miércoles, 30 de mayo de 2018

¿Por qué el Socialismo?, parte 2 (final)


¿Por qué el Socialismo? 
Por Albert Einstein, (continuación)


A mi modo de ver, la verdadera fuente del mal reside en la anarquía económica de la sociedad capitalista actual. Tenemos ante nosotros una gigantesca comunidad de productos cuyos miembros luchan de forma permanente por despojarse unos a otros de los frutos de su trabajo colectivo: y no por la fuerza, sino en escrupulosa complicidad con el orden legal establecido. En este sentido, es importante comprender que los medios de producción -es decir, la capacidad productiva total requerida para producir tanto bienes de consumo como nuevos bienes de capital- pueden ser legalmente, y en su mayoría lo son en realidad, propiedad privada de individuos.
Por razones de claridad, en la discusión que sigue denominaré obreros a todos aquellos que no participan en la propiedad sobre los medios de producción, pese a que esta aceptación no responde al uso habitual de la palabra.

El propietario de los medios de producción está en condiciones de comprar la fuerza de trabajo del obrero, quien, utilizando los medios de producción, crea otros bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto clave de este proceso reside en la relación existente entre lo producido por el obrero y el salario que recibe a cambio. Como sea que el contrato de trabajo es libre, el salario del obrero se determina no por el valor real de los bienes que produce, sino en función de sus necesidades mínimas y por la relación entre la demanda de fuerzas de trabajo por los capitalistas y la cantidad de obreros que compiten por encontrar trabajo. Es importante advertir que ni siquiera en teoría el salario del obrero se determina por el valor de lo que produce.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte gracias a la competencia entre capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y la creciente división del trabajo estimulan la formación de unidades de producción mayores a expensas de las pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía de capital privado cuyo inmenso poder no puede ser controlado ni siquiera por una sociedad organizada democráticamente. Esto es posible porque los miembros de las instituciones legislativas son seleccionados por partidos políticos financiados en gran parte por capitalistas privados que, a efectos prácticos, lo que hacen es separar el electorado del cuerpo legislativo. De ahí que, en realidad, lo representantes del pueblo no protejan suficientemente los interese de los sectores no privilegiados de la población. En estas condiciones, además, es inevitable que los capitalistas privados controlen incluso, en forma directa o indirecta, las principales fuentes de información (prensa, radio, educación).
Es pues, tremendamente difícil para el ciudadano particular, y en muchos casos realmente imposible, llegar a conclusiones objetivas y usar inteligentemente sus derechos políticos.

De este modo, la situación que predomina  en una economía basada sobre la propiedad privada del capital se caracteriza por dos principios fundamentales: primero, los medios de producción (capital) son de propiedad privada y los propietarios pueden disponer de ellos a su conveniencia; segundo, el contrato de trabajo es libre.
Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular es preciso señalar que tras largas y amargas luchas políticas llevadas a cabo por la clase obrera, ciertas categorías de obreros han obtenido algunas mejoras. Vista como una totalidad, sin embargo, la economía actual no difiere excesivamente de la forma pura del capitalismo.

No es la utilidad social sino la ganancia lo que motiva la producción. No se toman medidas para que todos aquellos capaces y dispuestos a trabajar estén en condiciones, permanentemente, de encontrar empleo, por lo que casi siempre existe un ejército de desocupados. El obrero se halla bajo la constante amenaza de perder su trabajo. Puesto que tanto los desempleados como los obreros mal remunerados no forman un mercado lucrativo, se restringe la producción de bienes de consumo, con las consiguientes privaciones y penurias. Con frecuencia, el progreso tecnológico conduce no a una disminución general de esfuerzo productivo sino a un aumento del paro. El móvil de lucro y la competencia entre capitalistas determinan la inestabilidad en la acumulación y utilización del capital, lo que a su vez provoca crisis económicas cada vez más graves. La competencia ilimitada implica el desperdicio de enormes cantidades de trabajo y la deformación, a la que antes me referí, de la conciencia social de los individuos.

Considero que esta mutilación del hombre es la peor de las lacras del capitalismo. Todo nuestro sistema educativo padece este mal: se inculca en el estudiante una actitud exageradamente competitiva, y se le induce a reverenciar el triunfo en términos adquisitivos y hacer de ello su objetivo profesional.
Estoy convencido de que solo existe una forma de eliminar estos graves males, a saber, implantando una economía socialista que vaya acompañada de un sistema educativo orientado hacia objetivos sociales.

En una economía de este tipo, la misma sociedad es propietaria de los medios de producción y los utiliza de manera planificada. Una economía planificada que ajustará la producción a las necesidades de la comunidad, distribuirá el trabajo necesario entre todos los que fueran aptos para trabajar y garantizaría la subsistencia de todo hombre, mujer o niño. La educación del individuo, además de estimular sus potencialidades naturales, intentaría desarrollar en él un sentido de responsabilidad hacia sus congéneres en lugar de glorificar el poder y el éxito como hace nuestra sociedad actual.

Sin embargo, conviene recordar que economía planificada no es sinónimo de socialismo. La esclavización del individuo puede ser simultánea a la existencia de una economía planificada. Para llegar al socialismo se requiere la solución previa a algunos problemas sociopolíticos extremadamente complejos.
En efecto, ¿cómo puede evitarse, en vista del avanzado grado de centralización del poder político y económico, que la burocracia se convierta en una fuerza todopoderosa y suficiente?, ¿cómo asegurar los derechos del individuo y oponer así un firme contrapeso democrático al poder de la burocracia?

En nuestra época de transición resulta de fundamental importancia comprender con claridad los objetivos y problemas del socialismo. Teniendo en cuenta que en las actuales circunstancias la discusión libre y sin inhibiciones sobre estos problemas se ha convertido en un poderoso tabú, considero que la creación de esta revista constituye un importante servicio a la sociedad.

(Artículo publicado en la revista ICyT, VOL 12 MUN.164, DE Mayo de 1990.)

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