martes, 26 de junio de 2018

Sobrevivir. Lecciones del Reino Animal, parte 4


NEGREROS Y SOCIALISMO


Así comienza la caza de esclavos de las hormigas amazonas: un cálido día de verano, a eso de las dos de la tarde se ha reunido un pequeño grupo de veinte hormigas exploradoras de regreso junto a la entrada del hormiguero. Los animales introducen la parte trasera de sus cuerpos en los agujeros de la entrada y dejan escapar un olor especial que se extiende por el laberinto subterráneo. El mensaje quiere decir: ¡Alarma! ¡Todos los soldados arriba! ¡Vamos a comenzar una nueva campaña!
Segundos después, una agitada masa de hormigas amazonas surge de la tierra y forma una columna de marcha: primero la vanguardia, con un centenar de guerreros; en el centro, el cuerpo del ejército, unos dos mil insectos que forman una columna de diez centímetros de anchura y un metro y medio de longitud. A la retaguardia, las fuerzas de intendencia, unas mil esclavas que fueron capturadas en expediciones bélicas anteriores y ahora tienen que ayudar a sus dueños a someter a otras a su misma suerte.

El ejército marcha en línea recta, no hay la menor duda sobre la dirección a seguir. Las exploradoras tuvieron sumo cuidado en ir dejando huellas señalizadoras. Tras de haber recorrido unos cincuenta metros, los insectos se detienen y dejan ahí a sus esclavas antes de proseguir la marcha. Las esclavas no deben participar en la lucha. Su misión consiste en recibir a las esclavas que se consigan en el ataque y conducirlas a su nueva casa.
Al cabo de una hora y cuarto, la avanzada del ejército llega al hormiguero enemigo. De inmediato, las cien hormigas soldado que forman la vanguardia se vuelven en dirección al grueso de la tropa y dejan escapar otra señal olfativa: ¡Adelante, al ataque! Rápidamente el ejército de las amazonas cierra filas y se precipita en el hormiguero de sus víctimas.

El observador se hace de inmediato una pregunta: pese a su número, las atacantes son mucho menos que las ocupantes del estado atacado y, corporalmente, son casi tan fuertes y grandes. ¿Por qué razón esos ataques por sorpresa terminan regularmente con la victoria de las amazonas?
La respuesta es: porque las atacantes usan un arma secreta. Investigadores de la Universidad de Harvard han descubierto esto. Tan pronto como una de las atacantes encuentra resistencia, deja escapar una combinación de olores que producen dos efectos. El primero es que atrae hacia aquel lugar a todas las cazadoras de esclavos que se encuentren a una distancia de hasta siete centímetros. Gracias a eso se concentran grandes fuerzas atacantes en los lugares estratégicos, por lo que hay superioridad atacante donde las escaramuzas son más decisivas.

Por otra parte, esa combinación de olores provoca el pánico en las atacadas. Tan pronto como perciben ese olor lo dejan todo abandonado y salen del hormiguero buscando la huída sin tratar de defenderse.
¿Por qué ocurre así? Las hormigas atacantes imitan la substancia alarmante que la especie de las esclavas utiliza para provocar la alarma y avisar a sus compañeras de hormiguero de la existencia de un grave peligro. Son substancias de propaganda. Es como si alguien con autoridad inapelable, hubiera gritado: ¡Sálvese quien pueda! Algo así como un arma de difusión.
Efectivamente, los investigadores califican a estos olores de substancias de propaganda, pues causan sobre las atacadas un efecto desmoralizador tan grande, que se prolonga por mucho tiempo, hasta el punto de que las que logran huir no vuelven jamás a ocupar su antiguo hormiguero.
Pero tanto si las sorprendidas víctimas huyen en todas direcciones, asustadas por la propaganda del terror, o son muertas por las amazonas, el resultado es siempre el mismo: las atacantes se apoderan de tantas crías como pueden transportar a su hormiguero. Crías que, poco después, se convertirán en obreras, en esclavas.

Éstas comienzan de inmediato a realizar los trabajos que ya vienen programados en su herencia genética: limpieza y construcción del hormiguero, recibir alimento y masticarlo para después  entregarlo una vez hecho digerible, así como también salir fuera a buscar alimento, recogerlo, transportarlo y ponerlo a disposición de sus nuevas señoras.
Mientras las esclavas hacen todo esto, las cazadoras de esclavos están cómodamente en el hormiguero, van perezosamente de un lado a otro, se dejan alimentar por las obreras extranjeras y esperan a que llegue el día de emprender una nueva operación.

El profesor Wilson, de la Universidad de Harvard, quiso averiguar qué pasaba si de repente las hormigas esclavistas, se quedaban sin prisioneras. En un hormiguero artificial, sacó con pinzas a todas las esclavas. Poco después, las señoras empezaron a dar muestras de nerviosismo y se pusieron a buscar por todo el hormiguero, hasta que se dieron cuenta de que no les quedaba más remedio que trabajar. Y se pusieron a hacerlo. Es decir, saben trabajar, pero, ¡si pueden, prefieren que otras trabajen por ellas!
Aunque, si todo hay que decirlo, su forma de trabajar es un auténtico desastre. Las larvas (sus propias crías) quedaron descuidadas y solo las alimentaban de manera irregular y no las limpiaban en absoluto. En el hormiguero reinaban el desorden y la suciedad. Eso condujo al cabo de pocos días a una total desidia y descuido corporal en todos los miembros.

Cuando el investigador puso de nuevo en el hormiguero a las esclavas, volvieron el orden, la salud y, como no, también la pereza crónica de sus amas.
Hay que decir que entre las treinta y cinco distintas especies de hormigas que tienen esclavas hay algunas cuyos miembros son ya totalmente incapaces de trabajar aun cuando quisieran hacerlo. Entre ellas están las hormigas amazonas. Sus pinzas mordedoras le sirven para abrir un agujero, o triturar la cabeza del enemigo, o tomar las larvas capturadas, pero no le servirán en absoluto para limpiar el hormiguero ni cambiar su estructura, para alimentar a las crías ni para partir los alimentos. Son incapaces de valerse por si mismas hasta tal punto de que ni siquiera pueden alimentarse solas. Cuando tienen hambre, se ven obligadas a llamar a una esclava que les coloca la comida en la boca abierta.
La existencia total, completa, de la clase de los señores depende en absoluto de la existencia de personal sirviente. Sin él la hormiga amazona se ve condenada a morir de hambre. Consecuentemente, ¿no podría decirse que la hormiga amazona se ha convertido en esclava de sus esclavas?

El estado socialista ideal, en el cual todos  son (casi) iguales, en el que no hay ni ricos ni pobres, hambrientos junto a quienes lo que pueden comer todo, apenas un poco más para los funcionarios, ni explotadores ni explotados, ese estado que los hombres sueñan, existe realmente en la Tierra: el las abejas, las hormigas y los termes. ¿Un socialismo (casi) ideal como fórmula de sobrevivencia para esos animales?
En el interior de esos estados de millones de habitantes que son los hormigueros, la alimentación de las hormigas está regida por un socialismo, que no conoce otra división que la que establecen los tiempos de abundancia o escasez y que supera todas las fórmulas de igualdad de derechos existentes en las formas humanas sociales más avanzadas.

Si una hormiga hambrienta encuentra una compañera cuyo buche está lleno de comida, se detiene y con un juego de señales y toques comienza a pasarle las antenas por la cabeza, a acariciarle las mejillas con las patitas delanteras y a lamerle las proximidades de la boca. Esos gestos, en el lenguaje de las hormigas, significan : “¡Dame algo de comer!” La hormiga harta echa hacia atrás sus antenas, abre sus pinzas, saca la lengua y deja que en ésta aparezca una gotita de líquido nutriente que es lamido golosamente por la hormiga hambrienta.
Si la compañera así alimentada encuentra una tercera hormiga que le pide a ella, que acaba de suplicar, le da algo de lo que ha recibido, pese a que no está harta ni mucho menos. Y la otra con hambre aún cederá, si encuentra otra más hambrienta, una parte del contenido de su estómago.

Esto no tiene que ver con la moral ni la camaradería. Reacciones instintivas impiden al individuo tomar decisiones libres y, con ello, la posibilidad de comportarse egoístamente. La disposición altruista de una hormiga es puesta en marcha cuando su compañera, con la movilidad y la insistencia de sus gestos, demuestra tener un hambre mayor que la suplicada.
Así el estado de alimentación de todo un estado de millones de individuos siempre está en un nivel individual bastante semejante. El carácter instintivo de este comportamiento impide que un animal pida más de lo necesario para, de este modo, enriquecerse injustificadamente.
Claro está que con este sistema los vagos reciben lo mismo que los más aplicados. Pero este pueblo puede pasarse sin estímulos a la producción, puesto que todos los componentes actúan por reacciones instintivas.

Solo se conocen dos inquietantes excepciones, hasta ahora: una de ellas es el escarabajo de alas cortas que anida como parásito en los hormigueros. Se acurruca en los rincones más escondidos del hormiguero y no hace más que pedir, pedir y pedir, y sabe utilizar tan bien los gestos de petición de las hormigas, despertar de tal forma su compasión, que las que pasan junto a él lo toman como a un auténtico hambriento y le ofrecen tres o cuatro veces más alimento que el que le darían a una compañera hambrienta. Así, este parásito, fingiendo unos gestos que no son suyos, engorda y siempre está harto, incluso en los tiempos en que las hormigas de esa comunidad están pasando hambre.
Vemos pues, que ni siquiera en el más perfecto del socialismo alimenticio de los insectos se está a salvo del abuso de los faltos de escrúpulos.



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