miércoles, 28 de agosto de 2013

Pedagogía del Oprimido, parte 4


Capítulo dos.

“La educación bancaria como instrumento de opresión


En la educación bancaria, en vez de comunicarse, el educador hace comunicados y depósitos que los educandos,  meras incidencias, reciben pacientemente, memorizan y repiten. En esta visión distorsionada de la educación, no existe creatividad alguna, no hay transformación.
La rigidez de estas posiciones niega a la educación y al conocimiento como procesos de búsqueda.
La concepción bancaria refleja a la sociedad opresora. Los hombres son vistos como seres de la “adaptación”, del ajuste. Cuanto más se ejerciten los educandos en el archivo de los depósitos que le son hechos, tanto menos desarrollarán en sí la conciencia crítica de la que resultaría su inserción en el mundo, como transformadores de él. Como sujetos del mismo.

En la medida en que esta “visión bancaria” anula el poder creador de los educandos, satisface los interese de los opresores. Es por esta razón, por lo que reaccionan, incluso instintivamente, contra cualquier tentativa de una educación que estimule el pensamiento auténtico, pensamiento que no se deja confundir por las visiones parciales de la realidad, buscando, por el contrario, los nexos que conectan uno y otro punto, uno y otro problema.

En verdad, lo que pretenden los opresores “es transformar la mentalidad de los oprimidos y no la situación que los oprime. A fin de lograr una mejor adaptación a la situación que, a la vez, permita una mejor forma de dominación.

El problema radica en que pensar auténticamente es peligroso. El extraño humanismo de esta concepción bancaria se reduce a la tentativa de hacer del hombre su contrario -un autómata-, que es la negación de su vocación ontológica de ser más.

Si los hombres son esos seres de búsqueda y si su vocación ontológica es humanizarse, pueden, tarde o temprano, percibir la contradicción en que la “educación bancaria” promete mantenerlos, y percibiéndola, pueden comprometerse en la lucha por su liberación.

Un educador humanista, revolucionario, debe orientarse en el sentido de la liberación de ambos. Su acción debe estar empapada de una profunda creencia en los hombres. Creencia en su poder creador.
Todo esto exige que sea, en su relación con los educandos, un compañero de éstos.

La educación “bancaria“, en cuya práctica no se concilian el educador y los educandos, rechaza este compañerismo.
Para la educación “bancaria”, cuanto más adaptados estén los hombres tanto más “educados” serán en tanto adaptados al mundo.
Esta concepción, que implica una práctica, sólo puede interesar a los opresores que estarán tanto más tranquilos cuanto más adecuados sean los hombres al mundo. Y tanto más preocupados cuanto más cuestionen los hombres al mundo.

La concepción del saber del pensamiento “bancario” es, en el fondo, lo que Sartre ( El hombre y las cosas) llamaría concepción “digestiva” o “alimenticia” del saber. Éste es como si fuese el “alimento” que el educador va introduciendo en los educandos, en una especie de tratamiento de engorda.

Uno de los objetivos de esta educación que venimos criticando, aunque no sea advertido por muchos, sea dificultar al máximo el pensamiento auténtico.
El educador bancario no puede percibir que la vida humana sólo tiene sentido en la comunicación, ni que el pensamiento del educador sólo gana autenticidad en la autenticidad del pensar de los educandos.

“Mientras la vida -dice Fromm- se caracteriza por el crecimiento de una manera estructurada, funcional, el individuo necrófilo ama todo lo que no crece, todo lo que es mecánico. La persona necrófila se mueve por un deseo de convertir todo lo orgánico en inorgánico, de mirar la vida mecánicamente como si todas las personas vivientes fueran objetos. Ama el control, y en el acto de controlar, mata la vida”

La opresión, que no es sino un control aplastador, es necrófila. Se nutre del amor a la muerte, no del amor a la vida.
La concepción “bancaria” que a ella sirve, también lo es. Desde que transforma a los educandos en recipientes, en objetos. No se deja mover por el ánimo de liberar el pensar mediante la acción de los hombres, los unos con los otros, en la tarea común de rehacer el mundo y transformarlo en un mundo cada vez más humano.

Al inhibir el poder de creación y de acción, al obstruir la actuación de los hombres como sujetos de acción, como seres capaces de opción, los frustra.
Cuando descubren su incapacidad para desarrollar el uso de sus facultades, sufren.
Sufrimiento que proviene del “hecho de haberse perturbado el equilibrio humano (Fromm)”. El no poder actuar, que provoca el sufrimiento, provoca también en los hombres el sentimiento de rechazo a su impotencia. Intenta, entonces, “restablecer su capacidad de acción” (Fromm).

¿Cómo? Un modo es someterse a una persona o grupo que tenga poder e identificarse con ellos. Por esta participación simbólica en la vida de otra persona, el hombre tiene la ilusión de que actúa, cuando en realidad, no hace sino someterse a los que actúan y convertirse en una parte de ellos.

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