viernes, 30 de septiembre de 2016

El Gozo, parte 19

Capítulo 5 (continuación)

 Yo me había dado cuenta en mi trabajo con Reich, de que mi capacidad para expresar enojo era limitada. Por lo general, evitaba las confrontaciones y me retiraba de una pelea a menos que me pusieran contra la pared. Sentía que guardaba bastante miedo dentro de mi y solo podría liberarme de él si aprendía a pelear. Ese miedo era el causante de mi falta de capacidad para mantenerme alegre, como pude experimentarlo durante mi terapia con Reich. Cuando era estudiante de medicina en la Universidad de Ginebra, golpear la cama se convirtió en una practica regular de todas las mañanas. Puedo decir que este ejercicio redujo en gran medida el miedo que de otro modo habría sentido al tener que estudiar y dar mis exámenes en una lengua extranjera, y que, en general, produjo un efecto positivo en mi salud y mi humor, e hizo que mi estadía en Ginebra resultase placentera.

Cuando regrese a Estados Unidos y comencé a desarrollar el análisis bioenergético, continué con la practica de golpear la cama todas las mañanas. Pero este ejercicio no me ayudo mucho, ya que no trataba de lastimar a nadie, ni me sentía enojado. Solo intentaba liberar mis brazos y recobrar mi capacidad para pelear. Suponía que con esa capacidad no me seria difícil expresar mi rabia en forma adecuada.
Mas tarde aprendí que la razón por la cual no sentía rabia era que ésta se encontraba trabada en la parte superior de mi espalda, una parte de mi cuerpo con la que no tenia contacto. Tome conciencia de ella cuando vi unas cintas de video filmadas mientras yo enseñaba y trabajaba con mis pacientes.

De vez en cuando me había descrito a mi mismo como un hombre enojado, pero justificaba mi enojo relacionándolo con la destrucción sin sentido de la naturaleza y el medio ambiente, que realmente me encolerizaba. También me enojaba la dificultad de las personas para ver la verdad de su condición.

Pero ese enojo tenia raíces mas profundas que yo no quería enfrentar. Había intentado demostrar al mundo que tenia razón en mi forma de ver las cosas, que era superior y que debía ser reconocido como tal. Pero tener la razón, sentirme superior y haber alcanzado el éxito no me conducían a la alegría, solo a librar una lucha continua. Y me daba rabia haberme visto forzado a llegar a eso para sobrevivir. Necesitaba aceptar mi fracaso, renunciar a mi ambición, reconocerme y aceptarme a mi mismo. De esta manera seria libre y no me enojaría. Pero esto no ocurrió de la noche a la mañana. Las viejas pautas de conducta y las formas de ser cambian muy lentamente, aunque los cambios lentos pueden tener un efecto notorio.

Al no ser ya una persona que vive enojada, siento que estoy mas moderado, soy mas paciente y más tratable. Pero por extraño que parezca, ha aumentado en gran medida mi capacidad para enojarme, para pelear. Una vez que el enojo se expresa, se desvanece. Una persona enojada es una persona tensionada, lo cual implica que toda persona tensionada está enojada. Si la tensión es crónica, la persona no es consciente de su enojo, aunque puede salir a flote como irritación ante frustraciones pequeñas o como rabia ante las importantes. No se expresa en forma adecuada en las situaciones en que sería necesario . Y también puede volcarse en contra del self en una conducta autodestructiva, o ser negada, y dejar así a la persona en una posición pasiva y sumisa.

Los niños sanos se enojan con facilidad y rápidamente golpean cuando se sienten lastimados o frustrados. A medida que uno crece, puede contener el enojo si es aconsejable y no actuar de inmediato. Además, como ya hemos dicho, el enojo puede expresarse en una mirada o con palabras sin necesidad de recurrir la acción física. La capacidad para contenerlo es la contrapartida de la capacidad para expresarlo de manera efectiva. El control consciente necesario para contenerlo es equivalente a la coordinación y fluidez necesarias para su expresión. En consecuencia, una persona no puede desarrollar la capacidad para controlar a menos que también desarrolle la capacidad para expresar. El ejercicio de golpear la cama puede adaptarse a ambos propósitos.

La contención y el control se desarrollan cuando uno aprende a retener la excitación a un nivel alto antes de descargarla. Esta es una capacidad propia del adulto: Los niños no cuentan con la fuerza de ego o el desarrollo muscular para retener una fuerte carga de energía. Cuando se lastima a un niño sano, su enojo sale en llamaradas y se expresa de inmediato. Los adultos deben contar con la capacidad para retener su enojo hasta que se encuentran en el momento y el lugar adecuados para su expresión.

Para contener el enojo mientras se practica el ejercicio de los golpes en la cama,se mantiene la posición arqueada durante dos o tres respiraciones. Se echa la mandíbula hacia adelante a fin de movilizar el sentimiento agresivo y se abren los ojos. En esta posición, uno inhala profundamente por la boca al tiempo que los codos y los brazos se estiran hacia atrás para dar el golpe. Sin embargo, en lugar de golpear, uno exhala y libera con soltura parte de la tensión de los brazos y los hombros. Con la segunda inhalación, se estira un poco mas y otra vez libera en la exhalación. Cuando inhala por tercera vez, estira al máximo los brazos, contiene la respiración y frena el estiramiento por un momento, y luego deja caer el golpe. No se requiere esfuerzo ya que el golpe es un acto de liberación. Si se pretende golpear con fuerza, surgen tensiones y se reducen la fluidez y la efectividad de la acción. Es importante mantener los codos tan cerca de la cabeza como sea posible durante el estiramiento para involucrar y movilizar los músculos que se encuentran entre los hombros. Si los codos permanecen separados, la acción se ve limitada a los brazos y no libera la tensión de la parte superior de la espalda. Casi todos los pacientes necesitan bastante practica para coordinar los movimientos y llegar a un balanceo libre y suelto en el cual participe todo el cuerpo. Cuando alcanzan este punto, sienten placer y satisfacción al golpear.

Para practicar este ejercicio no es necesario estar enojado. Cuando los boxeadores profesionales practican golpes como parte de su entrenamiento disfrutan del ejercicio; nosotros también podemos encontrar placer en el uso de nuestro cuerpo para expresar nuestras funciones naturales.

No obstante, cuando el ejercicio se emplea en la terapia para restablecer la capacidad de sentir y expresar el enojo, debe ir acompañado de palabras apropiadas. Las palabras exteriorizan el sentimiento y ayudan a realzar la acción. Decir “¡tengo tanto rabia!” cuando uno golpea la cama permite integrar la mente con la acción corporal. También en este caso el tono de la voz refleja y determina la calidad de la experiencia. Si se golpea con fuerza pero se habla débilmente, se nota una escisión en la personalidad. El uso de la voz resuena en el tubo central del cuerpo, lo cual aumenta en gran medida la carga energética de la acción. Desde hace mucho tiempo, los japoneses han estado familiarizados con este efecto y utilizan sonidos fuertes para ejecutar acciones enérgicas. Así, pueden quebrar una pieza sólida de madera con la mano si pronuncian un enérgico “¡Ha!” en el momento del impacto. La energía con la cual uno diga “!Estoy enojado!” determinará la fuerza con que la sienta. No es el volumen del sonido el que produce este efecto, sino la resonancia y la intensidad del tono. “¡Estoy tan enojado!”, dicho con calma pero con intensidad, tiene una mayor carga de sentimiento que un grito fuerte.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

El Gozo, parte 18


Capítulo 5 (continuación)

Todos los niños tienen esta capacidad natural para proteger su integridad y su libertad. Desafortunadamente, las condiciones modernas de vida a menudo obligan a los padres a frustrar los impulsos espontáneos de un niño, lo cual le provocará enojo y golpeará a su progenitor; y a pesar de que tales golpes no son dañinos, no muchos padres pueden aceptar o tolerar ese comportamiento. La mayoría de los padres reprimen violentamente a un niño enojado y muchos lo castigan por lo que consideran un comportamiento inadecuado. El poder que tienen a raíz de la dependencia del niño respecto de ellos, puede forzar al mismo a suprimir su enojo. Este es un caso desafortunado ya que el niño que tiene miedo de expresar enojo ante sus padres se transforma en un adulto mutilado. El enojo suprimido no desaparece. Los niños volcaran el impulso prohibido contra niños más pequeños, y los lastimarán deliberadamente. O, cuando el niño cuyo enojo fue suprimido llega a adulto, lo actuará contra sus propios hijos indefensos y los castigará.

Castigar a un niño por su expresión de enojo puede ser visto como una manera de enseñarle comportamiento social, pero el efecto que tiene es el de quebrar su espíritu y convertirlo en una persona sumisa ante la autoridad. Un niño necesita aprender los códigos del comportamiento social, pero esto debe ocurrir de manera tal que no se dañe su personalidad. En Japón vi a un niño de tres años golpear a su madre, que no hizo el menor esfuerzo por detenerlo o reprenderlo. En la cultura tradicional japonesa, no se controla a un niño hasta la edad de seis anos, ya que su comportamiento hasta entonces se considera natural e inocente.

Los niños cuya capacidad de expresar enojo no se ve socavada no se transforman en adultos iracundos. A pesar de que tienen su carácter, suelen ser personas apacibles hasta que se abusa de ellos o son tratados con violencia. Por lo general, su enojo es apropiado para la situación que viven ya que no se origina en conflictos no resueltos y heridas del pasado. Las personas arrebatadas o que pierden los estribos están sentadas sobre una gran montaña de enojo suprimido que está cerca de la superficie y, por tanto, fácilmente saldrá a flote. El enojo que se libera por medio de la provocación contribuye en pequeña medida a la solución del conflicto subyacente, que es el miedo de identificarse con el enojo mismo. Una persona realmente enojada a menudo es considerada como loca.

Muchos niños son educados con la idea de que el enojo es malo desde el punto de vista moral. Debemos ser comprensivos, entender la posición de la otra persona, ofrecer la otra mejilla, perdonar al otro, etc. Hay mucho por decir en favor de esta filosofía, siempre que como consecuencia de la misma no quedemos mutilados ni anulados. Sin embargo, en la mayoría de los casos, entender la posición del otro implica una autonegación, que proviene del miedo. Perdonar es un signo de gracia, pero la elección debe ser auténtica. El individuo que no puede enojarse no obra por propia elección sino por miedo. Ningún paciente se siente capaz de expresar su enojo en forma libre y completa.

Muchos pacientes relatan que se sienten culpables por expresar enojo contra sus progenitores, en especial su madre. Muchas son las madres que inculcan culpa en sus hijos por cualquier sentimiento negativo que abriguen hacia ellas. Pero la culpa tiene su fundamento en el miedo y la supresión del enojo. Si a un niño se le permite expresar sus sentimientos con libertad, conserva su sentimiento de inocencia.

Uno de los ejercicios que sugiero a mis pacientes en su hogar es el de golpear la cama. Yo mismo he puesto en practica este ejercicio a lo largo de los años, para liberar la tensión en los hombros y desarrollar un movimiento suelto de los brazos, que considero esencial para expresar el enojo. Al principio, era consciente de que, aunque sentía poder en mi brazo derecho, el izquierdo parecía débil e impotente. Nadie puede ser un buen luchador con un solo brazo. Solía dar de 50 a 75 golpes todas las mañanas. Con el tiempo, mi brazo izquierdo se liberó y los golpes de ambos brazos se igualaron en fuerza y fluidez. Golpear la cama no es solo un ejercicio terapéutico para liberar los brazos de una tensión crónica: también sirve para liberar las tensiones que se acumulan a consecuencia del estrés de la vida cotidiana.

No siempre estamos en condiciones de expresar nuestro enojo en el momento de la herida o el insulto. En ocasiones, no sentimos el enojo en el momento del insulto porque nos encontramos en estado de shock, pero luego, cuando este estado desaparece, nos damos cuenta de cuán enojados quedamos por lo que ocurrió. En algunos casos, es demasiado tarde o se hace imposible expresar el enojo a la persona causante de nuestra herida, pero podemos desahogarnos golpeando la cama en nuestra casa. De esa manera, recobramos nuestra integridad y el buen sentimiento que se había perdido.

Con frecuencia, los padres arden de rabia contra sus niños, que insisten en hacer lo que desean a pesar de que ellos les ordenan lo contrario. En nuestra cultura, los niños pueden enloquecer a sus padres cuando se pierde el control sobre ellos. En parte este es el resultado de la sobreestimulación que reciben por el exceso de objetos excitantes en los supermercados y en el hogar. En parte proviene del hecho de que los padres se encuentran bajo considerable presión para mantener un poco de orden en el hogar y en su vida. También ellos se ven sobrestimulados y abrumados por el ambiente que los rodea. La tensión que se acumula en los padres se descarga a menudo por medio de algún castigo corporal impuesto al niño. Luego de haber desahogado su rabia en el niño, los padres pueden sentirse culpables o arrepentirse, pero el daño ya esta hecho. Reich sugiere que, en tales situaciones, los padres se dirijan a su habitación y descarguen su enojo golpeando la cama en lugar de golpear al niño. He recomendado esa acción a todos mis pacientes. Alivia a los padres y salva al niño.

Una emoción puede experimentarse solo cuando todo el cuerpo está excitado e involucrado en la acción. Esto significa que el estiramiento de los brazos por encima de la cabeza debe ser tan completo que fuerce los brazos en su articulación con los hombros. Describo esta acción a mis pacientes como tratar de alcanzar un rayo. Pero para que todo el cuerpo participe, el estiramiento debe venir en realidad desde el suelo. A fin de lograrlo, se flexiona las rodillas, se elevan ligeramente los talones y se estira el cuerpo hacia arriba y hacia atrás desde la almohadilla de los pies. El cuerpo se dobla como un arco que encuentra su soporte en la planta de los pies y en los puños elevados.
Cuando uno alcanza esta posición, el golpe es un movimiento suelto.

Golpear la cama no implica mayor esfuerzo que lanzar una flecha. Así como el poder de una flecha depende del grado en que se curve el arco, el poder de un golpe depende del grado de estiramiento del cuerpo. Esto coincide con la ley fisiológica que dice que el poder de una contracción muscular es directamente proporcional al grado de estiramiento. Para la mayoría de las personas, no resulta fácil alcanzar tal naturalidad al golpear la cama. A veces se producen grandes tensiones en los músculos de los hombros, entre los hombros y la escápula y entre ésta y la columna vertebral, lo cual denota cuán grave es el bloqueo de la expresión del enojo. Cuando se utiliza este ejercicio en la terapia, es necesario conectar la tensión con el problema psicológico de la culpa. Sin embargo, esta conexión puede establecerse con mayor facilidad luego de que la persona ha experimentado su enojo.

En los talleres donde el grupo participa en todas las actividades, es posible que los miembros liberen su rabia en forma bastante rápida. En estos talleres, se intensifican todos los sentimientos a causa de la excitación que invade al grupo cuando un miembro tras otro expresan una emoción fuerte. Así, cuando un individuo practica el ejercicio de golpear la cama con rabia, los otros se ven motivados a seguirlo. Uno tras otro se turnan para golpear y desahogar la rabia contra sus padres por los traumas que sufrieron durante su infancia. En la mayoría de los casos, la rabia es asesina, pero desaparece con rapidez y el individuo se siente liberado. Es una liberación catártica. La persona siente todo su enojo pero no lo descarga, hasta que no se libera la tensión en los músculos de la parte superior de la espalda y los hombros, que actúan para suprimir el enojo, éste no se descarga por completo; pero es un paso importante en esa dirección.

Debe quedar entendido que el enojo, si bien se asocia con el pasado, proviene directamente de las tensiones musculares crónicas, que limitan el organismo y reducen su libertad de movimiento. El enojo es la reacción natural contra la perdida de la libertad. Esto significa que cualquier tensión muscular crónica en el cuerpo está asociada con él. De más está decir que si uno no siente la tensión, uno no siente enojo alguno. Uno acepta la limitación de sus movimientos y la perdida de la libertad como normales, tanto como un esclavo podría aceptar su esclavitud sin enojarse.
Una vez que uno siente y comprende la tensión, es consciente de su enojo y se da cuenta de que golpear la cama para expresarla no es un ejercicio que deba practicar una sola vez. Se lo debe practicar en forma regular tanto en las sesiones de terapia como en el hogar, si es posible, hasta que los brazos y hombros adquieren movimientos libres y se restablezca por completo la capacidad para expresar el enojo.

El enojo puede expresarse por medio de la voz, con palabras o con la mirada, pero estos modos de expresión resultan para la mayoría tan difíciles como golpear la cama. Para que el enojo se refleje en una mirada es necesario que uno lo sienta en todo el cuerpo, lo cual hace que la onda de excitación llegue a los ojos. Los ojos de algunas personas arden cuando están muy enojados. Los ojos fríos y mezquinos son hostiles, no son ojos enojados, y los ojos ennegrecidos expresan odio en lugar de enojo. Uno también puede comunicar que se siente enojado con palabras, pero éstas no expresaran el enojo a menos que sean pronunciadas con un tono de enojo. Ese tono puede ser un sonido agudo y penetrante, un grito fuerte o un alarido. Para expresar verdadera rabia, el sonido debe ser acorde con la situación. Dar un alarido o gritar, por ejemplo, a menudo expresa rabia y frustración en lugar de enojo. Debe tenerse en cuenta que el enojo no se utiliza para controlar a otros sino para salvaguardar la propia integridad y los buenos sentimientos.

Como adultos, por lo general no necesitamos gritar, dar un alarido o golpear a alguien para expresar nuestro enojo. Podemos expresarlo con calma, siempre que lo sintamos fuertemente. Este ejercicio y otros están destinados a ayudar a los pacientes a liberar su enojo, a alcanzar la libertad de expresarlo para luego aprender a contenerlo y controlarlo. El control consciente de los sentimientos depende de la conciencia que se tenga de ellos.

jueves, 15 de septiembre de 2016

El Gozo, parte 17


5. El enojo: otra emoción sanadora

¡Estoy tan enojado!


Hemos visto que todos los pacientes necesitan llorar para desahogar el dolor y la tristeza ocasionados por las “heridas” físicas y emocionales de su niñez. Por lo general, a los niños se les enseña a no llorar y, en muchos casos, se los castiga o se les grita por hacerlo. La inhibición del llanto provoca una seria tensión crónica en los músculos del tubo interno del organismo relacionado con las funciones respiratoria y alimenticia. Estas tensiones producen contracturas en el tubo respiratorio y de esta manera limitan la respiración de la persona, reducen su energía y disminuyen su expresión vocal. Pero no es este el único efecto de los traumas de la infancia. También se producen tensiones serias en el tubo externo, entre cuyas principales funciones se encuentra la de trasladar el cuerpo en el espacio. Una historia dolorosa se refleja en la pérdida de gracia del cuerpo, en las divisiones que separan sus segmentos principales: la cabeza del tronco, o la pelvis del tórax.  Estos cortes destruyen la integridad de la personalidad, que no se puede restablecer simplemente llorando.

La emoción que restaura o protege es el enojo. Todos los pacientes tienen enojo suprimido, y en muchos casos esto implica una furia asesina que no pudieron expresar cuando de niños fueron lastimados. Estos sentimientos deben expresarse en un lugar seguro para que el cuerpo recupere su vitalidad y su unidad. Sin embargo, al igual que con el llanto, los pacientes tienen gran dificultad en expresar su enojo de manera eficaz y apropiada. Sin esta capacidad, el individuo resulta victima o victimario.

El enojo es una emoción importante en la vida de todo ser, ya que sirve para conservar y proteger la integridad física y psicológica del organismo. Sin el enojo nos encontramos indefensos ante los ataques a que la vida está expuesta. Las crías de las especies mas desarrolladas carecen de la coordinación motriz necesaria para expresar el enojo, y por tanto necesitan la protección de los padres. Esto es particularmente valido para el ser humano, que requiere mas tiempo que la mayoría de los otros mamíferos para adquirir esta capacidad. Pero decir que un bebé no puede enojarse no es del todo cierto. Si se sujeta a un bebé se puede percibir su esfuerzo por liberarse, que representa una respuesta colérica aunque inconsciente. Si se le retira el pecho a un bebé, se sentirá como muerde con las encías para retener el pezón si aún no esta listo para soltarlo. Como la mayoría de los padres saben, morder es una clara expresión de enojo.

A medida que el niño crece y aumenta su coordinación motriz, se desarrolla su capacidad para expresar rabia y responde con enojo a cualquier violación de su integridad o de su espacio, que incluye sus posesiones personales. Si con su enojo no logra proteger su integridad, el niño llora, ya que se siente indefenso ante la situación traumática. La emoción del enojo es parte de la función mas amplia de la agresión, que literalmente significa “avanzar”. La agresión es lo opuesto a la regresión, que significa “retroceder”. En psicología es lo opuesto a la pasividad, que denota una actitud de inmovilidad o de espera. Podemos avanzar hacia otra persona por amor o por enojo. Ambas acciones resultan agresivas y ambas son positivas para el individuo. Por lo general, no nos enojamos con la gente que no significa nada para nosotros o que no nos ha herido. Si son simplemente personas negativas, las evitamos. Cuando nos enojamos con las personas que nos importan, lo hacemos para restablecer una relación positiva con ellas. En mi opinión, todos hemos vivido una situación en la cual, luego de una pelea con un ser amado, se restablecen los buenos sentimientos.

En un seminario dictado en la casa de Reich en l945, éste declaró que la personalidad neurótica solo se desarrolla cuando la capacidad de un niño de expresar rabia ante un insulto a su personalidad se ve bloqueada. Señaló que la frustración de la  búsqueda del placer conduce a un retiro del impulso que lleva a la pérdida de la integridad corporal. Dicha integridad solo puede  reestablecerse por medio de la movilización de la energía agresiva, y su expresión como enojo. Esto reestablecería los límites naturales del organismo y su capacidad para salir al mundo nuevamente.

El ser humano vive el enojo como una onda de excitación que asciende por la  espalda y se transmite a los brazos, que se cargan de energía para golpear. La excitación también fluye hacia la parte superior de la cabeza y desciende hacia los caninos superiores que también se cargan de energía para morder. Yo he sentido este flujo de excitación en mi canino durante un ejercicio con el enojo. Cuando  dicha excitación recorre los músculos de la espalda, éstos se encorvan en posición de ataque. Al mismo tiempo se puede sentir cómo se eriza el pelo en la cabeza y en la espalda. Muy rara vez ocurre esto en los seres humanos, pero es común observarlo en los perros.
En la Figura 2A se puede apreciar esta excitación en el enojo. En la figura 2B el flujo de excitación se  encuentra invertido, en consecuencia, los ojos están muy abiertos y las cejas arqueadas, la cabeza echada hacia atrás y los hombros levantados. Este es el movimiento energético al sentir miedo. Si un individuo no puede enojarse queda inmovilizado en una posición de miedo. Las dos emociones son antitéticas: cuando uno está enojado, no tiene miedo, y viceversa.

Por el mismo motivo, cuando una persona está muy atemorizada, podemos suponer que tiene una cantidad igual de enojo potencial o suprimida en su personalidad. Expresar el enojo libera el miedo, así como llorar libera la tristeza. En la mayoría de los casos, el miedo se niega y se suprime en la misma medida, y como resultado la persona queda inmovilizada o insensibilizada. En esta situación, es importante encontrar una manera de ayudar a la persona a entrar en contacto con su enojo suprimido.
Hablar con un paciente acerca de sus problemas le permite en ocasiones ponerse en contacto con un sentimiento de enojo que puede expresar en el ejercicio de golpear. El llanto permite expresar lo mismo en forma más directa. Si un paciente comienza a llorar como consecuencia del ejercicio descrito en el capítulo anterior, sentirá su herida y su dolor. La tristeza se transformará en enojo que puede expresarse golpeando la cama.

Así como no liberamos la tristeza si lloramos una sola vez, ningún paciente liberará todo su enojo suprimido golpeando la cama una vez.
En el transcurso de la terapia, a medida que el llanto se hace más profundo,
el enojo se vuelve mas fuerte, y se le comprende mejor.
También es posible movilizar el sentimiento de enojo golpeando en forma mecánica al principio, enfoque que puede compararse con el cargar una bomba de agua: la acción misma puede inducir el sentimiento de enojo ya que éste se encuentra inserto en el movimiento mismo. En el ejercicio de golpear, la persona usa los puños si es hombre o una raqueta de tenis, si es mujer. La raqueta otorga a una mujer una mayor sensación de poder. Los hombres tienen más   fuerza en los brazos y pueden romper la raqueta si la utilizan para golpear la cama. Se le indica al paciente que acompañe la acción con palabras que también expresen su sentimiento. Podría decir, por ejemplo: “Tengo tanta bronca”, “Te aplastaría”, “Te mataría”. Combinar las palabras con la acción física realza el sentimiento.

Así como todos los pacientes tienen algún motivo por el cual llorar o patear a causa del trato que recibieron en la infancia, también tienen muchos motivos para estar enojados. Pero su enojo puede provenir de su situación actual, que no pueden abordar en forma adecuada por miedo a una represalia. El ejercicio libera la tensión de los músculos que habían bloqueado la expresión del enojo, y en consecuencia facilita y promueve, la capacidad de expresar el enojo en todas las situaciones de la vida. Según mi experiencia, nunca conduce a la “actuación” (acting-out), es decir, a la expresión irracional del enojo. Y en todos los años que he utilizado este ejercicio con mis pacientes, nadie salio lastimado ni se rompió nada en mi lugar de trabajo. Si siento que un paciente está perdiendo el control, lo detengo y le muestro como controlar sus acciones sin dejar de expresar su enojo.

Cuando digo que el enojo no es una emoción destructiva, hago una distinción
Entre enojo, rabia y furia. La rabia implica una acción destructiva. Tiene intención de lastimar, de herir a alguien o de romper algo. También enceguece y el ataque se vuelca a menudo sobre algún inocente, alguien indefenso, o un niño. Decimos de una persona que se encuentra enceguecido de rabia. Además, la rabia es explosiva, de manera que una vez que se desata no puede ser controlada. Se puede controlar el enojo, pero no la rabia. Como señalara en mi libro “El Narcisismo”, la rabia crece cuando una persona siente que su poder se ve bloqueado o frustrado. Un niño que persistentemente se resiste a una exigencia de su padre puede provocar en éste una rabia que apunte a doblegar la resistencia del niño forzándolo a obedecer.
Cuando un niño no obedece una orden de su padre, lo conduce a enfrentarse con su sentimiento de impotencia, que proviene del hecho de que durante su infancia fue a su vez obligado a obedecer sin poder expresar su propio enojo por miedo. Ese enojo suprimido se convierte en rabia y actúa en el presente sobre el niño u otra persona a quien el padre no teme. Muchos de mis pacientes fueron obligados a someterse al poder de sus padres cuando eran niños y eran a menudo castigados con una paliza en las nalgas, castigo en particular humillante, ya que socava el sentido de dignidad y privacidad del niño. Otros han relatado como se los obligaba a ir buscar el arma de su castigo, ya fuera una correa, una vara, etc., lo cual aumenta el miedo del niño y lo humilla. Si éste sufre un abuso grave, la rabia que sentiría normalmente queda enterrada bajo una montaña de miedo y se transforma en una rabia asesina cuando se libera. Sin embargo, esa rabia debe ser liberada para que la persona pueda sentir y expresar enojo genuino.

Cuando pido a mis pacientes que golpeen la cama con los puños o con una raqueta, lo que a menudo sale a flote es rabia, no enojo. En un principio, por lo general se rehúsan a expresar algún sentimiento en sus golpes, que son golpes impotentes, pero una vez que comienzan a soltarse, golpean rápida y desconsoladamente, como si quisieran aplastar o matar. Este tipo de acción es histérica por cuanto no está integrada al ego y no es efectiva. Cuando les pregunto porqué o con quién están enojados, o contra quién esta dirigida la acción con frecuencia responden que no lo saben. En consecuencia, tiene poco valor para promover el proceso terapéutico de autodescubrimiento, aunque sirve para descargar una parte de la furia contenida. Estas acciones son catárticas y constituyen una válvula de seguridad, pues permiten desahogarse. A medida que la terapia progresa, tanto analítica como físicamente, el paciente se pone en contacto con los motivos de su rabia, sus golpes se concentran más y puede sentir su enojo. Si se acompañan los golpes con las I palabras adecuadas, la acción se vuelve ego sintónica (acorde con el ego).

Más intenso que la rabia es la furia. “Estoy furioso” expresa un sentimiento extremo de enojo, simbolizado por el remolino o el tornado que destruye todo lo encuentra en su camino. Una de mis pacientes tuvo un sueño en el que sentía que un viento crecía dentro de ella y la levantaba del suelo. También sentía que sus mejillas se hinchaban, como se ve en las películas cuando sopla un fuerte viento norte. Mientras flotaba en el aire, movía las manos en señal de amenaza a unas personas que se encontraban en la habitación con ella. Interpreté este sueño como un viento creciente que nunca se liberó, nunca llegó a ser remolino.

Sentimos un odio profundo por aquellos a quienes alguna vez amamos profundamente pero que, según sentimos, nos han traicionado. No obstante, el odio puede proyectarse (transferirse) a otros con quienes no hemos tenido una relación Íntima ni ningún trato personal.
Un estado de congelamiento solo puede cambiar por medio del calor; específicamente el calor que emana del enojo. La rabia, cuando es suprimida, por oposición al enojo, es un sentimiento frío. Un individuo puede sentir como el calor de su enojo crece en su cabeza a medida que crece la excitación. Sentirá calor en la cabeza debido al aumento de flujo de sangre, lo cual puede, literalmente, hacerlo “ver todo rojo” (enfurecerse). El enojo es una fuerza vital positiva que tiene poderosas propiedades curativas.
Cabe señalar que la terapia apunta a restablecer la capacidad del individuo para sentir y expresar enojo, respuesta natural a las situaciones que hieren o amenazan su integridad o libertad.

martes, 6 de septiembre de 2016

El Gozo, parte 16

Capítulo 4 (continuación)


Estas tensiones no se alivian únicamente con masajes o manipulaciones. Constituyen actitudes caracterológicas desarrolladas en los comienzos de la vida frente a situaciones angustiantes, mediante el control y sofocación del sentimiento, actitudes que deben ser comprendidas tanto históricamente como en su función actual. Además, deben expresarse los sentimientos que ellas contienen.
El principal es la tristeza, tal como se manifiesta en el enunciado “Se derrumbo y se echo a llorar”. Si se analiza la resistencia de un sujeto al llanto y se logra que “se derrumbe y se “deshaga en lagrimas”, gran parte de la tensión puede eliminarse. Otra parte se descarga gritando. Cuando se grita, fluye hacia arriba, para salir por la cabeza, una tremenda carga energética. Al gritar, uno “pierde la cabeza”, se sale de sus casillas. El grito es una válvula de seguridad que permite la descarga segura de una fuerza largo tiempo aprisionada.

La forma en que el sujeto porta su cabeza es significativa en cuanto a su actitud caracterológica.
La mayoría de las personas tienen fuertes tensiones musculares en la parte superior de la espalda y en los hombros, relacionadas con la supresión de la ira y que no se alivian hasta tanto se les da cabida a los impulsos suprimidos.

Hay una resistencia a llorar cuyo origen se encuentra en una fuente más profunda que las examinadas en la sección previa de este capitulo, y esa fuente es la desesperanza. A muchos pacientes les he oído decir que si se resisten a entregarse a su tristeza y llanto, es porque tienen miedo de que no podrán parar. Esta idea es irracional: nadie llora sin parar; sin embargo, se funda en un sentimiento real. Mi replica es que, desde luego, dejaran de llorar; así como la lluvia se detiene, se detiene el llanto. Pero por mas que diga esto, el sujeto no pierde ese temor. Siente que su pesadumbre es como un pozo sin fondo del cual, una vez que se deje caer en él, nunca podrá salir. Otra metáfora que se emplea para expresar la desesperación es la de “ahogarse en la tristeza” o “en las propias lagrimas”; aunque este sentimiento es algo mas que una metáfora.


La resistencia a llorar tiene un fuerte núcleo psicológico en el miedo a desesperarse. Todos los que acuden a terapia luchan con un sentimiento de desesperanza: la desesperanza de no encontrar un amor genuino, o de no poder ser libres o realizar su propio ser. La desesperanza es un sentimiento terrible. Mina la voluntad, debilita el anhelo de vivir y da lugar a la depresión.

Como consecuencia, el individuo hará todo lo posible por no desesperarse, por no tocar fondo; esfuerzo éste que le consume mucha energía y no favorece en nada la evitación de la desesperanza. Tarde o temprano, al decaer la energía propia, caerá en la desesperanza, la depresión, la enfermedad o aún la  muerte. Si una persona quiere curarse emocional y físicamente, necesita hacer frente a su desesperanza, lo que significa sentirla cabalmente y comprender que deriva de experiencias de su infancia y no tiene una conexión directa con su vida adulta. En la  medida en que la persona tenga miedo de respirar profundo, no hay posibilidades reales de que alcance la satisfacción. Tendrá una sensación de vacío en la base del estomago, mas allá de las condiciones en que se desenvuelve su vida externa. El matrimonio, los hijos, el éxito en el mundo no conseguirán llenar ese vacío, energéticamente ligado al dolor de sentir la tristeza o la desesperanza.

La única forma de dejar atrás la desesperanza es mediante un llanto profundo, que abre paso a la onda de excitación que va al estomago y al piso pelviano. Si equiparamos la pelvis al sótano de una casa, podemos notar que hay en el sótano una tapa disimulada que se abre hacia arriba a modo de puerta y permite salir al mundo del sol y del placer. Esa tapa-puerta es el aparato genital, o más concretamente, la sexualidad. Cuando la onda de excitación llega a lo profundo de la pelvis, uno se excita sexualmente, aunque no siempre genitalmente; esto último es consecuencia de que la onda excitatoria alcance el sistema circulatorio, aumentando el flujo sanguíneo a los genitales. Resultado directo de esta excitación de la sangre es la tumescencia del varón y la exudación y lubricación de la mujer. Por otro lado, la onda excitatoria asociada a una respiración profunda se conecta directamente con el sistema muscular y produce un movimiento espontáneo de la pelvis: hacia adelante al espirar, hacia atrás al inspirar. Este movimiento espontáneo, similar al vaivén  de la  cola de un  perro se denomina “reflejo del orgasmo”.  Representa la entrega al cuerpo y es la base física del sentimiento de gozo.

 El llanto es siempre una entrega al cuerpo y a sus sentimientos, pero en casi todos los pacientes es restringido y superficial. Las convulsiones del sollozo no llegan bien al fondo del vientre para liberar la tristeza y la desesperanza que le está asociada. Así pues, la entrega no es total; el temor a la perdida de control que ella entraña es demasiado grande.
Las tensiones deben aliviarse mediante un trabajo coherente con la respiración y con la parte inferior del cuerpo, que le de al individuo un mayor sentimiento de seguridad, de poder pararse  sobre sus propias piernas, de que éstas lo sustentarán. La actividad vibratoria de las piernas que antes mencione proporciona ese sentimiento; pero es una cuestión de grado: una pequeña vibración, como un pequeño acceso de llanto, ayuda poco. Si aumenta la vibración, aumentara el sentimiento, pero también importa su calidad. Si las vibraciones son profundas, regulares y continuas, como el zumbido permanente de un motor de gran potencia, uno adquiere un fuerte sentimiento interior de seguridad. Lo mismo es válido del llanto. La irrupción inicial de la tristeza provoca un sollozo convulsivo, espasmódico y de corta duración. La onda es amplia, pero el canal es demasiado estrecho. La garganta sigue constreñida, por mas que se hayan soltado algunos sollozos. Tal vez uno abrió un agujero en el dique, pero para que se vacíe el lago de lagrimas habría que derrumbar la pared integra. Es un trabajo lento y sostenido.

En general, toda irrupción de sentimiento que no asuste al paciente lo hará albergar mayores esperanzas. Percibirá entonces la posibilidad de liberarse de la cárcel de su desesperanza. Por desgracia, quizá también perciba más agudamente cuán profunda es ésta. Todo terapeuta avezado conoce esta reacción conflictiva o ambigua frente a la irrupción. Quizá la esperanza se desvanezca, sumergida por el desaliento abrumador de la desesperanza. No obstante, si la irrupción tuvo lugar una vez, puede repetirse y abrir un agujero más ancho en el dique, una luz mas intensa en medio de las tinieblas. Y así el paciente avanza paso a paso en su viaje de autodescubrimiento.

Cada irrupción de llanto permite conectarse mas plena y hondamente con el pasado. Se siente entonces que la desesperanza no es algo nuevo, que ya se la vivió en otro momento anterior de la vida, en relación con la falta de amor de uno de los padres o de ambos. Muchos pacientes me han contado cuán solos se sintieron de niños, que ninguno de sus progenitores veía lo que le pasaba o lo entendía, y como renunciaron a toda esperanza de ser alguna vez amados plenamente. En su estado de soledad, sobrevivieron disociándose de su cuerpo y viviendo solo en su cabeza. Pero este repliegue no es casi nunca total, salvo en los niños autistas. Algunos me dijeron que cuando eran chicos pensaban que se iban a morir, y que sobrevivieron desterrando todo sentimiento, o sea, esa desesperación que se había enterrado en el fondo de su vientre. En tanto y en cuanto suprimieron el sentimiento, perdieron contacto con el cuerpo y se transformaron en individuos incompletos, vacíos e inseguros, que solo vivían en la superficie, desvinculados de su propio ser interior, pero también de los demás seres humanos en un plano profundo. Nadie puede establecer una conexión profunda con otro si no la tiene consigo mismo.

La desesperación suele transferirse a la situación terapéutica, Tras un destello inicial de esperanza, resultante de la temprana irrupción del sentimiento, el avance terapéutico se vuelve mas lento y hasta puede detenerse.
La terapia no tiene que ser una búsqueda de amor sino de autodescubrimiento — o de amor a sí mismo —. Quien la busque para ser gratificado por una relación de amor, se decepcionara e inevitablemente caerá en la desesperación. Esto sucede de continuo en la terapia, ya que solo una persona desesperada puede pensar que el amor y la salvación están fuera de ella misma. Si el paciente acepta que la desesperación procede de su vacío interior, queda abierto el “camino” para elaborar esa desesperación hasta convertirla en la plenitud de ser. En los próximos capítulos veremos en que consiste ese “camino”, a fin de apreciar mejor que se requiere para conquistar el propio self.