martes, 25 de septiembre de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 9


CAPÍTULO VIII
Caminos hacia la Salud Mental  (continuación)

E. SUGESTIONES PRÁCTICAS

La cuestión está en si pueden crearse para toda nuestra sociedad condiciones similares a las creadas por los comunitarios. La finalidad, entonces, consistiría en crear una situación de trabajo en que el hombre dedique su tiempo y su energía a algo que tenga sentido para él, en que sepa lo que hace, influya en lo que se está haciendo y se sienta unido a sus semejantes antes que separado de ellos.
Esto implica que la situación de trabajo ha vuelto a ser concreta; que los trabajadores están organizados en grupos lo bastante reducidos para permitir al individuo relacionarse con el grupo como seres humanos reales y concretos, aunque la fábrica en su totalidad tenga muchos miles de trabajadores. Esto significa que se han encontrado métodos para combinar la centralización y la descentralización que permiten la participación activa y la responsabilidad de todo el mundo, y que al mismo tiempo crean una dirección unificada en el grado necesario.

¿Cómo puede hacerse esto?
La primera condición para una participación activa del trabajador es que esté bien informado no sólo acerca de su propio trabajo, sino acerca de lo que hace la empresa en su conjunto
Un trabajador quizás no tiene que hacer más que un movimiento especial en la correa de transporte, y para eso basta que se haya preparado durante dos días o dos semanas; pero su actitud total hacia el trabajo sería diferente si supiera más de todos los problemas que implica la producción de! artículo acabado.
Además del conocimiento técnico acerca del proceso industrial, es necesario otro: el de la función económica de la empresa en que trabaja y sus relaciones con las necesidades económicas y los problemas de la comunidad en general. Asistiendo a una escuela industrial durante los primeros años de su trabajo y proporcionándole constantemente información relativa al proceso económico en que participa la empresa, el obrero puede adquirir un conocimiento verdadero de su función dentro de la economía nacional y mundial.

El obrero puede convertirse en un participante activo, interesado y responsable, únicamente si puede influir en las decisiones que afectan a su situación individual de trabajo y a toda la empresa.
Sólo se vencerá su enajenación del trabajo si no es empleado por el capital, si no se le limita a recibir órdenes, si se convierte en un sujeto responsable que emplea capital. Lo principal aquí no es la propiedad de los medios de producción, sino la participación en la dirección y en las decisiones que se adopten.
Como en la esfera política, el problema está aquí en evitar el peligro de una situación anárquica, sin una planificación y una dirección centrales; pero no es inevitable la alternativa entre una dirección autoritaria centralizada y una dirección sin plan ni coordinación ejercida por los trabajadores. La solución está en combinar la centralización y la descentralización, en una síntesis de decisiones adoptadas de arriba abajo y de abajo arriba.

El principio de la codirección y la participación de los obreros puede realizarse de tal manera, que la responsabilidad de la dirección se divida entre la jefatura central y los hombres de filas. Grupos pequeños bien informados discuten asuntos de su propia situación de trabajo y de toda la empresa; sus decisiones se comunican a la dirección y deben ser la base de una codirección verdadera. Como tercer participante, el consumidor debiera participar en alguna forma en la adopción de decisiones y en la planificación. Una vez aceptado el principio de que el objetivo primordial de todo trabajo es servir al hombre, y no hacer ganancias, los que son servidos tienen algo que decir de la actuación de quienes les sirven.

Tampoco ahora, como en el caso de la descentralización política, es fácil encontrar esas formas, pero no es, un problema irresoluble, siempre que se acepte el principio general de la codirección.
El principio de la codirección y de la codeterminación supone una seria restricción al derecho de propiedad. El propietario o los propietarios de una empresa tendrán derecho a percibir un tipo razonable de intereses por la inversión de su capital, pero no al mando sin restricciones sobre los hombres a quienes ese capital puede ocupar. Por lo menos, tendrán que compartir ese derecho con quienes trabajan en la empresa.

Al terminar estas observaciones sobre la participación de los trabajadores, quiero insistir de nuevo, aun a riesgo de repetirme, que todas las sugestiones en el sentido de la humanización del trabajo no tienen por finalidad aumentar la producción económica ni es su meta una satisfacción en él diferente, en que la actividad económica es una parte — y una parte subordinada — de la vida social. No se puede separar la actividad del trabajo de la actividad política, del empleo del tiempo libre y de la vida personal. Si el trabajo se hiciera interesante sin que se humanizaran las demás esferas de la vida, no tendría lugar ningún cambio verdadero. En realidad, no se haría interesante. El mal de nuestra cultura actual consiste en que separa y divide en compartimientos las diversas esferas de la vida. El camino hacia la salud está en superar esas divisiones y llegar a una unificación y una integración nuevas, dentro de la sociedad y dentro del ser humano individual.

He hablado antes del desaliento que se ha apoderado de muchos socialistas ante los resultados del socialismo aplicado. Pero se va extendiendo la opinión de que la culpa no estuvo en el ideal fundamental del socialismo, que es una sociedad no enajenada en que todo trabajador participe activamente y con responsabilidad en la industria y en la política; sino en la errónea importancia concedida a la propiedad privada contra la propiedad común, y en el olvido de los factores humanos y propiamente sociales.
Hay la esperanza de que los socialistas demócratas y humanistas se den cuenta cada vez más de que el socialismo empieza por casa, es decir, con la socialización de los partidos socialistas. Entendemos aquí el socialismo, naturalmente, no en relación con el derecho de propiedad, sino en relación con la participación responsable de todos y cada uno de los miembros. Mientras los partidos socialistas no realicen el principio del socialismo en sus propias filas, no pueden esperar convencer a los demás; sus representantes, si tuvieran el poder político, realizarían sus ideas con el espíritu del capitalismo, a pesar de las etiquetas socialistas que emplean. Lo mismo puede decirse de los sindicatos: puesto que su finalidad es la democracia industrial, deben implantar el principio de la democracia en sus propias organizaciones, y no manejarlas como se maneja cualquier otro gran negocio en el capitalista, y aun peor en ocasiones.
Subrayar la necesidad de la codirección y no centrar en el cambio de los derechos de propiedad los proyectos para la transformación comunitaria de la sociedad, no quiere decir que no sean necesarios ciertos grados de intervención directa del estado, y de socialización.

El problema más importante, además de la codirección, radica en el hecho de que toda nuestra industria está formada sobre la existencia de un mercado interior cada vez más amplio. Cada empresa quiere vender más y más, a fin de conquistar un sector cada vez más grande del mercado. La consecuencia de esta situación económica es que la industria emplea todos los medios a su alcance para excitar el apetito de compras de la población, para crear y reforzar la orientación receptiva, que tan dañosa es para la salud mental. Esto significa, como hemos visto, que hay un ansia de cosas nuevas pero innecesarias, un deseo insaciable de comprar más, aunque desde el punto de vista humano, del uso no enajenado, no haya necesidad del producto nuevo. (La industria del automóvil, por ejemplo, gasta algunos miles de millones de dólares en los cambios que ha de hacer para los nuevos modelos 1955, y Chevrolet por sí solo algunos centenares de millones de dólares en competir con Ford. Es indudable que el viejo Chevrolet era un buen auto, y la lucha entre Ford y la General Motors no tiene principalmente por consecuencia dar al público un auto mejor, sino hacerle comprar un auto nuevo, cuando el viejo aún duraría algunos años.

Otro aspecto del mismo fenómeno es la tendencia al derroche, impulsada por la necesidad económica de aumentar la producción en masa. Aparte de la pérdida económica que supone ese derroche, tiene también un efecto psicológico importante: hace al consumidor perder el respeto al trabajo y al esfuerzo humanos, le hace olvidar las necesidades de gentes de su propio país y de países más pobres para quienes lo que él derrocha sería una riqueza considerable. En suma, nuestros hábitos de derroche revelan un olvido infantil de las realidades de la vida humana, de la lucha económica por la existencia que nadie puede rehuir.

Es absolutamente obvio que, a la larga, no hay grado bastante de fuerza espiritual que pueda triunfar, si nuestro sistema económico está organizado de tal manera, que amenace una crisis cuando las gentes no deseen comprar más y más cosas nuevas y mejores. Por lo tanto, si nuestro objetivo es transformar el consumo enajenado en consumo humano, es necesario operar ciertos cambios en los procesos económicos que producen el consumo enajenado. Incumbe a los economistas formular esas medidas.
Hablando en términos generales, eso significa dirigir la producción a campos en que existen necesidades reales que aún no han sido satisfechas, y no a aquellos en que hay que crearlas artificialmente. Esto puede hacerse mediante créditos concedidos por bancos del estado, mediante la socialización de ciertas empresas, y mediante leyes severas que transformen la publicidad.

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