miércoles, 2 de mayo de 2018

El Diablo, parte 7

LA TIERRA PROMETIDA DE SATANÁS

Se ha escrito copiosamente desde Julio Cesar en adelante sobre la Dulce Francia, pero nadie, me parece, que ha hecho en este país el extraño descubrimiento que anuncio aquí: Francia es la tierra prometida del satanismo. 
Amo inmensamente a Francia y amo su arte, su literatura y su civilización: no tengo pues, la menor intención de calumniarlo. Y para demostrarlo haré una enumeración de nombres y obras:

El primer escritor que ha repetido y prolijamente enunciado la teoría de la superioridad del mal sobre el bien y la belleza de la crueldad, es un francés, el famoso marqués de Sade. Él se propone revelar la legitimidad del tormento y de la matanza, la superioridad del vicio y del pecado sobre la virtud, la ridiculez de todo principio ético, la voluptuosidad de hacer sufrir a los propios semejantes. Estas teorías inhumanas fueron por él asociadas, casi siempre, a los placeres del sexo, pero en realidad va más allá. La verdadera substancia del sadismo es el satanismo.
La influencia de De Sade, aunque subterránea, fue profunda y fue ganando terreno. Un escritor católico, pero no siempre conformista, Barbey D´Aurevilly, escribió un volumen entero de novelas diabólicas y una de las más famosas lleva este título significativo: La felicidad en el crimen.

El poeta épico del satanismo francés es el desgraciado Isidore Ducasse, que publicó sus Chants de Maldoror (1869) bajo el imaginario nombre de conde de Lautréamont.  Representa a Dios como autor o inspirador de perversidades fantásticas, de crueldades repugnantes, de obscenidades atroces. Heredero y continuador del satanismo de tipo sádico.
Villers de Isle Adam, es autor de Cuentos crueles. En El matador de cisnes, se muestra enemigo de la belleza y de la libertad y de la vida.
En las Caves du Vatican, de André Gidé, se propone una teoría realmente diabólica del crimen gratuito, realizado por su héroe Lafcadio. En su último libro tenemos esta extraña confesión: Si yo creyese en el Diablo (algunas veces he simulado creer: ¡es tan cómodo) diría que pacté en seguida con él.

La atracción demoníaca en Francia es tan viva y perenne que no se sustraen a ella ni siquiera como hemos visto, los escritores católicos. George Bernanos que se hizo famoso con su novela Sous le soleil de Satan (1926), está obsesionado por los íncubos y por las acechanzas diabólicas en su obra.
Satanás comparece solo como sombra en el Diable et le bon Dieu (1951), de J. Paul Sartre, pero el Gotz, el condottiero despreocupado y despiadado que intenta en vano convertirse al bien, pertenece a la familia de los héroes maléficos y bestiales salidos del seno obsceno del marqués de Sade.
Queda bien claro que en esta lúgubre reseña de las encarnaciones del mal no he citado más que a los escritores de mayor valor. En otras literaturas también -señaladamente en las de Inglaterra, de Alemania y de Rusia- se podría reconocer personajes satánicos, pero en ninguna como la francesa se descubre una continuidad tan insistente, durante casi dos siglos, en el tema infernal de la maldad voluntaria.
¿Cuáles son pues, las causas que hacen de Francia, la tierra prometida del satanismo?
Aquella libertad intelectual, de juicio y de expresión, que es uno de los elementos más admirables de la literatura francesa, ha arrastrado a muchos genios a la admiración y a la apología del gran adversario.

Francia está dominada, desde el seiscientos en adelante, por el espíritu cartesiano que tiende a aislar los conceptos puros hasta sus extremos. Cuando la fe en Dios y en el bien vaciló y casi se apagó -en el siglo XVI y después en el Renacimiento-, las mentes francesas más inquietas y temerarias trataron de hallar un substituto de lo absoluto en las ideas opuestas, o sea, en Satanás y en el mal.
La causa del enigma puede hallarse tal vez en estas reveladoras palabras de Huysmans:
Como es muy difícil ser un santo, queda el hacerse un satánico, uno de los dos extremos. La maldición de la impotencia, el odio de la mediocridad, es tal vez una de las definiciones  más indulgentes del diabolismo.
Se puede tener el orgullo de valer en el crimen tanto como un santo valga en la virtud.

El deseo de una perfección al revés, debido a la tendencia cartesiana de distinguir bien y mal, sería pues, la lógica atenuante de esa pasión orgullosa que ha precipitado a tantos ingenios en la oriflama de Lucifer.

EL DIABLO EGIPCIO

Posiblemente el Diablo más antiguo aparecido en el mundo, nació en los valles del Nilo y fue en sus orígenes un dios totémico de aquellas poblaciones que luego dominaron el Bajo Egipto.
Seth viene del desierto y representa en la teología egipcia la sed y la tempestad, los dos azotes más temidos por las tribus agrestes. Es el dios de la obscuridad, y por eso, el enemigo de los dioses de la luz, de Ra y de Horus.
Seth es lo estéril, lo que quema, la sequedad. Es lo irracional e irreflexivo de las almas, la morbosidad y el perturbamiento  del mundo.

El terror es una gran fuerza: hombres y dioses tienen miedo de Seth y adoran su potencia brutal. Por eso, a pesar de su oficio nefasto y funesto, Seth fue considerado dios, mejor aún, uno de los dioses mayores. Seth reinaba ya muchos siglos antes que Moisés y de Homero; es pues, más antiguo que el Satanás hebraico y que el Tifón griego.
Seth se hizo famoso por su fratricidio. Instigado por los celos y el odio, Seth mató un día a su hermano Osiris. Valiéndose de engaños le hizo que se extendiera dentro de un sarcófago; cerró la tapa y lo arrojó al Nilo. La hermana de Osiris, Isis, que era también su esposa, consiguió hallar el cadáver, pero Seth aprovechándose de un viaje de Isis, cortó en catorce pedazos el cuerpo exánime de su hermano.

El resto del mito -la venganza realizado por Horus, hijo de Osiris y de Isis- no viene al caso ahora. Pero vale la pena recordar que el tema del fratricidio aparece siempre en el códice de la criminalidad diabólica y se transfiere y reina en las costumbres humanas
La historia de la humanidad comienza con el fratricidio de Caín que se reproduce con harta frecuencia en la historia del pueblo hebraico. Absalón mata al hermano Anmón, Salomón al hermano Adonías, Jokanán a Jesna,
La antigua Grecia cuenta el doble fratricidio de Eteocles y Polinice.
La historia de Roma comienza con el fratricidio de Rómulo. Por amor a la brevedad no decimos nada de los fratricidios durante los siglos después de Cristo. Pero, es sin duda, uno de los delitos que deshonran más a la especie humana.
Seth es ahora conocido solamente por los egiptólogos, pero era necesario que nos ocupáramos de él, pues como vemos, en este furibundo demonio africano está el patriarca de los demonios y el patrono de los fraticidas.

EL DIABLO HINDÚ

También la India conoció a un Satanás, pero muy distinto del hebraico y cristiano. En los tiempos de las Upanishad se llamó Mrtyu y de ahí se derivó, en épocas posteriores, Mara, célebre sobre todo por haber tentado sin descanso a Buda en la vigilia de su revelación de la verdad liberadora.
Mara no es el que mata a los hombres, sino el que estimula el deseo del placer y sobre todo el amor carnal, el que perpetúa los nacimientos y, por eso, también la muerte.

Mientras nuestro Satanás encarna la idea de la rebelión, de la soberbia, de la negación del bien y el desafío a Dios, Mara, en cambio, representa el deseo del goce erótico, la embriaguez y la exaltación de los sentidos, el domino de aquellas ilusiones que llenan la vida y conducen a la muerte. Mara entonces se espanta de la idea del príncipe Siddhartha, de enseñar a los hombres la doctrina de la liberación, que consiste en la abolición del deseo, de ese deseo que es el fundamento mismo de la potencia de Mara.
Se decide por eso, a combatirlo y se acerca a Siddhartha, que medita debajo del árbol sagrado, con el fin de tentarlo.  Al principio Mara se contenta con imprecar osadamente al príncipe recordándole que es de estirpe guerrera y de que su verdadera misión es matar a los enemigos y no la de filosofar. Buda, naturalmente, no se da por aludido.

Mara, entonces, recurre a una tentación que él cree infalible. Con su arco de flores, dispara una flecha al joven, flecha que sí hiere a los hombres los pone frenéticos de lujuria, ansiosos de abrazos y de voluptuosidad. Pero la saeta de la libido no rasguña la carne del asceta impasible.
Mara se queda estupefacto e iracundo por la resistencia de Siddhartha y decide apelar al terror. Convoca un ejercito interminable y espantoso de monstruos y de fieras que rodean a Buda para amenazarlo y espantarlo. Pero el sublime iluminado no se cuida de ellos. Los siervos feroces de Mara intentan entonces golpear al príncipe, herirlo con flechas, con clavos y con troncos de árbol, y aplastarlo con montones de piedras. Pero las flechas se detienen en el aire, los troncos y las piedras vuelven a caer sobre los asaltantes, los tizones ardientes se convierten en flores rojas de loto. Y una voz misteriosa desciende del cielo y conmina a Mara a que se vaya en paz, porque tiene que reconocerse vencido. Buda ha vencido y anunciará a los hombres la verdad que pondrá término, si es por todos ejecutada, al reino de Mara.
Mara se resignó de momento a la derrota, pero más tarde quiso tomarse una curiosa venganza. Mara un día, tomó la forma y aspecto de Buda tan bien que hasta un monje piadoso, aun temiendo en su corazón de que se tratase de un demonio, se postró delante de él.

LA BELLEZA Y LA NOBLEZA DE LUCIFER

Dante vio con horror en el fondo del infierno a un Lucifer gigantesco y espantoso, pero no tan bestial como lo han representado los pintores de su tiempo. Dante tuvo una secreta simpatía por Lucifer, que se trasluce porque en su poema se ve llevado a recordad el primer estado de Satán, su esplendor y su nobleza más aún que su espantoso aspecto presente.
Cuando por primera vez lo descubre le viene a las mientes, en efecto, su antigua y maravillosa belleza:

Fue tan hermoso como ahora es feo.
                                                                                                  (inf. XXXIV,34)

Y en otro lugar:

….el primer soberbio
    que fue la suma de toda criatura.
                                                                                                    (Parad. XIX, 46-47)

Dante pues, está dominado por las imágenes de lo que fue Lucifer en su estado original más que por la espantosa figura del presente.
El mismo oficio que Dante asigna a Lucifer no es prueba de desprecio. El poeta considera a los traidores como los más condenables de los condenados e imagina que Lucifer tenga tres fauces para triturar a los más execrados de los pecadores: Judas que traicionó a Jesús, y Bruto y Casio que traicionaron a César. Lucifer es pues, para él un instrumento de la justicia divina contra aquellos que pecaron más gravemente.

El Lucifer de Dante, no sonríe ni se carcajea, como lo ven algunos, sino llora: con sus ojos lloraba. No llora ciertamente, por la suerte de los tres condenados que está devorando. Llora por sí mismo, por su destino criminoso, acaso por el espectáculo de dolor que le rodea; llora tal vez de rabia, pero también por remordimiento por su loca rebelión.
Lucifer, según lo describe Dante, no había perdido todo reflejo, todos los rasgos de la nobleza de su naturaleza original. Y si no ha perdido su nobleza originaria no pudo haber perdido del todo su belleza. Los  poetas modernos presentan a un Lucifer triste y afligido, pero no desprovisto de su belleza doliente y majestuosa. Milton lo ve como a un arcángel vencido, pero siempre esplendente como un serafín:

… su forma no ha perdido
todo su original esplendor, no aparece
menos que arcángel caído, y el exceso
de gloria oscurecida…
                             
                                                                                               (El paraíso perdido, I, 591-594)

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