martes, 22 de mayo de 2018

¿Por qué el Socialismo?, parte 1

 .


¿POR QUÉ EL SOCIALISMO?


 Solo consagrándose a la sociedad puede el hombre hallar sentido a su breve y arriesgada existencia
                                                                             ALBERT EINSTEIN 

Albert Einstein sigue dando sorpresas. En este artículo que consideramos excepcional a 69 años de su aparición, su autor hace planteamientos fundamentales todavía sin respuesta. A la luz de los cambios políticos contemporáneos su publicación tiene gran importancia: es mucho más que un documento raro de un genio de la física.

La imagen que tenemos de Albert Einstein, o mejor dicho, la imagen que de él nos han construido, es la del genio científico que nada tenía que ver con los problemas sociales y políticos. Sin embargo no es así, ya que Einstein fue un científico que estaba plenamente consciente de su responsabilidad como tal, así como del abuso que se hace de la imagen de la ciencia como la única poseedora de la “verdad”. Prueba de lo anterior es el siguiente artículo de Einstein, que sirvió de presentación a primer número de la revista Monthly Review: An Independent Socialist Magazine, N.Y. 1949

¿Es conveniente que una persona no versada en cuestiones económicas y sociales opine sobre el tema del socialismo? Mi respuesta, por una serie de razones es afirmativa.
Es verdad que existen diferencias metodológicas. En el campo de la economía no resulta fácil descubrir leyes generales, dado que los fenómenos económicos observables están a menudo incluidos en una serie de factores que es muy difícil de evaluar por separado.
Por otra parte, la experiencia acumulada desde los comienzos del llamado periodo civilizado de la historia humana, como es bien sabido, se ha visto condicionada por causas que en modo alguno son de naturaleza estrictamente económica. 

Veámoslo en un ejemplo: la existencia de la mayor parte de los principales Estados que ha conocido la historia se ha debido a la conquista. Los pueblos invasores se establecían en el país dominado como la clase privilegiada  y monopolizaban la propiedad de la tierra y designaban a los miembros de la institución que, al asumir el control de la educación, convertía en permanente la división de la sociedad, creando un sistema de valores a través del cual podía guiarse, en gran parte inconscientemente, la conducta social de los hombres.

En ningún periodo hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen denominaba la fase depredadora del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esta fase, y puesto que el verdadero objetivo del socialismo consiste precisamente en superar la fase depredadora del desarrollo humano, poca es la luz que la ciencia económica, en su estado actual, puede arrojar sobre la futura sociedad socialista. Deberíamos entonces, guardarnos de sobreestimar la ciencia y los métodos científicos en lo que se refiere a problemas humanos, y de suponer que los expertos son los únicos que tienen derecho a pronunciarse sobre cuestiones que afectan a la organización de la sociedad.

De un tiempo a esta parte se acepta corrientemente que la sociedad humana atraviesa una grave crisis. Caracteriza a ésta situación el que los individuos se sientan indiferentes, incluso hostiles, hacia el grupo, grande o pequeño, al cual pertenecen.
Permítaseme registrar aquí, a modo de ejemplo, una experiencia personal. Recientemente discutí con una persona receptiva e inteligente acerca de la amenaza de una nueva guerra que, en mi opinión, haría peligrar seriamente la existencia de la humanidad. Mi interlocutor, de forma muy tranquila y directa respondió: ¿Por qué se opone usted tan decididamente a la desaparición de la especie humana?  Estoy convencido de que tan solo cien años atrás nadie hubiera podido replicar con tanta ligereza, Se trata de la expresión de un hombre que se ha debatido en vano por lograr un equilibrio interno y que ha perdido casi por completo toda esperanza de obtenerlo. Refleja la dolorosa soledad que tantas personas padecen en la actualidad.¿Cuál es su causa? ¿Existe una salida?

Es fácil plantear preguntas de esta índole, pero difícil responder a ellas con cierto grado de seguridad. Debo, sin embargo, intentar hacerlo como mejor pueda, aunque estoy perfectamente consciente del hecho de que nuestros sentimientos e impulsos son, a menudo, contradictorios y obscuros, y de que no se prestan a ser expresados en fórmulas simples y terminantes.
El hombre es un ser simultáneamente solitario y social. En tanto que ser solitario, trata de proteger su propia existencia y la de aquellos que le rodean, satisfacer sus necesidades y desarrollar sus aptitudes. Como ser social, procura merecer el reconocimiento y afecto de sus semejantes, compartir sus alegrías, confortarlos cuando sufren y mejorar las condiciones generales de vida. Solo la existencia de estos diversos impulsos, con frecuencia conflictivos, explica el carácter propio del hombre, y su combinación específica determina el grado en que un individuo puede lograr un equilibrio interno y omcontribuir al bienestar de la sociedad.

Es posible que en lo fundamental sea la herencia la que determine la fuerza relativa de ambas tendencias. Pero la personalidad que finalmente emerge resulta, en gran medida, de la influencia del medio en el que el hombre se desarrolla, de la estructura social en la que se desenvuelve, de la tradición de esa sociedad y de la valoración que ésta hace de los diversos tipos de comportamiento. El concepto abstracto de sociedad significa, para el individuo, la suma total de sus relaciones con sus contemporáneos y con el conjunto de sus antepasados sociales.
El hombre es capaz de pensar, sentir, luchar y trabajar por sí mismo, pero depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual y emocional- que resulta imposible pensarlo, o intentar comprenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la sociedad la que proporciona al hombre alimento, vestido, vivienda, el lenguaje, las formas y gran parte del contenido del pensamiento: su vida resulta posible por el trabajo y las realizaciones de millones de hombres del pasado y del presente, y esto es lo que subyace en el breve término sociedad.

Es evidente pues, que la dependencia del individuo humano respecto a la sociedad es un hecho natural innegable. Como lo es también la de la hormiga y la abeja respecto del hormiguero y la colmena. No obstante, mientras que todo el proceso vital de hormigas y abejas se haya predeterminado por instintos rígidos y hereditarios, las normas sociales de los seres humanos son muy variables y susceptibles de modificación. Tanto la memoria como la capacidad para organizar nuevas experiencias y la propiedad de la comunicación oral, hicieron posible formas de interacción entre seres humanos que trascienden el plano de las necesidades estrictamente biológicas. Dichas formas de interacción se manifiestan en tradiciones, instituciones y organizaciones, en la literatura, en realizaciones científicas y técnicas, en obras de arte. Esto explica cómo, en cierto sentido, el hombre puede influir sobre su propia vida a través de su conducta y que, en este proceso, el pensamiento consciente y la voluntad desempeñan un papel.

Al nacer, el hombre hereda una constitución biológica, que incluye los impulsos naturales característicos de la especie humana. A ello se suma, en el curso de su vida, una estructura cultural que el hombre adquiere de la sociedad a través de la comunicación y otras muchas vías de influencia. Esta constitución cultural, sujeta a modificaciones a través del tiempo, determina en gran medida la relación hombre-sociedad.
Sobre la base de investigaciones comparativas de las llamadas culturas primitivas, la antropología moderna nos ha enseñado que la conducta social de los seres humanos puede diferir enormemente, según sean las pautas de cultura que prevalecen y los tipos de organización que predominan en la sociedad. En esto se basan los que luchan por mejorar la condición humana: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse entre sí o a quedar a merced de un destino cruel y autoimpuesto.

Quien se pregunte cómo podría cambiarse la sociedad y las actitudes culturales del hombre, a fin de hacer la vida humana lo más satisfactoria posible, debe ser consciente del hecho de que existen ciertas condiciones que no es posible modificar. Por ejemplo, la naturaleza biológica del hombre es prácticamente invariable. Por otra parte, el desarrollo tecnológico y demográfico de los últimos siglos ha creado ciertas condiciones de las que no es posible ya prescindir. La época en que individuos o grupos relativamente pequeños podían autoabastecerse, y que tan idílica parece a distancia, ha desaparecido definitivamente.

Llegados a este punto, puedo ya iniciar brevemente lo que, según mi punto de vista, constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo, y que localizo en la relación individuo-sociedad. Jamás se tuvo tanta conciencia como hoy acerca de la dependencia del hombre respecto de la sociedad, dependencia que el individuo no experimenta como un factor positivo, un lazo orgánico o una fuerza protectora, sino como una amenaza a sus derechos naturales o, incluso, a su existencia económica.

Su posición en la sociedad es tal, que los impulsos egoístas de su personalidad se acentúan sin cesar mientras que sus impulsos sociales, por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente.
Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, sufren este proceso de deterioro. Prisioneros inconscientes de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos y despojados de la capacidad para gozar la vida directamente, sin complicaciones innecesarias.
Solos consagrándose a la sociedad puede el hombre hallar sentido a su breve y arriesgada existencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario