viernes, 25 de abril de 2014

Las bases biológicas de la fe y la realidad, parte 2



La importancia de la fe

 ¿Qué importancia tiene la fe? ¿Puede el hombre vivir sin ella? Esta cuestión merece una atención seria, ya que la supervivencia del hombre no está garantizada y su vida no está libre de la desesperación. ¿Qué es la fe? Como todas las palabras, puede usarse con ligereza. Es muy fácil decir: “Debes tener fe”, como se podría decir “tienes que amar”. Pero un momento de reflexión basta para darse cuenta de que ni las palabras ni las afirmaciones pueden añadir estas cualidades esenciales a la vida de una persona.

Existe una conexión íntima entre la enfermedad y la pérdida de fe. Estamos asistiendo a un aumento en la incidencia de la depresión por un lado y la correspondiente desilusión y pérdida de fe por el otro. La persecución frenética de la diversión y la demanda continua de estimulantes apoyan esta observación.
Vemos un deterioro constante de los valores morales, un debilitamiento progresivo de los lazos religiosos y comunitarios que ligan el bienestar de un hombre con el del otro, una disminución de la espiritualidad junto con un aumento del énfasis en el dinero y en el poder. “¿A dónde va este mundo?”. La opinión general diría que estamos viviendo tiempos depresivos, y realmente es así.

Son depresivos, no porque sean difíciles, sino porque nuestra fe se ha visto minada progresivamente. La gente ha vivido tiempos más difíciles sin deprimirse.
Cuando se pierde la fe, parece perderse también el deseo y el impulso de alcanzar cosas, de comunicarse y luchar. El individuo siente que no hay nada que alcanzar y adopta una actitud última de “¿Para qué?”
Seguir las reglas es un camino seguro; pero no es el camino del placer ni de
la fe en la vida.

Si intentamos comprender la condición humana en términos de conceptos objetivos y científicos, dejaríamos fuera todo un dominio de la experiencia humana. Las relaciones entre dos personas, o de una persona con el universo, pertenecen a ese dominio. La religión surgió de la necesidad de comprender estas relaciones, y no nos podemos permitir el ignorarlas. Al tratar de comprender la relación del hombre consigo mismo y con su mundo no podemos olvidar el concepto de fe.
La fe pertenece a un orden de experiencia diferente de del conocimiento. Es más profunda que éste, puesto que ha menudo le precede cómo base de acción y continúa afectando el comportamiento incluso cuando su contenido es negado por el conocimiento objetivo. Rezar es un buen ejemplo. Muchos de los que rezan saben que su oración no es capaz de modificar el curso de las cosas; pero el saberlo no los detiene, porque para ellos rezar es una expresión de fe. Sienten que esa expresión tiene un efecto positivo y que gracias a ello son capaces de soportar la carga. Para rezar no es necesario creer en una deidad omnipotente. El poder de la oración se basa en la fe que la persona manifiesta. Se dice que la fe obra milagros, y veremos que existen buenas razones para creerlo.

Un acto de amor también es una expresión de fe. En el acto de amor uno abre el corazón a otro y al mundo. Esta acción, que llena al mundo de una alegría inexplicable, le expone también a un daño profundo. Por consiguiente sólo puede hacerla quien tiene fe en la humanidad del hombre y en toda la naturaleza. La persona que no tiene fe no puede amar.

Si no tuviéramos fe en que nuestro esfuerzo va a ser recompensado, faltaría la motivación para esforzarse. La necesidad no es un incentivo suficiente. Los pacientes depresivos tienen la misma necesidad de funcionar que todo el mundo, pero eso no les mueve. Se han rendido; han perdido la fe y se han resignado a morir.

La íntima conexión entre pérdida de fe y muerte aparece clara en situaciones de crisis. En asuntos de vida o muerte la fuerza de la fe puede ser el factor decisivo que empuje a un hombre a sobrevivir allí donde otros mueren.
Una prueba de fe realmente extraordinaria fueron los campos de concentración en la Alemania nazi. Para los que parecía un milagro sobrevivir a aquel horror. Pero el caso es que muchos sobrevivieron, entre ellos Victor Frankl, un psiquiatra austriaco. La observación de sus compañeros le condujo a la conclusión de que los únicos que sobrevivían eran las personas para las que la vida tenía algún significado. Aquellos a los que les faltaba esa convicción se abandonaban y morían. Les faltaba la voluntad de seguir luchando ante la tortura, la crueldad, traiciones, privaciones y degradaciones.

La fe de una persona es la expresión de su vitalidad interior como ser viviente, igual que su vitalidad es una medida de su fe en la vida; ambas incumben a procesos biológicos dentro del organismo.
La fe es la fuerza que sostiene la vida, tanto en el individuo como en la sociedad, y la que la mantiene en movimiento. Es, por tanto, la fuerza que une al hombre con su futuro. Cuando se tiene fe, se puede albergar confianza en el futuro, aún en periodos en los que los sueños o esperanzas no parece que vayan a cumplirse.

Y sin embargo, no es el vínculo a un futuro personal lo que es esencial en la fe. Muchas personas han sacrificado su futuro individual en aras de su fe, que han preferido morir antes que renunciar a ella. Lo cual sólo puede indicar que para ellos la supervivencia sin fe no valía la pena.

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