martes, 14 de marzo de 2017

El Gozo, parte 39

Capítulo 12 (continuación)

El gozo es la experiencia de esa encantadora espontaneidad característica del comportamiento de los niños, que conservan intacta la inocencia y no han perdido la libertad. Como vimos, los niños pierden la inocencia y la libertad más bien temprano bajo la presión de las crueles realidades de la vida familiar moderna.
La supervivencia, y no el gozo, se transforma en el tema central de sus vidas. Para sobrevivir se necesita sofisticación, engaño, manipulación y un estado de alerta constante basado en el temor.

Sin embargo, la supervivencia implica una autoderrota; exige retirarse de la autoconciencia, de la autoexpresión y de la autoposesión. La vida se transforma en una lucha y aunque en nuestra situación de adultos no exista ninguna amenaza de muerte, el individuo común sigue luchando como si existiera.
Una y otra vez, los pacientes me dicen: “No puedo decirle lo que pienso ni lo que siento. Tengo miedo de que me rechace”. Una vez, una paciente dijo: “No puedo decirle que lo amo. Me va a rechazar”. Otro dijo: “No puedo demostrarle que siento ira hacia usted. Me va a echar”. No obstante, aún el hecho de decirlo constituía un paso hacia la libertad. Para ser franco, incluso con un terapeuta que promueve la libre expresión, se necesita mucho  coraje. El paciente lo adquiere en forma lenta pero pareja a través del proceso bioenergético que consiste en aumentar la energía del paciente, promover la autoexpresión y ayudarlo a que entienda su problema.


El objetivo de la terapia no es aprender a ser asertivo. Esos procedimientos alientan la pseudoagresión, que es una acción voluntaria, no espontánea. Los pacientes me dicen: “¿Sabe lo que me pasó ayer? Mi jefe me habló de mal modo y sin pensar le dije “no me hable así”, y me pidió disculpas”. Me dicen “lo que me paso”, y no “¿sabe lo que hice?” El paciente que me lo contó estaba más sorprendido de su franqueza que su jefe.
Después de romper una vez la barrera del temor, resulta mas fácil volver a abrir la puerta a la libertad. La irrupción inicial es una experiencia alegre procedente de la corriente de vida que fluye por el cuerpo. No es necesario iniciar una terapia para tener experiencias como esta. Alguien a quien debe efectuársele una biopsia para determinar si un tumor o lesión es canceroso experimentará el mismo gozo y la misma sensación de estar libre de temores cuando le digan que el resultado de la biopsia es negativo. En este caso, el gozo también procede de una corriente de vida. La diferencia entre las dos situaciones es que la experiencia terapéutica no depende de la buena suerte sino que es el resultado lógico de un proceso de autodescubrimiento.

La alegría aumenta a medida que avanzamos en el descubrimiento del self. Hace poco en un taller, una participante se volvió hacia mi y comentó: “Es la primera vez que siento mi cuerpo haciendo eso”. Se refería a la pulsación. Su cuerpo había cobrado vida y constituía una fuerza independiente capaz de superar la sensación que ella tenia de ser un objeto controlado por su mente. Esta experiencia fue el resultado de muchos ejercicios tendientes a profundizar la respiración, utilizar la voz y expresar los sentimientos. Era como cebar una bomba de agua para que pueda funcionar por si sola.

Cuando el cuerpo se mueve por si solo, en una forma total, como un organismo, resulta una experiencia conmovedora. Esto es lo que sucede cuando un niño salta de alegría. No es que el niño primero sienta gozo y después salte o viceversa. La causante del salto es una corriente de excitación placentera que fluye por el cuerpo del niño. El salto no es consciente. El cuerpo es elevado del suelo y en esa experiencia sentimos alegría.

La libertad constituye la base del gozo. No se trata solo de sentirse libre de las limitaciones externas, si bien eso es esencial. Se trata, en particular, de liberarse de las restricciones internas, derivadas del temor y representadas por tensiones musculares crónicas que inhiben la espontaneidad, restringen la respiración y bloquean la autoexpresión. Estamos literalmente atados por estas restricciones. Toda irrupción representada por un brote de sentimiento también constituye un escape hacia la libertad. Estas irrupciones y escapes ocurren cada tanto en el curso de la terapia cuando una carga energética crece con fuerza suficiente detrás de un impulso de salir al exterior, de abrirse, de expresar un sentimiento.

Entregarse a Dios es entregarse a los procesos vitales del cuerpo, a los sentimientos, a la sexualidad. La corriente de excitación que fluye por el cuerpo crea sentimientos sexuales cuando desciende y sentimientos espirituales cuando asciende. La acción es pulsátil y tiene exactamente la misma fuerza en las dos direcciones. En mi libro anterior señalé que una persona no puede ser más espiritual que sexual ni más sexual que espiritual.  La sexualidad no implica que exista un coito, del mismo modo que la espiritualidad no implica ir a la iglesia o pertenecer a una orden religiosa. Hace referencia a sentimientos de excitación hacia otra persona del sexo opuesto, mientras que la espiritualidad alude a sentimientos de excitación hacia la naturaleza, la vida y el universo. La mayor entrega a Dios puede tener lugar durante un acto sexual, si el clímax tiene la intensidad suficiente como para hacer que la persona entre en orbita con los astros. En el caso de un orgasmo total el espíritu trasciende el self y pasa a formar parte del universo pulsátil.

La excitación sexual hace que el cuerpo gire. La experiencia de esos giros se hace más visible cuando perdemos el control de tanto girar en los movimientos convulsivos del orgasmo, lo cual produce en el individuo una sensación de éxtasis. Si la excitación sexual es muy intensa, es posible que la cabeza realmente nos de vueltas, lo cual puede convertirse en un sentimiento de gozo si no tememos a esa sensación. Incluso un sentimiento de amor puede hacer que rodemos en circulo o que rodeemos con los brazos a la persona amada.

Reich tenia el brillante concepto de que el proceso energético del coito se asemeja al proceso cósmico que el denominó superimposicion. Según su teoría, cuando dos sistemas energéticos se atraen entre sí, comienzan a girar en torno al otro mientras se van atrayendo cada vez más. Ese proceso de superimposicion cósmica puede apreciarse en fotografías de galaxias que muestran el movimiento espiral o giratorio de las estrellas mientras dan vueltas en el espacio. Puede observarse este movimiento en la fotografía de la nebulosa espiral conocida como G 10, que aparece en el libro de Reich, Super posición cósmica.

Reich consideraba que los dos brazos de la nebulosa eran ondas energéticas de corrientes que atraían y acercaban más las estrellas de la nebulosa mientras giraban unas en torno a las otras. La fuerza activa que hace que estas estrellas se atraigan entre si es la gravedad; vale decir que cuando los objetos del espacio se acercan lo suficiente se atraen entre si. En el mundo animal, a la fuerza que atrae a dos individuos la denominamos amor o sexualidad. En el caso de los mamíferos, en el que el macho monta a la hembra en el abrazo sexual, su posición y actividad es similar al fenómeno de superimposición. El movimiento de las ondas de excitación que recorren el cuerpo de los individuos asemeja al hecho cósmico antes descrito.

Para mi, la idea de que el proceso vital deriva de los procesos cósmicos y los refleja tiene sentido. Cualquier otra forma de ver las cosas negaría nuestra identificación con el universo. La vida sobre la tierra es un hecho cósmico que no difiere del nacimiento y la muerte de las estrellas, aunque su proporción es infinitesimal.
Si nos regocijamos con Dios ante el giro de las esferas celestiales, también podemos regocijarnos con él ante el giro de nuestros cuerpos durante la pasión sexual. Sin embargo, esto sucede solo cuando la excitación sexual es un hecho que incluye a todo el cuerpo y no está limitada al aparato genital. Cuando nos entregamos a esta pasión, nos entregamos al dios interior y exterior. Si  bien el sexo es una experiencia placentera para la mayoría de las personas, los únicos que pueden experimentar su verdadero gozo son aquellos capaces de entregar sus egos. 

miércoles, 8 de marzo de 2017

El Gozo, parte 38


Capítulo 12 (continuación)

Cualquiera que esté familiarizado con la vida moderna sabe que en este siglo hubo un aumento enorme en el ritmo de la actividad, proporcional al aumento en la velocidad de los viajes y las comunicaciones. ¿Cómo podemos entregamos si vamos tan rápido que no podemos detenernos? ¿Cómo vamos a sentir el Dios interior si vamos a 100 kilómetros por hora o más por los carriles de velocidad? Aun así, en esta cultura agitada y manejada por máquinas algunas personas se enorgullecen de estar en el carril rápido. Cuanto más rápido se mueven y más cosas hacen, les queda menos tiempo para sentir, lo cual tal vez sea una de las razones por las que se mantienen tan ocupados.

La actividad pulsátil puede observarse con claridad en el animal denominado medusa o aguamar, en el que la pulsación crea ondas que lo mueven por el agua. Esta actividad también se aprecia en los gusanos y víboras en forma de ondas que los mueven por el espacio. En los animales superiores, la actividad pulsátil es más interna; se aprecia por ejemplo en las ondas peristálticas que mueven el alimento por los intestinos.

Dado que el corazón es el órgano del cuerpo que late con más fuerza, muchos místicos lo consideran la morada de Dios. Sin embargo, cabe preguntarse si Dios es la fuerza que crea la pulsación o si él mismo es la pulsación. Al sentir en el cuerpo esta actividad pulsátil espontánea, creemos que es una manifestación directa del espíritu interior. Esta actividad también tiene lugar en los cielos, en los movimientos arremolinados de los cuerpos celestiales, en la emisión periódica de ondas de luz y de radio. Al sentir la armonía entre la pulsación interna de nuestro cuerpo y la del universo, nos sentimos identificados con lo universal, con Dios. Somos como dos diapasones vibrando en el mismo tono.

Dado que la pulsación es un aspecto del mundo natural, el hombre bien podría creer que en todas las cosas hay un espíritu sagrado. En esta creencia se basa la religión animista. Al adquirir más conocimientos, objetividad y poder, el ego del hombre negó la existencia de un espíritu divino en la naturaleza y las demás criaturas, y se considero el único ser de naturaleza divina. Algunos individuos han llegado al punto de negar la existencia de una conexión con lo divino o el Dios interior. Solo podemos llegar a esta conclusión cuando perdimos todo contacto con la actividad pulsátil del cuerpo. En ese caso, el corazón late porque recibe señales del cerebro, que está genéticamente programado para enviar estas señales, algo similar a lo que sucede en el caso de la computadora, que puede ejecutar un sistema una vez que fue programada. No cabe ninguna duda de que nuestros cerebros están programados por la herencia y la experiencia para coordinar las complejas operaciones de computadora del cuerpo, pero aun queda por responder el interrogante de quien programó al hombre.

El concepto de vida mecanicista no admite ningún espíritu divino y, por lo tanto, niega toda posibilidad de acceder a una experiencia conmovedora, que da sentido a la vida. Si reconocemos que el espíritu vivo presente en los organismos es de naturaleza divina, evitamos el conflicto entre un concepto de vida místico y religioso, y uno mecanicista.

La negación del espíritu constituye una característica del individuo narcisista de nuestra época. Los narcisistas ven al mundo en términos mecanicistas: estimulo y respuesta, acción y reacción, causa y efecto. Esta estructura de carácter no da lugar a los sentimientos; estos son imprecisos, inconmensurables, a menudo impredecibles y obviamente irracionales. Los narcisistas desconocen y niegan la vida del espíritu. Existen  conscientemente en su cabeza, están disociados del cuerpo y viven la vida en su mente.

El narcisismo es ajeno a los niños, cuyas vidas giran en torno a la concreción de sus deseos, la alegría de la libertad y los placeres de la autoexpresión.  A los  niños, al igual que todos, les gusta ser admirados, pero no sacrificaran sus sentimientos para ser especiales o superiores. Compiten y desean estar en la cima porque están centrados en su propio ser. Son criaturas apasionadas que lo quieren todo, pero no son egocéntricos. Aman y anhelan ser amados porque sus corazones están abiertos. Como dijeron los padres de una niña de nueve meses: “Es un manojo de gozo”; justamente eso es la niñez. Los niños sienten la alegría de la vida cuando reciben amor y transmiten esa alegría a los demás. Son inocentes y carecen de poder; por lo tanto, son vulnerables a la negatividad y la hostilidad de los adultos, incluidos sus padres. Los que perdieron el gozo no soportan ver que otros la tengan.

A lo largo de estas paginas hemos visto la forma en que se destruye la inocencia de los niños y en que pierden su libertad. Un progenitor atormentado no puede soportar el llanto de un bebé y lo amenaza. Un progenitor frustrado no puede permitir que su hijo sienta el gozo que el no pudo tener y lo castiga. Un progenitor rígido no puede tolerar la exuberancia y la espontaneidad de la vida juvenil, y la destruye. No todos los niños sobreviven a la insensibilidad y crueldad de quienes los cuidan. El maltrato infantil ha causado muchas muertes. La mayoría de los padres son ambivalentes: aman a su hijo, pero también lo odian.
Los niños no comprenden la ambivalencia, pues es un concepto sofisticado que supera su capacidad de comprensión. Cuando perciben odio, no perciben amor ni creen en él. Cuando reciben amor, se olvidan del odio. Más tarde aprenderán lo que es la ambivalencia y, en su momento, también se volverán ambivalentes.

Cuando un niño pequeño percibe odio y violencia en un progenitor, no puede evitar pensar que su vida está en peligro. Al experimentar esa amenaza, sufre un shock del cual su organismo tal vez nunca se recupere por completo. En realidad, existen dos maneras de amenazarlo: una, la posibilidad de la violencia, la amenaza de muerte, que envía una onda de terror por el cuerpo del niño. En el nivel corporal, ese recuerdo nunca se borrará por completo. La otra amenaza es el rechazo y el abandono que, para un niño, también constituye una amenaza de muerte. Estas amenazas no se llevan a la practica, pero el niño no puede imaginar que son solo una forma de asustarlo. Debe someterse, frenar su agresión y apagar su excitación, para lo cual debe restringir la respiración.

El análisis bioenergético tiene como fin ayudarnos a respirar con mayor profundidad, puesto que si no lo hacemos carecemos de energía para sentir la pasión de la vida. Lograr que las personas respiren con profundidad no es tarea fácil. La respiración es una actividad agresiva: aspiramos aire y lo enviamos a los pulmones. Por desgracia, a la mayoría de los niños pequeños se los hace desistir de su agresión. A muchos se los perjudica desde el nacimiento, al negárseles la experiencia  emocionalmente gratificante de tomar el pecho. Se les da un biberón, con lo cual asumen una posición pasiva, pues no necesitan hacer mucho esfuerzo para obtener leche. Los niños amamantados por la madre chupan enérgicamente y, por lo tanto, su respiración es más potente. Por otro lado, descubrí que estos niños pueden sufrir traumas severos si se los desteta demasiado temprano.

En mi opinión, normalmente el amamantamiento debería durar tres años, como en las sociedades primitivas. En nuestra cultura no suele darse el caso porque las mujeres están demasiado cortas de tiempo como para poder dedicarle más a un lactante. Muchas tienen que reintegrarse a su trabajo al poco tiempo del nacimiento de su hijo para poder mantener la familia. Esta falta de satisfacción puede observarse en los pacientes de respiración poco profunda que dicen sentirse vacíos, inseguros y deprimidos.

Sin embargo, la falta de un adecuado amamantamiento no es la única causa de la tristeza y la desesperanza que aflige a tantas personas. Un niño no puede satisfacer su necesidad de un contacto de amor en una madre insatisfecha, cuyo cuerpo no despide la fuerte excitación positiva que estimularía y excitaría el cuerpo del niño. Los bebés que exigen más control y atención estresan a sus madres, y las madres incapaces de responder a esas exigencias estresan a sus bebés. Entre ellos se crea un conflicto en el que el niño siente que su existencia está en peligro. La supervivencia exige adaptación, lo que implica que el niño aprende a funcionar en un nivel de energía más bajo con una función respiratoria reducida. Cuando se trata de lograr que esos pacientes respiren con profundidad, en general surge un temor a la muerte. Varios pacientes se quejaron de que al respirar con más profundidad, sentían que su cabeza se llenaba de oscuridad y tenían la sensación de que se iban a desmayar.

Era como si sintieran que se iban a morir, una experiencia aterradora. Sin embargo, ese temor es irracional. No nos morimos por respirar profundamente. Tal vez nos desmayemos, pero eso no es peligroso y, si mantenemos la respiración a pesar del temor, ni siquiera nos desmayaremos. El hecho de dejar de respirar corta el flujo sanguíneo proveniente del cerebro, lo que crea una sensación de oscuridad y termina en un sincope. Por lo tanto, les aconsejo a mis pacientes que permanezcan concentrados en su respiración. Una paciente muy asustada juntó coraje para seguir respirando y se sorprendió al comprobar que no se le oscureció la cabeza ni se desmayo; este hecho le produjo una gran excitación. No paraba de exclamar: ¡Lo logré, lo logré!. Se fue de la sesión en un estado de euforia.

Estoy convencido de todos tenemos que enfrentarnos a nuestro miedo a la muerte si deseamos entrar al reino del cielo que llevamos dentro. El ángel de espada llameante que cuida la entrada del Jardín del Edén también está adentro nuestro. Es el progenitor de ojos fríos y odiosos que pudo habernos destruido por desobedecer. Es la culpa que dice: “Has pecado. No tienes derecho a la felicidad”. Y es nuestra ira volcada hacia adentro, debido a la culpa, la vergüenza y el temor.

La vida y la muerte son estados opuestos, lo que implica que cuando estamos plenamente vivos, no tememos morir. Cuando la corriente de vida fluye por el cuerpo con libertad, no hay posibilidades de que exista el temor, puesto que este es un estado de contracción del cuerpo.
La entrega a Dios elimina el temor a la muerte porque activa la corriente de vida que el ego restringe en su afán de controlar el temor y otros sentimientos y, de igual modo fomenta la curación. Tuve dos pacientes que estaban a punto de morir, uno de septicemia y el otro durante una operación a corazón abierto. Ambos me contaron que, al sentir la posibilidad de morir, pusieron sus vidas en manos de Dios. Ambos se recuperaron y afirmaron creer que este acto marcó un hito en la enfermedad. Este fenómeno no tiene nada de místico. La entrega del ego elimina las defensas que bloquean el flujo de vida, lo que no puede menos que beneficiar al cuerpo.

La entrega del ego también implica la entrega de la voluntad, incluida la voluntad de vivir. La voluntad de vivir constituye una defensa contra un deseo subyacente de morir. Representa el intento de superar nuestro temor a la muerte, pero no elimina ese temor. Lo que mantiene la vida no es la voluntad, sino un continuo estado de excitación positiva en el cuerpo que se expresa como un deseo de vivir. Lo que genera esa excitación es la actividad pulsátil del cuerpo, que es un don de Dios.

El temor es una emoción natural presente en todas las criaturas. Una persona que niega el temor esta negando su humanidad. Sentir miedo no implica que seamos cobardes. Podemos actuar valientemente frente al temor, y ese es el verdadero coraje. Cuando negamos el temor, nos colocamos por encima del mundo natural. Dado que la supresión de los sentimientos se realiza adormeciendo el cuerpo, la supresión del temor suprime la ira, la tristeza y hasta el amor. Perdemos la gracia de Dios y nos transformamos en monstruos, es decir, en seres irreales. Si alguien me apuntara con un arma, sentiría miedo de que me matara, pero el miedo a que nos maten no es el mismo que el miedo a la muerte. La muerte no puede separarse de la vida, es parte del orden natural. Cuando ocurre como parte de ese orden, podemos aceptarla con ecuanimidad. Cuando alguien le tiene miedo a la muerte es porque está muerto de miedo. Así, cuando una persona es fiel a sí misma, está libre del temor, incluido el temor a la muerte. De la misma forma, si no tememos la muerte, podemos ser fiel a nosotros mismos.

Ser fiel a uno mismo significa tener la libertad interior de sentir y aceptar los propios sentimientos y de poder expresarlos. También significa no sentir culpa por lo que uno siente. El individuo que siente culpa, es incapaz de expresar sus sentimientos abierta y directamente. Tiene un censor en su mente que vigila todas las expresiones. Esto no quiere decir que llevemos a la práctica todos los sentimientos. No somos niños pequeños sin egos, sabemos cuales son los comportamientos aceptables para la sociedad y cuales no. Tenemos o deberíamos tener un sentido de autoposesión que nos permita expresar nuestros sentimientos o llevarlos a la practica en una forma que resulte apropiada y eficaz para nuestras necesidades. Este control consciente no se basa en el temor. El temor paraliza y hace que las acciones se vuelvan torpes o ineficaces. Perdemos la encantadora espontaneidad que dota a nuestras acciones de gracia. La autoposesión es la marca que distingue a los individuos que se expresan y actúan como consecuencia de una aguda sensibilidad hacia la vida y hacia los demás. 

miércoles, 1 de marzo de 2017

El Gozo, parte 37


Capítulo 12 (continuación)

La ira, expresada en forma adecuada, es una fuerza curativa. En realidad, toda emoción -el temor, la tristeza, la ira, el amor- es un latido de vida, un sentimiento que brota del núcleo de nuestro ser. Este núcleo late constantemente, enviando en todo momento impulsos que mantienen el proceso vital. Es el centro energético del organismo, al igual que el sol es el centro energético del sistema solar. A él se deben los latidos del corazón, la rítmica inspiración y espiración, la actividad peristáltica de los intestinos y otras estructuras tubulares. El pensamiento hindú reconoce algunos centros energéticos denominados chakras, pero creo que tiene que haber un centro primordial o principal que mantiene la integridad de un organismo tan complejo como el del mamífero. Según grandes místicos religiosos, este centro se halla en el corazón, al que consideran la morada de Dios en el hombre.

No cabe duda de que allí se asienta el impulso del amor, manantial de vida y fuente de gozo. Si bien todos sabemos que el corazón late, en realidad todas las células, los tejidos y el cuerpo entero laten; es decir que el cuerpo se relaja y se contrae rítmicamente.
El corazón se relaja y se contrae cuando late y los pulmones, cuando respiramos. Cuando esa pulsación rítmica es libre y plena, sentimos placer, nos invade una excitación placentera.
Cuando la excitación aumenta tanto que la pulsación se vuelve más intensa, sentimos gozo. Si la intensidad de la excitación alcanza su punto máximo o culminante, experimentamos el éxtasis. Cuando no hay ninguna excitación o pulsación, el organismo está muerto. La excitación es el resultado de un proceso energético del cuerpo relacionado con el metabolismo. Se quema o se metaboliza una fuente de energía, el alimento, a fin de liberar la energía necesaria para el proceso vital. Si consideramos que la vida es un fuego que arde en forma permanente en un medio acuático, podemos describir al amor como su llama. Los poetas y los compositores han utilizado esta metáfora durante anos; sin embargo, es más que una metáfora. Una persona enamorada está literalmente encendida: la llama de sus sentimientos brilla en sus ojos. Este intenso sentimiento o excitación puede describirse como pasión.

Los términos “amor”, “pasión”, “gozo” y “éxtasis” también se utilizan para describir la relación entre el hombre y Dios, el dios interior y el exterior. En el universo existe un fuego y una pulsación energética relacionada con un proceso de expansión y contracción. Como nuestra vida proviene de ese proceso y forma parte del mismo, nos sentimos identificados con él. Algunos místicos en verdad sienten la conexión entre el latido de su corazón y el pulso del universo. Yo sentí latir mi corazón al compás de los corazones de los pájaros, las únicas criaturas que realmente gozan de libertad en una ciudad.

El fenómeno de la empatía, que nos permite sentir lo que siente otra persona, tiene lugar cuando dos cuerpos vibran en la misma longitud de onda. La empatía es la herramienta básica del terapeuta. Las personas cuyos cuerpos están tan rígidos o congelados que la actividad pulsátil es mínima carecen de empatía. Cuando nuestro cuerpo está mas vivo, somos mas sensibles a los demás y a sus sentimientos. Lógicamente, cuando estamos más vivos somos más capaces de experimentar amor y gozo.

Si bien el amor es la fuente de vida, no es el que la protege. Es ingenuo creer que si somos afectuosos, nada nos lastimará en la vida. Todos los individuos empezaron su vida como seres capaces de amar y ser amados, lo cual no impidió que  muchos sufrieran traumas y ataques durante la niñez. Las páginas de este libro constituyen un testimonio del dolor y los daños que sufrieron. Ningún organismo viviente podría sobrevivir mucho tiempo si no contara con los medios para defenderse. En la mayoría de los organismos, esa defensa se presenta en la forma de ira. Por lo común, cuando se ataca nuestra integridad o nuestra libertad, reaccionamos enojándonos. La ira constituye un aspecto de la pasión de la vida. El individuo apasionado defenderá con pasión el derecho a la vida, a la , libertad y a la búsqueda de la felicidad, del que goza todo individuo. Un Dios justo no admitiría otra alternativa.


El espíritu danzante


El gozo es una experiencia extraordinaria para los adultos, cuyas vidas giran en torno a actividades y cosas ordinarias, que pueden darnos placer, pero no suelen producir una excitación tan intensa que se convierta en gozo. La falta de gozo en las actividades ordinarias se debe sobre todo al hecho de que están dirigidas y controladas por el ego. A los niños pequeños les resulta fácil experimentar alegría en las actividades ordinarias porque ninguna de sus simples acciones está controlada por el ego. El niño actúa de modo espontáneo, sin pensar ni planear, respondiendo a los impulsos naturales de su cuerpo. A diferencia de los adultos, cuyos movimientos están prácticamente controlados y dirigidos por el ego, al niño lo mueven
sentimientos o fuerzas que son independientes de su mente consciente. La diferencia entre el movimiento que parte del ego o de un centro consciente y aquel impulsado por una fuerza que surge  de un centro profundo del cuerpo separa lo extraordinario de lo ordinario. Lo sagrado de lo secular, el gozo del placer. Cuando vi a mi hijo saltar de alegría, me di cuenta de que no saltaba en forma consciente o deliberada, sino que lo elevaba un brote de excitación positiva que lo impulsaba hacia arriba. Tuvo una experiencia “que lo movió”, con-movedora.

Todas las experiencias extraordinarias se caracterizan por ser experiencias “que mueven”; ésta también es una característica de las experiencias profundamente religiosas, que un religioso consideraría una manifestación de la  presencia o gracia de Dios. Esta interpretación es válida, puesto que la fuerza que mueve a la persona debe ser mayor que su self consciente.

Las experiencias profundamente conmovedoras también ocurren en situaciones en las que no existe una relación directa con la religión o el concepto de Dios. La más común de estas experiencias que para la mayoría de las personas no tiene connotaciones religiosas es la de enamorarse. ¡Y que gozo nos da estar enamorados! Sucede cuando otro individuo nos toca o  nos mueve el corazón. El amor de corazón hacia cualquier criatura o individuo también puede considerarse una manifestación de la gracia de Dios. Al entregarnos al amor, nos entregamos al Dios que llevamos adentro. El amor mueve al individuo a que se acerque al objeto de amor en busca de una cercanía o contacto físico con el amado y, en la sexualidad, de una fusión energética de ambos organismos. El sentimiento que lleva a la unión de dos individuos en el amor es la pasión, que también describe el deseo de estar cerca de Dios.

La pasión denota un sentimiento intenso que mueve al individuo a trascender los limites del self o del ego. Cuando esto sucede en un orgasmo sexual que envuelve al cuerpo entero en sus movimientos convulsivos, se experimenta la verdadera trascendencia. No es común que esto suceda en nuestra cultura porque el sexo y la sexualidad fueron trasladados del reino de lo sagrado al de lo ordinario y secular. Utilizamos el sexo para liberar tensiones, no como expresión de pasión.

Otra de las actividades que comparte la característica de ser una experiencia “que mueve”, aunque en un grado mucho menor que el sexo, es la danza. En general, la música nos impulsa a movernos. Cuando escuchamos música para bailar, no podemos mantener los pies y piernas quietos e inmóviles y, si el ritmo es intenso y persistente, es posible que nos atrape y nos dejemos llevar. Esta danza es una experiencia conmovedora que puede llevarnos a un estado trascendental. Fui testigo de este hecho en una ceremonia vudú en Haití, en la que el bailarín se dejo llevar por el ritmo continuo de los tambores a tal punto que empezó a girar sin control. La danza forma parte de las ceremonias religiosas de la mayoría de los pueblos primitivos. Siempre lleva al gozo y muchas veces también al amor, así esté relacionada con la religión o el romance. La clave de la trascendencia del self es la entrega del ego.

Todas las religiones sostienen que la entrega a Dios es el camino para alcanzar el gozo. Sri Daya Mata, líder espiritual de la Hermandad de la Autorrealización, organización fundada por el famoso gurú indio Paramahansa Yogananda, sostiene que “ninguna experiencia humana se puede equiparar al amor y la dicha perfectos que inundan el estado consciente durante la verdadera entrega a Dios”. Si bien esta idea representa una filosofía hindú básica, todas las religiones contienen ideas similares. Yo también creo que es el camino verdadero. Sin embargo, las personas han perdido el camino que las conduce a Dios, de lo contrario no necesitarían guía u orientación. Los niños pequeños no necesitan guía ni orientación para experimentar alegría, lo cual seguramente quiere decir que están en contacto con el dios interior. En el caso de los adultos que perdieron contacto con el dios interior, no es fácil recuperarlo. Sri Daya Mata da algunos sanos consejos para recobrarlo, pero el mejor consejo no suele ser eficaz porque no lo podemos seguir. Estamos bloqueados por temores inconscientes, lo cual convierte a la entrega en una empresa peligrosa, como vimos en estos capítulos.

La religión oriental ofrece procedimientos que contribuyen a fomentar la entrega a Dios. El más conocido es la meditación, procedimiento que permite que el individuo se vuelque a su interior y se contacte con el Dios interior. Mediante el cántico de un mantra o la producción de un sonido, se aparta el ruido del mundo exterior, lo cual calma la actividad mental. Actualmente la meditación es una técnica de relajación muy difundida en occidente, un medio de reducir el enorme estrés al que están sujetos muchos individuos del mundo industrializado. Para lograr la entrega al Dios interior, la meditación debe durar un tiempo prolongado. La mayoría de los monjes que luchan para alcanzar este contacto profundo se retiran del mundo durante largos periodos y abandonan todos los placeres mundanos. Este retiro también existe en la religión cristiana, en el caso de las personas que desean llevar una vida profundamente religiosa, donde no interfieran las preocupaciones y asuntos del mundo exterior. En el caso de los cristianos, la oración, el canto y la contemplación son las actividades que promueven el contacto con el Dios interior. Muchos occidentales incorporan estas practicas a su vida cotidiana, del mismo modo que los orientales se valen de la meditación con el mismo objetivo. No obstante, a medida que aumenta la presión y el ritmo de vida con el crecimiento del comercio y la tecnología, la vida religiosa parece desaparecer cada vez más, tanto en oriente como en occidente.

Esta desaparición coincide con la perdida de contacto con la naturaleza con el cuerpo y con el aspecto espiritual de la vida.
¿Pero es necesario retirarse del mundo para ser espiritual y experimentar un contacto con Dios? Esta forma de vida no seria practica ni realista para la mayoría de las personas, que están inmersas en las actividades cotidianas de ganarse el sustento y criar una familia. Sin embargo, cuando estas actividades se emprenden con un espíritu de reverencia hacia las grandes fuerzas de la naturaleza y el universo que hacen que la vida sea posible, las actividades de la vida cotidiana adquieren una cualidad espiritual. La espiritualidad no es una forma de actuar o de pensar; es la vida del espíritu que se expresa a través de movimientos del cuerpo espontáneos e involuntarios en las acciones que no están dirigidas o controladas por el ego.

Estos movimientos son pulsátiles y rítmicos, como los latidos del corazón, la actividad peristáltica de los intestinos y las ondas respiratorias que fluyen por el cuerpo en dirección ascendente y descendente. La actividad vibrátil natural del cuerpo que sustenta las funciones antes mencionadas es, en mi opinión, la manifestación básica del espíritu vivo. Cuando cesa, tomamos conciencia de que el cuerpo esta muerto, de que el espíritu se extinguió y el alma abandono el cuerpo. Los ojos centelleantes en una persona denotan una alta carga de actividad vibratoria en los ojos que también produce una radiación.

 La vibración también se observa en la voz: una voz muerta denota una perdida o disminución de nuestra vivacidad o espíritu. Esta actividad involuntaria del cuerpo es lo que percibimos como sentimientos. Solo las criaturas vivas tienen sentimientos porque los sentimientos constituyen la manera en que experimentamos la vida del espíritu. Cuando nuestro espíritu es bajo, el sentimiento es bajo. Los espíritus altos se reflejan en sentimientos fuertes. El espíritu que llevamos adentro es el que nos mueve a amar, a derramar lagrimas, a bailar o a cantar. El espíritu del hombre es el que clama justicia, lucha por la libertad y se regocija con la belleza de toda la naturaleza. También es el espíritu el que nos mueve a enojarnos. La fortaleza del espíritu de una persona se refleja en la intensidad de sus sentimientos. Las personas de espíritu fuerte son de naturaleza apasionada. En dichas personas, arde la llama de la vida y el individuo siente que su espíritu refleja el amor de Dios.