martes, 14 de marzo de 2017

El Gozo, parte 39

Capítulo 12 (continuación)

El gozo es la experiencia de esa encantadora espontaneidad característica del comportamiento de los niños, que conservan intacta la inocencia y no han perdido la libertad. Como vimos, los niños pierden la inocencia y la libertad más bien temprano bajo la presión de las crueles realidades de la vida familiar moderna.
La supervivencia, y no el gozo, se transforma en el tema central de sus vidas. Para sobrevivir se necesita sofisticación, engaño, manipulación y un estado de alerta constante basado en el temor.

Sin embargo, la supervivencia implica una autoderrota; exige retirarse de la autoconciencia, de la autoexpresión y de la autoposesión. La vida se transforma en una lucha y aunque en nuestra situación de adultos no exista ninguna amenaza de muerte, el individuo común sigue luchando como si existiera.
Una y otra vez, los pacientes me dicen: “No puedo decirle lo que pienso ni lo que siento. Tengo miedo de que me rechace”. Una vez, una paciente dijo: “No puedo decirle que lo amo. Me va a rechazar”. Otro dijo: “No puedo demostrarle que siento ira hacia usted. Me va a echar”. No obstante, aún el hecho de decirlo constituía un paso hacia la libertad. Para ser franco, incluso con un terapeuta que promueve la libre expresión, se necesita mucho  coraje. El paciente lo adquiere en forma lenta pero pareja a través del proceso bioenergético que consiste en aumentar la energía del paciente, promover la autoexpresión y ayudarlo a que entienda su problema.


El objetivo de la terapia no es aprender a ser asertivo. Esos procedimientos alientan la pseudoagresión, que es una acción voluntaria, no espontánea. Los pacientes me dicen: “¿Sabe lo que me pasó ayer? Mi jefe me habló de mal modo y sin pensar le dije “no me hable así”, y me pidió disculpas”. Me dicen “lo que me paso”, y no “¿sabe lo que hice?” El paciente que me lo contó estaba más sorprendido de su franqueza que su jefe.
Después de romper una vez la barrera del temor, resulta mas fácil volver a abrir la puerta a la libertad. La irrupción inicial es una experiencia alegre procedente de la corriente de vida que fluye por el cuerpo. No es necesario iniciar una terapia para tener experiencias como esta. Alguien a quien debe efectuársele una biopsia para determinar si un tumor o lesión es canceroso experimentará el mismo gozo y la misma sensación de estar libre de temores cuando le digan que el resultado de la biopsia es negativo. En este caso, el gozo también procede de una corriente de vida. La diferencia entre las dos situaciones es que la experiencia terapéutica no depende de la buena suerte sino que es el resultado lógico de un proceso de autodescubrimiento.

La alegría aumenta a medida que avanzamos en el descubrimiento del self. Hace poco en un taller, una participante se volvió hacia mi y comentó: “Es la primera vez que siento mi cuerpo haciendo eso”. Se refería a la pulsación. Su cuerpo había cobrado vida y constituía una fuerza independiente capaz de superar la sensación que ella tenia de ser un objeto controlado por su mente. Esta experiencia fue el resultado de muchos ejercicios tendientes a profundizar la respiración, utilizar la voz y expresar los sentimientos. Era como cebar una bomba de agua para que pueda funcionar por si sola.

Cuando el cuerpo se mueve por si solo, en una forma total, como un organismo, resulta una experiencia conmovedora. Esto es lo que sucede cuando un niño salta de alegría. No es que el niño primero sienta gozo y después salte o viceversa. La causante del salto es una corriente de excitación placentera que fluye por el cuerpo del niño. El salto no es consciente. El cuerpo es elevado del suelo y en esa experiencia sentimos alegría.

La libertad constituye la base del gozo. No se trata solo de sentirse libre de las limitaciones externas, si bien eso es esencial. Se trata, en particular, de liberarse de las restricciones internas, derivadas del temor y representadas por tensiones musculares crónicas que inhiben la espontaneidad, restringen la respiración y bloquean la autoexpresión. Estamos literalmente atados por estas restricciones. Toda irrupción representada por un brote de sentimiento también constituye un escape hacia la libertad. Estas irrupciones y escapes ocurren cada tanto en el curso de la terapia cuando una carga energética crece con fuerza suficiente detrás de un impulso de salir al exterior, de abrirse, de expresar un sentimiento.

Entregarse a Dios es entregarse a los procesos vitales del cuerpo, a los sentimientos, a la sexualidad. La corriente de excitación que fluye por el cuerpo crea sentimientos sexuales cuando desciende y sentimientos espirituales cuando asciende. La acción es pulsátil y tiene exactamente la misma fuerza en las dos direcciones. En mi libro anterior señalé que una persona no puede ser más espiritual que sexual ni más sexual que espiritual.  La sexualidad no implica que exista un coito, del mismo modo que la espiritualidad no implica ir a la iglesia o pertenecer a una orden religiosa. Hace referencia a sentimientos de excitación hacia otra persona del sexo opuesto, mientras que la espiritualidad alude a sentimientos de excitación hacia la naturaleza, la vida y el universo. La mayor entrega a Dios puede tener lugar durante un acto sexual, si el clímax tiene la intensidad suficiente como para hacer que la persona entre en orbita con los astros. En el caso de un orgasmo total el espíritu trasciende el self y pasa a formar parte del universo pulsátil.

La excitación sexual hace que el cuerpo gire. La experiencia de esos giros se hace más visible cuando perdemos el control de tanto girar en los movimientos convulsivos del orgasmo, lo cual produce en el individuo una sensación de éxtasis. Si la excitación sexual es muy intensa, es posible que la cabeza realmente nos de vueltas, lo cual puede convertirse en un sentimiento de gozo si no tememos a esa sensación. Incluso un sentimiento de amor puede hacer que rodemos en circulo o que rodeemos con los brazos a la persona amada.

Reich tenia el brillante concepto de que el proceso energético del coito se asemeja al proceso cósmico que el denominó superimposicion. Según su teoría, cuando dos sistemas energéticos se atraen entre sí, comienzan a girar en torno al otro mientras se van atrayendo cada vez más. Ese proceso de superimposicion cósmica puede apreciarse en fotografías de galaxias que muestran el movimiento espiral o giratorio de las estrellas mientras dan vueltas en el espacio. Puede observarse este movimiento en la fotografía de la nebulosa espiral conocida como G 10, que aparece en el libro de Reich, Super posición cósmica.

Reich consideraba que los dos brazos de la nebulosa eran ondas energéticas de corrientes que atraían y acercaban más las estrellas de la nebulosa mientras giraban unas en torno a las otras. La fuerza activa que hace que estas estrellas se atraigan entre si es la gravedad; vale decir que cuando los objetos del espacio se acercan lo suficiente se atraen entre si. En el mundo animal, a la fuerza que atrae a dos individuos la denominamos amor o sexualidad. En el caso de los mamíferos, en el que el macho monta a la hembra en el abrazo sexual, su posición y actividad es similar al fenómeno de superimposición. El movimiento de las ondas de excitación que recorren el cuerpo de los individuos asemeja al hecho cósmico antes descrito.

Para mi, la idea de que el proceso vital deriva de los procesos cósmicos y los refleja tiene sentido. Cualquier otra forma de ver las cosas negaría nuestra identificación con el universo. La vida sobre la tierra es un hecho cósmico que no difiere del nacimiento y la muerte de las estrellas, aunque su proporción es infinitesimal.
Si nos regocijamos con Dios ante el giro de las esferas celestiales, también podemos regocijarnos con él ante el giro de nuestros cuerpos durante la pasión sexual. Sin embargo, esto sucede solo cuando la excitación sexual es un hecho que incluye a todo el cuerpo y no está limitada al aparato genital. Cuando nos entregamos a esta pasión, nos entregamos al dios interior y exterior. Si  bien el sexo es una experiencia placentera para la mayoría de las personas, los únicos que pueden experimentar su verdadero gozo son aquellos capaces de entregar sus egos. 

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