miércoles, 1 de marzo de 2017

El Gozo, parte 37


Capítulo 12 (continuación)

La ira, expresada en forma adecuada, es una fuerza curativa. En realidad, toda emoción -el temor, la tristeza, la ira, el amor- es un latido de vida, un sentimiento que brota del núcleo de nuestro ser. Este núcleo late constantemente, enviando en todo momento impulsos que mantienen el proceso vital. Es el centro energético del organismo, al igual que el sol es el centro energético del sistema solar. A él se deben los latidos del corazón, la rítmica inspiración y espiración, la actividad peristáltica de los intestinos y otras estructuras tubulares. El pensamiento hindú reconoce algunos centros energéticos denominados chakras, pero creo que tiene que haber un centro primordial o principal que mantiene la integridad de un organismo tan complejo como el del mamífero. Según grandes místicos religiosos, este centro se halla en el corazón, al que consideran la morada de Dios en el hombre.

No cabe duda de que allí se asienta el impulso del amor, manantial de vida y fuente de gozo. Si bien todos sabemos que el corazón late, en realidad todas las células, los tejidos y el cuerpo entero laten; es decir que el cuerpo se relaja y se contrae rítmicamente.
El corazón se relaja y se contrae cuando late y los pulmones, cuando respiramos. Cuando esa pulsación rítmica es libre y plena, sentimos placer, nos invade una excitación placentera.
Cuando la excitación aumenta tanto que la pulsación se vuelve más intensa, sentimos gozo. Si la intensidad de la excitación alcanza su punto máximo o culminante, experimentamos el éxtasis. Cuando no hay ninguna excitación o pulsación, el organismo está muerto. La excitación es el resultado de un proceso energético del cuerpo relacionado con el metabolismo. Se quema o se metaboliza una fuente de energía, el alimento, a fin de liberar la energía necesaria para el proceso vital. Si consideramos que la vida es un fuego que arde en forma permanente en un medio acuático, podemos describir al amor como su llama. Los poetas y los compositores han utilizado esta metáfora durante anos; sin embargo, es más que una metáfora. Una persona enamorada está literalmente encendida: la llama de sus sentimientos brilla en sus ojos. Este intenso sentimiento o excitación puede describirse como pasión.

Los términos “amor”, “pasión”, “gozo” y “éxtasis” también se utilizan para describir la relación entre el hombre y Dios, el dios interior y el exterior. En el universo existe un fuego y una pulsación energética relacionada con un proceso de expansión y contracción. Como nuestra vida proviene de ese proceso y forma parte del mismo, nos sentimos identificados con él. Algunos místicos en verdad sienten la conexión entre el latido de su corazón y el pulso del universo. Yo sentí latir mi corazón al compás de los corazones de los pájaros, las únicas criaturas que realmente gozan de libertad en una ciudad.

El fenómeno de la empatía, que nos permite sentir lo que siente otra persona, tiene lugar cuando dos cuerpos vibran en la misma longitud de onda. La empatía es la herramienta básica del terapeuta. Las personas cuyos cuerpos están tan rígidos o congelados que la actividad pulsátil es mínima carecen de empatía. Cuando nuestro cuerpo está mas vivo, somos mas sensibles a los demás y a sus sentimientos. Lógicamente, cuando estamos más vivos somos más capaces de experimentar amor y gozo.

Si bien el amor es la fuente de vida, no es el que la protege. Es ingenuo creer que si somos afectuosos, nada nos lastimará en la vida. Todos los individuos empezaron su vida como seres capaces de amar y ser amados, lo cual no impidió que  muchos sufrieran traumas y ataques durante la niñez. Las páginas de este libro constituyen un testimonio del dolor y los daños que sufrieron. Ningún organismo viviente podría sobrevivir mucho tiempo si no contara con los medios para defenderse. En la mayoría de los organismos, esa defensa se presenta en la forma de ira. Por lo común, cuando se ataca nuestra integridad o nuestra libertad, reaccionamos enojándonos. La ira constituye un aspecto de la pasión de la vida. El individuo apasionado defenderá con pasión el derecho a la vida, a la , libertad y a la búsqueda de la felicidad, del que goza todo individuo. Un Dios justo no admitiría otra alternativa.


El espíritu danzante


El gozo es una experiencia extraordinaria para los adultos, cuyas vidas giran en torno a actividades y cosas ordinarias, que pueden darnos placer, pero no suelen producir una excitación tan intensa que se convierta en gozo. La falta de gozo en las actividades ordinarias se debe sobre todo al hecho de que están dirigidas y controladas por el ego. A los niños pequeños les resulta fácil experimentar alegría en las actividades ordinarias porque ninguna de sus simples acciones está controlada por el ego. El niño actúa de modo espontáneo, sin pensar ni planear, respondiendo a los impulsos naturales de su cuerpo. A diferencia de los adultos, cuyos movimientos están prácticamente controlados y dirigidos por el ego, al niño lo mueven
sentimientos o fuerzas que son independientes de su mente consciente. La diferencia entre el movimiento que parte del ego o de un centro consciente y aquel impulsado por una fuerza que surge  de un centro profundo del cuerpo separa lo extraordinario de lo ordinario. Lo sagrado de lo secular, el gozo del placer. Cuando vi a mi hijo saltar de alegría, me di cuenta de que no saltaba en forma consciente o deliberada, sino que lo elevaba un brote de excitación positiva que lo impulsaba hacia arriba. Tuvo una experiencia “que lo movió”, con-movedora.

Todas las experiencias extraordinarias se caracterizan por ser experiencias “que mueven”; ésta también es una característica de las experiencias profundamente religiosas, que un religioso consideraría una manifestación de la  presencia o gracia de Dios. Esta interpretación es válida, puesto que la fuerza que mueve a la persona debe ser mayor que su self consciente.

Las experiencias profundamente conmovedoras también ocurren en situaciones en las que no existe una relación directa con la religión o el concepto de Dios. La más común de estas experiencias que para la mayoría de las personas no tiene connotaciones religiosas es la de enamorarse. ¡Y que gozo nos da estar enamorados! Sucede cuando otro individuo nos toca o  nos mueve el corazón. El amor de corazón hacia cualquier criatura o individuo también puede considerarse una manifestación de la gracia de Dios. Al entregarnos al amor, nos entregamos al Dios que llevamos adentro. El amor mueve al individuo a que se acerque al objeto de amor en busca de una cercanía o contacto físico con el amado y, en la sexualidad, de una fusión energética de ambos organismos. El sentimiento que lleva a la unión de dos individuos en el amor es la pasión, que también describe el deseo de estar cerca de Dios.

La pasión denota un sentimiento intenso que mueve al individuo a trascender los limites del self o del ego. Cuando esto sucede en un orgasmo sexual que envuelve al cuerpo entero en sus movimientos convulsivos, se experimenta la verdadera trascendencia. No es común que esto suceda en nuestra cultura porque el sexo y la sexualidad fueron trasladados del reino de lo sagrado al de lo ordinario y secular. Utilizamos el sexo para liberar tensiones, no como expresión de pasión.

Otra de las actividades que comparte la característica de ser una experiencia “que mueve”, aunque en un grado mucho menor que el sexo, es la danza. En general, la música nos impulsa a movernos. Cuando escuchamos música para bailar, no podemos mantener los pies y piernas quietos e inmóviles y, si el ritmo es intenso y persistente, es posible que nos atrape y nos dejemos llevar. Esta danza es una experiencia conmovedora que puede llevarnos a un estado trascendental. Fui testigo de este hecho en una ceremonia vudú en Haití, en la que el bailarín se dejo llevar por el ritmo continuo de los tambores a tal punto que empezó a girar sin control. La danza forma parte de las ceremonias religiosas de la mayoría de los pueblos primitivos. Siempre lleva al gozo y muchas veces también al amor, así esté relacionada con la religión o el romance. La clave de la trascendencia del self es la entrega del ego.

Todas las religiones sostienen que la entrega a Dios es el camino para alcanzar el gozo. Sri Daya Mata, líder espiritual de la Hermandad de la Autorrealización, organización fundada por el famoso gurú indio Paramahansa Yogananda, sostiene que “ninguna experiencia humana se puede equiparar al amor y la dicha perfectos que inundan el estado consciente durante la verdadera entrega a Dios”. Si bien esta idea representa una filosofía hindú básica, todas las religiones contienen ideas similares. Yo también creo que es el camino verdadero. Sin embargo, las personas han perdido el camino que las conduce a Dios, de lo contrario no necesitarían guía u orientación. Los niños pequeños no necesitan guía ni orientación para experimentar alegría, lo cual seguramente quiere decir que están en contacto con el dios interior. En el caso de los adultos que perdieron contacto con el dios interior, no es fácil recuperarlo. Sri Daya Mata da algunos sanos consejos para recobrarlo, pero el mejor consejo no suele ser eficaz porque no lo podemos seguir. Estamos bloqueados por temores inconscientes, lo cual convierte a la entrega en una empresa peligrosa, como vimos en estos capítulos.

La religión oriental ofrece procedimientos que contribuyen a fomentar la entrega a Dios. El más conocido es la meditación, procedimiento que permite que el individuo se vuelque a su interior y se contacte con el Dios interior. Mediante el cántico de un mantra o la producción de un sonido, se aparta el ruido del mundo exterior, lo cual calma la actividad mental. Actualmente la meditación es una técnica de relajación muy difundida en occidente, un medio de reducir el enorme estrés al que están sujetos muchos individuos del mundo industrializado. Para lograr la entrega al Dios interior, la meditación debe durar un tiempo prolongado. La mayoría de los monjes que luchan para alcanzar este contacto profundo se retiran del mundo durante largos periodos y abandonan todos los placeres mundanos. Este retiro también existe en la religión cristiana, en el caso de las personas que desean llevar una vida profundamente religiosa, donde no interfieran las preocupaciones y asuntos del mundo exterior. En el caso de los cristianos, la oración, el canto y la contemplación son las actividades que promueven el contacto con el Dios interior. Muchos occidentales incorporan estas practicas a su vida cotidiana, del mismo modo que los orientales se valen de la meditación con el mismo objetivo. No obstante, a medida que aumenta la presión y el ritmo de vida con el crecimiento del comercio y la tecnología, la vida religiosa parece desaparecer cada vez más, tanto en oriente como en occidente.

Esta desaparición coincide con la perdida de contacto con la naturaleza con el cuerpo y con el aspecto espiritual de la vida.
¿Pero es necesario retirarse del mundo para ser espiritual y experimentar un contacto con Dios? Esta forma de vida no seria practica ni realista para la mayoría de las personas, que están inmersas en las actividades cotidianas de ganarse el sustento y criar una familia. Sin embargo, cuando estas actividades se emprenden con un espíritu de reverencia hacia las grandes fuerzas de la naturaleza y el universo que hacen que la vida sea posible, las actividades de la vida cotidiana adquieren una cualidad espiritual. La espiritualidad no es una forma de actuar o de pensar; es la vida del espíritu que se expresa a través de movimientos del cuerpo espontáneos e involuntarios en las acciones que no están dirigidas o controladas por el ego.

Estos movimientos son pulsátiles y rítmicos, como los latidos del corazón, la actividad peristáltica de los intestinos y las ondas respiratorias que fluyen por el cuerpo en dirección ascendente y descendente. La actividad vibrátil natural del cuerpo que sustenta las funciones antes mencionadas es, en mi opinión, la manifestación básica del espíritu vivo. Cuando cesa, tomamos conciencia de que el cuerpo esta muerto, de que el espíritu se extinguió y el alma abandono el cuerpo. Los ojos centelleantes en una persona denotan una alta carga de actividad vibratoria en los ojos que también produce una radiación.

 La vibración también se observa en la voz: una voz muerta denota una perdida o disminución de nuestra vivacidad o espíritu. Esta actividad involuntaria del cuerpo es lo que percibimos como sentimientos. Solo las criaturas vivas tienen sentimientos porque los sentimientos constituyen la manera en que experimentamos la vida del espíritu. Cuando nuestro espíritu es bajo, el sentimiento es bajo. Los espíritus altos se reflejan en sentimientos fuertes. El espíritu que llevamos adentro es el que nos mueve a amar, a derramar lagrimas, a bailar o a cantar. El espíritu del hombre es el que clama justicia, lucha por la libertad y se regocija con la belleza de toda la naturaleza. También es el espíritu el que nos mueve a enojarnos. La fortaleza del espíritu de una persona se refleja en la intensidad de sus sentimientos. Las personas de espíritu fuerte son de naturaleza apasionada. En dichas personas, arde la llama de la vida y el individuo siente que su espíritu refleja el amor de Dios.

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