martes, 30 de agosto de 2016

El Gozo, parte 15


Capítulo 4 (Continua)

Todos los sentimientos proceden de procesos corporales y debe entendérselos en función de éstos. Muchos de estos procesos provienen de experiencias del pasado y las reflejan.
Casi todas las personas tienen algún temor al abandono que procede de experiencias infantiles. En la mayor parte de los casos, ese temor, equivalente a un pánico, no se percibe conscientemente a causa de que está bloqueado por la rigidez de la caja torácica. Restringiendo al mínimo la respiración uno puede mantenerse por encima del sentimiento de pánico, pero este tipo de respiración corta a la vez todo sentimiento y deja al individuo vacío e insatisfecho. Por otro lado, experimentar pánico es doloroso y aterrador; sin embargo, puede superárselo respirando profundo. El sentimiento de pánico está vinculado directamente con la sensación de no poder adueñarse del propio aliento. Ahora bien: el motivo de la dificultad para respirar es que los músculos de la caja torácica se han contraído por el temor al abandono. Se crea así un circulo vicioso:

Temor al rechazo o abandono -► dificultad para respirar -> respiración superficial = pánico cuando se respira profundo.

El individuo se ve forzado a vivir en la superficie desde el  punto de vista emocional. En ese plano puede soterrar el sentimiento de pánico; pero esa manera de vivir, en apariencia segura, es una especie de muerte. No obstante, es este mecanismo el que mantiene vivo el temor al abandono. Si uno atraviesa el temor respirando, llorará profundamente y se dará cuenta de que dicho temor es un remanente del pasado. Además, el llanto liberara el dolor por la perdida de amor, como antes indique. Así, entregándose al cuerpo y llorando profundo, uno atraviesa el temor y el dolor y llega a las aguas serenas de la paz, donde puede conocer el gozo de la libertad.

El temor a estar solo genera la necesidad de personas y actividades que nos distraigan de la sensación de soledad. Como esa distracción es apenas temporaria, el individuo vuelve a enfrentarse una y otra vez con el temor a estar solo, un temor que no es racional, pero es real. Por supuesto, no todos tienen miedo de estar solos. Una persona puede estar a solas y es capaz de estar consigo misma. Pero si carece de un sentimiento fuerte y seguro de su self estar a solas será como estar vacía, El sentimiento de soledad surge de ese vacío interior que es consecuencia de un corte con sus sentimientos.

Nadie siente soledad si está emocionalmente vivo. Podrá estar solo, pero se sentirá parte de la vida, de la naturaleza y del universo. Muchos prefieren estar solos que vivir en medio de la confusión que parece formar parte de las relaciones actuales. Otros aceptan estar solos porque no han encontrado una persona con quien compartir la vida. No sienten la soledad, no sienten dolor ni vacío. Si alguien no es capaz de estar solo, se vuelve un menesteroso que busca a otros para que llenen su vacío interior. En su vida no puede haber gozo porque la vive en un nivel de supervivencia, diciendo siempre: “No puedo vivir sin ti”.

La irracionalidad subyacente en el temor a estar solo se pone en evidencia cuando se manifiesta: “Si acepto estar solo ahora, estaré solo siempre”. Esta expresión de temor pasa por alto que el ser humano es un animal social, que quiere vivir con sus semejantes y en intimidad con una persona. Nos sentimos atraídos unos a otros porque el contacto favorece nuestra vivacidad; pero este efecto positivo se pierde si, a través de su depresión o de su necesidad perentoria de compañía, una persona se convierte en una carga para la otra. Hay individuos neuróticos que necesitan ser necesitados, pero los acuerdos basados en la necesidad tarde o temprano crean resentimientos que fácilmente se transforman en hostilidad profunda. Tanto la persona que necesita como la necesitada pierden su libertad y la posibilidad de alcanzar el gozo en su relación.

La única relación sana de la que forma parte inherente el necesitar y ser necesitado es la que existe entre el padre o la madre y el hijo. El progenitor que satisface las necesidades de sus hijos satisface, a la vez, las suyas propias. El niño no satisfecho se convierte en un adulto menesteroso, que siempre precisa que esté alguien presente para él. Es un sentimiento auténtico pero no corresponde al presente ni puede ser satisfecho en el presente. Quien pretenda responder a esa necesidad, infantilizará al sujeto sin ayudarlo. Su necesidad actual es funcionar plenamente como adulto, pues solo en este plano podrá ser satisfecho.

Deben removerse los bloqueos, físicos y psíquicos, que le impiden un funcionamiento adulto, y esto se logra reviviendo el pasado con la comprensión del presente. Respirando y llorando profundamente es dable sentir el dolor por la perdida del soporte y amor en la niñez. Puede entonces aceptarse que esa perdida corresponde al pasado y ser libre para consumar el propio ser en el presente. El niño no estaba en condiciones de lograr esto, ya que el amor y apoyo de sus padres era esencial para su vida. Su supervivencia exigía que negara la perdida. Debía creer que podía llegar a recobrar ese amor merced a algún esfuerzo de su parte, o sometiéndose a las demandas de sus padres, aun al punto de sacrificar su self. Pero si bien este sacrificio asegura la supervivencia, también garantiza la insatisfacción, el vacío y la soledad. La desesperación se entierra en la base del estomago y no se la desentierra jamás.

Ninguna tentativa de superar la perdida y el dolor del pasado gracias a la voluntad puede tener éxito, y su fracaso perpetua la desesperanza. Para atravesar ésta, hay primero que aceitarla reparando en que no es propia del presente. Este principio esta ejemplificado en la historia de ese granjero a quien le robaron un caballo y que desde entonces monto guardia permanente en la puerta del granero armado con una escopeta. Como todos los neuróticos, al negar la realidad del presente, el granjero se condena a revivir el pasado. Entregarse al cuerpo es aceptar la realidad del presente. Este principio es claro, pero su aplicación no resulta sencilla. Dicha entrega requiere algo más que una decisión consciente, dado que la resistencia es en gran medida inconsciente y está estructurada en el cuerpo bajo la forma de una tensión muscular crónica que no se afloja a voluntad. La mandíbula tiesa y tenaz puede ablandarse momentáneamente, pero retoma su posición fija tan pronto se retira la conciencia de ese lugar. Es un habito antiguo y familiar, y ha pasado a formar parte de la personalidad a punto tal que sin él, uno se siente extraño. Si se decide de veras a aflojar esa actitud tiesa y tenaz de la mandíbula, comprobará que una nueva posición, más relajada, es adecuada, y comenzará a sentir la incomodidad que produce la anterior.

Este cambio radical lleva tiempo y trabajo, puesto que renunciar a la manera resuelta de ser que uno ha adquirido afecta toda su conducta en el mundo. Importa un cambio real en el estilo de vida, que debe pasar del hacer al ser, de la dureza a la blandura. Además, el alivio de la tensión crónica puede generar un dolor considerable, pues toda vez que se intenta estirar músculos contraídos, duele. Este dolor está presente ya en la musculatura contraída, aunque no se lo siente. Los músculos contraídos deben estirarse antes de que se los pueda aflojar.
En muchos sujetos, la tensión de la mandíbula está asociada con una retracción más que con una proyección hacia adelante en actitud agresiva. Ambas posiciones obstaculizan la entrega al inmovilizar la mandíbula o limitar su libre movimiento. Si la mandíbula proyectada hacia adelante expresa “No quiero soltarme”, la retraída dice “No puedo soltarme”. Para destrabar la mandíbula es preciso llevar a cabo un largo trabajo que provoca dolor; pero el dolor del estiramiento muscular desaparece cuando se alivia la tensión, en tanto que el dolor propio de una disfunción temporomandibular causada por una tensión crónica aumenta con el correr del tiempo. Los que la padecen no pueden abrir completamente la boca, lo cual restringe tanto su respiración como la emisión de la voz.

La tensión crónica en los músculos de la mandíbula no es un fenómeno aislado. A la mandíbula contraída la acompaña siempre una garganta contraída, que constriñe la capacidad del individuo para dar voz a sus sentimientos. Una garganta contraída vuelve extremadamente difícil llorar o gritar. Con los pacientes que tienen esta clase de tensión empleo ejercicios respiratorios especiales, pero la tarea es lenta. Aunque el individuo tenga una irrupción y llore profundamente, la liberación no es duradera. Los músculos son elásticos y pronto retoman su estado habitual anterior. Hay que llorar una y otra vez, en cada ocasión con un poco mas de profundidad y libertad, hasta que el llanto sea algo tan natural como caminar. Lo mismo con el grito: hay que practicarlo hasta que sea tan espontáneo como hablar. Un buen lugar y momento para ello es el automóvil, cuando uno conduce por una ruta o autopista; cerrando las ventanas, puede desgañitarse a gritos que nadie lo escuchará.

La entrega del yo exige asimismo ablandar los músculos de la nuca, en particular los que conectan la cabeza con el cuello. La tensión en estos músculos es muy corriente en nuestra cultura porque estamos operando todo el tiempo desde nuestra cabeza y tenemos un enorme temor a perderla. “No perder la cabeza” es uno de los mandatos básicos de nuestra sociedad; pero si no aflojamos el control del ego, ¿como podemos entregarnos al cuerpo y a la vida? ¿Como enamorarnos sin perder la cabeza? Las personas que viven permanentemente en su cabeza no pueden “caer enamoradas” [to fall in love] ni “caer dormidos” [to fall a sleep]. La tensión en los músculos de la base del cráneo, donde la cabeza se articula con el cuello, es la causante de todas las cefaleas así como de muchos problemas oculares, ya que se produce un anillo de tensión en la parte posterior de los ojos, el que se difunde por los músculos de la nuca, dificultando la rotación de la cabeza. Esta rigidez en la nuca representa una actitud obstinada, tozuda. De los individuos que la tienen se dice que están “envarados”. Y si este envaramiento persiste, con los años crea una artritis en las vértebras que puede llegar a ser muy dolorosa.


miércoles, 24 de agosto de 2016

El Gozo, parte 14

Capítulo 4 (continuación) 

La rendición de la voluntad: desesperanza

Si la gente acude a la terapia, es porque necesita modificar ciertos aspectos de su conducta y de su personalidad. En un plano consciente quiere cambiar, pero al mismo tiempo tiene resistencia al cambio, resistencia que deriva en gran parte de su deseo de controlar el proceso de cambio. Someterse al proceso terapéutico implica renunciar a ese control, y el paciente lo siente como un sometimiento al terapeuta. Esto origina en él sentimientos de vulnerabilidad, así como la idea de que será mal interpretado y maltratado, como lo fue de niño en la situación familiar donde estaba impotente. A raíz de su pasado, el paciente piensa que el terapeuta tiene poder sobre él y que debe oponérsele para mantener su integridad. La terapia degenera con frecuencia en una lucha de poder, que en rigor no es otra cosa que la lucha del paciente para evitar entregarse.

La idea de entregarse asusta a la mayoría. Las pautas neuróticas de comportamiento surgieron como un medio de supervivencia, y aunque en la vida adulta prueban ser contraproducentes, el individuo se aferra a ellas como a su vida. Por otro lado, están tan incorporadas que las experimenta como parte de su naturaleza. Por cierto, son su segunda naturaleza — la primera fue la del niño inocente y abierto, pero esa primera naturaleza se perdió y parece irrecuperable —. El adulto ya ha convivido tanto tiempo con su segunda naturaleza que la siente cómoda, como un viejo par de zapatos. No obstante, cuando una persona viene a terapia, admite tácitamente que su segunda naturaleza le fallo en aspectos importantes. Lo cual no quiere decir que esté dispuesto a entregarla. El cambio que busca consiste en lograr el éxito con esa segunda naturaleza o carácter. Esta preparado a aprender mejores maneras de actuar y hacer frente al medio, pero no a renunciar a su estrategia de supervivencia.

Esta actitud se conoce como resistencia. A veces aparece en las primeras etapas de la terapia, cuando el paciente expresa su desconfianza en el terapeuta o cuestiona su idoneidad. Personalmente recibo con beneplácito una clara manifestación de desconfianza del paciente hacia mi.
Ningún terapeuta puede cambiar a un paciente que no quiere cambiarse a sí mismo. El cambio terapéutico es un proceso de crecimiento e integración resultante de lo que el sujeto aprende y experimenta a través del proceso de la terapia, y el mejor juez de él es el paciente mismo. Lamentablemente, la mayoría no confía en sus propias percepciones y sentimientos, lo que es parte de su problema caracterológico; y en su desesperación, muchos tienden a ceder el control al terapeuta en la ilusión de que podrá  cambiarlos. La entrega a que aquí aludo es al self, no a otra persona. Uno puede aceptar las sugerencias de un terapeuta pero no tiene por que someterse a el.

El proceso terapéutico se inicia con la primera consulta. Nos sentamos frente a frente y el paciente me cuenta sobre sí, sus problemas y su historia. Mientras habla, tengo la oportunidad de estudiarlo, vale decir, de notar como se contiene, el tono de su  voz, la expresión de su rostro, su mirada, etc. Le pregunto sobre su vida actual y su niñez en busca de información que explique sus dificultades. También le pregunto como experimenta su cuerpo, de que tensiones musculares tiene conciencia, que dolores o dolencias ha tenido. A continuación le explico el vinculo cuerpo-mente, poniendo el énfasis en la identidad funcional de lo físico y lo psíquico. Muchos de mis consultantes están bastante familiarizados ya con mi enfoque por haber leído algunos de mis libros, o haber oído hablar de él a otros terapeutas, o haber tenido alguna experiencia personal.

Si el individuo tiene la ropa adecuada y está  dispuesto, lo hago pararse delante de un espejo para ver mejor su cuerpo y sus pautas de tensión, señalándole y explicándole lo que veo. Es importante que comprenda que su cuerpo debe cambiar si quiere cambiar su persona. En particular, deberá comprender y aflojar lo que se le señala en este examen para liberarse. Y para aliviar esas tensiones, debe sentir su efecto limitativo, entender cómo dominan su conducta actual y aprender  cómo y porqué se desarrollaron. Por ultimo, tendrá que expresar los impulsos bloqueados por esas tensiones. A esta altura, todavía no se habla de entrega: el foco esta puesto en la conciencia y la comprensión, en que aumente la identidad entre el individuo y su cuerpo.

Muchos individuos parecen normales ante una visión superficial, pero cuando se mira su cuerpo con cuidado se aprecia la verdad de su ser. El cuerpo no miente, pero uno debe ser capaz de leer lo que expresa si quiere conocer esa verdad.
No todos los que me consultan quieren conocer la verdad sobre sí mismos. Hay individuos narcisistas que no están dispuestos a enterarse de esta verdad, lo cual vuelve prácticamente imposible trabajar con ellos. No pretendo que mis pacientes acepten todo lo que yo veo, pero si que estén abiertos a escucharme. Conocerán la verdad al experimentarla por si mismos en el plano corporal. Al principio, empero, interesa desarrollar una buena relación de trabajo. El mejor cimiento de dicha relación es que el paciente sienta que es comprendido, que se lo ve como una persona que lucha para alcanzar cierta realización.

Anteriormente, el paciente era llevado a creer que sus dificultades estaban solo en su mente. Ahora se da cuenta que también están en su cuerpo, y que trabajar con cuerpo y mente en forma integrada es mas eficaz que una terapia solamente verbal. Por lo general, los ejercicios respiratorios y expresivos que le hago practicar tienen un efecto positivo, le transmiten energía y elevan su espíritu. Estas primeras experiencias no producirán cambios significativos en su personalidad, pero son valiosas para establecer una relación positiva entre nosotros y construir una base sólida de comprensión, que sustentará el duro trabajo posterior que tendremos que hacer para liberar al paciente de sus preocupaciones.

Las defensas del ego no son puramente psicológicas; si lo fueran, seria mas sencillo abandonarlas. La mayoría reconoce que sus defensas son un inconveniente, que la situación que les dio origen ya no existe. Lo que se requiere es una entrega al self, al cuerpo, y no a otra persona o situación hostil.
Sin embargo, la dificultad radica en que las defensas están estructuradas en el cuerpo, donde cumplen la función de suprimir el sentimiento. Son muros que contienen y controlan impulsos atemorizantes. Si a un individuo se lo priva del gozo de vivir, no puede sino sentir una furia asesina. ¿Como se maneja un impulso tal en una sociedad civilizada? No se tiran abajo las paredes de una prisión que alberga a criminales peligrosos si antes no se consiguió de alguna manera aventar su agresividad. Pero también erigimos paredes para ocultarnos, para escondernos y protegernos de ser heridos, para contener nuestro mar de tristeza. Por desgracia, estas paredes se convierten en nuestra prisión.

Es comprensible que las personas se muestren renuentes a descender hasta este infierno; pero negar esto, anestesia los anhelos y dolores del self, equivale a aceptar una muerte en vida.
Si uno se adormece de este modo, tal vez sobreviva, pero no eliminara el dolor. De tanto en tanto saldrá a la superficie como dolor puramente físico, bajo la forma de una tensión crónica en algún sector del cuerpo, y hará a la persona desdichada. Si es un dolor emocional, puede reducírselo a través del llanto y de la entrega. La diferencia entre un dolor puramente físico y uno emocional es que el primero está localizado y afecta a una zona restringida del cuerpo; el dolor emocional también está en el cuerpo, pero es generalizado. El dolor de cabeza es un dolor localizado, el de muelas se limita a la boca, y un dolor en el cuello solo esta en el cuello. En contraste con ello, el dolor de la soledad se siente en todo el cuerpo. El dolor emocional proviene de la contracción del cuerpo como respuesta a la perdida o dilución de un vinculo amoroso. Estas experiencias pueden ser desconsoladoras, sobre todo cuando le acontecen a un niño y se conectan con un sentimiento de rechazo y de traición.

Como al niño le parece que el dolor hace peligrar su vida, la supervivencia le | demanda suprimir la experiencia, con todo su dolor y su temor.
Y esta supresión se logra entumeciendo el cuerpo, volviéndolo rígido o disociándose de él. Ambos procedimientos alejan el sentimiento y provocan soledad y vacío. Esta situación se torna penosa cuando surge un impulso a abrirse y tenderse hacia los demás, y es bloqueado por el temor al rechazo. |
Dado que estos impulsos no pueden ser sofocados por completo en la medida que uno siga vivo, porque son la esencia del vivir, el individuo entra en una pugna con su propia naturaleza, vale decir, con su cuerpo y sus sentimientos. En rigor, la lucha es entre el ego, con su defensa contra el rechazo y la traición, y el cuerpo, con su corazón aprisionado. La tensión que este conflicto crea en el cuerpo se vivencia como dolor. Si uno se entrega a su propia naturaleza y permite que el impulso alcance plena y libre expresión, de inmediato el dolor se reduce y deviene un sentimiento placentero de plenitud y libertad.
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miércoles, 17 de agosto de 2016

El Gozo, parte 13


Cap. 4 (continuación)

Todos los sobrevivientes se resisten fuertemente a entregarse a su cuerpo ya que esto les provoca los sentimientos más penosos y aterradores. Si lo que está en juego es la vulnerabilidad, ¿cómo puede uno atreverse a llorar profundamente, dado que el sentimiento asociado con el llanto será el de total desamparo?

Identificando al self con el ego, se tiene una ilusión de poder. Como la voluntad es el instrumento del ego, cree realmente que “cuando hay voluntad, se encuentra el camino” y que “querer es poder”. Y esto es valido en tanto y en cuanto el cuerpo tiene energía para soportar las directivas del ego. Pero toda la fuerza de voluntad del mundo no alcanza si la persona carece de la energía indispensable para instrumentarla. Los individuos sanos solo recurren a la fuerza de voluntad en caso de emergencia. Sus acciones normales están motivadas por sus sentimientos, mas bien que por su voluntad. No se necesita fuerza de voluntad para hacer lo que uno desea: cuando el deseo es intenso, no hay necesidad de la voluntad. El deseo es una carga energética activadora de un impulso que da origen a acciones libres y, en general, gratificantes. Un impulso es una fuerza que fluye desde el núcleo del cuerpo hacia la superficie, donde mueve a los músculos a la acción. La voluntad, en cambio, es una fuerza que proviene del ego, de la cabeza, y lleva a actuar en forma contraria a los impulsos naturales del cuerpo. Cuanto uno siente miedo, su impulso natural es correr y huir de la situación amenazadora. Sin embargo, quizás esto no sea lo mas adecuado. No siempre se puede escapar de un peligro huyendo. Hay veces en que el curso de acción mas sensato es enfrentar la amenaza, pero esto es difícil cuando uno está aterrado y su impulso es correr. En tales circunstancias, movilizar la voluntad para contrarrestar el temor es positivo.

Esta situación es muy a menudo vivida por los niños cuyos padres los amenazan y maltratan. De hecho, algunos intentan escapar del hogar, pero esas tentativas suelen ser infructuosas: el niño debe aceptar la situación y rendirse ante el progenitor, a la vez que encuentra algún modo de mantener su integridad. Su sometimiento no debe ser total: no debe quebrarse su voluntad. Su cuerpo se atiesa y pone rígido para no quebrarse, acción mediada por el ego a través de la voluntad. En el rostro del niño se instala una expresión que muestra que está resuelto a no entregarse, a no perder el control o ser desbordado por el temor. La tensión crónica de la mandíbula, tan frecuente, procede directamente de esta necesidad de control. Una vez que la voluntad es movilizada por la rigidez y tensión crónica del cuerpo, se convierte en una fuerza motora en busca de poder y da origen a un tipo de vida en el que la lucha por el poder pasa a ser el tema predominante. El llanto se considera, en una situación así, como un quiebre de la voluntad, y la entrega, como algo imposible. Se vive en un estado de emergencia permanente. Desde luego, en ese estado no hay gozo posible.


martes, 9 de agosto de 2016

El Gozo, parte 12

4. Resistencia al llanto 


Todo trauma conmociona al organismo y lo lleva a cristalizarse o contraerse, a dejar de respirar y a cerrarse como una almeja. El llanto es el proceso de descristalización, de descontracción y de apertura a la vida. Tras las convulsiones, la respiración se torna relajada y profunda. El individuo recobra el pleno uso de su voz y renueva su alma, así como una buena lluvia renueva y recarga a la tierra. Los que no pueden llorar quedan congelados, con los cuerpos contraídos y la respiración gravemente limitada. Ninguna persona recobrara su total potencialidad para ser si no es capaz de llorar. Para recuperar esa potencialidad, el llanto tiene que provenir del fondo del vientre, y esto no es fácil para la mayoría, cuya respiración y cuyo llanto se hayan restringidos por una tensión diafragmática que va de moderada a grave.

En este capitulo quisiera examinar las resistencias psicológicas al llanto, que guardan paralelismo con los bloqueos físicos. En nuestra cultura casi todos consideran al llanto un signo de debilidad. Aun en situaciones en que es una reacción natural, como ante la muerte de un ser querido, a menudo se advierte al que está de duelo que debe ser fuerte y no ceder a su tristeza. Entregarse a los propios sentimientos en una situación como esta puede ser objeto de fuerte reprobación. Por supuesto, representa una perdida del control del ego, un abandono a los sentimientos, pero... ¿en que circunstancias puede ser mas apropiado que en esta entregar el control del ego? Se ve en el llanto no solo un signo de debilidad sino de inmadurez, de infantilísmo. “Los chicos grandes no lloran”. La gente suele mofarse de los chicos que lloran. Por cierto que el llanto esta asociado al desvalimiento. En una situación de peligro, puede ser necesario no entregarse a la impotencia y llorar; pero en el paciente que acude a la terapia no pesa esta amenaza de desvalimiento, salvo en el plano de su ego.

Por lo general inicio el trabajo corporal haciendo que el paciente se recueste en la banqueta bioenergética y respire, lo cual me permite observar la calidad de la onda respiratoria. La posición es algo tensionante, y esto fuerza al sujeto a respirar mas profundamente. En ningún caso lo hace tan plena o libremente como debería. A fin de ahondar la respiración, le pido entonces que emita un sonido fuerte y lo sostenga el mayor tiempo posible. En casi todos los casos, el sonido emitido es muy breve y apagado. Contener la respiración es el medio de no abandonarse al cuerpo y sus sentimientos.

Esta contención es inconsciente. Sorprende comprobar cuanta gente acude a la terapia con problemas que los menoscaban y sin embargo niegan todo sentimiento de tristeza. Esto es particularmente valido en el caso de los pacientes deprimidos, que una vez suprimidas sus emociones, están en este sentido adormecidos. Si pudieran llorar, su depresión desaparecería, pues entonces volverían a sentirse vivos. Pero la tristeza no es la única emoción suprimida; también lo es la ira. La gente puede irritarse, enfurecerse y hasta ponerse violenta, pero le es muy difícil sentir y expresar emociones tan claras como la tristeza o la ira.

La expresión de la irritación o aún de la furia no tiene como consecuencia ningún cambio significativo en la situación del sujeto. Son apenas alivios secundarios de la tensión de la frustración, como cuando se disipa la presión emitiendo vapor. Una vez liberada la tensión la persona se siente mejor, pero su situación no se modifico. La ira, en cambio, no desaparece hasta que no se aclara la situación penosa, y lo mismo cabe decir de la tristeza. Si alguien se siente profundamente triste, introducirá algunos cambios en su vida. Saber que uno está triste o colérico es bueno, pero no suficiente. Para sentirlo, uno debe expresarlo. Los bebés y niños pequeños lo hacen fácilmente cuando se los hiere; ¿por qué en los adultos se bloquea esta reacción natural?

Es esencial para un paciente protestar acerca del modo en que fue tratado de niño. Sin una fuerte protesta, nadie se libera del horror del pasado.
El maltrato físico, sexual y psicológico. de los niños es hoy común y bien conocido. Todos mis pacientes padecieron algún tipo de maltrato de uno o ambos progenitores. Lo que me resulta particularmente desconsolador es la crueldad ejercida contra los niños por padres que, a su vez, fueron víctimas de crueldades. Algunos habían estado en los campos de concentración nazis. Esta conducta parece reflejar una ley de la naturaleza humana: Haz a los demás lo que te ha sido hecho a ti. Los padres crían a sus hijos como los criaron a ellos.

Detener el avance de esta actuación destructiva descargada en los niños requiere que el progenitor sea una persona esclarecida. En el próximo capitulo me referiré a las condiciones de dicho esclarecimiento.

El sobreviviente se caracteriza, en general, por poseer una voluntad fuerte, que fue lo que le permitió sobrevivir. En muchos casos también le posibilito alcanzar éxito en el mundo. Trabajé con varias personas que habían llegado a ocupar puestos importantes en el mundo profesional o empresarial mediante estrategias fundadas en la voluntad de sobrevivir. Una de ellas es la negación del sentimiento, sustituyéndolo por un intelecto agudo y calculador. Esto puede resultar un elemento positivo en un mundo en que los sentimientos son una desventaja, donde los valores predominantes son el poder, el dinero y el prestigio y donde prevalece una intensa competencia por el éxito. En un medio tal, los sentimientos se subordinan al impulso a triunfar. Y algunos lo logran, en términos de dinero, ' poder y prestigio, pero sus vidas quedan emocionalmente vacías: no tienen ninguna relación íntima gratificante, ningún placer real en su trabajo, ningún gozo. Se le aprecia en la opacidad de sus ojos, la falta de energía de sus movimientos. Muchos sufren depresión y la mayoría se lamenta de una fatiga y cansancio crónicos. La dinámica básica en estos individuos es su disociación del cuerpo.

viernes, 5 de agosto de 2016

El Gozo, parte 11


Capítulo 3 (continuación)

Para mucha gente la risa es un disfraz que, como tal, puede tener valor si se trata de mantener el espíritu ante una crisis, pero en estos casos no es la franca risotada del verdadero goce la que se produce. Al trabajar con la voz, como describí anteriormente, puede ocurrir que un paciente, en vez de llorar, estalle en una carcajada espontánea. La situación, de todas maneras, no es oportuna para reír. Si está en terapia, es porque tiene serios problemas en su vida y porque le resulta difícil hacerles frente, según ella misma admite. En estas circunstancias, la risa puede verse como una resistencia a entregarse, una negación de la realidad de los propios sentimientos. Cuando le puntualizo esto a un paciente, su respuesta suele ser: “Pero es que no me siento triste”. En vez de enfrentar su resistencia, prefiero entonces unirme a él en su risa, reírme yo también y estimularlo a que se ría más fuerte aún. En la mayor, parte de los casos, cuando la risa se hace más estridente, el paciente termina sollozando y experimentando la tristeza subyacente bajo la superficie de su conciencia. Luego de llorar, siente un gran alivio y liberación.

Para las mujeres es más fácil llorar, o sea, sollozar, que para los hombres. Creo que esto es efecto de la cultura, porque suele creerse que es una vergüenza que los hombres lloren. No obstante, la facilidad de la mujer para llorar se vincula asimismo con su estructura corporal, que, en líneas generales, es más blanda que la de los hombres. Como regla, los hombres tienen un cuerpo mas rígido, no se quiebran fácilmente. Si esta rigidez es inconsciente, si es una actitud caracterológica, equivale a una falta de respuesta ante la vida y representa una perdida de espontaneidad y vitalidad. Los muertos no lloran.

Atribuyo la mayor longevidad de la mujer a su blandura, y creo que un hombre capaz de llorar puede vivir más. El llanto protege al corazón. Es el único modo de liberar el desconsuelo que provoca la perdida del amor. La vida es un proceso fluido, que se congela totalmente en la muerte y parcialmente en los estados de rigidez, que son estados de tensión. El llanto es una dilución o fusión. Los sollozos convulsivos del llanto son como el quiebre de los témpanos con el deshielo de la primavera. Las lagrimas fluyen como consecuencia.
Sin embargo, la mayoría de nosotros hemos sido muy profundamente heridos. Llevamos demasiado dolor en nuestro cuerpo como para entregarnos a nuestro self. Nuestra tristeza llega a la desesperanza, que debemos negar en bien de la supervivencia. Nuestro temor puede paralizarnos a punto tal que solo somos capaces de funcionar suprimiendo y negando el temor. Anulamos el sentimiento tensando el cuerpo y limitando la respiración, pero con ello anulamos también la posibilidad de gozo.

Ahora bien: la tensión solo puede aflojarse si uno expresa el sentimiento contenido en ella. Las técnicas de relajación solo tienen un efecto temporario. Tan pronto surge una situación vital capaz de evocar el sentimiento bloqueado, la musculatura vuelve a contraerse para controlar dicho sentimiento. Su descarga mediante un estallido histérico puede ser catártica, pero no genera tampoco una liberación perdurable. Si queremos liberar a nuestros pacientes, es importante que comprendamos la dinámica de la expresión de sí. El ego forma parte integral de ella, tanto como el cuerpo. Mente y cuerpo tienen que estar integrados en la expresión del sentimiento para que éste constituya una reafirmación del self. El llanto, o incluso el grito, no será terapéutico a menos que uno sepa por que llora o grita y pueda expresarlo en palabras. He visto a pacientes que, respirando sobre la banqueta, se echaban a llorar y me decían: “No se por que lloro”.

Si el sonido porta el sentimiento, las palabras expresan la imagen o idea que le da sentido. El análisis bioenergético es una técnica terapéutica de mente y cuerpo que trabaja con sentimientos e ideas, con sonidos y palabras. La mayoría de los pacientes, al echarse a llorar profundamente, repetirán “¡Oh, Dios!”, (¡ Oh, God!) que según dije antes es un pedido involuntario de auxilio por la angustia que padecen. Si el sonido del llanto es un pedido de ayuda, las palabras comunican dicho pedido en un nivel adulto. Cuando una persona expresa un sentimiento en palabras así como en sonidos y acciones, su ego se identifica con el sentimiento. A menudo, en medio de una liberación catártica un paciente gritará en forma espontánea, y luego dirá: “Me sentí gritar, pero no estaba conectado con ese grito”. Ponerle palabras al sentimiento contribuye a establecer la conexión.

Cuando una persona exclama “!Oh, Dios!” en medio de su llanto, le sugiero que le diga a Dios lo que siente. A veces dice: “No siento nada”, o bien: “No se lo que siento”. En tal caso tal vez yo le pregunto: “¿Se siente triste?”. “Si”, es la respuesta. “Bueno, entonces cuéntele a Dios que se siente triste”. Dirá: “Me siento triste”, en tono inexpresivo. “¿Cuan triste se siente?”, será mi próxima pregunta. “Muy triste”, es casi siempre la respuesta, y esa es la verdad de su self. Si consigo que empleen las palabras cargadas de sentimiento, su llanto se ahonda. Algunos pacientes se abren con facilidad y manifiestan: “Me siento herido, siento dolor” u otras enunciaciones semejantes que expresan las imágenes e ideas asociadas a su tristeza y a su llanto. Cuanto más pueden expresar en palabras por que lloran, mas integrados están. Mente y cuerpo trabajan juntos para brindar un sentido más intenso del self.

Los temas de la resistencia y la transferencia, tan críticos en toda terapia, solo pueden tratarse con palabras; pero si se pretende que éstas tengan algún valor, el paciente deberá estar en contacto con sus sentimientos. Si un paciente no siente su tristeza y no puede llorar, no lo alcanzaran las palabras.

Una de las razones de que el análisis bioenergético se centre en el cuerpo es que rara vez las palabras bastan para evocar sentimientos suprimidos. La supresión del sentimiento es obra del ego que observa, censura y controla nuestras acciones y conducta. Las palabras son su voz, así como el sonido es la voz del cuerpo. Y uno puede engañar con palabras pero difícilmente pueda engañar con el sonido. Reconocemos de inmediato un tono de falsedad en el sonido que no expresa auténticamente un sentimiento. En el análisis bioenergético es un axioma que el cuerpo no miente. Por desgracia, la mayoría de la gente es ciega a la expresión del cuerpo, porque desde pequeña se le enseño a creer mas en las palabras que escucha que en lo que percibe. Hay niños que retienen, empero, esa inocencia que les permite confiar en lo que ven. La moraleja del cuento sobre “Las vestiduras del emperador” es que solo los inocentes son capaces de ver la verdad. Los niños aun no aprendieron el sofisticado arte de jugar con las palabras para disimular los sentimientos.

A los niños que lloran cuando sufren algún daño se les dice: “¡Deja de llorar, o te daré motivos para llorar!” Y en algunos casos, para que dejen de llorar, se les duplica el castigo. Como todos sabemos, se les hace sentir vergüenza por llorar, sobre todo a los varones: solo las nenas lloran. Y también se disuade de llorar a los adultos: hay que ser valiente, el llanto es un signo de debilidad, etc. He comprobado que la capacidad de llorar es una señal de fortaleza. Las mujeres, que pueden llorar mas fácilmente que los hombres, son el sexo fuerte.

Cuando un individuo llora, cada sollozo es un pulso de vida que recorre su cuerpo, y que efectivamente es posible ver cuando lo atraviesa. Al llegar a la pelvis, provoca en esa estructura, como ya mencione, un movimiento hacia adelante. La persona que llora puede sentir como ese pulso toca el suelo pelviano al pasar por el canal interno del cuerpo. Eso es llegar al fondo. Pero este llanto profundo es tan infrecuente como la respiración profunda. El llanto tiene, no obstante, otra dimensión, que es la amplitud de la onda, expresada en el concepto de que el sonido producido es mas intenso o lleno. Un sonido lleno significa que la boca, garganta, pecho y abdomen están bien abiertos. El grado de apertura indica cuan abierto está el individuo a la vida, a tomar para sí y a sacar de sí. Cuando decimos que un paciente “se cierra sobre si mismo”, esto es literalmente cierto respecto de las aberturas de su cuerpo: sus labios estarán apretados, su mandíbula dura, la garganta constreñida, el pecho rígidamente alzado, el vientre aplanado, los glúteos metidos para adentro. Tendrá incluso los ojos más entrecerrados.

La terapia es el proceso de apertura a la vida, operación a la vez física y psicológica. Se manifiesta en ojos brillantes, amplia y cálida sonrisa, modales llenos de donaire y un corazón abierto. Pero abrir el corazón sin abrir los canales a través de los cuales fluye hacia el mundo el sentimiento del amor es un gesto vacío. Es como abrir las cajas de seguridad de un banco, pero mantener cerrada la puerta que da acceso al lugar donde se encuentran. Siempre inicio el programa de trabajo terapéutico ayudándole a la persona a abrir la voz (hacerse oír) y los ojos (ver con sus propios ojos), antes de abrir su corazón. No obstante, este proceso de apertura no es ni rápido ni sencillo. Es como aprender a caminar. El paciente prueba el terreno con cada paso que da. Debe aprender a confiar en sí mismo y renovar su confianza en la vida.
Y como un niño que tropieza y cae pero luego lo intenta otra vez, el paciente tropezara, sentirá temor e impotencia, pero al levantarse y seguir andando, crecerán su fe, su confianza, su sabiduría y su gozo.

Un llanto profundo puede provocar una irrupción tal que el sujeto perciba su libertad y sienta el gozo que ésta trae aparejado. Dichas irrupciones son como las del Sol brillando a través de las nubes de un cielo encapotado: no un signo de que la tormenta ha terminado, sino el indicio de que se aproxima el final de la tormenta. Cada irrupción vuelve al sujeto mas fuerte y abierto a la vida, mas capaz de entregarse a su cuerpo.
En el capitulo siguiente examinare las resistencias al llanto, que son fuertes, están hondamente estructuradas en la personalidad, y no puede abandonárselas sin antes comprender que surgieron como un medio de supervivencia.

martes, 2 de agosto de 2016

El Gozo, parte 10

Capítulo 3 (continuación):

Todos los bebes reaccionan ante cualquier tipo de desazón llorando, y se estima que este es un modo de llamar a la madre para que ella elimine la causa de la desazón. Las crías de todos los mamíferos llaman a sus madres cuando sienten desazón, aunque el llanto de la cría humana es algo mas que un pedido de ayuda.
Como sonido y sentimiento están tan íntimamente ligados, hemos aprendido a controlar nuestra voz a fin de que no muestre nuestros sentimientos. Podemos hablar en un tono liso y chato, carente de emocionalidad, que niega todo sentimiento, o bien podemos alzar la voz (volverla mas aguda) para ocultar el hecho de que nos sentimos “bajoneados”. Esta regulación de la voz se ejerce en gran medida a través del control respiratorio. Si respiramos libre y plenamente, nuestra voz reflejara en modo natural nuestros sentimientos; si lo hacemos en forma superficial, nos quedamos solo en aquel nivel de nuestros sentimientos donde podemos controlar con la conciencia la calidad de la expresión vocal. Un modo de conseguir que un paciente se contacte con sus sentimientos mas profundos es pedirle que profundice su respiración.

La técnica que yo utilizo es muy simple. El paciente se recuesta sobre la banqueta bioenergética respirando normalmente. Luego le pido que emita un sonido y lo sostenga lo mas posible. Algunos emiten un sonido breve pero fuerte; esto puede indicar que les gustaría abrir más su voz, pero no lo logran. Otros emiten un sonido suave, que implica que no se sienten con derecho a expresarse cabalmente. En ambos casos, el sujeto no abandona su control. Luego sugiero que se empeñen en alargar el sonido, para lo cual tienen que forzar la espiración. Al hacerlo, su control empieza a quebrarse. Hacia el final del sonido uno escucha el principio de un llanto, un lamento o una nota de agonía. Al forzar el sonido, las vibraciones alcanzan zonas mas profundas del cuerpo. Cuando llegan a la pelvis, se oye y ve que el paciente está a punto de llorar. Si se repite la experiencia varias veces alentando al paciente a que preste atención al tono del sonido que emite, a menudo se logra inducir el llanto.

Llorar es aceptar nuestra naturaleza humana, o sea, el hecho de que hemos sido expulsados del Paraíso terrenal y vivimos con la conciencia del dolor, la lucha y el sufrimiento; pero al parecer no tendríamos derecho alguno a quejarnos, pues por haber comido el fruto del árbol del conocimiento, somos como dioses, capaces de distinguir lo correcto de lo incorrecto, el bien del mal. Ese conocimiento es nuestra cruz, la conciencia de sí que nos despoja de nuestra espontaneidad e inocencia; pero llevamos la cruz con orgullo porque nos hace sentir que somos especiales, que únicamente nosotros somos los hijos de Dios, por más que hayamos sido nosotros los que violamos su primer mandato. El hombre adquirió además otros conocimientos que ahora le han dado el poder de destruir la Tierra, su autentico Jardín del Edén.

La autoconciencia del hombre es a la vez su maldición y su gloria. Es una maldición porque lo priva del gozo, de la alegría de la dichosa ignorancia; es su gloria porque le brinda el saber de que el gozo es un éxtasis. Un animal experimenta dolor y placer, tristeza y alegría, pero no tiene conocimiento alguno de estos estados suyos. Conocer el gozo es conocer el pesar, aun cuando éste no sea inmediato en la vida de cada cual. Es conocer que perderemos a nuestros seres queridos y aun nuestra propia vida.
Si negamos este conocimiento, negamos nuestra autentica humanidad y la posibilidad de conocer la alegría; pero ese saber no es cuestión de palabras sino de sentimientos. Saber y sentir que la vida humana tiene un aspecto trágico, que la desdicha es inevitable, permite experimentar un jubilo trascendente. Hemos sido heridos y volveremos a serlo, pero también hemos sido amados y honrados por el hecho de ser plenamente humanos.

Para vivir la vida como un ser humano pleno se requiere la capacidad de llorar profunda y libremente. Si uno lo hace, no siente confusión, desesperación ni tormento. Nuestros sollozos y nuestras lagrimas nos limpian y renuevan nuestro espíritu para que podamos volver a disfrutar. William James escribió: “Ha caído el muro de piedra dentro de él, se ha quebrado la dureza de su corazón. (...) ¡Sobre todo si lloramos!, pues entonces es como si nuestras lagrimas irrumpieran a través de un dique antiquísimo, lavándonos y dejándonos con el corazón tierno, abiertos a cualquier rumbo mas noble”

Pero llorar no produce milagros; un solo llanto no puede cambiarnos tanto. La cuestión es ser capaz de llorar con facilidad y libertad.
Tanto la tristeza como la alegría derivan de sensaciones en el vientre. En el capitulo anterior señalamos que el reflejo del orgasmo se presenta cuando la onda respiratoria fluye libremente hacia la pelvis. En esta entrega al cuerpo hay una sensación de libertad y entusiasmo que genera el sentimiento de alegría. Si se bloquea dicha onda, de modo tal que no llega a la pelvis, se provoca el temor de entregarse a la excitación sexual. Este temor y la correspondiente perdida de libertad dan origen al sentimiento de tristeza. Si la tristeza puede expresarse mediante el llanto, se libera la tensión, se restablece la libertad y la completud y se recobra un buen sentimiento corporal.

Si el llanto y la risa se asemejan por sus pautas energéticas y convulsivas, ¿no podremos curarnos gracias a ellos, como lo hizo Norman Cousins? Ambas acciones tienen un efecto catártico por cuanto contribuyen a liberar un estado de tensión; pero la risa no es eficaz para liberar al sujeto de su tristeza o desesperación suprimidas, y resulta vana en tal sentido. Quizá lo saque temporalmente de su tristeza, pero al dejar de reír volverá a recaer en ella.
Para una persona es mucho mas sencillo reír que llorar. Ya en una edad temprana uno aprende que si se ríe, atrae a la gente, y en cambio si llora la ahuyenta. “Ríe y el mundo reirá contigo, llora y te quedaras solo”, reza un antiguo adagio. Muchos tienen dificultades en responder al llanto ajeno porque roza su propia tristeza y dolor, que se empeñan en negar. Pero los amigos que solo son amigos en las buenas no resultan confiables. Un verdadero amigo es aquel capaz de compartir nuestro dolor, y si puede hacerlo es porque ha aceptado su propio dolor y pesar.