viernes, 16 de agosto de 2013

El Narcisismo, la enfermedad de nuestro tiempo, parte 15



LA AUSENCIA DE LÍMITES

La ausencia de límites está relacionada con el desarrollo del narcisismo en la sociedad. Nuestra era se caracteriza por el impulso de transgredir los límites y por el deseo de negarlos. Los límites existen y, objetivamente, se reconocen. Sin embargo, puede que emocionalmente no se acepten. La gente cree o quiere creer que el potencial humano es ilimitado. Uno podría sentirse tentado a creer que estamos entrando a una nueva era, la era de Superman, del hombre o la mujer biónicos.

Cuando la estructura de la sociedad se desintegra, se genera el caos, y se crea una atmósfera de irrealidad. La irrealidad amenaza la cordura de la persona, a menos que ésta suprima los sentimientos y funcione únicamente en base al pensamiento. El desmoronamiento de la moral sexual victoriana llevó a un aumento de la práctica del sexo divorciada del amor (aunque no de las sensaciones). Esto es narcisismo.

No obstante, es necesario que una estructura vieja se venga abajo para que pueda emerger una nueva. Éste es el proceso natural de evolución.
Históricamente, la crisis de una sociedad ha derivado en ocasiones en un periodo de obscuridad, previo a la aparición de una nueva luz. Puede que esto sea justamente lo que sucede en nuestro tiempo. Si no podemos distinguir entre el orden y el caos, quizás estemos en una nueva Edad Obscura.

Por encima de todo, no debemos considerar la ausencia de límites como libertad. La hoja que arrastra el viento no es libre en términos humanos. Hacer lo que te apetezca no te convierte en libre. Esta conducta es característica de los locos que, sin conciencia de la realidad, son barridos por el viento de las sensaciones.
La ausencia de límites tiene como consecuencia la pérdida del sentido del yo. Sin una frontera que separe al individuo de su entorno, no existe el yo.
La consecuencia de una frontera segura es un sentido seguro del yo, de un yo que basa su identidad en los sentimientos.

Dentro de la crisis de la estructura social, en lugar del yo se crea una imagen con el fin de que ésta sirva como identidad. En la cultura de hoy en día, esta imagen se describe como estilo de vida. Se nos dice que somos libres para crear nuestro propio estilo de vida, nuestra propia identidad. Pero, cuando una persona basa su identidad en un estilo de vida, ¿no está confundiendo la creación con el creador? Un estilo de vida sin un yo no es una persona.

REFLEXIONES PERSONALES SOBRE LA “BUENA VIDA”

Para mí, la calidad de vida ha bajado, a pesar de que el nivel material de ésta ha subido. ¿En qué sentido se ha deteriorado la calidad de vida? Somos conscientes de la contaminación del entorno y de la explotación de la naturaleza. Nos damos cuenta de que las presiones de la vida moderna no nos dejan tiempo para sencillamente existir: respirar, sentir, contemplar; las noticias acerca de crímenes, violaciones y casos de corrupción nos recuerdan constantemente que la sociedad ha perdido sus valores morales.
Sin límites, las personas pierden el sentido de sí mismas como individuos responsables -responsables del bienestar de la comunidad y de las personas que la forman-. Es una postura narcisista , no sólo porque niega las necesidades de los demás, sino porque también niega las verdaderas necesidades del yo.

LA DIGNIDAD Y EL RESPETO A UNO MISMO

El verdadero respeto mira hacia el interior, va más allá de la superficie o la apariencia, y esto es lo opuesto a una actitud narcisista. Una persona se respeta a sí misma cuando sus acciones están regidas por principios y convicciones profundas, en lugar de por conveniencias o beneficios. Tratar de impresionar o manipular a los demás conlleva una pérdida de respeto a uno mismo, y, sin éste, tampoco se puede respetar a los demás. La persona narcisista no se respeta a sí misma.

En el plano personal, perdemos el respeto que nos debemos a nosotros mismos cuando aprendemos a manipular a nuestros padres, en la medida en que ellos nos manipulan a nosotros, por ejemplo. Mentimos y fingimos, igual que lo hacen ellos. Por supuesto, también les perdemos el respeto. Los padres que respetan los sentimientos de sus hijos se ganan el respeto de éstos y lo conservan.
Pero, en nuestra sociedad, ¿hay algo que se respete verdaderamente? ¿No existe un compromiso con una filosofía que establece el éxito como la meta definitiva, y considera que cualquier medio para conseguir ese fin es aceptable? Si, por ejemplo, el éxito significa conseguir que un bebe coma, entonces distraerle con un juguete mientras se le mete en la boca la cuchara con la papilla es perfectamente razonable. En la filosofía del éxito, el fin justifica los medios.

Otra cualidad que parece ausente en estos días es la dignidad. Dignidad es una palabra que suena pasada de moda. Raramente alguien la utiliza. Y, en cambio, se habla mucho de poder. Ir en pos del poder excluye la posibilidad de la dignidad, porque el poder representa un intento de compensar un sentimiento interno de humillación. Si tengo el poder, nadie se atreve a humillarme. Pero, como todos los mecanismos de compensación, la necesidad de poder o de dinero confirma y refuerza precisamente ese sentimiento interno de humillación, por mucho que uno se esfuerza en negarlo.

La dignidad está en el porte de una persona. El carácter y el porte están relacionados. La forma de andar y el porte de la persona son una expresión de su carácter. La gente con dignidad se mueve de una forma que inspira o impone respeto. Es interesante fijarse en la relación que existe entre respeto y dignidad (ambas tienen un origen común, en el sentido de la valía). Ambas cualidades están ausentes en los narcisistas.

Dos aspectos identifican un porte digno: la forma de mover el cuerpo y de sostenerlo. No es digno, por ejemplo, correr como una rata que busca un agujero donde meterse. El movimiento de la persona digna es lento, majestuoso; sugiere que ésta tiene tiempo, tiempo para ser y para sentir. No hay dignidad en la actividad frenética de la gente en las grandes ciudades, se mueven como si no tuvieran tiempo de perder. Tampoco hay dignidad en la búsqueda incesante de placer que caracteriza al nuevo hedonismo.
Al robar el tiempo de las personas, la cultura actual también les roba su dignidad. Como en la sociedad moderna el tiempo es dinero, pocos son los que pueden permitirse tener dignidad.

La rectitud de un cuerpo sano es el resultado de un intenso flujo de emociones o sentimientos a lo largo de la espina dorsal, similar al proceso del yoga Kundalini. Esta carga mantiene la cabeza alta. Una postura así también expresa el sentido del propio orgullo natural, que difiere del orgullo narcisista en que el primero se basa en el yo y el segundo en la imagen. Un porte así sólo es posible en un cuerpo libre de tensiones musculares crónicas y, por tanto, libre de conflictos reprimidos en la infancia.

Hay una correlación interesante entre la dignidad y la sexualidad. La misma carga que, en su dirección ascendente, produce el porte característico de la dignidad, en su dirección descendente proporciona carga y excitación sexual en el hombre. El pene erecto es el equivalente psicológico de la cabeza erguida. Pero no es sólo la carga de los genitales la que representa la sexualidad de una persona, sino también la carga de la pelvis y lo que ésta siente. La pelvis es el homólogo de la cabeza, en la estructura dinámica del cuerpo.
En su estado natural, la pelvis se inclina floja hacia atrás, de manera que se balancea libremente al compás de los movimientos del cuerpo. La posición hacia atrás de la pelvis se corresponde con la de un animal que mantiene la cola levantada. Es lo opuesto a cuando un perro asustado va con el rabo entre las piernas y la pelvis hacia adelante.

Parece obvio que la verdadera dignidad se basa en la identificación con el propio cuerpo y con la sexualidad de éste. La clave de la dignidad estriba en tener los pies firmemente plantados en la tierra. Las piernas y los pies son como las raíces de un árbol, que no sólo anclan el árbol a su realidad, sino que le proporcionan la base para el empuje que le hace crecer hacia arriba.
Cuando falta este contacto, hay un desarraigo (es como estar en el aire o vivir en la cabeza, conectado fundamentalmente a imágenes que residen allí)    

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