martes, 26 de abril de 2016

Los Pinches Tiranos, parte 2


LOS PINCHES TIRANOS (continuación)

Don Juan dijo que la casa parecía una fortaleza inexpugnable, con hombres armados con machetes por doquier. Así que hizo lo único sensato que podía hacer: ponerse a trabajar y tratar de no pensar en sus cuitas. Trabajó en la casa del patrón por tres semanas y el hombre abusó de él a cada instante. Bajo la amenaza constante de su cuchillo, pistola o garrote, el capataz lo hizo trabajar en las más peligrosas condiciones. Cada día lo mandaba a limpiar los pesebres mientras seguían en ellos los nerviosos garañones. Al comenzar el día, don Juan tenía la certeza de que no iba a sobrevivirlo. Y sobrevivir solo significaba que tendría que pasar otra vez por el mismo infierno al día siguiente.

En su día feriado, don Juan pidió unas horas para ir al pueblo a pagarle el dinero que le debía al capataz del molino de azúcar. Era un pretexto. El capataz se dio cuenta y repuso que don Juan no podía dejar de trabajar, ni siquiera un minuto, porque estaba endeudado hasta las orejas. Don Juan entendió la maniobra de los dos capataces: estaban de acuerdo para hacerse de indios pobres del  molino, trabajarlos hasta la muerte y dividirse sus salarios. Don Juan explotó, sorprendió a todos y pudo salir corriendo por la puerta delantera. Casi logró huir, pero el capataz lo alcanzó y en medio del camino le pegó un tiro en el pecho y lo dio por muerto. Sin embargo, su destino no fue morir; ahí mismo lo encontró su benefactor y lo cuidó hasta que se repuso.

-Cuando le conté toda mi historia a mi benefactor -prosiguió don Juan-, apenas logró contener su emoción. “Ese capataz es un verdadero tesoro. Algún día tienes que volver a esa casa”
- Este es uno de los relatos más horribles que he escuchado -dije-.¿Realmente volvió usted a esa casa?
-Claro que volví, tres años después. Mi benefactor tenía razón. Un pinche tirano como aquel no podía desperdiciarse.
-¿Cómo logró usted regresar?
-Mi benefactor ideó una estrategia utilizando los cuatro atributos del ser guerrero: control, disciplina, refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno.

Los nuevos videntes consideraban que había cuatro pasos para el camino del conocimiento. El primero es el paso que dan los seres humanos al convertirse en aprendices. Cuando los aprendices cambian sus ideas acerca de sí mismos y acerca del mundo, dan el segundo paso y se convierten en guerreros, es decir, en seres capaces de la máxima disciplina y control sobre sí mismos. El tercer paso, lo dan los guerreros al adquirir refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno, así se convierten en hombres de conocimiento. Cuando los hombres de conocimiento aprenden a ver, han dado el cuarto paso y se han convertido en videntes.

Don Juan había adquirido ya un mínimo de control y disciplina. Para  adquirir el refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno, fue que su benefactor preparó una estrategia. La idea de usar a un pinche tirano no solo es perfeccionar el espíritu sino también para la felicidad y el gozo del guerrero.
Don Juan explicó que el error de cualquier persona que se enfrenta a un pinche tirano es no tener una estrategia en la cual apoyarse; el defecto fatal es tomar demasiado en serio los sentimientos propios, así como las acciones de los pinches tiranos. Los guerreros por otra parte, no solo tienen una estrategia bien pensada, sino que también están libres de la importancia personal. La realidad es una interpretación que hacemos. Ese conocimiento fue la ventaja definitiva que los nuevos videntes tuvieron sobre los españoles.

Siguiendo el plan estratégico de su benefactor, don Juan volvió a conseguir trabajo en el mismo molino de azúcar. Nadie recordó que trabajó ahí. La estrategia especificaba que tenía que ser esmerado y prudente con quien fuera que llegara buscando otra víctima. Resultó que la misma señora llegó, y se fijó inmediatamente en don Juan, quien tenía aún más fuerza física que la vez anterior.
Tuvo la misma rutina con el capataz. Sin embargo, la estrategia requería que don Juan, desde el principio, rehusara pago alguno al capataz. Al hombre jamás se le había hecho eso, y quedó asombrado. Amenazó con despedirlo del trabajo. Don Juan amenazó por su parte, diciendo que iría directamente a la casa de la señora a verla. El hombre comenzó a regatear, y don Juan le exigió dinero antes de aceptar ir a casa de la señora. El capataz le entregó algunos billetes. Don Juan se dio cuenta que accedía solo como ardid.
- El mismo me llevó de nuevo a la casa -dijo don Juan-. “En cuanto llegamos ahí, corrí a buscar a la señora. La encontré, caí de rodillas y besé su mano para darle las gracias. Los dos capataces estaban lívidos.

El capataz de la casa me hizo lo mismo que antes, pero yo estaba preparadísimo. Mi control me hizo cumplir con las más absurdas necedades del tipo. No me importaba un comino mi orgullo o mi terror. Yo estaba hí como guerrero impecable. El afinar el espíritu cuando alguien te pisotea se llama control.
La estrategia requería, además, que en lugar de sentir compasión por sí mismo, como lo había hecho antes,  se dedicara a explorar el carácter del capataz, sus debilidades, sus peculiaridades.

Encontró que los puntos fuertes del capataz eran su osadía y su violencia. Su gran debilidad era que le gustaba su trabajo y que no quería ponerlo en peligro. Bajo ninguna circunstancia intentaría matar a don Juan dentro de la propiedad, durante el día. También tenía familia.
-Reunir toda esa información mientras te golpean se llama disciplina -dijo don Juan-
El refrenamiento es esperar con paciencia, sin prisas, sin angustia: es una sencilla y gozosa retención del pago que tiene que llegar.
-Mi vida era una humillación diaria- prosiguió don Juan, y sin embargo, yo era feliz. La estrategia fue lo que me hizo aguantar de un día a otro sin odiar a nadie. Yo era un guerrero. Sabía que estaba esperando y sabía qué era lo que estaba esperando. En eso radica el regocijo de ser guerrero.

La estrategia incluía acosar sistemáticamente al hombre, escudándose siempre tras un orden superior, así como habían hecho los videntes del nuevo ciclo durante la Colonia, al escudarse en la iglesia católica. El escudo de don Juan era la señora dueña de la casa. Cada vez que la veía se hincaba ante ella y la llamaba santa. Le rogaba que le diera una medalla de su santo patrón para que el pudiera rezarle por su salud y bienestar.
-Me dio una medalla de la virgen- prosiguió don Juan, y eso casi aniquiló al capataz. Y cuando conseguí que las cocineras se reunieran a rezar por la salud de la patrona casi sufrió un ataque. Creo que entonces decidió matarme. No le convenía dejarme seguir adelante.
“Después de aquello ya no dormía profundamente, ni dormía en mi cama. Cada noche me subía al techo de la casa. Desde ahí vi dos veces al hombre llegar a mi cama con un cuchillo.
“Todos los días me empujaba a los pesebres de los garañones con la esperanza de que me mataran a patadas, pero yo tenía una plancha de tablas pesadas que apoyaba en una de las esquinas. El hombre nunca lo supo porque los caballos le daban náuseas; era otra de sus debilidades, la más mortal de todas, como resultó al fin.

Don Juan  dijo que la habilidad de escoger el momento oportuno es una cualidad abstracta que pone en libertad todo lo que está retenido. Control, disciplina y refrenamiento son como un dique detrás del cual todo está estancado. La habilidad de escoger el momento oportuno es la compuerta del dique.
Don Juan sabía que el hombre no se atrevería a matarlo a la vista de la gente de la casa, así que un día, en presencia de otros trabajadores y también de la señora, don Juan insultó al hombre. Le dijo que era un cobarde y un asesino que se amparaba con el puesto de capataz. La estrategia exigía aprovechar el momento oportuno y voltearle las cartas al pinche tirano.

-Un momento después- prosiguió don Juan-, el hombre enloqueció de rabia, pero yo estaba piadosamente hincado frente a la patrona. Cuando la señora entró a su recamara, el capataz y sus amigos lo llamaron a la parte trasera, supuestamente para hacer un trabajo. Don Juan fingió obedecer, pero en vez de dirigirse adonde el capataz le ordenaba corrió hacia los establos. Confiaba en que los caballos harían tanto ruido que los dueños saldrían a ver lo que pasaba. Y en que tampoco se acercaría a los caballos. Esa suposición no se cumplió.
-Salté al pesebre del más salvaje de los caballos- dijo don Juan-, y el pinche tirano, cegado por la rabia, sacó su cuchillo y se metió tras de mí. Al instante, me escondí detrás de mis tablas. El caballo le dio una sola patada y todo acabó.

“Yo había pasado seis meses en esa casa, y durante ese periodo ejercí los cuatro atributos del guerrero. Gracias a ello había triunfado. Experimente lo que siente el guerrero impecable cuando usa el refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno.

-¿Triunfan alguna vez los pinches tiranos, y destruyen al guerrero que se les enfrenta?- pregunté.
-Desde luego. Durante la Conquista y la Colonia los guerreros murieron como moscas. Los pinches tiranos podían condenar a muerte a cualquiera, por su simple capricho. Bajo ese tipo de presión, los videntes alcanzaron estados sublimes.
-Los nuevos videntes- dijo don Juan- usaban a los pinches tiranos no solo para deshacerse de su importancia personal sino también para lograr la muy sofisticada maniobra de desplazarse fuera de este mundo. Ya entenderás conforme vayamos discutiendo la maestría de estar consciente de ser.

Le expliqué que lo que yo había preguntado era si, en el presente, los pinches tiranos podrían derrotar a un guerrero.
-Todos los días- contestó-. Hoy en día, por supuesto, los guerreros siempre tienen la oportunidad de retroceder, luego reponerse y volver. Pero el problema de la derrota moderna es de otro género. El ser derrotado por un repinche tiranito no es mortal sino devastador. Son arrasados por su propio sentido de fracaso. Para mi, eso equivale a una muerte figurada.
-¿Cómo mide usted la derrota?
- Cualquiera que se une al pinche tirano queda derrotado. El enojarse y actuar sin control o disciplina, el no tener refrenamiento es estar derrotado.
-¿Qué pasa cuando los guerreros son derrotados?
- O bien se reagrupan y vuelven a la pelea con más tino, o dejan el camino del guerrero y se alinean de por vida a las filas de los pinches tiranos.

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