martes, 6 de agosto de 2013

El Narcisismo, la enfermedad de nuestro tiempo, parte 12

LA SOBRECARGA EN LA VIDA DIARIA.

El exceso de estimulación es una condición generalizada en las ciudades del mundo occidental. Hay demasiado ruido, demasiado movimiento, demasiada estimulación extraordinaria. Al principio puede resultar excitante, pero finalmente resulta  turbador.  Es algo deshumanizador.
Hemos pagado un precio por esta adaptación a la tensión de la vida moderna; ese precio consiste en que hemos levantado barreras para protegernos de la estimulación excesiva. Para funcionar al ritmo de las máquinas, nos hemos tenido que volver máquinas, lo que significa que tuvimos que insensibilizar nuestros cuerpos y negar nuestros sentimientos.

No sólo en las ciudades hay exceso de estimulación. Ocurre en todo tipo de hogares. En muchos hogares se mantiene encendida la radio y la televisión durante largos periodos. Sirven de distracción y nos sacan de nosotros mismos y nos distancian de nuestros sentimientos. Las noticias son especialmente perturbadoras, porque a menudo nos provocan sentimientos que no podemos expresar. Pronto aprendemos a no dejarnos afectar, pero esto significa que hemos reforzado el escudo contra los estímulos.

Otro factor que también acrecienta el exceso de estimulación es la actividad constante que la sociedad occidental exige. La gente se mantiene ocupada ya sea ganándose el sustento, o gastando su dinero o cuidando las cosas que compra. Y no digamos manejar un automóvil.
Sin embargo, la gente parece necesitar toda esta actividad. A los jóvenes de hoy en día se les ha llamado la generación de la acción, lo que significa que su actividad constante se considera una virtud . Sin embargo, su inquietud proviene de su incapacidad de estar quietos. Sólo se sienten vivos cuando están haciendo algo, pero esa actividad es una defensa para no ser  y no sentir. En sus vidas todo esta subordinado a su afán de éxito.
La estimulación excesiva parece una forma de vida normal. Ese es el peligro real de la estimulación excesiva. Una vez que nos hemos adaptado a ella, no podemos pasárnosla sin ella.

EL EXCESO DE ESTIMULACIÓN EN EL MARCO
FAMILIAR
 
Aunque considero que el conflicto narcisista es un producto de la civilización occidental, también creo que la persona narcisista es un producto de una situación familiar nociva, en la cual se seduce al niño para establecer una relación especial con uno de los padres. Mediante la intimidad que esa relación confiere, el niño está expuesto a los sentimientos y la sexualidad de los adultos, lo cual lo estimula de más. Es posible que uno de los padres se dirija al hijo en busca de simpatía y comprensión y que incluso comparta con él sus sentimientos de frustración con el otro cónyuge. ¿Qué capacidad tiene un niño para manejar demandas emocionales tan fuertes? La afilcción de los padres es siempre excesiva para los hijos. No hay nada que el niño pueda hacer.

La tensión marital está compuesta generalmente por las vejaciones, disgustos y frustraciones que hubo en la infancia de ambos cónyuges. Incapaz de responder a la aflicción que uno y otro cónyuge sienten, la pareja puede dirigirse a sus hijos en busca del amor que no obtuvieron de sus padres.
Lo único que el niño puede hacer es no exigir nada -es decir, reprimir sus propias necesidades y sus sentimientos para no hacer que su madre o padre se sienta culpable por su falta de atención.

Los sentimientos que una situación como ésta provoca en el niño son el dolor, la tristeza y el enojo, tanto hacia sí mismos como hacia sus padres. Si sintiera completamente, gritaría su dolor, lloraría su tristeza y golpearía con furia destructiva. Pero no lo hace -eso sería una locura. Su solución es ponerse una coraza, tensar los músculos corporales de tal manera que sea imposible la expresión de cualquier sentimiento.
En muchos casos el cuerpo no está protegido por una coraza en el sentido de una rigidez total. Pero hay una banda de tensión en la base del cráneo, lo que sirve para separar la percepción de lo que ocurre en el cuerpo.

Sin embargo, creo que el verdadero exceso de estimulación es de tipo sexual. Alice Miller, una destacada psicoanalista europea comenta: “Un padre que se crió en un medio desfavorable a los impulsos instintivos tal vez se atreva por primera vez a ver debidamente los genitales femeninos, juegue con ellos y se sienta excitado al bañar a su hija pequeña. La madre (que teme a los genitales masculinos) tal vez ahora sea capaz de controlar su miedo en relación con su hijo pequeño. Por ejemplo, después de bañarlo, podría secarlo de tal manera que tuviera una erección que para ella no representa un peligro ni una amenaza. Tal vez de masaje al pene de su hijo hasta que llegue la pubertad con el fin de “curar su fimosis”. (Estrechez del orificio del prepucio).
Hay que recordar que el niño que es estimulado sexualmente por uno de sus padres no tiene ninguna posibilidad de descargar la excitación.

Hoy en día, casi todos los niños están expuestos a demasiada estimulación sexual tanto en el hogar como en el ambiente. Demasiados niños crecen con demasiada rapidez.
Los cuerpos de muchos hombres jóvenes manifiestan un cierto grado de inmadurez que contrasta con una expresión facial de más edad. Viejos y jóvenes a la vez, con un buen desarrollo intelectual, pero emocionalmente inmaduros. Se estancaron emocionalmente en su infancia porque les impidieron desarrollarse. Perdieron en una etapa demasiado temprana su inocencia infantil y con ella la oportunidad de una existencia feliz y sin preocupaciones que les hubiera permitido una maduración lenta y natural de sus facultades.

Los niños necesitan que los dejen solos para jugar por el solo placer de jugar, sin ningún propósito ulterior como el aprendizaje. Y ellos perciben las expectativas paternas, sean o no explícitas. Es muy frecuente que los padres sólo presten atención a los logros de su hijo, a los signos de que va a destacar como alguien “especial” en la vida. Nadie está libre de las fuerzas culturales. En el mundo occidental, orientado al éxito material, el fracaso constituye el pecado capital.


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