martes, 3 de julio de 2018

Sobrevivir. Lecciones del Reino Animal, parte 5


LOS ANIMALES RESPETAN LA EDAD

En la sátira futurista de Huxley, no tan utópica como podría suponerse, las personas ancianas, consideradas como trastos viejos e inútiles, son aniquiladas. En nuestra sociedad industrial y de consumo, los viejos tampoco cuentan mucho.
Los jóvenes, empeñados a toda costa en hacer carrera eliminando a los mayores, justifican esta situación alegando el ejemplo de la naturaleza. Afirman que también en ella los ancianos son desplazados por los más jóvenes, fuertes y aptos para la lucha. Pero, ¿es esto verdaderamente cierto? ¿Qué valor tiene la vejez en el reino animal?

En el parque Lion-County, de California, donde viven leones en semi-libertad, ocurrieron cosas sorprendentes en 1973. Los encargados apartaron a un león viejo de veinte años de edad llamado Fraizer, del grupo de doce leonas con las que vivía, por considerarlo demasiado viejo. Lo substituyeron por cinco leones, mucho más jóvenes y musculosos que él, de seis años de edad. Con ello, los guardas pretendían hacer un favor a las leonas, pero hubieron de aprender una buena lección: las doce leonas se unieron entre sí y pusieron en fuga, mediante sus ataques conjuntos, mordiscos, arañazos y rugidos a todos y cada uno de sus nuevos pretendientes. No permitieron a ninguno de ellos el apareamiento.
Al cabo de varias semanas los jóvenes leones fueron sacados del recinto de las hembras y se permitió de nuevo la entrada al viejo Fraizer. Este veterano señor, mientras tanto, había enfermado de reumatismo y apenas podía andar. Pero sus doce hembras corrieron a su lado y no se apartaron de él.

Y ocurrió algo que nadie creía posible: en el año y medio siguiente, el viejo león pudo ser padre treinta y cinco veces. Después murió. Puede alegarse que eso solo es posible en un parque, y no hubiese podido ocurrir en la selva donde el viejo Fraizer hubiera sido desplazado a los ocho años por otros leones más jóvenes. Es posible que sea así. Pero el ejemplo anterior no está destinado a documentar la opresión a que se somete a los conciudadanos ancianos, sino únicamente sobre su capacidad de rendimiento.

Vamos, por tanto, a otra comunidad animal mejor organizada y en libertad: los elefantes. En el parque nacional de Kafue, Zambia, se informó de un caso realmente increíble. Los guardas se sintieron muy interesados al ver que una manada formada por doce hembras adultas y cuatro jóvenes era conducida por una hembra en cuyas proximidades siempre iban uno o dos de los miembros de la manada.
Esto resultaba extraño porque, normalmente, el jefe o la jefa de una comunidad animal es considerada como persona respetable y el resto de los componentes del grupo se mantiene siempre a respetuosa distancia. Una observación más detallada por parte  de los guardas del parque descubrió que aquella elefanta hembra no solo era una auténtica anciana, con cerca de sesenta años, sino que además había perdido por completo la vista en ambos ojos. Lo que no era obstáculo para dirigiera aquel ejército de gigantes.


Hay que hacer notar que en los grandes proboscidios los ojos no juegan un papel tan importante como en otros animales, entre ellos el hombre. Un elefante con buena vista apenas puede diferenciar a cuarenta metros de distancia a un hombre agachado. Para ellos es mucho más importante el olfato. Solo por el olor de las pisadas los elefantes, en los lugares donde son cazados por los turistas, pueden distinguir si se trata de la huellas de un hombre blanco (¡peligro!) o de un negro (inofensivo), y saben cambiar adecuadamente la dirección de su marcha.
El conducir correctamente a su rebaño -para no llevarlos ante los rifles de los cazadores- es una de las muchas y diferentes tareas del conductor o conductora del grupo. Otra, en tiempos de sequía, consiste en llevar al rebaño a distancias considerables hasta encontrar el último claro o manantial con agua.

Es un misterio cómo y en que hallan los elefantes, sobre todo aquella hembra anciana y ciega, datos para orientarse. En este caso sus dos acompañantes se limitaron a advertirla de obstáculos inesperados, rocas desprendidas, arbustos espinosos y cosas semejantes. Por lo demás fue la anciana ciega la que marcó la dirección general de la marcha.
Quien, la elefanta hembra en este caso, quiera seguir el mejor camino para la meta precisa debe tener mucha experiencia para desenvolverse. Tiene que conocer estepas, sabanas, bosques, cada colina y cada despeñadero, cualquier poblado o campamento humano y, sobre todo, todos los pozos y charcas, y cuándo se secan o tienen agua. La vida o la muerte de todo el rebaño depende de esta experiencia.

Consecuentemente, la jefa de un grupo de elefantes no reina como una tirana brutal ni tiene que aniquilar a todo oponente. Los otros miembros del rebaño no están continuamente pendientes de la menor muestra de debilidad de la jefa para luchar con ella y destronarla. Los animales jóvenes saben que de la experiencia de la conductora anciana depende su bienestar , todos ellos conceden amor, respeto y honores a los animales más viejos.
En la lucha por la sobrevivencia la experiencia del anciano es algo preciso e indispensable. El aprendizaje vital -un conocimiento que costó  muchos años ganar- debe ser colocado  en la balanza a la hora de pensar en la continuidad de la especie. El envejecer adquiere sentido y no solo para el individuo, sino también biológicamente para la  comunidad.

Un canario macho va ampliando su repertorio de canciones en el transcurso de su vida. Se olvida pronto de las canciones de moda de su juventud. Pero año tras año va consiguiendo sumar nuevas melodías a su repertorio.
En la Universidad Rockefeller, de Nueva York, pudieron demostrar, en 1978, que una hembra de canario puede conocer durante su periodo de celo la edad de un macho solo por el canto de éste. A los cortejadores jóvenes no les da la menor oportunidad, al menos mientras haya otros de más edad en las cercanías.

¿Por qué las hembras dan esa preferencia a los machos más maduros? En el transcurso de la primera época de celo los canarios machos dedican a sus hembras las mejores de sus melodías. Y observan con atención el efecto que cada una de ellas causa en la hembra. La que deja fría a su cortejada, la olvidan en seguida mientras que van perfeccionado y mejorando sin cesar las canciones de más éxito.
Tras el celo vuelven a aprender nuevas melodías que se apropian o rechazan según el efecto que consigan. En la siguiente estación pueden emplear medios más experimentados y radiar mucho más sex-appel para conseguir que la hembra se decida por ellos.

Bajo la  protección y el cuidado del hombre los canarios llegan a vivir hasta quince años. En libertad mueren muchos de ellos ya en su primer año de vida. Pero si logran sobrevivir ese primer año, pueden con gran probabilidad vivir un buen número de años.
Para una hembra clueca la pérdida del macho durante el periodo de cría significa una tragedia, puesto que depende de él para la protección de los hijos y la búsqueda de alimento. Es lógico, pues, que trate conseguir uno que haya probado su capacidad de sobrevivencia.

Los ejemplos semejantes son tantos y tan variados que verdaderamente no entiendo como ha podido surgir la leyenda de la falta de consideración de la vejez en el reino animal.
No es un hecho casual que sea el hombre el único ser con capacidad de crear las más complicadas estructuras sociales y, al mismo tiempo, el que entre los primates tiene un una vida más larga. Pero algunos hombres parecen no saberlo cuando desprecian a los ancianos.

Incluso el más próximo de los parientes del hombre, el chimpancé, conoce algo muy semejante al respeto de los ancianos.
En las selvas tropicales de Zaire, un zoólogo holandés pudo observar a un chimpancé viejísimo, tan anciano que el pelo de su cabeza era completamente gris, pues también los antropoides encanecen con la edad.
Corporalmente el animal estaba ya bastante pachucho. No podía trepar a los árboles y, sin embargo, disfrutaba de un buen número de privilegios. Ninguno de los otros animales más jóvenes y fuertes lo atacaba o lo apartaba. Cuando Matusalén, como el investigador lo llamó, no podía recoger frutos de los árboles, le bastaba con extender la mano, como pidiendo a un compañero, y de inmediato recibía de comer. 

La pregunta penosa que queda sin respuesta es por qué entre los hombres actuales las personas de edad merecen tan poca consideración y se les menosprecia, contrariamente a lo que ocurre, por lo general, entre los leones, los elefantes, los chimpancés, canarios y muchos otros.
La respuesta nos la ofrecen los babuinos encerrados en los recitos de los parques zoológicos. Allí, donde el jefe nunca tiene necesidad de arriesgar su vida para salvar a sus protegidos, donde no existen épocas de extrema necesidad que le obliguen a usar el tesoro de su experiencia, en la tranquilidad de la vida doméstica del zoo, no hace sino imponer sus exigencias y domina y oprime a los demás sin ofrecer a la comunidad nada a cambio. Por esa razón es reemplazado frecuentemente y a la menor oportunidad por otros ejemplares más jóvenes, osados y fuertes.

Vemos que la vida en el zoológico origina en los monos el mismo desprecio hacia la vejez que profesan tantos hombres ignorantes en sus mentes insensatas. Se trata de la consecuencia de una situación totalmente antinatural.
Y el hombre mediante su auto domesticación, se ha colocado en una situación comparable a aquélla.   

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