martes, 31 de julio de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 1

PSICOANÁLISIS DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
Resumen del capítulo VII del Libro de Erich Fromm


Soluciones diversas

En el siglo XIX hubo hombres de visión profunda que advirtieron el proceso de decadencia y deshumanización que se estaba produciendo detrás de la fascinación, la riqueza y el poder político de la sociedad occidental. Algunos de ellos se mostraron resignados ante la inevitabilidad de aquel retroceso a la barbarie, y otros se esforzaron en darle solución.
Tenían un concepto del hombre que era esencialmente religioso y moral. El hombre es el fin, y no debe ser empleado nunca más como un medio; la producción material es para el hombre, no el hombre para la producción material; la finalidad de la vida es el despliegue de las potencias creadoras del hombre; la finalidad de la historia es la transformación de la sociedad en otra gobernada por la justicia y la verdad: esos son las principios en que se basaban todas las críticas contra el capitalismo moderno. También fueron la base de los proyectos para una sociedad mejor.

Para dar más fuerza a la afirmación que acabamos de hacer, es necesario examinar algunos rasgos salientes del desarrollo de la cultura cristiana occidental. Mientras para los griegos la historia no tenía finalidad ni objeto, el concepto judeo-cristiano de la historia se caracterizó por la idea de que su sentido inmanente era la salvación del hombre. El símbolo de esta salvación era el Mesías, y la época, la época mesiánica. Hay, no obstante, dos conceptos diferentes de lo que establece el fin de los días, la finalidad de la historia. Uno relaciona el mito bíblico de Adán y Eva con el concepto de salvación. Expuesta brevemente, la esencia de esta idea es que originariamente el hombre estaba identificado con la naturaleza. No había conflicto entre él y la naturaleza, ni entre el hombre y la mujer. Pero el hombre también carecía del rasgo humano más esencial: el del conocimiento del bien y del mal. Por la tanto, era incapaz de decisiones libres y de responsabilidad. El primer acto de desobediencia fue asimismo el primer acto de libertad y, en consecuencia, el principio de la historia humana.

El hombre es expulsado del paraíso, ha perdido su armonía con la naturaleza. Tiene que vivir por su cuenta, pero es débil. Tiene que desarrollar su razón, alcanzar la plena humanidad para alcanzar una nueva armonía con la naturaleza, consigo mismo y con todos sus semejantes. El fin de la historia es el pleno nacimiento del hombre, su total humanización. Entonces: la Tierra estará colmada del conocimiento del Señor, como las aguas cubren los mares. Todas las naciones formarán una sola comunidad y las espadas se convertirán en arados. En esta concepción, Dios no realiza un acto de gracia. El hombre cometerá muchos errores , pecará y sufrirá las consecuencias. Dios no le resolverá sus problemas, fuera de revelarle los fines de la vida. El hombre tiene que operar su propia salvación, tiene que darse nacimiento a sí mismo, y en el fin de los días quedarán establecidas la armonía y la paz nuevas  ; la sentencia pronunciada contra Adán y Eva será revocada, mediante el propio desarrollo del hombre en el proceso histórico.

La otra concepción mesiánica de la salvación, que fue la predominante en la iglesia cristiana, dice que el hombre no podrá salvarse nunca a sí mismo. Solo Dios, por un acto de gracia, puede salvarlo, y lo salvó haciéndose humano en la persona de Cristo. El hombre, mediante los sacramentos de la iglesia, se convierte en un participante de esa salvación, y obtiene así el don de la gracia divina. El fin de la historia es la segunda venida de Cristo, la cual es un acontecimiento sobrenatural y no histórico.

El pensamiento de Marx es claramente mesiánico-religioso en lenguaje secular. Todo el pasado histórico no es más que prehistoria, es la historia de la autoenajenación; con el socialismo se introducirá el reino de la historia humana, de la libertad humana. La sociedad sin clases gobernada por la justicia, la fraternidad y la razón será el comienzo de un nuevo mundo, hacia cuya formación se encaminaba toda la historia anterior.
La finalidad de este capítulo es exponer las concepciones socialistas como el intento más importante para hallar solución a los males del capitalismo.

El fascismo, el nazismo y el estalinismo tienen en común que ofrecen al individuo atomizado un refugio y una seguridad nuevos. Estos regímenes son la culminación de la enajenación. Se hace al individuo sentirse impotente e insignificante, pero se le enseña a proyectar todas sus potencias humanas en la figura del jefe, en el estado, en la patria, a quien tiene que someterse y adorar. Escapa de la libertad hacia una nueva idolatría.
Al lado del autoritarismo fascista o estalinista y del supercapitalismo, la tercera de las grandes reacciones a la crítica del capitalismo es la teoría socialista.

Infortunadamente, al tiempo de escribir esto, las palabras socialismo y marxismo llevan una carga emocional tan fuerte, que es difícil discutir estos problemas en un ambiente de calma. En muchas personas esas palabras van asociadas a materialismo, ateísmo, matanzas: en suma, a cosas malas.
La reacción irracional que suscitan las palabras socialismo y marxismo se ve reforzada con una ignorancia notable por parte de quienes padecen ataques de histerismo cuando oyen esas palabras. A pesar de que todas las obras de Marx y otros socialistas están a disposición de todo el mundo para leerlas, la mayoría de los que alientan los sentimientos más fuertes contra el socialismo no han leído nunca una palabra de Marx, y otros muchos solo tienen de ellas un conocimiento muy superficial. Si alguien se toma el trabajo de estudiar a los escritores socialistas con un mínimo de objetividad, advertirá que la crítica hacia el capitalismo es por su materialismo, por su efecto mutilador sobre las facultades genuinamente humanas del hombre.

Así como Hitler empleó la palabra socialismo para dar mayor atractivo a sus ideas raciales y nacionalistas, Stalin explotó los conceptos del socialismo y del marxismo para su propaganda. Su pretensión es falsa en los puntos esenciales. Aisló el aspecto puramente económico del socialismo, el de la socialización de los medios de producción, de la concepción socialista en su totalidad, y pervirtió sus objetivos humanos y sociales convirtiéndolos en sus contrarios. Sus principales resortes son la obsesión por el progreso industrial, la desconsideración feroz hacia el individuo y el ansia de poder personal.

El socialismo como movimiento político, puede decirse que empezó en la Revolución Francesa, con Bebeuf, que habló a favor de la abolición de la propiedad privada de la tierra y pidió el consumo en común de sus frutos y la supresión de las diferencias entre los ricos y pobres, entre gobernantes y gobernados. Creía que había llegado el tiempo de una República de los Iguales (égalitaires), de abrir para todos la gran casa hospitalaria.     
Carlos Fourier, en contraste con la teoría relativamente simple de Babeuf, ofrece una teoría y un diagnóstico de la sociedad más elaborados. Hace del hombre y sus pasiones la base para conocer la sociedad, y cree que una sociedad sana debe servir no tanto al objetivo de aumentar la riqueza material como a la realización de nuestra pasión básica, el amor fraternal.
Contra la organización universal de grandes monopolios en todas las ramas de la industria, postula asociaciones públicas en el campo de la producción y el consumo, asociaciones libres y voluntarias en que el individualismo se combinará espontáneamente con el colectivismo. Solo de esta manera puede la tercera etapa histórica, la de la armonía, suceder a las dos anteriores, las de las sociedades basadas entre esclavo y amo y entre asalariados y patronos.

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