martes, 2 de abril de 2019

Una epidemia de Depresión, parte 2


Contactar con la realidad

He utilizado frases diferentes para describir al paciente depresivo: (1) persigue metas irreales o está colgado de una ilusión; (2) no está enraizado, y (3) ha perdido su fe. Una única situación desde tres puntos de vista diferentes. La persona que no está enraizada no tiene fe y persigue metas irreales. Por otro lado, la persona que está enraizada tiene fe y está en contacto con la realidad. Quizás la mejor manera de decirlo es que la persona que está en contacto con la realidad, está enraizada y tiene fe.

Realidad es una palabra que tiene un sentido distinto para cada persona. Para algunos es la necesidad de ganarse la vida; otros la igualan con la ley de la selva y también hay quienes la ven como una vida libre de las presiones de la sociedad competitiva. A pesar de que existe algo válido en cada uno de estos puntos de vista, en lo que aquí nos concierne es la realidad de uno mismo o del mundo interior propio. Cuando decimos que una persona ha perdido el contacto con la realidad, queremos decir que ha perdido el contacto con la realidad de sus ser. El mejor ejemplo es el esquizofrénico, que vive en un mundo de fantasía y no es consciente de las condiciones físicas de su existencia.

Para cualquier persona, la realidad básica de su ser es su cuerpo. A través de él experimenta el mundo y a través de él le responde. Una persona que está desconectada de su cuerpo, está desconectada de la realidad del mundo. Si el cuerpo está relativamente sin vida, las impresiones y respuestas de la persona estarán disminuidas. Cuanta más vida hay en el cuerpo, más vívidamente se percibe la realidad y más activamente se responde a ella.

El primer paso en el tratamiento de la depresión es ayudar al paciente a contactar con la realidad de su cuerpo. Cuando el cuerpo está como muerto,es decir, cuando no tiene sensaciones, la persona cesa de existir como individuo con una personalidad definida. Es el cuerpo el que se funde en el amor, se hiela ante el miedo, tiembla de rabia y reacciona ante el calor y el contacto.

El problema de la terapia es que la persona que está desconectada de su cuerpo no sabe de que estás hablando. Este condicionamiento es parte de la sociedad occidental y está enraizado en la ética judeo-cristiana, que ve el cuerpo como algo pecaminoso, inferior, como cárcel del espíritu.
La sobrevaloración de la mente y del espíritu han dado como resultado espíritus sin cuerpo y cuerpos sin espíritu o desencantados. El resultado final es que la religión ha perdido su eficacia como baluarte de la fe al minar las raíces del hombre en su cuerpo y en su naturaleza animal.

La resistencia a considerar a la persona como cuerpo está profundamente estructurada en la mayoría de la gente. No es una resistencia fácil de superar, porque poca gente está preparada para abandonar la ilusión de que la mente del hombre, con suficiente información, es omnipotente.
Una depresión indica que la persona funciona bajo una ilusión. Realmente uno se engaña al creer que puede dar esquinazos a la propia neurosis. Esta actitud divide la personalidad en una parte racional, la mente consciente, y otra irracional, la conducta neurótica. Y tal división conduce a la ilusión de que la mente consciente puede y debe controlar la personalidad. Cada vez que este control se rompe, el individuo siente pánico y se deprime más, lo que aumenta la necesidad de control. El individuo  se encuentra así atrapado en un círculo vicioso que no tiene salida.

Para romper el círculo, hay que conseguir que el paciente contacte con la realidad; la realidad de su situación en la vida, la realidad de sus sentimientos y la realidad de su cuerpo. Estas tres realidades no pueden separarse una de las otras.Contactar es, de cualquier manera, el primer paso hacia la salida de la depresión y la adquisición de fe.

Mucha gente tiene la idea falsa de que los estallidos histéricos son formas válidas de autoexpresión. Son, de hecho, justamente lo contrario, porque indican una falta de autodominio y una incapacidad de sacar los sentimientos de otra forma que no sea a través del enfado.
La supresión de un sentimiento, va asociada con la supresión de todos los sentimientos: tristeza, miedo amor, etc. La idea de liberar sentimientos aterroriza a muchos. No están preparados para aceptar el dolor y el trabajo físico que supone liberar tensiones musculares. Quieren superar la depresión gracias a un esfuerzo de voluntad. Sin embargo, no es esa la forma de manejar un problema depresivo, porque no hace más que aumentar la falta de sentido de la realidad del paciente al disociarle cada vez más de su cuerpo.
No se dan cuenta de la cantidad de tensión que se ha estructurado en sus cuerpos ni de cómo estas tensiones contribuyen a su ansiedad y a ese sentimiento de indefensión.   

Abrir el corazón

Para comprender qué es eso de abrirse les describo la conducta de los pájaros recién nacidos cuando aparece su madre con la comida. El pajarito abre el pico de par en par, hasta que el cuerpo es como un saco abierto. Es maravilloso verlo.



El bebé humano se abre y estira los labios de la misma manera para mamar. No es solamente la boca lo que abre, sino la garganta y todo el cuerpo. El abrirse y alcanzar comienza con una onda de excitación en el centro del cuerpo, que fluye luego hacia arriba, hacia el pecho, y de ahí hacia los brazos, garganta, boca y ojos. El sentimiento que la acompaña se puede describir como un alcanzar desde el corazón o como un abrirse que se extiende hacia al corazón y lo incluye. El niño se abre y alcanza con amor, y de esa manera puede asimilar en su cuerpo el amor que se le ofrece.

Abrir la personalidad significa abrir el corazón a una persona para que sea capaz de expresar y recibir amor. Y así como los impulsos fluyen hacia afuera a lo largo de estas vías, las impresiones fluyen hacia adentro por esas mismas sendas. Una persona abierta siente en su corazón el afecto que los otros le profesan. Una persona abierta está libre en los dos extremos de su cuerpo. Su sexualidad está imbuida de amor por su pareja, y cada paso que da es un contacto de amor con la tierra.

Cuando decimos de una persona que tiene el corazón cerrado, queremos decir que no se puede llegar a su corazón. Si realmente se cerrara el corazón, se moriría. Se puede, sin embargo, constreñir o restringir los intentos de llegar al corazón, tanto desde arriba como desde abajo. Y uno puede convertir la caja torácica en una prisión a base de tensiones musculares que rigidizan e inmovilizan el pecho. El pecho rígido e inflado, en el lenguaje corporal, está diciendo: No voy a dejar que llegues a mi corazón. Esta actitud del cuerpo es el resultado de una decepción grave en una relación amorosa temprana, específicamente en la relación madre-hijo. Reich describe esta tensión como una forma de ponerse una armadura para evitar que le vuelvan a hacer daño. Sirve también para matar el dolor del daño inicial y es por tanto, una defensa contra los sentimientos.

A medida que consigo que mis pacientes contacten con sus cuerpos poco a poco, van sintiendo las frustraciones y privaciones que han producido estas tensiones. Recuerdan lo que echaban de menos una madre que no estaba allí, y se dan cuenta de cómo suprimieron el sentimiento para evitar el dolor; de cómo suprimieron el llanto al descubrir que producía una reacción hostil en sus padres.
Aprendieron los modos de una cultura que cree en la frustración. Aprendieron a aguantar el tipo, a resistir frente a la decepción. Estar en guardia se convirtió para ellos en algo normal, puesto que hacía tiempo que habían perdido la fe en obtener respuesta de sus padres. Desistieron de alcanzar nada, puesto que siempre acababa haciéndoles daño.

Finalmente aceptaron el edicto de que el amor hay que ganarlo con buenas acciones. Este mandato resume una actitud que ve al niño como un ser pecaminoso (la doctrina del pecado original) o como un ser cuyos derechos son otorgados por los padres, a condición de que se avengan a sus demandas. El niño que se somete a esta situación tiene que suprimir su propia rabia y hostilidad

La persona que está desconectada de su cuerpo no sabe que está cerrado. Hablará de amor e, incluso, hará gestos amorosos; pero como su corazón no está ni en sus palabras ni en sus acciones, no transmitirá convicción. Tratará de ayudar a los demás, sin darse cuenta de que está proyectando sus propias necesidades en ellos.
Al estar cerrado para sí mismo, situará su problema en el mundo exterior. De ahí que todos los esfuerzos que haga para conseguir aprobación (ser bueno, ser rico, triunfar) carezcan de sentido, porque no afectan a su ser interior. Sus triunfos o satisfacciones no tienen para él más que un valor yoico y continuará sintiéndose frustrado sin saber por qué. Al estar cerrado, no le llegan las respuestas de los demás, lo que le deja con la sensación de que no hace lo suficiente.

Cuando una persona entra en contacto con su cuerpo, se da cuenta de las restricciones y limitaciones causadas por sus tensiones musculares crónicas. Comprende su origen y siente los impulsos bloqueados. Con ayuda cualificada podrá liberar esos impulsos y disminuir o eliminar las tensiones. Paso a paso, volverá a tener la capacidad de abrirse y de alcanzar que le fue dada al nacer.
Esta capacidad, transforma al individuo de ser una persona frustrada a ser una persona que puede participar emocionalmente en el toma y daca de la vida. Antes no era capaz de dar ni de recibir amor; simplemente hacía cosas en lugar de ser.

Esta capacidad es la base de una nueva fe en él mismo y en sus sentimientos. El contactar con el cuerpo abre una nueva forma de autocomprensión que se transforma gradualmente en autoaceptación.
Veremos que amar es estar en contacto. He definido el amor como el deseo de estar cerca de algo o de alguien. El sentimiento del amor, como la sensación de tocar, es algo íntimo. Para tocar hay que estar cerca, y para estar cerca hay que amar.

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