martes, 29 de agosto de 2017

Cuenta Contigo, parte 17


 17
¿Esclavo de tus emociones?


Sin emoción, no hay proyecto.

Eduard Punset

A veces no es posible estar alegre, pero siempre 
podemos estar en paz.

Anónimo

¿En qué momento decidiste eliminar tus emociones, combatirlas, negarlas, querer que salieran de tu cuerpo?
Buena parte de nuestras emociones nos hacen sufrir, pero eso no justifica que las queramos sacar de nuestras vidas. Al hacerlo, negamos el proceso, el motivo y las soluciones de por qué se presentan en nosotros.

No podemos dividir el mundo de las emociones en buenas y malas. Las emociones pueden ser placenteras, intensas, marchitas, reforzante, etc. Pero no buenas o malas.
Las emociones se diferencian de los sentimientos. Una emoción es una respuesta química y neuronal como respuesta a un estímulo. El sentimiento, en cambio, es la interpretación que hacemos de esa emoción y que perdura en el tiempo. El sentimiento le da un valor a la emoción.

El primer error que cometemos con las mal llamadas emociones negativas, como la ira, la tristeza, el miedo, la frustración, la vergüenza, los celos, es querer que desaparezcan sin más. O sea, sin tener conocimiento de por qué sientes esto, cómo se llama lo que sientes, qué aprendizaje puedes sacar, a dónde te llevan o si te permiten sacar soluciones.

Tu mente es sabia, y tu corazón, tus impulsos y tus instintos también lo son. Las emociones pertenecen al cerebro reptiliano y, gracias a ellas hemos sobrevivido. Todas las emociones tienen un sentido. Cuando tienes miedo, tu mente interpreta que hay un peligro; cuando sientes asco, interpreta que algún alimento podría sentarte mal; cuando tienes rabia, es que algo está alterando tu equilibrio; y cuando te marchitas, lloras y sientes tristeza, puede que hayas perdido algo valioso o que no estés atendiendo tus necesidades, tu tiempo y tu espacio, y te invita a la reflexión.

En particular, estoy muy agradecida con mis emociones, porque son la señal de que algo no anda bien y me permiten corregirlo sobre la marcha. Gracias a esas correcciones, la tristeza o la ansiedad duran lo justo, no se eternizan ni son intensas. Muy diferente hubiera sido desatenderlas, seguir un ritmo frenético, decir que sí a todo, no reservarme tiempo para mi… habría terminado con tensión alta, sin dormir, consumiendo más café e incluso mostrándome irascible.

Para corregir nuestro entorno y aprender de las emociones, tenemos que estar muy atentos y escucharlas, preguntándonos: ¿Qué me estás queriendo decir?

Momento libreta…
Haz un panel, en una cartulina o de modo virtual, en el que estén representadas todas tus emociones, las que conozcas, las que hayas vivido, y adórnalas de información. Puedes ilustrarlas con formas, pintarlas de colores, ponerles nombre y apodo; por ejemplo: Esta es mi decepción, apodada Lost, porque el final de la serie fue el chasco de mi vida. Al lado de cada una de tus emociones puedes poner alguna anécdota, los recursos que te ayudaron en ese momento, cuánto tiempo estuvo acompañándote… lo que tú decidas.


Se trata de hacer un mapa divertido e informativo que te ayude a conocerte mejor a ti mismo. No es para recrearnos en la pena, sino para jugar  con las emociones. Es divertido ver como vas cambiando tu relación con las emociones en función de los años y las experiencias. Al anotar al lado de cada emoción anécdotas, dentro de un tiempo, en el que ya habrás cerrado carpetas, te parecerá algo muy gracioso haber reaccionado de una manera determinada en el pasado. En el mapa de las emociones deben encontrarse todas, las que te producen bienestar y las que generan sufrimiento: inseguridad, ira, honestidad, pena, alegría…

Las emociones requieren entrenamiento. Muchas personas podrían considerarse analfabetas emocionales, porque nunca han expresado cómo se sienten, nunca han ahondado en sus sentimientos, por miedo, por ignorancia o porque culturalmente se les prohibió, porque los hombres no lloran o la duda es para los débiles. No hay nada más limitante para el crecimiento personal que disimular, enmascarar o negar lo que sientes. Además de deshumanizarte, te impide evolucionar. Y es que las emociones nos dan información… ¡para que reacciones y tomes una decisión! Si las ninguneas, las rechazas o las combates, no podrás ser eficaz en la gestión de tus problemas.

¿Qué sería de nuestras relaciones personales si no sintiéramos compasión hacia el otro? Seríamos personas frías y calculadoras, incapaces de ponernos en el lugar de los demás. ¿Y has notado lo difícil que es tomar una decisión en forma racional? Muchos de mis pacientes me piden ayuda: Tú que conoces mi historia, ¿crees que debería separarme?; ¿Cambio de trabajo?; ¿Debería hacer ese viaje?. No puedo tomar decisiones por mis pacientes, pero si les digo que el peso racional no siempre nos ayuda a tener clara la decisión, porque también intervienen las emociones, incluso antes que la razón. Hay veces que la sensatez y la responsabilidad y el análisis se posicionan de un lado, y aun así, tú no lo ves. Porque donde manda corazón, no manda marinero. Y la emoción tiene un peso poderoso frente a la razón. Con ello corremos el riesgo de equivocarnos, claro está, pero apostar siempre por lo que conviene puede llevarnos a una vida sin sentido.

Tanto las emociones como la intuición son determinantes en la toma de decisiones. Es difícil definir la intuición, es un flash, una corazonada que aparece y nos dice que sabemos algo antes de que ocurra, que predecimos algo sin saber por qué. El diccionario define la palabra intuición como la facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento. Así que la intuición, como las emociones, es parte de nuestra sabiduría.

¿Nos debemos dejar guiar por las emociones y la intuición? ¿Y si nos estrellamos? Hay que medir el riesgo. ¿Es un riesgo asumible? ¿Perjudico a terceras personas? ¿Van en juego mis ahorros? Nadie puede contestar esas preguntas salvo tú mismo. Tienes que decidir y hacerte responsable, con sus éxitos y sus fracasos.
Lo cierto es que la intuición muchas veces te lleva a acertar y a tener una vida más satisfactoria. Nunca debemos dejar de lado nuestra capacidad para razonar, pero no pongamos al pensamiento, la intuición y la emoción en extremos opuestos.

No pretendas no tener ansiedad, ni miedo, ni vergüenza, simplemente acéptalos en tu vida y trata de hablar con ellos. Te están diciendo algo. Se puede gestionar la ansiedad desde la serenidad. También se puede expresar enfado sin mostrar ira. Y ser eficiente, eficaz y resolutivo hablando en público a pesar de la vergüenza. No tengas miedo a tener la emoción, lo que debes plantearte es que la vida puede ser igual sintiendo eso que parece desagradable.

Puedes ir a una entrevista de trabajo sintiendo inseguridad, pero trata de comportarte de forma segura, aunque sea imitando a alguien que sí lo es. Puedes tener ansiedad ante una charla en público, pero si la preparas, te hablas en positivo y te visualizas con éxito, seguro que lo alcanzarás. La mayoría de la negatividad que anticipamos cuando sentimos una emoción no se produce nunca. Así que deja que la emoción se manifieste, pero no permitas que te limite. Dile algo así como: Bienvenida ansiedad, veo que estás por aquí, ¿has desayunado fuerte? Es que tenemos ahora una reunión de grupo medio complicadita y no quiero que te desmayes. Ponte guapa, que nos vamos. Mantente callada y después de la reunión platicamos un poquito. Permite que esté, pero no que mande. Mandas tú.

Tampoco justifiques todo en nombre de las emociones. Hay personas que, bajo la bandera de la pasión, defienden sus ideas de forma extremista. Aunque las emociones no sean buenas ni malas, lo que sí puede acarrear un problema es la reacción fruto de la emoción. La ira te lleva a dar voces; el miedo, a evitar situaciones y perder oportunidades; la tristeza, a marchitarte y dejar de relacionarte y participar en actividades atractivas; la desilusión, a dejar de esforzarte; la ansiedad, precipitarte, y así un largo etcétera. No tienes que eliminar las emociones, pero si debes buscar la respuesta eficaz para cada situación. La reacción personal a las emociones se puede entrenar.

Lo primero es aceptarlas y ponerles nombre, y luego, olvidarte de ellas. Incluso puedes observarlas, ver cómo se manifiestan en tu cuerpo, jugar con ellas, darles un color, mirar qué órganos afectan. Cuando les hayas hecho hueco y no las veas como un enemigo, eres libre de elegir si quieres seguir observándolas o si te pones en marcha con alguna actividad que te lleve el foco de atención a otra cosa.

Tienes que dejar de relacionar emociones con comportamientos. Y aprender que la emoción existe, que es natural, biológica e informativa, pero que quien decide cómo actuar eres tú. Conducir te estresa, decide no pitar; tu jefe es agresivo y te da miedo, decide tratarlo con amabilidad; la ansiedad te lleva a comer, decide tomar un té verde y una manzana; hablar en público te genera incertidumbre, decide ver un video divertido que te haga reír antes de tu exposición.

Los marcadores somáticos influyen en nuestra toma de decisiones debido a que las emociones vividas sesgan nuestra forma de comportarnos. Una situación traumática, como no haber logrado que tu amor sea correspondido, te puede llevar a evitar volver a enamorarte. Los marcadores somáticos también pueden influirnos en forma positiva. Si fuiste el mejor jugador del partido contra un determinado equipo en su campo, querrás volver a jugar ahí. Así que decide si esos sesgos siguen sumando o si prefieres volver a establecer un nuevo marcador. Decídelo. 

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