martes, 26 de julio de 2016

El Gozo, parte 9

Capítulo 3 (continuqación)

La voz es el resultado de las vibraciones producidas en la columna de aire cuando atraviesa las cuerdas vocales. Las variaciones en el sonido son generadas por el diámetro de la abertura de la garganta, cuyas cámaras de aire son utilizadas para crear resonancia, y por la cantidad de aire.  La voz humana tiene una gama muy amplia de expresiones, correspondientes a todo lo que una persona es capaz de sentir. No solo la voz puede expresar todas las emociones mencionadas, sino que puede modificar la intensidad del sonido en consonancia con la intensidad del sentimiento. La voz es uno de los canales principales para la expresión del sentimiento, y por ende para la expresión de sí; toda limitación impuesta a la voz es una limitación a la autoexpresión y constituye una merma en el sentido del self. En el lenguaje corriente esta relación se indica cuando se afirma que alguien “no tiene voz” en sus propios asuntos.

 Dado que todos los pacientes sufren una merma de su autoestima o de su sentimiento de sí, en lo que atañe a su derecho a “tener voz”, en una terapia tendiente a enaltecer el self es importante trabajar con la voz. Muchos niños han atravesado experiencias penosas o aterradoras que les hicieron perder la voz.

 El hecho de gritar tiene siempre, por su propia índole, un elemento de histeria, por cuanto es una expresión incontrolada. Uno puede aullar sin dejar de controlarse, pero no gritar. Gritar es “perder la chaveta”; es cuando el ego es desbordado por el estallido emocional. Esta reacción catártica sirve para aliviar la tensión. En tal sentido, actúa como la válvula de seguridad de una maquina de vapor, que lo suelta si la presión se vuelve demasiado grande. En general, la persona gritara cuando el dolor o estrés de una situación se le torna intolerable. En tales circunstancias, si no puede gritar de hecho puede “perder la chaveta” o enloquecer.

El sollozo y el llanto también reducen la tensión y alivian el estrés, pero por lo común uno llora cuando el trauma o daño ha terminado. El grito, en cambio, es un intento de evitar el trauma o, al menos, de atemperar la gravedad del ataque. Gritar y llorar son reacciones involuntarias, aunque en la mayoría de los casos el sujeto puede iniciar la acción o detenerla. A veces escapa a su control, y entonces gritara o llorara histéricamente, como si no pudiese parar; pero siempre se detendrá cuando se le pase la furia. En nuestra cultura tenemos un gran tabú respecto de la conducta descontrolada porque nos produce miedo; es un signo de carácter débil o infantil. Y es cierto que, en algún sentido, al gritar o llorar uno vuelve a un tipo de conducta mas infantil, pero esa regresión puede ser indispensable para proteger al organismo de los efectos destructivos de la supresión de los sentimientos.

La capacidad de soltar el control en el momento y lugar apropiados es un signo de madurez y de dominio de sí, pero cabria preguntarse: si uno decide conscientemente soltarse y entregarse al cuerpo y a sus sentimientos, ¿está realmente fuera de control? ¿Qué control tiene sobre sí un individuo al que le aterra gritar y bloquea a tal punto su llanto que no puede expresar estos sentimientos? La capacidad de soltar el control del ego incluye la de restablecerlo cuando es aconsejable o necesario. El paciente que se suelta en un ejercicio bioenergético, pateando y gritando en una aparente perdida de su control, suele darse cuenta perfectamente de lo que ocurre y puede detener la acción a voluntad. Es como montar a caballo. Si el jinete tiene miedo de entregarse al animal, si procura controlar todos y cada uno de sus movimientos, pronto comprobara que no lo controla en absoluto. La persona aterrada de soltar su control no controla nada: es controlada por su temor. Cuando uno aprende a abandonarse a sus sentimientos intensos a través de la voz y el movimiento, pierde el miedo de entregarse a su self.

Los niños nacen inocentes, sin inhibiciones ni culpas respecto de sus sentimientos. Muchos, en ese temprano estadio de beatitud, sienten gozo. Cuando establezco contacto visual con niños de uno a dos años, veo que sus ojos se iluminan y aparece en su rostro una mirada de placer. Invariablemente se dan vuelta, llevados por la timidez o la cohibición, pero a los pocos minutos me miran otra vez con el fin de recobrar la excitación y el placer que les provoco ese contacto. Vuelven a apartar la vista, pero esta vez por menos tiempo. El niño podría seguir jugando a este juego durante mucho tiempo; mis ocupaciones y responsabilidades adultas me obligan a dejarlos. No se si la vida de ellos estará o no llena de gozo. Algunos tienen el rostro y sobre todo los ojos tan relucientes, que estoy seguro de que si. Otros parecen tristes o afligidos, pero aun ellos se encienden cuando se establece un contacto visual placentero.

También he visto a los adultos encenderse con este contacto visual, aunque de un modo tan provisorio y fugaz que uno puede percibir su embarazo y su culpa. Pero hay muchos cuyos ojos no se encienden ni pueden hacerlo porque se ha enfriado gravemente ese fuego interno del espíritu que llamamos pasión. Se lo advierte en la oscuridad de la mirada, la tristeza de la expresión facial, la adustez del mentón y la tiesura del cuerpo. Perdieron su capacidad de gozo en su infancia, cuando se aniquilo su inocencia y su libertad.

A varios les he oído decir: “Soy un sobreviviente”. Creo que esto es digno de merito si se han atravesado situaciones amenazadoras como la de los campos de concentracióon nazis; pero esa declaración suele acarrear consecuencias presentes y futuras. De hecho, es como si el sujeto dijera: “Puedo tolerarlo. Soy capaz de sobrevivir en situaciones que harían sucumbir a otros. Puedo soportar "ataques agresivos o destructivos”. Si uno esta atendiendo a su supervivencia, no prevé que pueda haber gozo y no reacciona frente a éste. Un caballero armado con su escudo y su coraza no se pone a bailar un vals. La actitud que lo predispone a uno a enfrentarse con una catástrofe no lo predispone a disfrutar de la vida. Esto no quiere decir que esos individuos que se autotitulan “sobrevivientes” no desean disfrutar: pero una cosa es querer gozar y otra es estar abierto al gozo. Si la vida gira en torno de la supervivencia, no está abierta al placer. Si uno se acoraza contra un posible ataque, no estará abierto al amor.

La apertura a la vida, a una persona así, la hace sentirse muy vulnerable, y su temor hace que vuelva a cerrarse.
Si el camino hacia el gozo pasa por la entrega al self, o sea, por los propios sentimientos, el primer paso del proceso terapéutico consiste en percibir y expresar la tristeza.
“¡Dios mío, Dios!” Estas palabras son el mas profundo y espontáneo pedido de ayuda de una persona. Todos las decimos en alguna ocasión, cuando llegamos al punto en que sentimos que la presión o el dolor es excesivo. No es el llanto de un sobreviviente que piensa que no debe dejarse quebrar bajo ninguna circunstancia. Las emitimos cuando sentimos que ya “no damos más”, que “es demasiado”. Lo sorprendente es que si se dicen con sentimiento, fácilmente conducen al llanto. La palabra “Dios”, con dos consonantes a cada lado del diptongo, se asemeja al sonido de un sollozo. Cuando la gente se echa a llorar profundamente, o sea, cuando solloza, a menudo dirá de manera espontánea “!Oh Dios, oh Dios!”.

Si el llanto es ahogado, uno no puede respirar, porque ha sofocado el flujo de aire al constreñir la garganta.
La capacidad de hablar y de gritar es la base para que un individuo sienta que “tiene algo que decir” en sus asuntos personales. Los prisioneros y los esclavos, que no son gente libre, no tienen “nada que decir”; pero también los niños pueden caer en esta categoría si los han amedrentado tanto que no pueden emitir ningún sonido fuerte. Aunque no se conviertan en esclavos, aprenden a someterse y a quedarse quietos como técnica de supervivencia. Esta técnica suele perdurar en la vida adulta y no se la abandona a menos que la persona experimente que, por mas que grite y aúlle, no la castigaran. Por otro lado, hay individuos para los que el gritar es casi un modo de vida (conducta histérica). Creo que ambas pautas se desarrollan en familias donde los padres se caracterizan por su violencia real o potencial. Si el niño no queda aterrado, puede identificarse con el padre y adoptar su misma pauta de conducta; si en cambio ésta lo aterra, se replegara en si mismo y se quedara quieto y sometido.

martes, 19 de julio de 2016

El Gozo, parte 8

3. ¡Oh Dios!
El llanto: la emoción liberadora

Las tensiones musculares crónicas que ahogan y aprisionan el espíritu se desarrollan en la niñez por la necesidad de controlar la expresión de las emociones intensas (temor, tristeza, ira y pasión sexual). Desde luego, estos controles no siempre son eficaces, ya que el sentimiento es la vida del cuerpo y a veces la vida se afirma a sí misma pese a los intentos de control del individuo.
Originariamente, el temor a la expresión se vinculaba con el temor a las consecuencias que esa expresión podría acarrear, pero en el adulto, si tal temor persiste, es irracional. Por ejemplo, expresar en una sesión terapéutica la ira que a uno le provoco el modo en que lo trataron cuando era chico no puede, por cierto, causar ningún castigo ni tener ninguna consecuencia seria. Lo que se teme son los sentimientos mismos, vividos como amenazadores. Muchos abrigan una cólera asesina porque su espíritu fue quebrantado de niños y temen que en caso de perder el control pudieran matar a alguien.

No es suficiente saber que uno está enojado, hay que sentirlo; y lo mismo es valido para el temor, la tristeza, el amor o la pasión sexual.
Uno no puede sentir una emoción si no la expresa en un gesto, una mirada, el tono de la voz o un movimiento corporal. Ello se debe a que el sentimiento es la percepción del movimiento o impulso; Como ya he dicho, distingo entre la expresión emocional y el estallido histérico. En éste último, el ego (que es el órgano de la percepción) no está conectado con la acción, y el resultado es que a ésta no se la percibe como una emoción. No es raro ver que alguien tiene un ataque de furia pero niega estar enojado.
Creo que la gente le tiene mas temor a su tristeza que a cualquier otra emoción. Esto puede parecer extraño, ya que la tristeza no parecería ser un sentimiento aterrador. El temor se vincula con la profundidad de la tristeza. En la mayoría, se aproxima a la desesperanza, y temen, consciente o inconscientemente, que si abandonan su afán de contenerse, podrían sumirse en un pozo de desesperación sin esperanzas de salir.

Ahora bien: si no se permiten sentir esa desesperación, pasarán toda la vida luchando por mantenerse erguidos, sin seguridad alguna y por cierto sin que les sobrevengan sentimientos positivos. Si se dejan caer en la desesperación, advertirán que ésta emana de situaciones infantiles y ya no tiene relevancia en la vida actual del adulto. Por supuesto, si uno usa toda su energía en sostener su  self, o presentar una fachada negadora positiva, jamás alcanzará la seguridad, la paz y alegría que a vida ofrece.

El hecho es que algunos pacientes no puede llorar y la mayoría no lo puede hacer intensamente, lo que les impide sentir su aflicción y es un obstáculo para que logren gozar. Si se quiere ayudarlos, hay que comprender la estructura tensionante que bloquea su expresión y conocer las técnicas corporales que podrán permitirles salir de su bloqueo.
Un cambio profundo y significativo solo tiene lugar cuando hay entrega al cuerpo, por haber revivido el pasado emocionalmente. En este proceso, la primera etapa consiste en llorar.
Llorar es aceptar la realidad presente y pasada. Al llorar sentimos nuestra tristeza y nos damos cuenta de lo heridos que estamos, de cuánto hemos sido heridos. Si un paciente me confiesa: “No tengo de qué llorar”, como algunos lo han hecho, lo único que puedo responderle es: “Entonces, ¿por que está aquí?” Todos tienen algo de que llorar en nuestra cultura. La mera falta de gozo en la vida ya es un motivo suficiente. Algunos me han dicho: “He llorado mucho, pero no me hizo bien”. No es verdad. El llanto no cambiará, sin duda, el mundo exterior; no les traerá amor ni éxito, pero si cambiara su mundo interno. Aflojara la tensión y el dolor.

Esto se comprende mejor si se observa lo que le sucede a un bebe cuando empieza a llorar. El bebé llora cuando siente alguna aflicción o congoja. Su llanto es un llamado a la madre para que ésta elimine la causa de su aflicción, que hace que su cuerpo se contraiga y ponga rígido — la reacción natural ante el dolor y el malestar —. El cuerpo del bebé reacciona más intensamente porque está mas vivo, más sensible y más tierno. Además, carece de la capacidad del ego para tolerar el dolor. Incapaz de soportar la tensión, comienza a temblar; el mentón se le frunce, y un instante después el cuerpo se estremece con un sollozo profundo. Los sollozos son convulsiones que recorren todo el cuerpo en un intento de aliviar la tensión provocada por la aflicción. El bebé seguirá llorando en la medida en que esta última continúe, o hasta que se agote. En ese momento, cuando ya no tiene mas energía y no puede seguir llorando, se duerme para proteger su vida.

Existe la creencia generalizada de que un buen episodio de llanto lo hace sentir mejor a uno. Un “buen llanto” es lo bastante sostenido y profundo como para aliviar un monto significativo de la tensión generada por alguna aflicción. Verter lagrimas es también un mecanismo para aflojar tensiones de los ojos y, en alguna medida, del resto del cuerpo, ya que éste se suaviza con el sentimiento de tristeza. Los ojos se congelan par el temor, se contraen por el dolor y se vuelven turbios por la tristeza. El proceso de echar a rodar las lagrimas es como un ablandamiento y fusión, semejante a la que se produce con el hielo o la nieve en la primavera. Los ojos que no lloran se ponen duros, secos y quebradizos, lo cual puede perjudicar sus funciones. Llorar derramando lagrimas es una acción muy humana; ningún otro animal más que el hombre la realiza. Refleja su capacidad para advertir la tristeza, dolor o aflicción de otro ser.
De ahí que la mayoría de la gente llore cuando ve una película triste, en tanto que rara vez solloza. Cuando uno solloza, lo que expresa es su propio pesar y dolor. Creo, pues, que la capacidad de verter lagrimas, de llorar, es la base de la capacidad para sentir compasión.

El sollozo no es la única forma de expresión vocal que deriva de sentimientos de tristeza, pesar o aflicción. Si el dolor es intenso y aparentemente no tiene fin, el llanto toma la forma de un quejido. El quejido es un sonido más continuo y más agudo. Expresa una herida profunda, sentida en el corazón, como la que produce la muerte de un ser querido; de ahí que el quejido sea la reacción típica de las mujeres a quienes se les muere su amado. Otro sonido relacionado con el llanto es el lamento, que en contraste con el quejido, es más grave o de más baja frecuencia. Uno se lamenta ante un dolor incesante y de antigua data.

Hay en el lamento un factor de resignación que está ausente en el quejido o el sollozo. Estos sonidos se asocian con el dolor, la aflicción, la herida y la pérdida; son los sonidos del pesar y la tristeza, no del gozo, que tiene su propia gama de expresiones vocales. La risa, verbigracia, se parece al sollozo pero tiene un tono positivo, un final “dinámico”. Y hay gritos de deleite así como hay gritos de tormento. Uno puede cantar las melodías mas alegres y las mas tristes.

Como este estudio se refiere a los sentimientos, importa reconocer que la voz es el medio de expresión de muchos de ellos. También podemos expresar sentimientos mediante acciones, pero en tal caso la expresión proviene de otro lugar, a saber, la musculatura, que es el mecanismo que tiene el cuerpo para la acción. Una sonrisa, un abrazo, un golpe, una caricia, expresan sentimientos. Si un individuo no experimenta el sentimiento correspondiente a una acción, es porque la acción es mecánica y está disociado de ella.
Lo mismo cabe decir de la voz. Muchas personas hablan en un tono seco y mecánico que no transmite sentimiento alguno. También en este caso están disociados de su cuerpo, al que han sometido al control del ego. Muchos, por ejemplo, son incapaces de sollozar a raíz de que suprimieron esta expresión del sentimiento mediante tensiones crónicas de la garganta. Otros no pueden sentir o expresar la ira. Son inválidos emocionales, que tampoco podrán sentir jubilo ni ninguna otra emoción intensa. En mi opinión, una terapia que no ayuda a recuperar la expresión de sí como función natural es una terapia fracasada.




viernes, 15 de julio de 2016

El Gozo, parte 7


CAp. 2 (continuación)

Todo terapeuta se percata de la necesidad de traer a la conciencia tales sentimientos negativos para poder elaborarlos.
En el psicoanálisis clásico el paciente está tendido en el diván y el acento recae en las palabras que pronuncia. El principal material del proceso analítico son los pensamientos, al par que la pasividad y quietud de la situación analítica elimina o disminuye toda otra forma de expresión de sí. Cuando un sujeto se pone de pie adopta una posición adulta que permite que el foco se desplace al presente, que es donde se encuentran sus problemas. Por su postura, el terapeuta puede inferir como se sostiene y se presenta ante el mundo. La postura mas común que he visto expresa pasividad: el individuo traba las rodillas y todo su peso recae sobre los talones, como si estuviera esperando que le digan que debe hacer. En esa posición está tan desequilibrado, que bastaría un leve empujón para hacerlo caer hacia atrás. Uno percibe que fue educado de niño para ser bueno y obediente. Si se le pide que flexione las rodillas y desplace su peso hacia la parte delantera de los pies, la expresión cambia y se lo ve mas acometedor, mas preparado a avanzar o a actuar. La postura de pie permite al terapeuta evaluar el grado de enraizamiento del paciente, físicamente en relación con el piso y psicológicamente en relación con su cuerpo.

En la terapia bioenergética el paciente no siempre esta de pie. Al comienzo de la sesión paciente y terapeuta se sientan frente a frente para que el primero pueda contarle que le sucede. A partir de ahí, el paciente puede trabajar sus sentimientos ya sea acostado o parado. La tristeza, por ejemplo, se expresa por lo general mucho mejor cuando uno está acostado, en tanto que en ésta postura se dificulta la expresión de la ira.

Uno puede enojarse sentado, pero en tal caso la expresión de su ira se limitara a las palabras y ademanes. Si uno observa a una persona golpear la cama estando parada, en cambio, nota que su acción está bien enraizada en la realidad de su enojo. El individuo que golpea indiscriminadamente y con toda furia, en lugar de hacerlo con enojo simplemente y de manera más focalizada, no siente nada en las piernas y pies que lo mantenga conectado con su cuerpo y el suelo. La expresión de furia no ayuda a descargar la tensión, y mantiene al paciente “colgado” y desconectado de la irrealidad.

Cuando comencé mi practica clínica, trabaje con un psicólogo gravemente deprimido. Se recupero tan bien que luego vino a verme su esposa, y me dijo: “Usted fue el único terapeuta capaz de lograr que mi marido “se apoyase de vuelta sobre sus propios pies”. Le conteste que lo había logrado... haciendo que se apoyara sobre sus propios pies. Esto no significa que el hecho de que una persona se pare le permitirá superar su depresión, pero es un avance en ese sentido. En mi opinión, mantenerla sentada en una silla o acostada en un diván, solamente hablando, es una desventaja para el proceso terapéutico.

Si se quiere que la alegría caracterice a la propia vida, ella no puede depender de ninguna experiencia especial. Estoy seguro de que todos han conocido momentos de gozo como resultado de la irrupción de alguna emoción intensa, que origina un sentimiento de libertad o de liberación. Es como cuando el sol irrumpe a través de las nubes durante un corto tiempo, y luego vuelve a cubrirse. Admitamos que no es posible que el sol brille todo el tiempo... Pero nos gustaría que por lo menos lo hiciese la mayor parte del tiempo. Demasiadas personas viven en medio de las tinieblas de su pasado, causadas por imágenes aterradoras que no ven con  claridad y que asedian su inconsciente produciéndoles sueños perturbadores en la noche y vagas ansiedades durante el día. El psicoanálisis surgió como una técnica destinada a traer a la conciencia esos recuerdos reprimidos a fin de hacer su abreacción y descargarlos.

Creo que esto esencial en toda terapia. Para que el sol pueda brillar y calentarnos, debe precederlo el amanecer. En análisis lo llamamos la “comprensión intuitiva” (insight), que uno adquiere cuando la luz de la conciencia disipa la oscuridad del alma.

Muchas personas no se conectan con su cuerpo, o a lo sumo solo lo hacen con algunas partes de él. No están enraizadas en la realidad de su cuerpo. Las partes con las que uno no se conecta contienen los sentimientos aterradores que son el equivalente de las imágenes mentales aterradoras. Por ejemplo, la mayoría de la gente no siente su espalda, pese a que ésta desempeña un papel trascendental al respaldar al individuo y sustentarlo cuando sufre presiones. Esta función se vincula con el hecho de tener una espina dorsal, o sea, con el hecho de no ser un “gusano” ni un “flojo”. La columna vertebral solo puede cumplir dicha función si el individuo la vivencia como una estructura energética viva. Si es demasiado débil o dócil, el individuo carecerá de la capacidad para “respaldar” su posición y los demás lo verán como un “flojo”. Si es demasiado rígida, puede quedar inmovilizado en una postura de resistencia que bloquee su capacidad para responder al amor y a la vida. La tensión crónica es el equivalente del temor. Como éste inmoviliza al individuo, inmovilización es sinónimo de temor. Si uno percibe su rigidez o tensión, puede darse cuenta de su temor, lo que liberara sus recuerdos infantiles.

Sea cual fuere el grado en que una persona está desconectada de su cuerpo, de lo que esta desconectada es del sentimiento vinculado con la movilidad de esa parte. Una mandíbula o garganta contraídas impedirán sentir tristeza, porque el sujeto no podrá llorar. Si todo el cuerpo está rígido, no tendrá sentimiento alguno de ternura. En un plano más profundo, mucha gente carece de sentimientos amorosos porque sus corazones están encerrados en una rígida caja torácica que bloquea la conciencia del corazón y la expresión de los sentimientos cariñosos.

El objetivo de la terapia es el autodescubrimiento, que implica recuperar el alma propia y liberar el espíritu. A ese objetivo se llega en tres etapas. La primera es la conciencia de si, que significa percibir todas las partes del cuerpo y los sentimientos que en ellas puedan surgir. Me sorprende comprobar cuanta gente ignora la expresión de su rostro y su mirada, pese a que se mira en el espejo todos los días. Por supuesto, la razón es que no quieren verse. Piensan que no pueden hacerse frente, y que los demás tampoco podrán. Se ponen entonces una mascara, una sonrisa estereotipada que proclama al mundo que todo anda bien, cuando no es así. Si dejan caer la mascara, generalmente se asiste a una expresión de tristeza, dolor, depresión o temor. En la medida en que la llevan puesta no pueden sentir su propio rostro, pues esta congelado en la sonrisa fija.
Sentir dicha tristeza, dolor o temor no produce gozo, pero si esas emociones suprimidas no se sienten, tampoco se las podrá liberar. Uno queda aprisionado detrás de una fachada que impide que el sol llegue a su corazón. Cuando el individuo avanza y deja atrás esa oscura celda, tal vez al principio el sol sea enceguecedor para él, pero una vez que se habitúa, ya no quiere volver mas a su prisión tenebrosa.

La segunda etapa es la expresión de si. Si los sentimientos no se expresan, se los suprime y uno pierde contacto con el self.
Cuando a los niños se les veda expresar ciertos sentimientos, como la ira, o se los castiga si lo hacen, los ocultan y a la larga pasan a formar parte del sombrío mundo subterráneo de la personalidad. Gran cantidad de gente está aterrada de sus propios sentimientos, a los que considera peligrosos, atemorizantes o alocados. Muchos tienen una furia asesina que, según piensan, deben mantener sepultada por el temor a su destructividad potencial. Esta furia es como una bomba que no ha explotado y uno no se atreve a tocar; pero tan pronto se la hace estallar en un sitio seguro, se torna inocua; uno puede liberar los sentimientos asesinos en el seguro medio terapéutico, y de hecho yo lo estimulo todo el tiempo. Una vez liberada, la furia puede manejarse por vía racional.

La tercera etapa es el adueñamiento de sí. Implica que el individuo conoce lo que siente, que está en contacto consigo mismo. Que es capaz además de expresarse apropiadamente para promover sus mejores intereses. Que es dueño de sí. Han desaparecido los controles inconscientes que provenian del temor a ser el mismo. Han desaparecido la vergüenza y la culpa sobre lo que él es o siente. Han desaparecido las tensiones musculares de su cuerpo que bloqueaban su expresión de sí y limitaban su conciencia. En su lugar hay autoaceptación y libertad para ser.

A lo largo de este volumen explicare como se arriba a esa etapa mediante el proceso terapéutico. Este involucra la indagación analítica del pasado del sujeto para comprender cómo y por qué se perdió o fue dañado su self. Puesto que el cuerpo registra y estructura las experiencias infantiles que dieron origen a los problemas y dificultades de la persona, la lectura del cuerpo brinda información básica sobre su pasado. Esto, más lo que se aprende mediante la interpretación de los sueños, el análisis de la conducta y el intercambio verbal con el terapeuta, debe ser vinculado por el paciente con lo que él siente y con su sensación del cuerpo. Solo así mente y cuerpo se integran en una persona total.
La terapia es un viaje de autodescubrimiento. No es rápido ni sencillo, y en el no faltan los momentos de miedo. En algunos casos puede llevar toda la vida, pero su retribución es saber que no se ha vivido ésta en vano. Uno descubre el sentido de la vida en la experiencia profunda del gozo.




martes, 12 de julio de 2016

El Gozo, parte 6

Enraizamiento y realidad

La entrega al cuerpo se asocia a la renuncia a las ilusiones y al descender a la tierra y a la realidad. De un individuo muy conectado con la realidad suele decirse que “tiene los pies sobre la tierra”. Esto significa que siente la conexión existente entre sus pies y el suelo donde esta parado. Los sujetos excesivamente erguidos o “colgados de sus hombros” no experimentan este contacto con el suelo porque sus pies están relativamente entumecidos. Saben que están tocando algo, pero no tienen sensación de contacto. Han retirado esa energía excitatoria de la parte inferior del cuerpo como reacción frente al temor. Si éste es muy intenso, la persona retirará de hecho todos sus sentimientos del cuerpo, y su conciencia se limitara a la cabeza. Vivirá entonces en un mundo de fantasía, común en los niños autistas y en los adultos esquizoides. Muchas personas viven mas en su cabeza que en su cuerpo a fin de evitar sentir el dolor o el terror que este alberga.

El contacto con la realidad no es un estado de “todo o nada”. Algunos estamos en mayor contacto y otros estamos mas escindidos. Dicho contacto con la realidad es la condición de la cordura, y por lo tanto también de la salud física y emocional; pero muchos se confunden acerca de la realidad, equiparándola con la norma cultural mas que con lo que sienten en su cuerpo. Por supuesto, si falta el sentimiento o éste se encuentra muy reducido, uno busca el sentido de la vida mas allá del propio self. Los individuos cuyo cuerpo esta vivo y vibrante pueden experimentar la realidad de su ser, el ser de una persona que siente. El grado de vivacidad y de sentimiento que uno tiene mide su contacto con la realidad. Los seres que sienten son personas “con los pies sobre la tierra”. Decimos que están bien enraizadas.

Estar enraizado, pues, significa tener los pies sobre la tierra. Casi todos los adultos los tienen, en el sentido mecánico de que sus pies los sustentan y desplazan; pero cuando el contacto es puramente mecánico, no se experimenta la relación con el suelo o la tierra de un modo vivo y significativo, ni se siente que las relaciones con los demás procedan de los sentimientos en vez de provenir de las acciones. No se siente tampoco al cuerpo dotado de vida y significación. Uno se vincula con él como con su automóvil, como un objeto que le es esencial para su actividad y movilidad. Quizás lo cuide, como lo haría con su auto, pero no se identifica con él. Tal vez tenga grandes triunfos en la vida, pero ésta será irreal. Quizá goce de las satisfacciones que brindan el poder y el dinero, pero no sentirá alegría. No estará enraizado en la realidad, como no lo está su automóvil. La capacidad de gozo depende de este enraizamiento, o sea, literalmente, de tener los pies sobre la tierra y estar en contacto con ésta.

Para sentir la tierra, las piernas y los pies tienen que estar cargados de energía. Tienen que estar vivos y móviles, vale decir, presentar ciertos movimientos espontáneos e involuntarios, como las vibraciones. Éstas no tienen por que ser intensas; pueden ser leves, como el murmullo sordo que deja oír un auto de gran potencia. Si el motor no emite ni el mas mínimo sonido, sabemos que esta “muerto”. Si los pies de una persona parecen carentes de vida y sus piernas se mantienen fijas e inmóviles, es que no tienen contacto con el suelo. Cuando, en cambio, están plenamente vivos, el individuo puede sentir que fluye por ellos una corriente de excitación, calentándolos y haciéndolos vibrar.

El enraizamiento es un proceso energético en el que la excitación fluye a lo largo de todo el cuerpo de la cabeza a los pies. Si ese flujo es intenso y pleno, la persona siente su cuerpo, su sexualidad y la tierra sobre la cual esta parada: está en contacto con su realidad. El flujo de excitación se asocia con las ondas respiratorias, de modo tal que cuando la respiración es libre y profunda, la excitación fluye análogamente. Si la respiración o el flujo se bloquean, la persona no siente su cuerpo por debajo del lugar en que ese bloqueo se produjo. Limitado el flujo, se reduce el sentimiento, como el flujo de excitación es pulsátil (o sea, baja hasta los pies y luego sube a la cabeza, al igual que las oscilaciones de un péndulo), excita los diversos sectores del cuerpo: cabeza, corazón, genitales y piernas. Dado que al descender atraviesa la región pelviana, toda perturbación sexual importante bloqueara ese fluir hacia las piernas y los pies. Si el individuo esta desenraizado, también lo estará su comportamiento sexual.

Hay que admitir que los sentimientos de un niño, si bien pueden ser similares a los de un adulto, no son idénticos. La ira de un niño no es la misma que la de un adulto, como tampoco su tristeza. El amor de un adulto difiere del de un niño, no en su esencia (pues es una función del corazón), pero si en su extensión y alcances, que están determinados por el cuerpo en su totalidad. Ello no implica que los bebes o niños pequeños no estén enraizados: lo están gracias a su conexión con la madre — la madre Tierra —, pero no son independientes.

Este análisis nos ayuda a comprender el atractivo que ejerce un culto que demande de sus miembros la entrega de sus respectivos egos al líder. La entrega a un líder equivale a una regresión a la infancia, y esta asociada con una abdicación del poder y de la responsabilidad. Protegido por el líder y sin verse entorpecido por la necesidad de elegir entre lo que esta bien y lo que esta mal, el miembro del culto tiene un sentimiento de libertad y de inocencia. Como resultado de ello, siente un gozo que fortalece su adhesión al culto. La cuestión es si esta alegría es ilusoria o real. Las ilusiones pueden producir sentimientos reales pero éstos no se sostienen cuando la ilusión se derrumba, como inevitablemente sucede. En el caso del culto, la ilusión es que el líder es el padre amante y todopoderoso que se hará cargo de los devotos como un buen padre se haría cargo de sus hijos. La realidad es la opuesta, ya que los lideres de estos cultos son individuos narcisistas que necesitan seguidores para sustentar las imágenes grandiosas que tienen de si mismos. Además, necesitan tener poder sobre otros para compensar su impotencia. Por supuesto, estos lideres solo atraen a quienes están buscando inconscientemente un padre-líder poderoso.

La situación terapéutica fomenta forzosamente un apego al terapeuta, que puede ser legítimamente considerado una figura materna o paterna sustitutiva. Si uno acude a la terapia es porque necesita ayuda, en la forma de aceptación, comprensión y apoyo. Si el terapeuta se interesa personalmente por el paciente, éste puede con facilidad apegarse a él, enamorarse y volverse dependiente. Positivo como es en muchos aspectos este vinculo, debilita la conciencia de la independencia propia que el paciente necesita, y hace que se quede ‘aferrado” al terapeuta en un estado ajeno al enraizamiento. También, como se sabe, el paciente
transferirá al terapeuta todos los sentimientos, positivos y negativos, que haya tenido con sus padres. Los positivos estimulan su sometimiento y tienden a hacerlo regresar a una posición mas infantil, lo que facilita la expresión de sentimientos negados o suprimidos en la infancia, como los de amor. Esta expresión de sentimientos positivos puede originar una sensación de libertad y de gozo, pero si no se expresan al mismo tiempo los negativos, como la desconfianza y la ira, los positivos no se sostienen. Terminan siendo minados por la negatividad subyacente y la desesperación irresuelta. Si estos sentimientos negativos no son bien elaborados en la terapia, socavan la entrega inicial y dejan al paciente amargado y frustrado.

Como veremos en los próximos capítulos, estos sentimientos negativos incluyen una profunda desesperanza y una furia asesina que deben ser experimentadas y vividas a fondo en la terapia para que el paciente se libere. Su temor a estos sentimientos es la espina dorsal de su resistencia a entregarse al cuerpo, a su self y a la vida.


martes, 5 de julio de 2016

El Gozo, parte 5

Entrega

La idea de “entrega” no goza de popularidad entre los individuos modernos, que conciben la vida como una batalla, una lucha, o al menos una situación competitiva. Para muchos, la vida es una actividad que apunta a alguna realización o logro, algún éxito. La identidad está mas ligada a la actividad que uno realiza que a su propio ser. Esto es típico de una cultura narcisista en la que imagen es mas importante que la realidad. En una cultura narcisista el éxito parecería aumentar la autoestima, pero solo lo hace porque agranda el ego. El fracaso tiene el efecto opuesto: achica el ego. En esta atmosfera, la palabra “entrega” se equipara con derrota, pero en rigor solo es una derrota del ego narcisista.

Sin una entrega del ego narcisista, no hay entrega al amor, y sin esta entrega, el gozo es imposible. Entrega no significa abandonar o sacrificar el ego, sino que este reconozca que su papel es estar al servicio del self, como órgano de la conciencia y no ser el amo del cuerpo. Debemos admitir que el cuerpo posee una sabiduría derivada de miles de millones de años de historia evolutiva, que la mente consciente apenas puede imaginar, pero nunca aprehender. El misterio del amor, por ejemplo, esta mas allá del alcance del conocimiento científico. La ciencia no puede establecer ninguna conexión entre su concepción del corazón como un órgano destinado a bombear sangre por todo el organismo, y la concepción del corazón como órgano del amor, que es un sentimiento. Los hombres sabios han entendido esta aparente paradoja. La afirmación de Pascal, “El corazón tiene razones que la razón no conoce”, es cierta.

La parte oscura e inconsciente de nuestro cuerpo es lo que mantiene el fluir de la vida. No vivimos por obra de nuestra voluntad. La voluntad es impotente para regular o coordinar los complicados procesos bioquímicos y biofísicos del cuerpo. Es impotente para gravitar en el metabolismo del que depende la vida. Este concepto es muy tranquilizador, ya que su ocurriera lo inverso, ante la primera falla de la voluntad la vida acabaría.

Y sin embargo los seres humanos tenemos la arrogancia de suponer que sabemos mas que la naturaleza. Yo tengo fe en el poder del cuerpo viviente para curarse a si mismo, lo cual no quiere decir que no podamos contribuir a ese proceso curativo, pero si que no podemos reemplazarlo. La terapia es un proceso de curación natural en el que el terapeuta da su apoyo a la propia función sanadora del cuerpo. No es el medico el que le dice al cuerpo como reparar un hueso fracturado, ni quien le ordena a la piel regenerarse a sí misma después de haber sufrido un corte o una herida. En muchos casos, la curación se produciría incluso sin el apoyo del medico.

Me he preguntado por que no pasa lo mismo con la enfermedad mental o, emocional. Cuando nos deprimimos, ¿por qué no nos curamos en forma espontánea? Debo decir que algunos individuos logran superar espontáneamente su reacción depresiva. Por desgracia, en la mayoría de los casos la depresión tiende a repetirse, porque persiste la causa subyacente. Esa causa es la inhibición de la expresión de los propios sentimientos de temor, tristeza o ira. La supresión de estos sentimientos y la tensión concomitante reducen la motilidad del cuerpo, lo que origina una merma de la vivacidad. Junto a ello esta la ilusión de que uno será amado por ser bueno, obediente, exitoso, etc. Esta ilusión contribuye a mantener el ánimo del individuo en su afán por conquistar el amor ajeno, pero como el verdadero amor no puede adquirirse ni ganarse con ninguna actuación, tarde o temprano la ilusión se derrumba y el individuo se deprime. La depresión desaparecería si pudiera sentir y expresar lo que siente. Cuando se consigue que un paciente deprimido llore o se encolerice, se logra sacarlo, al menos temporalmente, de su depresión. La expresión del sentimiento alivia la tensión, permitiendo que el cuerpo recobre su motilidad y por tanto aumente su vivacidad. Este es el aspecto físico del proceso terapéutico. Por el lado psicológico, es preciso develar la ilusión y comprender su origen infantil y su papel como mecanismo de supervivencia.

Todos los pacientes padecen de alguna ilusión, en diverso grado. Algunos tienen la ilusión de que la riqueza les traerá felicidad, o de que la fama les asegurara el amor, o de que la sumisión los protege contra una posible violencia. Nos forjamos estas ilusiones en una época temprana de la vida, como medio de sobrevivir a una situación infantil penosa, y ya adultos tememos renunciar a ellas.

Las ilusiones son defensas del ego contra la realidad, y si bien nos ahorran el dolor que puede causarnos una realidad aterradora, nos hacen prisioneros de la irrealidad. La salud emocional consiste en la capacidad para aceptar la realidad, no para huir de ella. Nuestra realidad básica es nuestro cuerpo. Nuestro self no es una mera imagen mental sino un organismo real viviente y pulsante. Para conocernos, tenemos que sentir nuestro cuerpo. La perdida de sentimiento en algún lugar del cuerpo es la perdida de una parte de nuestro self. La autoconciencia, primera etapa del proceso terapéutico de autodescubrimiento, es el sentimiento del cuerpo total, de la cabeza a los pies. Muchos individuos lo pierden en situaciones de estrés. Se disocian de su cuerpo para escaparle a la realidad, reacción de tipo esquizofrénico que constituye un serio trastorno emocional.

Pero en nuestra cultura casi todos estamos  disociados de ciertas partes del cuerpo. Algunos no tienen sensación alguna de su espalda — en especial aquellos de quienes se dice que “carecen de espina dorsal” —; otros no sienten sus vísceras — son los que revelaran su falta de coraje —. Todas las partes del cuerpo contribuyen a nuestro sentido del self si estamos en contacto con ellas. Y solo podemos estarlo si se mantienen vivas y móviles. Cuando todas las partes están cargadas de energía y vibran, nos sentimos mas vivos y gozosos. Pero para que esto ocurra tenemos que entregamos al cuerpo y sus sentimientos.

Dicha entrega implica permitir que el cuerpo este plenamente vivo y libre. Implica no controlarlo, no hacer con el como si fuera una maquina que uno debe poner en marcha o detener. El cuerpo tiene una mente y sabe lo que debe hacer. De hecho, lo que entregamos es la ilusión del poder de la mente.
Para comenzar, lo mejor es hacerlo por la respiración. Esta es la base de la técnica que Reich empleo en su terapia conmigo. La respiración es quizá la función corporal mas importante, porque de ella depende la vida en gran medida. Se caracteriza por ser una actividad natural involuntaria pero al mismo tiempo sujeta al control consciente.

Los estados emocionales afectan en forma directa la respiración. Cuando una persona se enoja mucho, su respiración se acelera a fin de movilizar mas energía para una acción agresiva. El temor tiene el efecto opuesto: hace que la persona retenga la respiración, pues en dicho estado se suspende la acción. Si el temor se convierte en pánico (como cuando alguien quiere escapar desesperadamente de una situación peligrosa), la respiración se vuelve rápida y muy superficial. En estados de terror, uno apenas respira, ya que el terror tiene sobre el cuerpo un efecto paralizante. En estados de placer, la respiración es lenta y profunda; pero si la excitación placentera se incrementa hasta el gozo o el éxtasis, como en el orgasmo sexual, la respiración se torna muy rápida y también muy profunda, en respuesta al mayor monto de excitación placentera de la descarga. Estudiando la respiración de una persona, el terapeuta comprende su estado emocional.

Hacer es lo opuesto de entregarse. Hacer es una función del ego, mientras que entregarse al cuerpo exige abandonar al ego.
Las experiencias transformadoras revelan la posibilidad del gozo y son, por ende, significativas y muy preciadas, pero rara vez llegan lo bastante profundo como para que sus efectos sean perdurables. Para que esto ocurra, uno debe elaborar los conflictos que derivan del pasado y están hondamente estructurados en la personalidad, tanto en el plano físico como psíquico.