medio ambiente. La mente parece que puede funcionar correctamente en una oficina o en una biblioteca, pero el cuerpo necesita un ambiente natural para que esté vivo y sensible.

Sin cuerpo no somos nadie, y no significamos otra cosa que un número en una civilización masificada que ignora los valores humanos. Somos parte de un sistema masificado, y sin embargo nos sentimos solos y aislados. No pertenecemos a la vida, pertenecemos al mundo de las máquinas; un mundo muerto. Y ni el dinero ni las palabras cambiarán esta situación. Sólo podemos volver a la vida contactando con nuestros cuerpos. Cuando lo hagamos, encontraremos que hay fe en la vida y que el cuerpo del hombre es el cuerpo de Dios y algo en lo que creer.   

martes, 9 de abril de 2019

Una epidemia de Depresión, parte 3


Estar en contacto

No se puede esperar que una persona que no está en contacto con la realidad, incluida la realidad de su cuerpo, sea un adulto responsable. La responsabilidad de entablar relaciones emocionales significativas impone una carga pesada al individuo. Es una responsabilidad que sólo se puede desempeñar cabalmente si uno está en contacto consigo mismo.
Estar en contacto significa percatarse del propio cuerpo, de cómo se expresa, de su estado de apertura y de sus esquemas de tensión.

Estar en contacto significa también comprender un poco las experiencias que han configurado la propia personalidad de uno. No me cansaré de encarecer el hecho de que el cuerpo es la piedra de toque de la realidad de uno. La persona que piensa que se conoce pero que no está en contacto con la calidad y significado de sus respuestas físicas, está actuando bajo una ilusión. Interiormente, la persona quiere alcanzar cosas, pero el impulso no puede fluir libremente a través de la armadura muscular. La acción es indecisa, tentativa, ambivalente, y naturalmente provoca una respuesta igual de ambivalente y tentativa. La situación puede ser muy frustrante e incluso llevar a resentimientos, a menos que la persona se de cuenta de su dificultad. En este caso puede decir: quiero llegar a ti, pero me han hecho daño tantas veces que no se que hacer, no me atrevo a intentarlo. Y a esta afirmación se puede responder con simpatía y afecto.

Cuando las tensiones del cuerpo son más graves, el acto de alcanzar se puede transformar en un acto sádico o cruel. Podemos comprender este fenómeno cuando nos damos cuenta de que el impuso amoroso se ha transformado en rabia, y lo que hace es activar los sentimientos negativos bloqueados en la armadura muscular. Es lo que muestro esquemáticamente en el siguiente diagrama:


La combinación de amor y rabia dirigida hacia la misma persona es sádica; es la necesidad de hacer daño como expresión de amor. Al contrario de la persona hostil u odiosa, la persona sádica hace daño a la persona que quiere. Reich pensó que el impulso amoroso se hacía añicos al pasar por la musculatura contraída y que el esfuerzo de reconstruirlo lo transformaba en una acción dura y cruel. En esta situación, la persona que está en contacto diría: No puedo amar, tengo demasiada hostilidad dentro, en vez de infligir un dolor a la persona amada.

Estar en contacto no es sólo el prerrequisito de la responsabilidad, sino la esencia misma de la responsabilidad. Un adulto, al contrario de un niño, es responsable de su propio bienestar. Sin embargo, se sabe que mucha gente, especialmente los depresivos, son incapaces de asumir esta responsabilidad. Están trastornados por sentimientos de privación que provienen de la infancia y que minan su autodominio y confianza. Buscan la aprobación y parecen necesitar soporte y seguridad. Su conducta se describe como inmadura; sus relaciones se caracterizan por la dependencia. Son individuos dirigidos desde fuera porque están desconectados de sus sentimientos y de sus cuerpos.

La necesidad de amor tiene su realidad. A través del amor, es decir, a través del amor de la madre, expresado cuando le acaricia, le coge en brazos y le responde, el niño consigue el sentimiento y la identificación con su cuerpo. Sin amor, el cuerpo es una fuente de dolor; la necesidad de contacto se torna un anhelo angustioso y el niño rechaza su cuerpo lo mismo que la madre le ha rechazado a él. La  desastrosa consecuencia de la pérdida del amor de la madre es la pérdida del cuerpo. Incluso en un adulto, la pérdida de una persona a la que se quiere profundamente tiene un efecto anestesiante sobre el cuerpo; los propios sentimientos pierden su sentido, el cuerpo está como muerto.

Cualquier paciente necesita que le toquen, y eso es especialmente cierto en los pacientes depresivos. Al tocarle, uno evoca sus sentimientos. Al estar en contacto con él, uno expresa simpatía y comprensión hacia él. Y al tocarle físicamente con calor y sentimiento, uno le comunica su propio amor.
Ocasionalmente puede que eso requiera que el terapeuta le coja en brazos o le abrace, lo cual no se hace con el sentimiento que tiene la madre hacia el hijo o con el del amante hacia su pareja, sino con la afectividad de una persona que no tiene miedo a tocar y a querer a otro ser humano.

Si importante es ser tocado, más importante todavía es ser capaz de tocar. Al tocarme el paciente consigue contactar no sólo con quien soy yo sino también con quién es él mismo. Por lo tanto, pido por ejemplo al paciente que levante los brazos y toque mi cara, lo cual provoca gran ansiedad. Las respuestas permiten analizar y trabajar con las ansiedades del paciente relacionadas con el contacto físico. De no hacerlo, ¿cómo se puede esperar que un paciente contacte con la vida?

Es muy importante, sin embargo, que el paciente consiga contactar consigo mismo, no a través de la intervención de otra persona, que le haría depender de ella, sino a través de sus propios medios y desde en interior de sí mismo. Esto se consigue haciendo que el paciente realice los diversos ejercicios y respiraciones. Primero  descubrirá lo desconectado que está de sí mismo, y ese es el primer paso para conectar. Después descubrirá que el establecer contacto es un proceso doloroso, porque evoca sentimientos que fueron suprimidos al volverse insoportables. También es doloroso desde el punto de vista  físico, porque la oleada de sangre, energía y sensaciones dentro de los tejidos contraídos a menudo hace daño. Si tiene un mínimo de seguridad, el paciente puede aceptar este dolor como un fenómeno positivo. El dolor desaparece cuando el tejido se relaja, y el paciente descubrirá finalmente que el estar en contacto es la esencia del placer.

martes, 2 de abril de 2019

Una epidemia de Depresión, parte 2


Contactar con la realidad

He utilizado frases diferentes para describir al paciente depresivo: (1) persigue metas irreales o está colgado de una ilusión; (2) no está enraizado, y (3) ha perdido su fe. Una única situación desde tres puntos de vista diferentes. La persona que no está enraizada no tiene fe y persigue metas irreales. Por otro lado, la persona que está enraizada tiene fe y está en contacto con la realidad. Quizás la mejor manera de decirlo es que la persona que está en contacto con la realidad, está enraizada y tiene fe.

Realidad es una palabra que tiene un sentido distinto para cada persona. Para algunos es la necesidad de ganarse la vida; otros la igualan con la ley de la selva y también hay quienes la ven como una vida libre de las presiones de la sociedad competitiva. A pesar de que existe algo válido en cada uno de estos puntos de vista, en lo que aquí nos concierne es la realidad de uno mismo o del mundo interior propio. Cuando decimos que una persona ha perdido el contacto con la realidad, queremos decir que ha perdido el contacto con la realidad de sus ser. El mejor ejemplo es el esquizofrénico, que vive en un mundo de fantasía y no es consciente de las condiciones físicas de su existencia.

Para cualquier persona, la realidad básica de su ser es su cuerpo. A través de él experimenta el mundo y a través de él le responde. Una persona que está desconectada de su cuerpo, está desconectada de la realidad del mundo. Si el cuerpo está relativamente sin vida, las impresiones y respuestas de la persona estarán disminuidas. Cuanta más vida hay en el cuerpo, más vívidamente se percibe la realidad y más activamente se responde a ella.

El primer paso en el tratamiento de la depresión es ayudar al paciente a contactar con la realidad de su cuerpo. Cuando el cuerpo está como muerto,es decir, cuando no tiene sensaciones, la persona cesa de existir como individuo con una personalidad definida. Es el cuerpo el que se funde en el amor, se hiela ante el miedo, tiembla de rabia y reacciona ante el calor y el contacto.

El problema de la terapia es que la persona que está desconectada de su cuerpo no sabe de que estás hablando. Este condicionamiento es parte de la sociedad occidental y está enraizado en la ética judeo-cristiana, que ve el cuerpo como algo pecaminoso, inferior, como cárcel del espíritu.
La sobrevaloración de la mente y del espíritu han dado como resultado espíritus sin cuerpo y cuerpos sin espíritu o desencantados. El resultado final es que la religión ha perdido su eficacia como baluarte de la fe al minar las raíces del hombre en su cuerpo y en su naturaleza animal.

La resistencia a considerar a la persona como cuerpo está profundamente estructurada en la mayoría de la gente. No es una resistencia fácil de superar, porque poca gente está preparada para abandonar la ilusión de que la mente del hombre, con suficiente información, es omnipotente.
Una depresión indica que la persona funciona bajo una ilusión. Realmente uno se engaña al creer que puede dar esquinazos a la propia neurosis. Esta actitud divide la personalidad en una parte racional, la mente consciente, y otra irracional, la conducta neurótica. Y tal división conduce a la ilusión de que la mente consciente puede y debe controlar la personalidad. Cada vez que este control se rompe, el individuo siente pánico y se deprime más, lo que aumenta la necesidad de control. El individuo  se encuentra así atrapado en un círculo vicioso que no tiene salida.

Para romper el círculo, hay que conseguir que el paciente contacte con la realidad; la realidad de su situación en la vida, la realidad de sus sentimientos y la realidad de su cuerpo. Estas tres realidades no pueden separarse una de las otras.Contactar es, de cualquier manera, el primer paso hacia la salida de la depresión y la adquisición de fe.

Mucha gente tiene la idea falsa de que los estallidos histéricos son formas válidas de autoexpresión. Son, de hecho, justamente lo contrario, porque indican una falta de autodominio y una incapacidad de sacar los sentimientos de otra forma que no sea a través del enfado.
La supresión de un sentimiento, va asociada con la supresión de todos los sentimientos: tristeza, miedo amor, etc. La idea de liberar sentimientos aterroriza a muchos. No están preparados para aceptar el dolor y el trabajo físico que supone liberar tensiones musculares. Quieren superar la depresión gracias a un esfuerzo de voluntad. Sin embargo, no es esa la forma de manejar un problema depresivo, porque no hace más que aumentar la falta de sentido de la realidad del paciente al disociarle cada vez más de su cuerpo.
No se dan cuenta de la cantidad de tensión que se ha estructurado en sus cuerpos ni de cómo estas tensiones contribuyen a su ansiedad y a ese sentimiento de indefensión.   

Abrir el corazón

Para comprender qué es eso de abrirse les describo la conducta de los pájaros recién nacidos cuando aparece su madre con la comida. El pajarito abre el pico de par en par, hasta que el cuerpo es como un saco abierto. Es maravilloso verlo.



El bebé humano se abre y estira los labios de la misma manera para mamar. No es solamente la boca lo que abre, sino la garganta y todo el cuerpo. El abrirse y alcanzar comienza con una onda de excitación en el centro del cuerpo, que fluye luego hacia arriba, hacia el pecho, y de ahí hacia los brazos, garganta, boca y ojos. El sentimiento que la acompaña se puede describir como un alcanzar desde el corazón o como un abrirse que se extiende hacia al corazón y lo incluye. El niño se abre y alcanza con amor, y de esa manera puede asimilar en su cuerpo el amor que se le ofrece.

Abrir la personalidad significa abrir el corazón a una persona para que sea capaz de expresar y recibir amor. Y así como los impulsos fluyen hacia afuera a lo largo de estas vías, las impresiones fluyen hacia adentro por esas mismas sendas. Una persona abierta siente en su corazón el afecto que los otros le profesan. Una persona abierta está libre en los dos extremos de su cuerpo. Su sexualidad está imbuida de amor por su pareja, y cada paso que da es un contacto de amor con la tierra.

Cuando decimos de una persona que tiene el corazón cerrado, queremos decir que no se puede llegar a su corazón. Si realmente se cerrara el corazón, se moriría. Se puede, sin embargo, constreñir o restringir los intentos de llegar al corazón, tanto desde arriba como desde abajo. Y uno puede convertir la caja torácica en una prisión a base de tensiones musculares que rigidizan e inmovilizan el pecho. El pecho rígido e inflado, en el lenguaje corporal, está diciendo: No voy a dejar que llegues a mi corazón. Esta actitud del cuerpo es el resultado de una decepción grave en una relación amorosa temprana, específicamente en la relación madre-hijo. Reich describe esta tensión como una forma de ponerse una armadura para evitar que le vuelvan a hacer daño. Sirve también para matar el dolor del daño inicial y es por tanto, una defensa contra los sentimientos.

A medida que consigo que mis pacientes contacten con sus cuerpos poco a poco, van sintiendo las frustraciones y privaciones que han producido estas tensiones. Recuerdan lo que echaban de menos una madre que no estaba allí, y se dan cuenta de cómo suprimieron el sentimiento para evitar el dolor; de cómo suprimieron el llanto al descubrir que producía una reacción hostil en sus padres.
Aprendieron los modos de una cultura que cree en la frustración. Aprendieron a aguantar el tipo, a resistir frente a la decepción. Estar en guardia se convirtió para ellos en algo normal, puesto que hacía tiempo que habían perdido la fe en obtener respuesta de sus padres. Desistieron de alcanzar nada, puesto que siempre acababa haciéndoles daño.

Finalmente aceptaron el edicto de que el amor hay que ganarlo con buenas acciones. Este mandato resume una actitud que ve al niño como un ser pecaminoso (la doctrina del pecado original) o como un ser cuyos derechos son otorgados por los padres, a condición de que se avengan a sus demandas. El niño que se somete a esta situación tiene que suprimir su propia rabia y hostilidad

La persona que está desconectada de su cuerpo no sabe que está cerrado. Hablará de amor e, incluso, hará gestos amorosos; pero como su corazón no está ni en sus palabras ni en sus acciones, no transmitirá convicción. Tratará de ayudar a los demás, sin darse cuenta de que está proyectando sus propias necesidades en ellos.
Al estar cerrado para sí mismo, situará su problema en el mundo exterior. De ahí que todos los esfuerzos que haga para conseguir aprobación (ser bueno, ser rico, triunfar) carezcan de sentido, porque no afectan a su ser interior. Sus triunfos o satisfacciones no tienen para él más que un valor yoico y continuará sintiéndose frustrado sin saber por qué. Al estar cerrado, no le llegan las respuestas de los demás, lo que le deja con la sensación de que no hace lo suficiente.

Cuando una persona entra en contacto con su cuerpo, se da cuenta de las restricciones y limitaciones causadas por sus tensiones musculares crónicas. Comprende su origen y siente los impulsos bloqueados. Con ayuda cualificada podrá liberar esos impulsos y disminuir o eliminar las tensiones. Paso a paso, volverá a tener la capacidad de abrirse y de alcanzar que le fue dada al nacer.
Esta capacidad, transforma al individuo de ser una persona frustrada a ser una persona que puede participar emocionalmente en el toma y daca de la vida. Antes no era capaz de dar ni de recibir amor; simplemente hacía cosas en lugar de ser.

Esta capacidad es la base de una nueva fe en él mismo y en sus sentimientos. El contactar con el cuerpo abre una nueva forma de autocomprensión que se transforma gradualmente en autoaceptación.
Veremos que amar es estar en contacto. He definido el amor como el deseo de estar cerca de algo o de alguien. El sentimiento del amor, como la sensación de tocar, es algo íntimo. Para tocar hay que estar cerca, y para estar cerca hay que amar.